Otros dos narradores exiliados y fallecidos al cabo de los años en Londres merecen ser recordados. El primero, Esteban Salazar Chapela (1900-1965), fue cónsul de la República Española en Glasgow desde junio de 1937. A principios de 1939 se trasladó a Londres con su mujer y en 1941 comenzó a trabajar como cronista para la BBC, una actividad que compaginó con la de lector de español en la Universidad de Cambridge. También fue secretario del Instituto Español republicano desde su creación en 1944. En 1947 publicó, en Argentina, Perico en Londres, una singular crónica del exilio republicano en Gran Bretaña, en la que se mezclan el humor y la tristeza. El bienhumorado Desnudo en Picadilly apareció en Londres en 1959. Sus Cartas de Londres, artículos en los que comentaba la vida cultural, social y política del Reino Unido y noticias sobre temas españoles e hispanoamericanos en aquel país, se publicaron en los principales periódicos de Iberoamérica. Salazar Chapela murió en la capital británica en 1965. En Perico en Londres dejó escrito:

«¿Quién soy yo?» […]. «Un español». «¿Qué hago yo aquí, en esta isla felpuda, bajo este cielo generalmente perla?». «Algo parecido a esperar». «¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no estoy en el paseo de la Castellana, en la Rambla de las Flores o en el parque de María Luisa?». «Porque si aparecieras por uno de esos parajes, te matarían» […]. «Ergo, yo soy un perseguido, lo que se llama un fugitivo, que se halla aquí, en esta isla hospitalaria y amable, por la sencilla razón de que no puede estar allí» […]. «¿Qué he hecho yo?». «Has sido de otra opinión; otra opinión quiere decir heterodoxo; eres un heterodoxo, Perico». «¡Qué simpleza! […] ¿Por eso sólo me matarían si apareciera […] por el parque de María Luisa, por la Rambla de las Flores o por el paseo de la Castellana?» […]. «Me parece monstruoso y absurdo, pero ello lo he visto muchas veces». «¿Dónde?». «En España». «¿Cuándo?». «Durante cinco siglos» […]. «Desde el siglo xvi para acá» […]. «También fueron heterodoxos. Pero en los siglos xvi y xvii los llamaron protestantes, en el xviii enciclopedistas, en el xix constitucionales y liberales. Ahora en el xx se llaman republicanos, aunque también es verdad que se pueden llamar antifascistas, pues son ambas cosas». «¿Y qué se hizo de aquellos heterodoxos de los siglos xvi, xvii, xviii y xix?». «Todos los que lograron escapar vinieron a esta isla». «¿A esta isla? ¿Lo mismo que yo?». «Exactamente lo mismo». «¡Oh, Perico! ¡Qué descubrimiento más bello y a la vez más triste!». «Es triste y bello como el río alborotado de nuestra historia». «Ergo yo debo tener aquí, en este suelo británico, acaso en el mismo verde de este parque tranquilo, un ejército de españoles, cuyas sombras invisibles a los ojos mortales deben acompañarme… ¿No es verdad, Perico, que esas sombras deben acompañarme?». «Te acompañan, Perico. Son tus antepasados».

 

El segundo, Manuel  Chaves Nogales (1897-1944), sevillano como Cernuda, periodista y escritor, salió de España para escapar de Franco y se instaló en París; salió de Francia para escapar de Hitler y se instaló en Londres; y de Londres ya no pudo salir: allí sufrió los embates de la Segunda Guerra Mundial, hasta que un cáncer lo mató en 1944, antes de concluyera la locura del fascismo en Europa. En la capital británica fundó y dirigió The Atlantic Pacific Press Agency, fue columnista del Evening Standard y colaboró, como Barea, Salazar Chapela y muchos otros exiliados republicanos españoles, en los servicios extranjeros de la BBC. Todo ello después de haber escrito uno de los mejores libros sobre la Guerra Civil Española, un conjunto de nueve relatos agrupados bajo el título A sangre y fuego: héroes, bestias y mártires de España, publicado en Santiago de Chile en 1937.

En la larga noche del franquismo, los españoles no dejaron de emigrar, como habían hecho casi siempre. Pero pocos fueron al Reino Unido. Hispanoamérica, por obvias razones de cercanía idiomática y cultural, y algunos países europeos, como Francia, Alemania y Suiza, fueron los principales destinos de una emigración fundamentalmente económica, aunque nunca dejase de tener también un componente político. A Gran Bretaña sólo se dirigió un cinco por ciento de los españoles que emigraron a Europa. A pesar de la autarquía y el aislamiento internacional de España, poetas y escritores siguieron visitando el país, normalmente con propósitos académicos, como lectores o profesores en las universidades británicas. Antes de la Guerra Civil ya lo habían hecho, entre otros, varios miembros de la generación del 27: Manuel Altolaguirre vivió de 1933 a 1935 en Londres, donde fundó y sostuvo la revista bilingüe 1616 —así titulada por ser el año del fallecimiento de Shakespeare y Cervantes—, en la que se publicaron poemas de T. S. Eliot, Byron y parte del Adonáis de Shelley, traducidas por el propio Altolaguirre; Dámaso Alonso fue lector en Oxford y Cambridge; Jorge Guillén, en Oxford; y Pedro Salinas, en Cambridge. Después de la guerra, lo hicieron otros poetas destacados, como Claudio Rodríguez, que fue lector en Nottingham; José Ángel Valente, en Oxford; y Juan Antonio Masoliver Ródenas, que llegó a catedrático de literatura española e hispanoamericana en la Universidad de Westminster, en Londres. Sin embargo, con la excepción de Masoliver Ródenas, de ninguno se conserva, hasta donde he podido saber, obra escrita sobre Londres. Tiene que llegar la década de los setenta, coincidiendo con los últimos años del franquismo —en los que el régimen se ha relajado por agotamiento— y los primeros de la democracia, para que se encaminen a Londres muchos jóvenes ansiosos por disfrutar de la libertad, el cosmopolitismo y la opulencia cultural que representaba la ciudad. Estos sí que dejan testimonio de sus experiencias en la capital. Algunos —Gimferrer, Leopoldo María Panero, Guillermo Carnero— forman parte o se encuentran en la órbita del grupo novísimo, renovador de una poesía tristemente anclada en lo social; otros son artistas sin filiación conocida, hambrientos de vida e independencia, que, mientras friegan platos en los restaurantes del Soho o tocan la guitarra en los túneles del metro, se empapan del mundo a su alrededor y lo cuentan —o dejan traslucir— en relatos y poemas.

Con la democratización política, la modernización de las costumbres y la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea, se normalizan los intercambios y los españoles ya no sólo acuden a Londres para experimentar la bohemia, trabajar como au-pairs o abortar, sino también, y en mucha mayor medida, como estudiantes y turistas. Así fue, en grandes cantidades, hasta la crisis económica mundial de 2008, que afectó con especial encono, por la deplorable estructura de su mercado inmobiliario, a España. Nuevos flujos de emigrantes económicos se desplazan entonces a Gran Bretaña, y muchos se instalan en la capital, en busca de trabajo y un futuro profesional que su país les niega. Hoy viven en el Reino Unido algo más de doscientos mil españoles, de los cuales casi la mitad, noventa mil, se estima que lo hacen en Londres. Ya no sufren la persecución política, pero siguen siendo víctimas de la penuria y la injusticia. Y en Inglaterra, mientras se esfuerzan por mejorar su condición —y, con su esfuerzo, la de la sociedad que los ha acogido—, algunos escriben sobre lo que ven y lo que sienten. También lo hacen los muchos jóvenes que siguen acudiendo a sus escuelas y universidades a mejorar su formación o a ejercer de profesores, y la multitud de visitantes que no han dejado de sentirse atraídos por una ciudad seductora e inquietante, tranquila y abrumadora, rica y oscura, en la que nunca se sabe si es la niebla la que produce la gente triste, o es la gente triste la que produce la niebla.

 

[1] De las que hay muchas ediciones, desde que se publicara por primera vez, aunque incompleta, en 1984; la que yo he utilizado es la de Ana Rodríguez-Fischer, Barcelona, Promociones y Publicaciones Universitarias, 1992.

[2] Barcelona, Antonio López, editor, Librería Española; recuperado recientemente: Madrid, Rey Lear, 2007.

[3] Barcelona, Antonio López, editor, Librería Española.

[4] Hay ediciones modernas: la más reciente, de Francisco Fuster García, Madrid, Reino de Cordelia, 2012.

[5][5] Todos los números de la revista están escaneados y pueden consultarse en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: <http://www.cervantesvirtual.com/portales/ocios_de_espanoles_emigrados/>.

[6] La edición más reciente ha visto la luz en Sevilla, Point de Lunettes, 2018.

[7] Barcelona, Seix Barral, 1974.

[8] Madrid, Turner; luego ha habido muchas otras ediciones, entre las que cabe destacar la de la Editora Regional de Extremadura, en 2009, con edición de Gregorio Torres Nebrera.

[9] Edición de Aitor L. Larrabide, Santa María de Cayón (Cantabria), Ayuntamiento de Santa María de Cayón, colección «La Sirena del Pisueña», núm. 23, 2005.

[10] Edición de Aitor L. Larrabide, Sevilla, Renacimiento.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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