Paula Puebla
El cuerpo es quien recuerda
Tusquets
252 páginas
Durante milenios, la humanidad ha estado irremediablemente sometida a las leyes de la naturaleza. Hasta que de pronto (hace muy poco, hace nada) desarrolló tecnologías que le permitieron alterar esas reglas, tomar caminos alternativos, inventar. Algunos de los efectos de tales innovaciones se pueden prever con cierta facilidad; otros, en cambio, son tan inesperados como enormes, como cuando uno mueve una pequeña pieza en un mecanismo y descubre luego —con sorpresa, con desconcierto, acaso con horror— que toda la estructura se ha descalabrado y el estado anterior ya no se puede recuperar.
En el núcleo de la novela El cuerpo es quien recuerda, de Paula Puebla, hay una gestación subrogada. Desde allí surgen —como rayos disparados en todas direcciones—cuestionamientos sobre una variedad de asuntos: la maternidad, la identidad, la nacionalidad, los límites de la ciencia y la tecnología, la eugenesia, los mandatos sociales, la mentira y la verdad, la impostura, el uso y abuso de los cuerpos propios y ajenos, el poder del dinero, por supuesto, siempre el dinero.
¿Qué es una madre? ¿La mujer que pone el material genético y cría, o la que pone el vientre, ese «hogar obrero» (p. 142) que ningún dinero hasta ahora ha podido sustituir? ¿Es lícito negar a una persona la posibilidad de conocer a la mujer en cuyo interior se gestó? ¿Todo lo que la ciencia permite es válido si hay consentimiento? ¿Hay de verdad algo que el dinero no pueda comprar? Estas preguntas atraviesan la novela de Puebla, estructurada en tres historias, tres partes, cada una titulada con el nombre de la mujer que la protagoniza y la narra. La primera es Rita Pérez Lavalle, argentina nacida en Ucrania en diciembre de 2001, mientras en Buenos Aires el «corralito» y la crisis se cargaban al gobierno. La segunda se llama Nadiya Kovalyk, ucraniana, «hogar obrero» de bebés ¿ajenos? y miembro de una organización que planea rebelarse contra el orden establecido. La tercera es Victoria González, modelo devenida en tertuliana televisiva; tras su fachada de mujer exitosa y feliz, oculta una realidad que apenas tolera a base de sustancias y evasión. Tres historias que conforman una sola, como la única llama de tres cerillas encendidas a la vez.
Buscar, buscarse. «La búsqueda de una persona es su historia misma» (p. 23), dice Rita Pérez Lavalle. Desde luego, la indagación acerca de la propia identidad tiene connotaciones profundas y trágicas en un país como Argentina, donde las Abuelas de Plaza de Mayo han logrado restituir la identidad a 130 personas a quienes la última dictadura cívico-militar se la había sustituido, pero todavía quedan otros 300 «nietos» que ignoran su verdadera historia (y lo que es peor: ignoran que la ignoran). Pérez Lavalle, una generación después, recorre el camino inverso al de las Abuelas: sabe que desconoce una parte de su historia e intenta reconstruirla, en una suerte de trama policial donde el cuerpo del delito y la detective coinciden en la misma persona.
Como no podría ser de otra manera, las críticas más descarnadas provienen de Nadiya, la que tiene menos para perder. Tras referirse a las medallas que el régimen nazi y el soviético otorgaban a las mujeres que tenían muchos hijos, se pregunta «cuántas condecoraciones debería dar[les] el capitalismo» (p. 150) a ella y las demás mujeres convertidas en fábricas de bebés para familias ricas de otras latitudes. El capitalismo no como entelequia, la propia Nadiya lo aclara: «La maldad no es una cosa abstracta, para nada. Tiene forma, tiene consecuencias y, como si fuera poco, tiene nombres y apellidos. También cuentas bancarias» (p. 146).
Paula Puebla (Berazategui, provincia de Buenos Aires, 1984) ha construido una novela potente, atrapante y lúcida, con un estilo personal que mezcla buenas dosis de acidez y cinismo con la valentía para afrontar temas espinosos y salir airosa del desafío, incluso con humor. Un estilo que ratifica el que ya habían mostrado su primera novela, Una vida en presente (2018), y los ensayos de Maldita tú eres (2019), libros publicados en la capital argentina por la editorial 17 Grises.
La historia de una persona no solo son sus búsquedas: «Es también a quiénes encuentra» (p. 24), añade Pérez Lavalle. Toda historia es, en definitiva, una suma de búsquedas y encuentros. Y desencuentros. Estos últimos son, a menudo, paradójicamente, los que dotan de sentido a las historias, los que nos permiten entenderlas. Unos desencuentros que se producen, entre otras cosas, como afirma Nadiya, porque «la gente miente, las mujeres y los hombres ocultan, la historia ignora y el tiempo borra, pero el cuerpo es quien recuerda» (p. 151).