Siete meses después Cela fallecía a causa de una insuficiencia cardiopulmonar, en la Clínica Cemtro de Madrid, el 17 de enero de 2002. Umbral, cabizbajo, sería de los primeros en acudir al tanatorio. Sus declaraciones fueron tan concisas como inequívocas y a nadie sorprendieron: «Hoy me siento huérfano. Fue mi padre literario». Sin embargo, el punto final a la relación de tantos años la pondría el mismo escritor, tres meses después, en un libro claramente oportunista titulado: Cela: un cadáver exquisito. Vida y obra (Planeta, abril de 2002), que apareció con la lógica expectación. No caben dudas de que quiso escribir su «todo Cela» y, en efecto, Umbral podía haber escrito un libro magnífico (aunque no en dos meses) sobre su maestro de energía, pues lo trató muy de cerca en los últimos años. Habían disfrutado de amigos/enemigos comunes, habían compartido veladas y premios. Y, como ya se ha dicho, Cela fue el artífice del galardón más importante de los concedidos al autor de Trilogía de Madrid. Ambos habían hecho de sus propias personalidades fuertes, solitarias y narcisistas un centro de atención continuado. De modo que a nadie podía extrañar que Umbral aprovechara todas esas experiencias para un libro: es lo que hace un escritor con su experiencia, volcarla en la escritura. Su posición, como digo, era excepcional para dibujar el perfil crepuscular de un hombre cuya trayectoria profesional y vital conocía como nadie; y del cual nos había dado incisivos apuntes en libros anteriores. En Trilogía de Madrid, por ejemplo, lo presenta como «un nudo de enigmas» no resueltos por el mundo académico, del que dice: «A mí me gusta estar con él, porque dejo que queme la primera traca de efectos especiales, muy preparados, y luego sale el Camilo auténtico, cordial, ingenioso, observador y plástico, que es igual que su obra» (1996, 239). En Madrid, tribu urbana. Del socialismo a don Froilán, sin embargo, ya se percibe un cierto distanciamiento del último premio Nobel español. Lo describe como un hombre con achaques («adolorido y añoso»), receloso de su fama, abducido por la juventud de Marina Castaño y arrojado a un derroche social y económico que íntimamente parece desbordarle. Pero, en todo caso, Cela: un cadáver exquisito no es el libro que cabía esperar, aun explorando la veta crítica insinuada en obras anteriores, sino uno muy distinto, donde queda de manifiesto no sólo el sentimiento ambivalente y oscuro que anidaba en el corazón de Umbral, sino sobre todo el vacío en que se movió su literatura de los últimos años. Por ello publicó una obra desconcertante, reiterativa (en relación a todo lo que había escrito ya de Cela), además de un tremendo error estratégico.

 

Para empezar, la extrañeza del título. ¿Cela exquisito? De todas las cualidades posibles, la exquisitez nunca emparentó con el escritor gallego. Todos recordamos el juego de salón adoptado por los surrealistas: cada persona escribe una parte de una frase y a continuación dobla la hoja de papel para ocultar lo que ha escrito y pasar el papel a otra que, a su vez, escribe lo que quiere ignorando lo anterior. Al final del juego, que puede dar tantas vueltas como se quiera, los participantes leen lo escrito entre todos y el efecto es imprevisible. Por lo visto, la primera vez que practicaron el juego surgió la frase: “El cadáver exquisito beberá el vino nuevo”. Y empezaron a llamar así, cadáveres exquisitos, a los dibujos y poemas compuestos bajo el signo del azar. ¿Por qué lo titula así Umbral? El libro nada tiene que ver con el surrealismo ni con el azar. No, la lectura es otra y tiene que ver con lo sucedido a la muerte del novelista; y es que sus dos herederos se disputaron de inmediato el legado testamentario, por lo visto en el propio entierro, según afirma Ian Gibson en su biografía, apresurada pero atinada y eficaz. Mejor dicho, fue la segunda esposa del escritor, la que abordó al hijo de Cela, Camilo José Cela Conde, mencionándole la urgencia de tratar sobre la herencia (2003, 17). Por tanto, sí que podía verse a Cela como «un cadáver exquisito», es decir, codiciado, valioso y frágil. Hay que decir, sin embargo, que Umbral ya había utilizado la imagen aplicada a Azorín en Trilogía de Madrid.[i] En todo caso, sorprende, la elección de Cela como cadáver en un libro biográfico, es decir, que para hablar de su amigo, Umbral recurra a la evidencia de la muerte (¿del hombre?, ¿de la obra?) imponiéndola a la vida que fue. A partir de aquí todo es posible. Y, en efecto, como ya he dicho, es uno de los libros menos afortunados de Umbral: errático y reiterativo, es la expresión de un profundo agotamiento creador. Junto al elogio ditirámbico el lector encuentra juicios inapropiados y observaciones que carecen de fundamento necesario para resultar convincentes. Por ejemplo, se sostiene a lo largo del libro que la mejor obra del novelista es… La colmena, La rosa, Viaje a la Alcarria, indistintamente, según convenga a la narración.

En todo caso, lo que nadie comprendió en su momento fueron las reservas y reproches formulados al que fuera uno de sus primeros valedores y al que tres meses antes había calificado de «padre literario». Y así se señala en el libro el escaso talento, incluso la torpeza de Cela para el articulismo (género en el que el propio Umbral era un maestro) o su falta de hondura intelectual: «Cela no era eso que se llama un escritor de ideas. Tenía cuatro ideas, pero muy claras y sensatas, muy bien distribuidas y que le sirvieron para manejarse toda su vida» (2002, 12). Pero no se señalan cuáles son esas cuatro ideas que le sirvieron para estructurar su vida y su obra. Umbral también expresa sus reservas con el hombre: lo ve apegado al dinero, con vocación de millonario antes que de escritor. Alude a menudo a la rigidez de Cela en su vida diaria, a su inclinación a las formalidades y protocolos, pero no hay el menor intento de analizar su actitud, de profundizar en ella. Como digo, el resultado es de una notable falta de coherencia interna que se intensifica con la división del libro en dos partes, vida y obra, cuando las ideas y argumentos que se manejan en ambas son las mismas y repetidas. La técnica de composición del libro quedaba en evidencia: Umbral había recosido antiguos textos escritos sobre el maestro a los que añadió algo de mordiente para asegurarse su venta. Una operación comercial carente de un sostén narrativo, y menos moral, que lo justificara.

Quiero terminar recordando lo que sostenía Camilo José Cela en el prólogo a su primer volumen de memorias (La rosa, ya citado), cuando decía que los años de la vejez no eran buenos para la sinceridad: «Suelen venir viciados por la decepción, por el mal humor, por el artritismo y por el miedo». Claro que Cela escribió La rosa antes de cumplir los 34 años, de modo que muy bien podía mostrarse altivo, incluso provocador con los recuerdos escritos a cierta edad: cuando uno tiene poco más de 30 años no hay todavía ninguna anticipación de la vejez, ésta apenas existe, y eso puede explicar el arrojo y la temeridad con que los jóvenes enfrentan muchas situaciones. Podría decirse que el libro de Umbral sobre Cela venía viciado, en efecto, por esa falta de sinceridad. El primero es ya un viejo y fatigado león cuya esclerotizada escritura no puede enfrentarse a la verdad de una historia apasionante, cargada de luces y de sombras. ¿Hubiera actuado Cela del mismo modo con Umbral, escribiendo un libro precipitado y flojo? No lo sabemos, nunca lo sabremos, aunque sí sabemos cómo reaccionaba Cela al desgaste. Ambos dieron la impresión de llegar al final de sus vidas con un cansancio cósmico que facilitaba decisiones desnortadas, faltas de criterio. Pero está claro que dos personalidades inmensamente ególatras como fueron las suyas, con un hambre desesperada de reconocimiento, hacían imposible el acercamiento verdadero y despojado de sí que exige la amistad. Lo sentenciaría el propio Umbral en Madrid, tribu urbana: «Un genio tiene su elipse y no soporta a otro genio vagabundeando dentro de la elipse».

NOTAS
1 Cfr. La noche que llegué al café Gijón, 47. El motivo de que el acto fuera tan formal era la reciente incorporación de
Manuel Fraga Iribarne como ministro de Información y Turismo. El nombramiento de Fraga se asoció con una tímida apertura política del régimen franquista y trajo consigo una Ley de Prensa (15 de marzo de 1966) que regulaba lo que venía siendo un clamor por parte de los medios de comunicación: la necesidad de suprimir la censura previa para la prensa. Hubo otros muchos cambios; por ejemplo, en la dirección de algunas revistas culturales, como la influyente La Estafeta Literaria.
2 En «El escritor de la postguerra», El País, 25/1/2002.
3 Camilo José Cela. Correspondencia con el exilio, ed. de Jordi Amat y prólogo de Eduardo Chamorro, Destino, 2009.
4 S/f, pero en respuesta a la carta de Arrabal del 7 de marzo de 1979, ibid., p. 523.
5 «Fin de semana con Camilo José Cela», Mundo Hispánico, junio de 1963. La editorial se puso en marcha a partir de septiembre de 1964.
6 No sólo era organizador del premio sino también presidente del Jurado, integrado asimismo por José María Martínez Cachero y Fernando Lázaro Carreter.
7 Cfr. Francisco Umbral. El frío de una vida, Espasa, 2004, p. 199 y ss.
8 Conversaciones, p. 71.
9 En «La conversación», Leer, julio-agosto de 2002, entrevista a Francisco Umbral concedida a raíz de la publicación de Cela: un cadáver exquisito.
10 Cfr. Francisco Umbral. El frío de una vida, p. 349 y ss.
11 En «Vamos a menos», El País, 10/1/2001.
12 Julio Llamazares, «El arzobispo de Manila», El País,
14/11/1989; Antonio Muñoz Molina, «Teoría del elogio insultante», El País, 9/3/1994.
13 En «El Nobel, en la latrina», El País, 15/6/1998.
14 Jesús Ruiz Mantilla, «Cuando Camilo José Cela entró en crisis», El País, 27/12/2015.

15 En su mente bullen sin duda los nombres que le critican abiertamente, pero, más allá de eso, conocemos el rechazo de Cela tanto al Opus Dei como al PCE.
16 El título, tal como figuraba en la primera edición, era un alarde exhibicionista: La cucaña. Memorias de Camilo José Cela. Tranco primero. Infancia dorada, pubertad siniestra, primera juventud. Libro primero. La rosa (Destino, 1959).
17 En una carta a María Zambrano después de que ésta le preguntara por la continuación de La rosa, responde: «El tomo ii de mis memorias ni ha aparecido ni está aún escrito; es uno de mis inmediatos proyectos, que veré de realizar tan pronto pueda», 4 de enero de 1961, en Correspondencia con el exilio, op. cit., p. 45 Llegaría muchos años después con el título Memorias, entendimientos y voluntades.
18 Carta del 17 de agosto de 1964, en Correspondencia con el exilio, op. cit., p 373.
19 Carta fechada en el Hotel Castellana Hilton de Madrid, el 17 de septiembre de 1964, p. 379.
20 Ibid., el 2 de septiembre de 1963, Correspondencia con el exilio, p. 347.
21 Carta fechada en La Jolla, 19 de marzo de 1965, Correspondencia con el exilio, p. 384-385.
22 El Mundo.
23 Refiriendo una catastrófica, por lacónica, entrevista al maestro (1996, 84).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS NO INCLUIDAS EN LAS NOTAS
· Gibson, Ian. Cela, el hombre que quiso ganar, Madrid, Aguilar, 2003.
· Pániker, Salvador. Conversaciones en Madrid y en Cataluña (1966), Barcelona, Kairós, 2004.
· Umbral, Francisco. Las palabras de la tribu. De Rubén Darío a Cela, Barcelona, Planeta, 1994.