Daniel Gascón
El padre de tus hijos
Random House
168 páginas
Algo desilusionado de su vida en pareja, un hombre se siente atraído por «la doble vida y las emociones intensas de la ocultación». Decide entonces no cometer adulterio pero sí fingirlo: actúa como si tuviera una amante, tratando de generar sospechas en su mujer. Construye sus pequeñas mentiras a partir de elementos de la realidad, lo que le recuerda «aquella idea que estudiaban en la carrera de engañar con la verdad». Una idea que –como ya nos explicó Ricardo Piglia– condensa el arte de contar historias: «Narrar es como jugar al póker: todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad». En esa clave se puede leer no solo «El adúltero» (el cuento cuyo punto de partida se resume en las primeras líneas de este párrafo) sino los 16 relatos que componen El padre de tus hijos, de Daniel Gascón. El autor parece agazapado detrás de sus personajes –casi todos hombres, casi todos narradores que de un modo u otro se hallan inmersos en eso que se suele llamar la crisis de la mediana edad– alterando apenas el orden de la realidad con el afán de que se asemeje a la mentira, o al engaño, o a la infidelidad, que son, en última instancia, diversas formas de la ficción.
Las inquietudes de la mediana edad no se retratan solo en el desgaste del amor y en las fantasías de infidelidad. También se manifiestan en el dejo nostálgico que subyace en las historias del pasado, de la adolescencia y la primera juventud, territorio de promesas, coqueteos, rebeldías, descubrimientos. El presente –la madurez– no permite mirar tanto hacia delante: el futuro ya llegó y hay que hacerse cargo de una vida que viene sin manual de instrucciones. Lo grafica la narradora del relato «La entrevista», quien apunta que poco después del nacimiento de su hijo creía que «ya sabía lo que significaba ser adulta», pero después reconoce que «estaba muerta de miedo la mitad del tiempo […] porque no tenía ni idea de lo que debía hacer. Veía que no sabía nada y que mis padres tampoco habían sabido nada, y pensé que ser adulto era darse cuenta de eso, convivir con esa incertidumbre».
Uno de los puntos más altos del libro lo alcanzan las páginas de «La estación de los amores», un emotivo homenaje para el escritor Félix Romeo, muerto en 2011, a quien el narrador «conocía desde niño». En un pasaje de ese cuento el Gascón personaje le cuenta a su amigo que estaba rompiendo con su novia. «Lo que pasa es que tú has cambiado y ella no», le explica entonces Félix, que era trece años mayor que él. «Tú has cambiado, has publicado un libro, y ella sigue con una actitud adolescente. Echa a los demás la culpa de vuestros problemas». La escena, que puede pasar casi inadvertida en un relato que habla sobre todo de una crisis de pareja del propio Félix, vuelve sobre el gran hilo conductor de El padre de tus hijos: la tensión entre la juventud y la madurez y las dificultades para resolverla.
Tensión que, desde luego, no se resuelve. En el cuento «Voces», el protagonista idealiza a unos vecinos, una familia similar a la suya (pareja heterosexual y niño pequeño) que vive en su mismo edificio y a la que conoce sobre todo de oírla por la ventana. Su admiración es tanta que «ni siquiera los envidiaba». Cuando escucha a su vecina cantar, se da cuenta de que ella «no acababa la canción, repetía las mismas tres o cuatro frases […] Y tampoco cantaba especialmente bien: era un tono distraído, relajado, pero al mismo tiempo evocador. El tono, pensaba él, de quien es feliz y piensa en otra cosa». ¿La felicidad incluye necesariamente la conciencia de la propia felicidad? ¿O, por el contrario, solo es auténticamente feliz quien no advierte lo feliz que es?
He ahí, en cualquier caso, otra clave del arte de narrar. Dar con un tono que parece distraído y relajado y al mismo tiempo evocador para buscar algo que siempre está en otra parte: en el pasado, en las vidas ajenas, en la cara oculta de los hechos cotidianos, en esa materia oscura que hace posible que las meras anécdotas se conviertan en historias sutiles, certeras y a veces melancólicas, como logra Daniel Gascón en estos relatos.