Edgardo Dobry
El parasimpático
Club Editor
106 páginas
POR VALENTINA LITVAN

¿Qué lugar ofrecen nuestras sociedades capitalistas a la poesía?, ¿de qué manera la poesía puede intervenir en la realidad del s. XXI?, ¿cómo seguir escribiendo en primera persona después de que Rimbaud declarara Je est un autre?, o aun ¿qué tradición literaria para la lengua castellana en la era de la globalización? Son algunas de las preguntas a las que invita Edgardo Dobry (Rosario, Argentina, 1962), desde las distintas facetas de su producción, como poeta, ensayista, traductor y profesor en la Universidad de Barcelona, ciudad en la que reside.

Su nuevo poemario, El parasimpático, muestra a un poeta contemplativo, que reflexiona en verso sobre lo que observa, escenas y situaciones de la realidad circunstancial en la que el sujeto lírico se inscribe, como parte de la misma. El título sugiere, en este sentido, una metonimia científica como principio de la producción poética: frente a la adrenalina generada por el sistema nervioso simpático, el parasimpático estimula la relajación, y el poeta aquí parece estar bajo sus efectos, en estado de reposo. Se trata, quizás, de una nueva forma de resistencia para la poesía, ante la productividad y el rendimiento que exige nuestra época. De ahí la advertencia con la que empieza el soneto que abre, no sin humor, el poemario: «Debes saberlo, libro: aquí abajo / no habrá para ti premio hoy en día; / cuando el hombre suspira todavía / nadie aprecia virtud en su trabajo». 

Lejos de una actitud mística o trascendente, la contemplación del poeta consiste para El parasimpático en rescatar la dimensión humana de la realidad, que por momentos creíamos perdida. Recuerda en cierta medida al arte de Montaigne en sus ensayos, pues como al filósofo francés, pero a través del verso, a Dobry le interesan los temas más variados de la realidad para abordar a través de ellos la condición humana. Mediante un tono conversacional, aunque no oral, los poemas se convierten en meditaciones sobre la vida de todos los días, brindando a las situaciones anodinas y a las pequeñas cosas un sentido nuevo, la mayoría de las veces no exento de un sutil tono mordaz. Lo parasimpático podría constituir en este sentido un neologismo para evocar tanto el estado contemplativo que favorece la quietud, como el humor que se desprende de una mirada que, dejándose asombrar en ese estado, revela una nueva dimensión humana a partir de lo más banal e inesperado, como en los siguientes versos: «esa mueca pálida al trasluz con filo / de asombro en torno al cuello / quiere ahuyentar la mosca que lo humilla, / desnuda como está, siempre despierta». De acuerdo con ello, no se hallan aquí ni la luz cegadora de una intensidad vanguardista, ni la noche oscura del alma espiritual; frente a la mañana luminosa, estos poemas tienen lugar «de mañana, / la taza en la mano, la tostada en la mesa», en «Una mañana de marzo templada», o «después del almuerzo», en «la tarde distraída». Frente al lenguaje exaltado que busca la plenitud, El parasimpático se adecua con la serenidad y somnolencia de una atmósfera propicia para la meditación interior, como en la siguiente analogía: «esa zona de abril en que la flora, // como un trabajo publicado, / se muestra algo apenada». Es precisamente bajo la luz tenue, cuando los sentidos son capaces de entrever lo que tradicionalmente la poesía común calla, y devolver a la cotidiana transparencia un halo de excepcionalidad: «Cada vez que entra un vecino / la puerta de la calle hipnotizada // relincha a la indolente luna / que de un estornudo la despierta». Estos poemas de Dobry proponen, así, una meditación abierta al mundo, que en lugar de conducir al ensimismamiento irremediable, se muestra atenta a los demás, convocándolos en un diálogo continuo, generalmente a través de la evocación de seres queridos y amigos que funcionan a la vez como disparadores y contrapunto para la reflexión. De este modo, la melancolía provocada por las pérdidas, muy presentes también en el libro, se ve compensada por la alegría de la complicidad que generan las vivencias y referencias compartidas. En muchas ocasiones la amistad está en el centro de la escena, como en los poemas «Confusión» y «Lo mejor es no fumar», originando el carácter humorístico de situaciones contradictorias e insólitas memorables. Precisamente este último poema se inspira en un tema de Le spleen de Paris de Baudelaire, que fue condenado en su época por delito moral al asociar poesía y dinero.

Consciente de que la poesía de hoy no puede sino ser heredera del poeta francés en tanto que primer poeta de la vida moderna, Dobry propone en El parasimpático una lúcida articulación entre la circulación mercantil y la poesía. Las tres partes que componen el libro se titulan «peso neto», «como todo» y «un réquiem». En el primer caso, el «peso neto» equivale literalmente al peso real de una mercancía sin su embalaje, pero también, en su acepción económica, significa la cantidad resultante tras haber aplicado los descuentos debidos. ¿Se trata acaso de una metáfora para referirse a la materia literaria como el cuerpo desnudo de la lengua, sin contenidos superficiales ni florituras? ¿o hay que interpretarlo como una broma del poeta al recordar lo poco que nos va quedando en este mundo? El segundo subtítulo, «como todo», ofrece a su vez distintas lecturas, según leamos en el «como» un verbo, en cuyo caso evocaría una insaciable glotonería y ambición propiamente capitalistas, o un término comparativo, con el grado de tolerancia o resignación de la expresión. No se trata de proponer lecturas excluyentes, sino de volver precisamente audible la tensión que provoca el encuentro entre ocio y productividad. Es en la articulación de esa tensión donde los poemas de El parasimpático resultan de un hallazgo particularmente original y sorprendente. 

La tercera parte del poemario es un réquiem, en el que nuevamente Dobry rompe con la solemnidad que presupone el género para retratar a un ser querido, a quien restituye toda su vitalidad, a partir de algunas anécdotas que despliega a lo largo del poema. La muerte reaparece en otro hermoso poema donde la madre del poeta lo visita en la cocina; el carácter tragicómico de la escena alcanza una dimensión de ternura extraordinaria. Sin sensiblería ni sacralización, en estos versos de Dobry encontramos a un sujeto lírico atravesado por la experiencia y los afectos. 

Fruto de un sujeto anclado en su realidad histórica, la lengua se expone como materia del tiempo, en toda su densidad. No solo a través de la historicidad de la lengua Dobry devuelve el poema a la realidad, sino que además procura un cuidado excelso a las palabras, consciente de que en los distintos significantes se ha depositado el tiempo. Por esta razón, como ya hacía en otros poemarios anteriores, Dobry juega con la polisemia de los términos, despertando sentidos dormidos e inusuales, revitalizando la lengua y posibilitando, por consiguiente, una pluralidad de lecturas e interpretaciones. 

Por último, junto a la conciencia con la que Dobry se sirve de la lengua, de su materialidad como manifestación de su historicidad y, por consiguiente, a su trabajo de poeta en el sentido etimológico de poiesis, esto es del obrar literalmente con la materia, destacaré también la lucidez con la que el poeta se inserta en la tradición. Argentino radicado en España, Dobry se apropia y resemantiza la rica herencia de la lengua castellana de todos los tiempos. Es más, en estos poemas la tradición española es inseparable de la tradición americana, pero también de la tradición europea de la lírica moderna. Junto al diálogo con amigos y familiares, vivos y muertos, en los versos de El parasimpático resuenan de este modo poetas tan distintos como Góngora, Darío, Vallejo, Ajmátova o Baudelaire, por nombrar algunos ejemplos. Es tal vez el gran desafío de este libro: proponer una poesía a la vez local y universal, en la que la tradición deja de pertenecer al pasado para convertirse en una sincronía de tiempos que apuestan por una lengua del porvenir.