Ana Calvo Revilla y Ángel Arias Urrutia (eds.)
Escrituras enREDadas
Iberoamericana Editorial Vervuert
245 páginas
POR VICENTE LUIS MORA

La profesora Ana Calvo Revilla, una de las máximas autoridades en el estudio del microcuento literario, y Ángel Arias reúnen en este sugerente volumen a un variado grupo de investigadores, cuyas contribuciones ayudan a entender el auge del microrrelato en general y su estrecha relación con las tecnologías digitales y la imagen en particular. 

El volumen lo abre Ana Calvo, que continúa su investigación sobre el microcuento contemporáneo con un fructífero resultado, tanto en lo cualitativo como en lo cualitativo. A su juicio, la hibridación, la repetición, la serie, la transgresión y la integración semiótica componen una «poética de la brevedad» (p. 21) característica de parte de la literatura del presente. Calvo se centra en el corpus de los conjuntos textovisuales que mueven a numerosos escritores actuales a escribir textos literarios acompañados de imágenes, formando una unidad compleja e inseparable desde el punto de vista estético. Y se centra en tres expresiones concretas: las microficciones ilustradas del mexicano Mauricio Montiel Figueras —un autor con larga tradición en el enriquecimiento de la narración mediante tecnologías digitales—, las cuidadas estampas del ilustrador zaragozano Albert Soloviev en Instagram, y los microcuentos que la aragonesa Patricia Esteban Erlés publica con cierta habitualidad en Facebook. El análisis de las piezas es acertado y se contextualiza teóricamente con soltura, concluyendo Calvo Revilla que estas muestras de microtextualidad hipermedial «de gran densidad semiótica […] se convierten en instrumentos privilegiados de indagación en el enigma de la condición humana» (p. 41). Una línea similar sigue María Rosa Navarro Romero en su contribución, titulada «Una imagen, dos mil historias. Reto creativo del microrrelato hipermedial», donde a partir de la visión retórica de Tomás Albaladejo establece una lectura de la conjunción entre microcuento y fotografía, a partir del taller abierto que el escritor Juan Jacinto Muñoz Rengel imparte a través de su cuenta de Twitter, gracias a la cual «la pantalla se convierte en esa cocina literaria […] en la que se crean sinergias, afinidades y colaboraciones».

En un sentido similar, Ángel Arias Urrutia y Miguel Ángel de Santiago examinan el papel de la fotografía en el microrrelato mexicano, con notable aparato crítico, ofreciendo los reveladores datos de un estudio que demostraba lo que algunos investigadores veníamos apuntando desde años atrás, y es que las formas literarias breves se llevan bien con internet: «de entre los 202 escritores registrados […] un 78% participaban en redes sociales, con cuentas en Twitter, Facebook e Instagram, y que el 42% de ellos se había adentrado en la elaboración de una bitácora personal» (p. 98). Esto indica que el microrrelato es un género tendente a la rápida difusión, y que esta circulación se cifra en la pieza individual y exenta, más que en el libro agrupado o recopilatorio. Los autores comentan algunos casos de certámenes que animan a escribir microcuentos a partir de una imagen (vgr., el convocado durante catorce años por Alberto Chimal), que incide en la creación de «verdaderas comunidades de lectores y creadores». Otro ejemplo de comunidad creativa dedicada a ligar de forma creativa imagen y literatura es el concurso de microcuento textovisual que examina Rachel Bullough, repasando la trayectoria de la revista FlashBack Fiction.

Por su parte, Belén Mateos Blanco y Eva Álvarez Ramos examinan el «ecosistema microficcional infantil», analizando sus distintos tipos y funciones. Un acercamiento que no deja de ser otra evidencia más de la pujanza de la LIJ (término con el que los expertos aglutinan literatura infantil y juvenil), uno de los pocos géneros libres de los embates de las sucesivas crisis económicas y firme en el interés de sus lectores. Las dos autoras hacen un recorrido por el cada vez más nutrido repertorio de textos y antologías de minificción infantil (varias de ellas, por cierto, organizadas en torno al tiempo previsto de lectura de los textos, véase p. 54), un creciente corpus que brinda oportunidades a los padres para elegir cuentos que, no solo por su brevedad, sino también por su sofisticación narrativa, pueden resultar atractivos para los niños.

El blog de Antonio Muñoz Molina, Visto y no visto, es sometido a examen retórico por David Amezcua Gómez, explorando la relación entre las entradas de la bitácora escritas en 2010 y un libro posterior del jiennense, Un andar solitario entre la gente (2018), caracterizado por su tejido reticular. Manuel Alberca, gran tratadista de la autobiografía literaria en sus diversas formas, apuntó que el estatuto del dietario es más público que el privado del diario íntimo, y para Amezcua esta escritura pública es característica del blog de Muñoz Molina y su novelización. Parece claro que el entorno tecnológico (como también muestra el texto de Daniel Escandell incluido en este volumen, del que ahora daremos noticia) genera una interferencia en el modo en que surge la escritura dietarística de Muñoz Molina. Como apuntaba el escritor argentino Damián Tabarovsky años atrás, «no se puede pensar la literatura fuera del sistema de referencias a los que se enfrenta: el relato del noticiero, el bricolaje informativo, Internet, la fragmentación del blog, el mensaje de texto. Son todas formas de la narración instaladas en un después de las grandes narraciones, en la post-narración». De hecho, Amezcua apunta (págs. 155-156) que la interacción de Muñoz Molina con los lectores de su blog incide directamente en su escritura, al comentar sus opiniones y responder a sus preguntas, incorporando el pensamiento ajeno al hilo narrativo. La posterior conversión en novela, según Amezcua, es indiciaria de los distintos tipos de planteamiento, «de un fructífero entrelazamiento entre los relatos del hilo de los días propios de las escrituras del yo y las invenciones de la ficción» (p. 163).

Daniel Escandell, como es natural en un notable estudioso del hecho tecnológico-literario como él, estudia una de las formas narrativas en la red social Twitter: el microgénero negro, que analiza desde la dualidad terminológica —muy presente en la teoría literaria de los últimos años— entre fragmento y fractal, conceptos con elementos en común. La recursividad, elemento propio del fractal, caracteriza el cuento-hilo de Twitter que Escandell desmenuza y abre la puerta a varias consideraciones de interés, como la de que «las formas del misterio tienen un lugar destacado en las comunidades en línea […] quizá por la predisposición del público a ser crédulo o, si no es así, a establecer un pacto ficcional con estos relatos» (p. 170). Es decir, la posverdad reinante en las redes parece jugar a favor de la ficción, lo que es malo para la información cívica, pero feliz para la germinación de literatura.

Carmen Morán Rodríguez, una de las mayores especialistas en Rosa Chacel y narrativa castellana, muestra su versatilidad asomándose al género popular de los creepypastas, término dado al fenómeno de redifusión generalizada, anónima y apropiacionista de relatos de terror por la red. Como en el caso antes citado de la narrativa de misterio, también estas historias muestran, a juicio de Morán, «la conmovedora actualidad del debate entre historias falsas e historias verdaderas», y su seminal mistificación «continúa manteniendo su total vigencia allí donde mayor vitalidad popular tiene la narración de historias» (p. 191), activando el motor social de narraciones a la intemperie, escritas extramuros del amparo de la institución literaria.

Emiliano Blasco Doñamayo ahonda en las «historias» de la red social Instagram como fórmula narrativa, desde un enfoque más comunicativo que retórico. Centrada en la conocida como Generación Z (nacidos entre 1995 y 2012), su propuesta no tiene como núcleo la narración literaria de formato breve, sino el relato del yo que estos jóvenes usuarios emiten o irradian en Instagram, analizado con una amplia panoplia estadística.

La aportación más técnica corre a cargo de Mariano Fernández-López, que lleva a cabo una pormenorizada explicación del concepto de Web Semántica —muy complejo para intentar siquiera resumirlo aquí—, y realiza pesquisas sobre los posibles esquemas del grafo de reconocimiento del microrrelato hipermedia en español, que pueden ser de utilidad en el marco de las Humanidades Digitales, un campo de investigación en auge.

En la mayoría de los capítulos, por tanto, se lleva a cabo una reconstrucción de la importancia de los textos fragmentarios y, sobre todo, de la microficción, donde se incide en referentes teóricos como Lagmanovich, Zavala, Irene Andrés-Suárez, Koch, Eva Álvarez Ramos, Albaladejo o la propia Ana Calvo. El rigor teórico y el interés en la evolución de las formas literarias breves hace que nos encontremos ante una novedad bibliográfica que constituye una referencia en las materias abordadas.