Manuel Astur
La aurora cuando surge
Acantilado
192 páginas
POR JUAN GRACIA ARMENDÁRIZ

Comenzaré por el final: hasta donde conozco la obra de Manuel Astur, La aurora cuando surge es su mejor libro. Trataré de argumentar esta afirmación sin menosprecio de sus libros anteriores ni alabanza vacua de su última entrega, que también presenta líneas de sombra merecedoras de comentario. 

Debo confesar mi debilidad por los géneros híbridos, los textos misceláneos, los moldes que se rompen para dar cabida a otras formas fronterizas y, sólo en apariencia, leves, como barruntó Italo Calvino. Sospecho que Astur comparte esta debilidad. Es un heterodoxo, a la manera en que lo fue Salvador Pániker, esto es, un «retroprogresivo», alguien que encuentra valores en lo antiguo, lo mítico, lo primitivo que deben ser preservados, léase San, el libro de los milagros (2020), para, a partir de ellos dar un paso hacia el futuro. Eso sí: sin olvidar jamás el presente. Falta hacen en la literatura y en la vida los heterodoxos. Disculpen la autocita: «Si uno no es libre cuando escribe, ¿cuándo piensa serlo?». Pues eso, Astur es un hombre libre, es decir escritor libre. 

La aurora cuando surge, título que podría encabezar un poemario, es su mejor libro, sí, y es la consecuencia de una poética libertaria de la construcción narrativa. Lo demostró en Seré un anciano hermoso en un gran país. Gran título consignado, heterodoxamente, en su subtítulo: «ensayo emocional». La fórmula parece impostada pero resulta más acertada de lo que a primera vista pudiera parecer. El resultado fue un texto a ratos descosido, en el mejor sentido del término, desatado por libre: ensayo, confesión, auge y caída. Algunos momentos acongojan al lector: el escritor practica el ritual del seppuku, con sus vísceras y entrañas humeantes que caen del filo de la página, si se me permite la desmesura. Pero aquí no hemos venido a hablar de aquel ensayo emocional, sino de La aurora cuando surge, pensarán. Pues bien, allá vamos. Comienzo por apuntar un dato clave para entender el significado de este texto. Me refiero a la figura del padre. En el prólogo de 2019 a la segunda edición del ensayo emocional antes citado, Astur explicaba que, tras entregar el manuscrito, tomó el Camino de Santiago para pedir al santo que su padre muriera sin sufrimiento. «Santiago cumplió su promesa. Mi padre, Antonio González Areces, se durmió para no despertar más hace año y medio, casi sin enterarse, después de una enfermedad que no le hizo sufrir demasiado Este libro, por supuesto, está dedicado a él. Siempre lo ha estado». El dato no es baladí, pues apunta a que la muerte del padre acaeció en 2017. La primera edición del ensayo emocional data de 2015; y cuatro años después, en 2019, la segunda edición se dedica a la memoria del padre… Y siete años más tarde el padre es la sombra que puebla el diario de un viaje a Italia, titulado La aurora cuando surge. Con un salto que pisa con la punta de la bota su novela San, el libro de los milagros la obra del autor es cruzada por la figura paterna y sus enseñanzas, sus recuerdos y su muerte. No haré psicoanálisis de andar por casa, porque comprendo perfectamente dicha devoción. ¿Quién necesita un terapeuta que le arregle su devocionario personal? ¿Quién necesita un reseñista que señale esta obviedad? Sólo un apunte: no estamos ante el fantasma hamletiano, ni ante un desdichado ajuste de cuentas de hijo castrado. Este libro, aunque asuste la palabra en tiempos de melindros léxicos, destila amor por el padre muerto. Un amor sereno, sin aspavientos. 

La aurora cuando surge puede leerse sin haber tenido noticia de sus obras anteriores. De hecho, quizá sea mejor así, leerlo con ojos limpios, si tal cosa es posible en el reino de la literatura, es decir de la fantasmagoría. El texto es un diario de viaje traspasado por la viga maestra del duelo que va ganando presencia conforme avanza la búsqueda. Pero hay que insistir: no es una obra doliente. El llanto está decantado en una suerte de tristeza madurada. Aquí no encontramos la voz narradora de su ensayo; tampoco las perspectivas narradoras libérrimas de su novela, que le hacen una finta al costumbrismo por elevación. 

En el viaje a Italia que el narrador comienza junto a su pareja para que la aurora surja, encontramos la voz atemperada de un autor que, sobre todo, ha aprendido a cultivar la mirada. O mejor dicho: a describir las escenas cotidianas donde los otros –turistas en chanclas, hermosos ancianos, mujeres maravillosamente vocingleras, perros polvorientos, una gata huidiza-, son mostrados con gran habilidad. En mi opinión, estas breves estampas con figuras son de lo más logrado del libro. El placer que causan no es correspondido cuando el paisaje y la naturaleza dominan la mirada del autor. Y bien que me fastidia, pero el arrebato estético y moral que provoca en el autor un paisaje marítimo o volcánico está lejos de alcanzar la agudeza de las estampas dominadas por figuras humanas. El exceso de comparaciones, el abuso del adverbio «como» son rasgos estilísticos que hubiesen necesitado una poda. También, a mi entender, los poemas que el autor ajusta entre una anotación y otra a modo de sublimación de la prosa. Si se me permite el ademán profesoral: salvo alguna excepción, poco añaden a una narración que se defiende sin ayudas líricas. La mejor poesía de este libro está en su prosa… y en la mirada que la hace posible. 

El asunto principal el libro, más allá de las pejigueras formales apuntadas, es la constatación de cómo se viaja y, por tanto, de cómo se vive. La literatura occidental debe su ser a dos formas narrativas: el conflicto y el viaje. Homero inauguró ambas. Sin conflicto no hay historia; sin viaje no hay narración. En el texto de Astur confluyen ambas tradiciones: hay conflicto, un padre muerto, un duelo que debe ser cerrado, y hay un viaje, que es la sustancia principal del libro. Todo viaje auténtico es una búsqueda. El autor ha elaborado una estrategia narrativa fragmentaria para ofrecer pistas sobre su viaje más personal en un texto que se aleja, aviso a navegantes, de la grisura existencial. 

Se agradece que no se consignen las entradas en orden hemerográfico, solo un número las encabeza. La aurora cuando surge habla de cómo vivimos. La cita de Christian Bobin, como en anteriores libros las de Li Po, o las referencias a Matsuo Basho nos ponen sobre la pista de la poética de un autor que desde hace siete años ha derivado hacia una literatura que habla del viaje interior. Un viaje que, si se toma en serio, ocupa toda una vida… O quizá varias. Astur no esconde sus cartas, las referencias al taoísmo o al budismo zen son explícitas, pero para el lector atento mucho más interesante resulta la voz narradora creada para que esas experiencias resulten comunicables. Créanme, eso no es tan sencillo como pueda parecer. Se lo dice un lector de Judi Krhisnamurti. Quien quiera saber, que se atreva. 

La literatura es el reino de los equívocos, y uno de ellos renuncia a reflexionar sobre la creación de una voz narradora en aquellos géneros, digamos, autobiográficos. La narratología inventó hace muchos años una categoría para clasificarlo: el narrador autodiegético. Sea como fuere, y al margen de nomenclaturas académicas, conviene siempre recordar que la biografía no sólo contempla las experiencias vividas en primera persona sino todas aquellas experiencias vicarias, esto es heredadas de la cultura y la formación: del cine, la literatura, el arte, la filosofía, las figuras iniciáticas, en definitiva, el conocimiento del mundo es parte, nada desdeñable, de la biografía de cualquiera. Visto así, en la obra de Borges es la auténtica materia literaria

Astur menciona a gran parte de los autores que viajaron a Italia y escribieron sobre ella, hay una conciencia clara de inscribirse en una tradición ilustre, como hay, sin complejo alguno, una admiración por lo italiano, una suerte de españolidad a la que se le ha extirpado el polvoriento tumor del cabreo y la tendencia periódica al suicidio colectivo. 

Por fortuna, apenas hay anotaciones que describan lo que ya es un tópico en la literatura de viajes: el descrédito del turismo y la nostalgia de Robinson Crusoe. El viaje se realiza en camioneta y se pernocta en campings, un no-lugar donde coinciden gentes rarísimas. Quizá haya un plan trazado de viaje, pero el lector tiene la impresión de que no es así, lo cual se aviene perfectamente con la intención errabunda del autor y su pareja. Leen, visitan casas de escritores, lugares que ya pertenecen a la mitología cultural. Vagabundean, beben y observan con asombro, como recomendaba Van Gogh. 

Otro equívoco de la literatura autobiográfica señala la identificación autor-narrador. Pues bien, va siendo hora de decirlo, el autor sólo comparece en este libro, como en toda obra autobiográfica, en la cubierta, el resto es literatura. Quiere decirse que una narración como la que nos ocupa exige la construcción de una voz narrativa convincente. Y Astur lo consigue. La voz narradora es aguda, es compasiva, a ratos irónica incluso desbocada, como en el pasaje que dedica a la Luna (por cierto, en vascuence «Luna», «Ilargui», se traduce como «Luz de los muertos»), en definitiva es un voz narrativa creíble, persuasiva. Es donde realmente el escritor de textos autobiográficos se ahoga o se salva. 

Acorde con las premisas antes citadas, que nada tienen que ver con la bisutería espiritual tan en boga, esa voz transmite búsqueda de serenidad, un modo de posarse sobre los acontecimientos que responde a una celebración de la existencia, aunque como a Li Po nos conduzca, a veces, a ahogarnos, embriagados por el reflejo de la luna en un río.  

Según termina el trayecto, el recuerdo del padre, y su voz se acompasan a la escritura del autor, hasta producirse un encuentro de voces, la del padre muerto y la del hijo que escribe. Es un viaje a Italia y un diálogo con la otredad, por tomar prestado el concepto de Octavio Paz. Para quien no conozca su obra encontrará un autor maduro, libre, que va ganando al lector conforme avanza en su viaje que, en el fondo, más que un homenaje al padre muerto, es una celebración de la existencia. ¿Un pequeño paso para Astur? No, un gran paso para sus lectores.