Luis Antonio de Villena
La belleza impura (poesía 1970-2021)
Editorial Milenio
1.643 páginas
POR MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA

Con la publicación de La belleza impura, su obra completa en dos volúmenes, resulta evidente que la de Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) constituye, más allá de guerras estéticas y generacionales, una voz imprescindible en las letras del idioma. Las preguntas que surgen inevitables serían: ¿qué clase de poeta es finalmente y hacia dónde se perfila su legado? Dichas interrogantes no suponen un asunto trivial. Villena, además de poeta, ha practicado todos los géneros salvo el teatral y, como periodista, ha sido una constante figura pública: aquella imagen, antes que la propia calidad de su obra, es la que se va reconfigurando con el paso del tiempo, condicionando su lectura. 

Luis Antonio de Villena fue, durante años, el emblema del poeta joven, culto y moderno, aunque parezcan lejanos hoy los aires de Mayo del 68 y los Novísimos: aquella promoción contracultural y cosmopolita se acerca a los ochenta años. La poesía, como corresponde, se mantiene viva, pero aquel mundo va quedando atrás: la obra de Villena empieza cuando España era todavía un país subdesarrollado y su propuesta eclosiona coincidiendo con la Transición como inicio de un periodo de bonanza económica. En otras palabras, probablemente los cambios de sensibilidad del siglo XXI, desde las crisis globales hasta el paso del paradigma letrado al electrónico, afectarán la recepción de su poesía, incluso dentro de lo gay, sensibilidad de la que fue defensor y pionero. 

Por estas razones, las más de 1600 páginas de La belleza impura tienen algo de insondable. La contundencia de la trayectoria resulta clara, pero los criterios de valoración se han alterado. Y dicha fisura se refleja en la propia obra, por lo que podríamos imaginar que ambos tomos (1970-2001 y 2004-2021) dividen periodos históricos de auge y caída: el poeta, como cronista y vate, ha ido plasmando un testimonio, en algunas ocasiones elevado, en otras aterrador. Así, basta acercarse sin ningún orden a estos volúmenes para comprobar que se trata de una obra bella a la par que inquietante. Algo que, obedeciendo a la intención del poeta, se parece a la vida misma. La vida como un recorrido goliardesco, alternancia de nocturnidad y libros.

En las páginas de La belleza impura, la existencia humana se muestra caótica e inestable, llena de contrastes: la pasión del poeta estaría en retratar las luces y las sombras de dicho trayecto. La estrategia, vital a la vez que artística, será la máscara de la frivolidad y su proyección en plurales mundos creativos. De allí el constante rescate de personajes raros o notables, sean artistas, aristócratas o marginales. Por consiguiente, la vocación poética de Villena se resuelve en dos frentes: la cultura como un territorio para la imaginación y la vida como una gran aventura. De este modo el arte brinda refugio, escape y evasión, pero siempre desde un profundo arraigo en lo vivido. Tal aparente paradoja o juego de contrastes responde fielmente a la personalidad del poeta: en él ir a la contra supone una pulsión individual, profunda. Lo curioso es que este tono inconforme y crítico ha coincidido con la involución social que caracteriza al actual mundo globalizado. 

En sus primeros libros hasta El viaje a Bizancio (1976), la poesía de Villena busca construir una identidad a partir de las palabras, de allí la importancia de lo histriónico y lo performativo, como en su identificación con el dandismo: el vivir literariamente tanto en los actos como en la imaginación. La pasión parece ser lo único que brinda sentido a la existencia y el lenguaje conduce a la exaltación del artificio. En consecuencia se impone la sensualidad en las imágenes y en las descripciones, la intensidad del ritmo: las palabras cantan, el deseo las hace cantar. Mas es en Hymnica (1979) cuando se da la feliz coincidencia entre el descubrimiento de los cuerpos y la primera plenitud artística: el poeta, alejado de las servidumbres de lo cotidiano, consolida así su propia mitificación.

Desde los setenta, la clave de la poesía de Villena radicará en el establecimiento de sístoles y diástoles entre el ideal y la realidad, pero es el anhelo erótico lo que potenciará su propuesta, otorgándole un universo ya inconfundible. Mas, con los años, aunque combatida mediante la fabulación y el delirio, la realidad, con su carga de vulgaridad y muerte, se irá imponiendo en libros como Huir del invierno (1981) y La muerte únicamente (1984). Por este motivo, al entrar en la vida adulta y al hacerse un espacio en la sociedad, el entusiasmo irá decayendo: la poesía, al igual que la imaginación y el deseo, apenas será capaz de otorgar una consolación efímera. 

Desde Marginados (1993), un peculiar realismo empieza a cobrar presencia en la poesía de Villena, aunque el poeta se haya resistido desde el irracionalismo y el ocultismo en libros como Asuntos de delirio (1996) y Celebración del libertino (1998). No obstante, la pasión creadora vuelve por el impulso erótico, imponiéndose al recuerdo y a la melancolía. De allí la predominancia de poemas con recorrido y tensión, que nunca renuncian al brillo verbal, aunque ahora tiendan a los sermones paganos. Finalmente, como parte de una profunda introspección, tal vez desde Las herejías privadas (2001), la sugerencia del lenguaje empieza a mermar, siendo La prosa del mundo (2009) el giro final que demuestra que el idealismo platónico ha quedado atrás. En todo este largo proceso se percibe una abierta empatía por los perdedores, entre los que Villena, de alguna manera, también se reconoce. 

Villena es, ante todo, un poeta inspirado, con la ductilidad del mundo clásico aplicada a poéticas clave de la modernidad (el simbolismo y el modernismo; Cavafis, Pound y Proust, entre muchos otros). Comunicacional y culto, íntimo y exteriorista, siempre trajinando registros complementarios, el autor construye una particular comedia humana, polifónica y excesiva, en la que, como rasgo distintivo, la voz homosexual se atreve a mencionar su nombre y su deseo, en el espíritu de la Antología Palatina. La suya es una escritura total (verso libre, sonetos y prosas poéticas), que forja un continuum a través de saltos en el tiempo, mezclando lo autobiográfico y lo fabulado, el esteticismo y lo social, lo privado y lo público, erosionando las fronteras entre los géneros, apelando al empleo constante de elipsis, digresiones y recurrencias. Así, pese a la diversidad, su obra puede ser leída poema a poema como los fragmentos de un discurso mayor: monólogos interiores de muchas vidas. En esto también se aprecia el influjo de la narrativa y de la literatura de la memoria, su reiterada confianza en el yo como construcción. 

No obstante, un nuevo conflicto prima en la producción de Villena en el siglo XXI: el poeta idealista ha resuelto permanecer en la cueva platónica. Su rebeldía no le permite abrazar el estoicismo ni acceder a la trascendencia. Sabe de la existencia de otra luz, pero se resiste por su fervor hacia la materialidad y la sensualidad de los cuerpos. Inesperadamente, cuando el humanismo y la cultura son globalmente sacrificados como proyecto y el único ideal incólume parecería el erótico, surge otro llamado: la patria. En esta etapa profunda y doliente, el esplendor del lenguaje lo envuelve hasta acercarse a la locura, siendo el propio sin sentido parte de la afirmación de la vida. Su voz sigue siendo reconocible, pero al mismo tiempo es otro. Se imponen lo inconcluso, lo absurdo y lo misterioso: solo a veces, como un espejismo, retorna la belleza. Los poemas emanan de una sombra de la vida que, sin embargo, también es la vida. 

De este modo, la poesía de Villena tiende a acumularse creando capas y niveles, como se sugiere en Proyecto para excavar una villa romana en el páramo (2011). El yo exhibe una propensión a fragmentarse hasta diluirse, en un regreso a aquel caos originario que es el mundo. El poeta juega a rescatar instantes, escribiendo para convencerse de que realmente sucedieron. La memoria busca, se impone y se rebela, por lo que aparecen constantes y obsesiones, como la desaparición de la madre y la proyección en Aníbal Turena, un alter ego excéntrico y perdedor: personajes y protagonistas de una decadencia inherente a la caída de los imperios. Si los libros en esta etapa no parecen, como antes, tan cohesionados por la exaltación de la emoción, dicha pérdida también responde una realidad histórica cada vez más confusa e inasible. 

Como se aprecia, estamos ante una producción ingente y sostenida, en la línea de Ovidio, Lope y Juan Ramón Jiménez. El balance sugiere que el poeta no puede ser reducido a una imagen, pues su máscara también lo desnuda: ni frívolo ni esteticista, Villena es fundamentalmente un poeta artista, que no apunta a la perfección porque no cree en ella. Su obra se distancia de aquellos proyectos contenidos y controlados, como los de Eliot, Dylan Thomas, Gil de Biedma o Francisco Brines: su lugar estaría entre la pasión de Caravaggio y Quevedo. El de La belleza impura es un poeta que nos invita a celebrar sus logros más altos: una evolución en cuatro o cinco etapas, diez libros notables y más de trescientos poemas de antología.