Alejandro Zambra
Un cuento de Navidad
Gris Tormenta
104 páginas
POR LAURA CHIVITE

Escribir el prólogo y las notas a pie de página de un libro que se dedica a narrar la relación que el escritor tiene contigo debe de ser algo parecido a una sesión de espiritismo con tu propio fantasma, o a un paseo por un laberinto de espejos, o a ambas cosas a la vez. Y esto es precisamente lo que hace Andrés Braithwaite en este relato en el que Alejandro Zambra narra su amistad con el que lleva siendo su editor tantos años.

Inserto en la colección Editor de la editorial Gris Tormenta, en Un cuento de Navidad, el escritor chileno vuelve a la primera persona, como ya lo hizo en su anterior novela, Literatura Infantil (Anagrama, 2023), y nos ofrece una panorámica ficcionalizada de cómo fueron sus primeros años en el mundo de la literatura. Con su ligereza y humor habituales, repasa el tiempo en el que trabajó haciendo reseñas en el periódico Las Últimas Noticias, donde conoció a Baithwaite, Tightwad en el relato, y la manera en la que ha evolucionado la relación entre ellos en las dos últimas décadas. Las referencias a libros y autores, algo muy común en toda su obra, se hilvanan con anécdotas luminosas que nos hacen presenciar el ir y venir de una amistad perdida y después recuperada entre dos amantes de las palabras.

En cuanto a la parte formal, es precioso y revelador el diálogo que se establece entre el autor y su editor gracias a las ya mencionadas notas a pie de página. Diría, de hecho, que es lo que hace de este un libro único. Un libro, tal y como se indica en el prólogo, con las vigas a la vista. Al principio, parece que durante todo el relato las notas se van a ceñir a aspectos meramente léxicos o lingüísticos. Sin embargo, conforme avanza, la complicidad y el entendimiento profundo entre ellos aflora en forma de aclaraciones chistosas o sugerencias casi telepáticas. Y reacciones, también. Como, por ejemplo, cuando Zambra apunta: «Por lo demás, todas las personas que tomaron la palabra habían fracasado continua y estrepitosamente en el amor», y Braithwaite reacciona al final de la página con un sonoro: «ay».

Por otro lado, se reivindica y defiende la figura del editor de mesa, en contacto directo con el texto en la soledad de su escritorio, y en contraposición con la del publisher, no tan solitario. En este mundo acelerado, qué bonito es encontrarse con personas que le siguen viendo el sentido a buscar la palabra precisa, a detenerse en un texto el tiempo que haga falta. En este sentido, me ha recordado al libro Jérôme Lindon. El autor y su editor (Nørdica Libros, 2021), de Jean Echenoz, en el que el escritor francés hace otro maravilloso retrato de quien fue su editor durante más de veinte años, poniendo, también, la amistad y la admiración mutua en el centro de su relato.

Siguiendo con las correspondencias, recuerdo la sonrisa que esbocé cuando leí el comienzo de Poeta chileno (Anagrama, 2020), por la manera en la que me recordó al primer párrafo de Historia de dos ciudades de Charles Dickens. Me pregunté si la analogía era intencionada y al final concluí que, en realidad, no importaba demasiado. Pero, cuando me topé con Un cuento de Navidad, pensé que no cabía duda de que Zambra le estaba guiñando el ojo al escritor británico de alguna manera secreta que tal vez solo ellos entienden.

O quizá lo que nos quiere hacer ver es que, muchas veces, las novelas, y la literatura en general, carecen de temas. No tienen por qué tener ningún tema. Y que no siempre hay grandes motivos, pero sí diálogos. Diálogos entre escritores separados por siglos y continentes o entre dos amigos que se pelean por un ejemplar de la novela 2666, se distancian y años más tarde recuperan el flujo de conversación y editan juntos un puñado de libros hermosos.

En conclusión, el único efecto adverso que puede tener la lectura de Un cuento de Navidad es que, como me pasó a mí, anheles una relectura de los anteriores libros de Zambra con esas vigas a la vista. Así que, de aquí en adelante, solo nos quedará imaginarlas.