Joseph Campbell
El héroe de las mil caras
Traducción de Carlos Jiménez Arribas
Atalanta, Girona, 2020
576 páginas, 38.00 €
POR JESÚS AGUADO

 

Este libro, escrito hace más de setenta años (en 1949, es decir, cuando los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial aún no se habían apagado del todo), parece pensado para el tiempo presente. De hecho, parece escrito ahora mismo, hace un rato, estar recién salido del horno. Un libro sobre la necesidad del héroe en una sociedad exhausta (de mitos, de conciencia crítica, de visión interior) que juega peligrosamente con sus oscuridades, con sus callejones sin salida, con sus barrancos, con sus cegueras o con sus soluciones falsas. Un libro que tiene como referencia una sociedad fragmentada que ha olvidado el fondo común de lo humano. Un libro para una sociedad triste que se ha apartado (a manotazos, como si se tratara de un enjambre de abejas enloquecidas; a pisotones, como niños que desbarataran un reguero de hormigas) de las energías cósmicas que la vertebran o la deberían vertebrar. Un libro en una sociedad desquiciada, desritualizada y desesperada que produce enfermos con la misma facilidad con la que otras generaban santos o poetas, filósofos o educadores, metafísicos o aventureros. Un libro así no se termina nunca (ni de escribir ni de leer) y por eso sigue siendo tan actual.

Lo que hizo Joseph Campbell en El héroe de las mil caras fue, de hecho, escribir varios libros en uno.

El primero de esos libros sería una suerte de antología de grandes mitos, cuentos populares y leyendas, extraídos de todas las tradiciones religiosas, que, aunque sirven para apuntalar el organigrama teórico general, podrían leerse independientemente. Hacerlo así para empezar, al menos en mi experiencia, tiene la ventaja de que, a nivel subliminal, como si de un sueño se tratara, uno aprehende el mensaje escondido sin tener todavía la necesidad de estructurarlo en un discurso coherente. Porque esos mitos, cuentos y leyendas se van abriendo paso dentro de uno iluminando los rincones de su alma, o haciéndola despertar, pero sin inquietarla todavía con preguntas de difícil o de imposible respuesta en su nivel actual de consciencia. Quién no ha hecho eso, y con gran deleite y aprovechamiento intelectual, con La rama dorada, de Frazer, o con tantos otros tratados de historia de las religiones o de antropología. Laberintos cuyos planos tiene el amor (como de casi todo), amantes encantados, ballenas y dragones, ogros benignos o malignos, doncellas desnudas, guerreros dubitativos, comerciantes engañados por un espejismo, ascetas, escarabajos o moscas, las pruebas y las trampas, los puentes y las puertas, enanos y gigantes, los aplastamientos y las caídas: cada uno por sí mismo o hilvanados por el hilo del conocimiento espiritual y simbólico, entre todos, como las miguitas de pan o los guijarros arrojados, señalan el camino de regreso a uno mismo (y al Uno).

El segundo libro, y quizás el único que ha envejecido un poco peor, es de las relaciones entre mito y psicoanálisis (el subtítulo de la primera versión en castellano, la del Fondo de Cultura Económica de 1959, rezaba significativamente «Psicoanálisis del mito»), que hoy se repasa con desgana por demasiado obvio (el sueño y los mitos participan de cierto sustrato simbólico que, bien analizado, puede servir al terapeuta, sobre todo cuando sus pacientes han perdido cualquier conexión con las fuerzas centrífugas que les atraviesan, como marco de referencia y mapa cognitivo) y, a la vez, por demasiado poco elaborado, ya que pone en manos de Freud y de sus herederos una llave hermenéutica universal con la que, policialmente desconfiados, apenas se atrevieron a abrir puertas diminutas y muy condicionadas por un espacio y una época concretas. Algo de esto presiente Campbell (o presiente uno que presiente el autor), porque pasa a gran velocidad por las páginas donde aborda esta cuestión.

El tercer libro es el que le da título propiamente dicho: el libro de los héroes. Que los hay de todas las clases, en muchos estadios diferentes (cuando parten, mientras se enfrentan a mil y una aventuras, cuando cruzan los distintos umbrales o fronteras que les salen al paso, cuando son iniciados, cuando afrontan pruebas, cuando huyen y cuando regresan, si lo hacen, al mundo del que salieron), procedentes de contextos particulares, con intenciones variadas, de carácter universal o local. Héroes que se resisten a ser encasillados porque hay tantas tareas heroicas como misterios por desvelar, pero que participan de ciertas cualidades comunes o, como mínimo, compatibles que Joseph Campbell va desgranando, desplegando, matizando y explicando a lo largo de su libro. Repasemos algunas: héroe es el que es capaz de presentar batalla a sus limitaciones; héroe es el que muere como hombre contemporáneo para nacer como hombre eterno; héroe es que supera la catástrofe que es todo nacimiento delegado (un padre con el que competir, una madre a la que adorar), naciendo de sí mismo, encontrando el modo, por muy peligroso que sea, de ser su propia madre y su propio padre; héroe es el que encuentra el modo de salir del laberinto; héroe es el que se separa del mundo, penetra en el ámbito de cierta fuente de poder y retorna para mejorar la vida de sus congéneres; héroe es que alcanza el conocimiento de la unidad en la multiplicidad y lo hace suyo; héroe es el que está dispuesto a dejar de existir para alcanzar la Existencia; héroe es el que sabe que la mujer representa la totalidad de lo que puede ser conocido y alcanza a conocerlo por terrible que se le presente; héroe es el que encuentra el talón de Aquiles de los sistemas teológicos, religiosos, mitológicos o filosóficos y los ataca ahí, donde son vulnerables, para que dejen paso a una nueva generación de seres; héroe es el que trasciende los localismos regionales, tribales o religiosos; héroe es que conoce el carácter andrógino de la Presencia; héroe es el que renuncia al nirvana o a la iluminación en soledad porque sabe que, una vez liberado, tiene la obligación de ayudar a los demás a liberarse ellos también; héroe es que extirpa el engaño, el deseo y la hostilidad; héroe es que busca, no a los dioses, sino su gracia, su energía, es decir, lo imperecedero a lo que apuntan cualquiera de ellos; héroe es que bebe el elixir que hace añicos el ego y, al hacerlo, redime su existencia; héroe es el que se hace sabio en las profundidades; héroe es el que sabe traducir las verdades inefables con las que se ha enfrentado a la lengua del común de los mortales; héroe es que sabe representar una forma tridimensional o multidimensional, o una forma sin forma, en las dos dimensiones de nuestra inteligencia terrenal; héroe es el que vuelve al sí y al no a pesar de haber superado y trascendido cualquier oposición; héroe es el paladín de las cosas por hacerse, no de las cosas ya hechas; héroe es el que anuncia, a la gente que insiste en los sentidos como única evidencia, el mensaje del vacío que todo lo genera; héroe es el que se vuelve anónimo porque la Ley vive en él y por eso la encarna; héroe es que despierta su alma y se disuelve en ella; héroe es que experimenta conscientemente los estadios previos del ciclo cosmogónico atravesando las etapas de la emanación; y héroe es el que mata al dragón del orden imperante.

Necesitamos héroes, insinúa o grita, según el pasaje de este libro fascinante, Joseph Campbell, que rediman el mundo y que, al hacerlo, nos rediman a cada uno de nosotros. Héroes que nos enseñen el sendero de la heroicidad, que no es otro que el sendero que nos libere de nuestras ataduras mentales y sociales, y nos dé la oportunidad de cumplir nuestro verdadero destino. Héroes que le pongan cara y ojos, por muy terrible que nos parezcan en primera instancia, al relato de lo que somos. Héroes que no se duerman en los laureles (ay, las innumerables artimañas de una sociedad envidiosa y pacata para desactivar su potencial regenerador; ay, las infinitas dulzuras de un éxtasis místico o iniciático al que cuesta tanto renunciar, y más si es para ayudar a contemporáneos sordos, desagradecidos o lentos) porque hay tantísimo por hacer.

El cuarto libro, que se expone de manera más clara en el epílogo del mismo pero que no deja de explicitarse en la mayoría de sus capítulos, es el que advierte de la necesidad de recuperar nuestra conexión con la vida y con sus energías superando nuestras limitaciones geográficas, culturales o temporales. Es decir, no apegándose a la letra de lo que creemos ser (un apego que ha producido tantos derramamientos de sangre y tantas necedades en distintos campos del saber), sino abriéndonos, más allá del ego y de las inercias sociales que nos atraviesan, al Ser sin más. Un Ser que no podemos permitir que sigan monopolizando y secuestrando, por los costes gigantescos que eso ha supuesto hasta la fecha en términos de civilización y de integridad psicológico-espiritual, los teólogos sin inspiración (la del Espíritu Santo o la de Vach, esa palabra o sonido original que, según bastantes cosmologías de la India, produce el universo en su conjunto y cada una de sus criaturas), los fundamentalistas de cualquier religión (embelesados con lo propio y furiosos de lo ajeno), los obtusos orgullosos de serlo (la inmensa mayoría) o los descreídos profesionales. Un héroe contemporáneo, quizás, sería aquel que se hiciera oír por un número significativo de personas en medio de esta algarabía para señalar esto, sólo esto: que nos hemos apartado del centro pero que aún estamos a tiempo de desandar el camino que nos lleva hacia él. Un grito en el desierto, al menos por ahora, que lleva proclamando El héroe de las mil caras, y su autor en varias decenas de títulos encendidos y maravillosos, durante setenta años que han pasado como un suspiro.

Mircea Eliade publicó, dos años después del que comentamos, un libro también extraordinario: El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. Un estudio muy documentado que usaba un criterio parecido: acumular historias, en su caso extraídas mayoritariamente de la antropología, para hacernos entender la figura de este mediador entre lo alto y lo bajo sin el cual tantos pueblos no hubieran podido subsistir espiritual y socialmente. Años después dejó escrito en sus diarios que, con el tiempo, quizás esta monografía «científica» sólo sería leída y entendida por los poetas. Quién sabe si también podría decirse lo mismo de El héroe de las mil caras, un libro, como aquel, extraordinariamente escrito (con gracia literaria, con ritmo, con buen uso de los recursos estilísticos) y fruto de un alto grado de inspiración. Y quién sabe, por cierto, si el héroe, el chamán y el poeta no apuntan, en el fondo, hacia lo mismo.