Gioconda Belli
El pez rojo que nada en el pecho
Visor
108 páginas
POR JUAN CARLOS ABRIL

La poesía de Gioconda Belli (Managua, 1948) ofrece en cada entrega lírica un flujo constante de energía, compromiso, sentimiento y libertad. Una palabra sin cadenas. Este último libro de poesía, El pez rojo que nada en el pecho, no lo es menos. Ingredientes todos que la destacan como una de las poetas más importantes y reconocidas en lengua española de las últimas décadas, y que posee en la narrativa una faceta complementaria muy destacada, sin que queramos seccionar ahora su amplia vocación por géneros literarios.

Escrito en torno a los 70 años, El pez rojo que nada en el pecho —ese corazón que no deja de latir, moverse y reivindicarse, inconformista, rebelde y escurridizo— es una reconsideración y una apuesta. Un ajuste de cuentas a modo de recapitulación. Cualquier ejercicio retrospectivo posee desde su propia concepción no solo el hecho de realizar el balance, sino que se concibe para disponer el tiempo y el espacio —en definitiva, las acciones— de lo que queda por venir, por hacerse: «Sentir que ya no soy quien era. / Que una enredadera me apretuja. / Que ya no despierto con campanas. / Cada madrugada serpientes / clavan sus mandíbulas anchas / sobre mis pensamientos. / Nada me recuerda la savia de las flores antiguas» (de «Tiempo de tiranos», 93).

Dividido en tres secciones, «El amor, esa extraña palabra», «La criatura sin pene» y «¿Qué puede hacer la poesía?», podría decirse que cada una se ocupa de distintos temas, es decir, el amor en sus idas y venidas, las relaciones de pareja, la estupefacción y la incredulidad de sentirse vivo, como por ejemplo en «Desafío a la incertidumbre»: «Temes que este amor / sin trópico perezca / abrumado por el estrépito y el frío de tus grandes ciudades. // Temes que me amartille / en los invernaderos de la niebla / y pierda el calor con que me suelto a vivir entre tus brazos» (15); el feminismo y la necesidad de un compromiso activo, la resistencia que supone ser mujer hoy día, y no bajar la guardia, como en «Consejos para la mujer fuerte»: «Si eres una mujer fuerte / tienes que saber que el aire que te nutre / acarrea también parásitos, moscardones, / menudos insectos que buscarán alojarse en tu sangre / y nutrirse de cuanto es sólido y grande en ti» (42); y la poesía, la búsqueda de la poesía a pesar de todas las desilusiones y decepciones, la creencia en una mirada metapoética que nos aporte otra manera de entender el mundo… y de manera paralela la certeza de una función utilitaria de la poesía, de una validez y función social, una propuesta de engagement como en «Poesía en tiempos de crueldad»: «¿Qué puede hacer la poesía para convertirse en libertad / en cielo abierto? / La poesía dormida sobre el papel / es igual que las palabras que se escriben para que nadie las comprenda. / Es menester el ojo para que la poesía se levante y ande. / Es necesario el tiempo, el amor y el horror / para que la poesía se encienda como una lámpara / y salga con sus fósforos y luciérnagas / a iluminar la noche» (p. 79).

Pero en realidad estas tres vertientes o líneas discursivas poseen una veta temática transversal, que es el amor, y que desde el inicio va fecundando el resto. El amor en toda su extensión y a modo de explosión vital. En las tres partes se pueden rastrear los temas casi de manera intercambiable, mezclándose e indiferenciándose, en una suerte de summa poética que nos habla elocuentemente del amor como motor principal, el cual, también en resumidas cuentas, es el motor primero de toda la poesía de Gioconda Belli. En efecto, desde el amor se encara el compromiso de lo que significa ser mujer —pero también varón— en un diálogo donde se aboga por una conciliación muy sugerente desde los parámetros necesarios hoy día del ecofeminismo, y del cual nuestra autora es una maestra indiscutible, pionera y referente: «[…] ha llegado la hora / de que hombres y mujeres / dejemos el oficio / de temernos» (de «Vicisitudes del feminismo», 56). Alabado sea su magisterio.