Katixa Agirre
De nuevo centauro
Tránsito
232 páginas
POR PURIFICACIÓ MASCARELL

Imaginar cómo viviremos los seres humanos en el futuro forma parte de la historia de la literatura desde hace siglos. Basta recordar el boom del género de la utopía durante la Ilustración. Y, después, observar su progresivo languidecer hasta la instauración del reinado de la distopía, desde mediados del siglo XX hasta hoy. En los últimos años, la mirada pesimista y decadente sobre el futuro que nos aguarda se ha ido acentuando hasta extremos terroríficos. Este viraje de la utopía rutilante e inspiradora a la distopía apocalítica, y las implicaciones políticas conservadoras que lo atraviesan, ha sido estudiado en profundidad por el filósofo valenciano Francisco Martorell en su Contra la distopía. La cara B de un género de masas (La Caja Books, 2021).

Así que, inevitablemente, ante la última novela de Katixa Agirre —traducida del euskera al castellano por la escritora Aixa de la Cruz—, resulta inevitable preguntarse: ¿Qué es De nuevo centauro? ¿Una utopía o una distopía? Porque su acción transcurre en un mundo futuro que Agirre describe en multitud de aspectos, desde los taxis autónomos que circulan sin conductor por la ciudad hasta las gafas OFtal, cuya capacidad para generar dependencia recuerda la de nuestros móviles. Estas gafas permiten introducirse en entornos virtuales y desconectar por entero de la realidad. Su complemento son unos trajes de neopreno que potencian la estimulación física de los usuarios. El sexo a distancia —en salas virtuales y con avatares de desconocidos o con Inteligencias Artificiales— se dispara. Estamos, además, en una sociedad que busca la máxima sostenibilidad: viajar se ha vuelto carísimo y está limitado para no contaminar; los comercios caros han cerrado y abundan los de segunda mano; los vinos son ecológicos; los filetes de carne, veganos.

En este contexto se mueve Paula Pagaldai, una creadora de contenidos de mediana edad y con un proyecto educativo entre manos: trasladar a los usuarios de su plataforma a la época de Mary Wollstonecraft y darles a conocer la vida de esta pionera del feminismo. Con el objetivo de ambientarse mejor para su tarea, se desplaza a París para pasear por los pocos espacios que quedan de los años que allí vivió Mary. Y, de repente, se produce la magia, lo irracional, lo que escapa al algoritmo: comienza a tener alucinaciones en las que conversa con la madre de Mary Shelley.

La focalización cero escogida permite penetrar en los recovecos más íntimos de la protagonista. Pero es una «falsa» focalización cero, porque nos escamotea el mundo interior del marido de Paula, Kai, o de Max Dox, la seductora joven andrógina que guía a la investigadora en su recorrido por París y le abre las puertas de una antiuniversidad situada en las antiguas galerías Lafayette.

Con todo, el mayor acierto de la novela reside en el diálogo que se establece entre las dificultades como mujer de Mary Wollstonecraft y las que se encuentran las mujeres del futuro (¿del presente?). Otro acierto es —respondiendo a las preguntas de más arriba— la ambivalencia a la hora de trazar un futuro en clave utópica (estaremos mejor) o distópica (estaremos peor), porque la autora es capaz de brindar argumentos para ambas posiciones. Más allá del toque fantástico que otorgan las apariciones del fantasma de Mary, Agirre proyecta un mundo futuro que pivota sobre dos cuestiones actuales llevadas al extremo: las difusas fronteras entre realidad/virtualidad y las consecuencias del cambio climático.

Sin embargo, las constantes analepsis entorpecen el avance de la trama. Sirven para explicar cómo ha terminado Paula trabajando en una empresa de realidad virtual, o cómo ha evolucionado su matrimonio hasta una fase terminal, pero estos saltos atrás lastran el ritmo de la acción principal, que se resiente y acaba siendo escasa: el viaje iniciático de una mujer casada, con tres hijos, enganchada al sexo virtual —una mujer más convencional que muchas mujeres de siglos anteriores—, a un no-espacio y un no-tiempo de autenticidad, sin tecnologías y con sexo cuerpo a cuerpo.

Al final, parece atisbarse una tímida defensa de la vida más allá de pantallas y ficciones digitales. Paula concluye que, en la vida, «muchas cosas solo podían pasar una vez y solo pasaron una vez, aunque no se diera cuenta de la importancia del momento». No somos ni pasado ni futuro. Tan solo un delicado presente al que no le damos valor.