Coordinado por Valerie Miles
VALERIE MILES
Donde otros matemáticos veían complejidad y caos, Mandelbrot veía orden, simplicidad y sentido. En las nubes, en las olas, en las costas, en las montañas, existen patrones que siguen un orden natural. Un trueno, nos dice Warburg, representa una serpiente y también la esperanza de la lluvia. Entre su forma y la de mi sistema nervioso hay similitud. Mar y montaña, olas y vientos mueven los fractales de las hojas, las mismas partículas y el sonido del Caribe. José Ardila, desde Medellín y antes Chigorodó, Dainerys Machado Vento, desde Miami y antes La Habana, se escriben desde las crestas y las ráfagas. Escuchen.
DAINERYS MACHADO VENTO
Miami
Mi querido Jose, te escribo sin acento, porque sin acento repito siempre tu nombre en mi cabeza. Creo que el cariño no lleva acentos en español.
¿Cómo has estado? ¿Cómo están tus gatos? Me enteré de que has adoptado otro. ¿Cuándo nos encontraremos de nuevo en la madrugada de Valencia, para calentar la conversación con un buen mezcal y burlarnos de todo lo humano y lo divino? Nos reímos tanto esa noche que me quedé sin voz. Hace muchos meses que no sé de ti.
Por cierto, recuérdame, si volvemos a Valencia, no dejarme vencer por la fila para comer paella; recuérdame jamás, jamás cambiar una paella por una fideuá. Ese es mi único arrepentimiento de aquel viaje del año: no comer paella valenciana en Valencia, ah, y no haber llegado al mar. ¿Cómo lucirá la costa? ¿Será tan linda como la del Caribe?
Te cuento que mi último día en Barcelona, en el taxi rumbo al AVE, le pedí al chófer que se desviara del camino y me llevara a ver el puerto. Me salió bien. El chófer era un señor muy amable, que muy amablemente se burló de que los 17 grados Celsius que había ese día, a mí me parecieran un invierno cruel. Yo digo que una de las pocas cosas buenas que tiene vivir en lugares muy calurosos es que el clima siempre es el pretexto perfecto para iniciar una conversación. No sé si pasa en Colombia, pero la de hombres que enamoré yo en mi juventud en La Habana, rompiendo el hielo con un constante y sonante «¡pero qué calor hace hoy!», como digna heredera de Luz Marina Romaguera y de todo el drama del teatro cubano que gira en torno al calor.
Por cierto, ¿has regresado al teatro o sigues yéndote de karaoke los fines de semana? No quiero que suene a reproche. Si acaso tómalo más como envidia. En los últimos años me he ido de fiesta mucho menos de lo que quisiera y de lo que digo que merezco. Y voy a dejar esta carta aquí, que te llega llena de preguntas que no sé si vas a querer responder. Pero cuéntame todo de ti, cuéntame qué lees, qué haces estos días o cuéntame lo que quieras, que hace demasiado tiempo que no sé nada. ¿Terminaste la novela? Un abrazo hasta Colombia, Dainerys
JOSÉ ARDILA
Medellín
Querida Dainerys, ¿cómo van los dragones? Ja. Perdón. Imagino que debe ser chiste viejo en tu vida, pero es en todo caso un chiste que no me animé a decirte en los días en que coincidimos en España, porque recién te empezaba a conocer (y qué pena) y me dio la impresión de que podías ser muy brava (y qué susto). Podés ser muy brava (de eso tengo certeza), pero, ahora que me hacés recordar las risas que nos pegamos a costa de medio mundo, me digo: «Qué carajos, igual y estoy lejos».
Es mi forma de decirte que también te extraño. Que no somos tan católicos como para sacarnos un tiempito solo los domingos para hablar. Al fin y al cabo, entre Miami y Medellín no hay mucha diferencia horaria, y aunque la hubiera. La única diferencia, quizás, es el mar. Vos lo tenés ahí todo para vos.
Acá debo parar y confesarte algo que de pronto no te he dicho: soy un costeño a medias. Y como soy un costeño a medias, el mar no me hace falta nunca. Soy un costeño a medias porque Chigorodó, donde nací y crecí, queda a unas horas de la playa más cercana y, por lo tanto, tiene del mar casi todo lo maluco y le falta casi todo lo que es bueno. Lo maluco: el calor, los mosquitos, la humedad. Lo bueno: el agua, la brisa, el horizonte. Lo maluco: la vida plena solo a partir de más o menos las seis y media de la tarde. Lo bueno: anochecer con los sonidos de las olas.
Me quedan las voces, eso sí. Los acentos. La música. El sentido caribeño del ritmo. Pa qué más.
En fin, el mar lo he tenido lo suficientemente cerca y lo suficientemente lejos para no padecer nunca de mucha curiosidad por mirarlo. No cuando era niño, en Chigorodó. No en Barcelona, durante los días en que nos conocimos. No ahora, que acabo de escribir textos para un museo en el Canal de Panamá, sin haber visto, ni olido, ni sentido en mi piel ninguno de los dos océanos que conecta.
León de Greiff, que creció en cambio entre las montañas de Antioquia, pero tuvo ancestros vikingos (o eso decía) y no vio el mar sino hasta que estuvo muy viejo, escribió un poema bellísimo sobre sus mares imaginados. Mira cómo empieza:
No he visto el mar.
Mis ojos
–vigías horadantes, fantásticas luciérnagas;
mis ojos avizores entre la noche; dueños
de la estrellada comba;
de los astrales mundos;
mis ojos errabundos
familiares del hórrido vértigo del abismo;
mis ojos acerados de vikingo oteantes;
mis ojos vagabundos
no han visto el mar…
A veces creo que me hubiera gustado más eso. No haber visto el mar del todo, en vez de esta insinuación mía, ese mar en el rabillo del ojo que me acompaña a todas partes. Me alargué con el asunto del mar sin querer. Quería hablarte sobre el teatro (que he visto unas obras maravillosas) y sobre el karaoke (que es una afirmación de mi educación sentimental), pero ya habrá espacio en otra carta.
Muero de ganas por leer tu libro nuevo. ¿Te conté que uso tus cuentos de Las noventa habanas para darles clases de escritura a adolescentes, a estudiantes de Instrumentación Quirúrgica a los que no les interesa escribir? Me han salvado la vida.
León de Greiff, que creció en cambio entre las montañas de Antioquia, pero tuvo ancestros vikingos (o eso decía) y no vio el mar sino hasta que estuvo muy viejo, escribió un poema bellísimo sobre sus mares imaginados
DAINERYS MACHADO VENTO
Jose, leo tu carta sin dejar de sonreír. «Qué lindo escribe», «qué bello ese poema», todo eso pienso. Me has hecho recordar a la primera persona que me contó que nunca había estado cerca del mar.
Se llama Isabel y nació en San Luis Potosí, una ciudad a cuatro horas de la costa. Limpiaba casas, o «hacía el aseo», porque ya sabes que en México son fanáticos de los eufemismos. Algún día yo me estaba quejando de estar tan lejos del mar, o quizás le estaba contando que me iba de vacaciones a Oaxaca. No recuerdo por qué motivo exacto terminé hablando del mar con Isabel. Ella me dijo que jamás había estado ni siquiera cerca. «¿Cómo es?», me preguntó y ¿puedes creer que no supe que decirle? «Cuando lo veas, te va a encantar», fue lo único que se me ocurrió.
Es una de esas pequeñas historias que me mostraron cuán radical iba a ser la experiencia de la emigración. Me sorprendí mucho al encontrar una realidad tan común y a la vez tan lejana para mí: que en el mundo hay mucha gente que no conoce el mar, que nunca lo ha visto, ni se ha mojado los pies en la orilla, ni ha tenido la arena desgranándose entre los dedos; como durante muchos años yo no había visto un volcán, ni un desierto.
Fue un colombiano, precisamente, la segunda persona que me contó que nunca había estado cerca del mar. Así que no me sorprende del todo tu carta. Él se llama Hans, es poeta y maestro. Un día me escribió muy emocionado porque pronto iba a visitar, junto a su sobrino adolescente, una ciudad costera. Después vi fotos de los dos, con caras de niños felices, y me dio tanta alegría como si la foto hubiese sido mía y de Isabel.
Rodeada de mar por todas partes,
soy isla asida al tallo de los vientos…
Nadie escucha mi voz, si rezo o grito:
Puedo volar o hundirme… Puedo, a veces,
morder mi cola en signo de Infinito.
Esos son los primeros versos de «Criatura de isla», de Dulce María Loynaz. En las islas, todos nos sentimos como tierra desgajándose hacia el mar, tal y como ella escribe en ese poema. Nuestra barrera con el resto del mundo es agua salda, es el símbolo de lo finito y lo infinito, una cárcel, un paseo, el final de todos los viajes. Así que no te puedo negar que sí, que el mar es todo mío.
Antes de despedirme, tengo que comentar el chiste de los dragones. Me encanta. Pasé de ser una niña con un nombre que nadie sabía pronunciar, a llamarme (casi) como la Madre de los Dragones. Digo que fue un premio por todas las crisis de identidad que antes mi nombre me provocaba. Alguna vez quise cambiarlo a Maribel, como mi tía favorita de la infancia. Pero eso no se lo cuentes a nadie, por favor, o drakarys.
Espero tu carta con muchas ganas. Ya te llamaré pronto. Pero escribe, escríbeme. Qué lindo lo de Las noventa Habanas. Son los libros los que nos salvan a todos. Muchos abrazos y muchas olas para ti,
JOSÉ ARDILA
No te había respondido antes porque me la pasé todo el día de ayer enguayabado. Y como podrás sospecharlo, el guayabo se debe a una noche de karaoke. Me emborraché en Miércoles Santo y besé a un muchacho. Pero fue decepcionante. El karaoke, quiero decir. No los besos del muchacho. Y es que no es el karaoke al que normalmente voy. Y me pareció desordenado, con mala curaduría. O sin curaduría alguna. Había música de hace treinta años y de hace dos semanas. Había salsa y rock en español y merengue y baladas románticas y Juan Gabriel y Shakira contra Piqué y Los Enanitos Verdes y Marco Antonio Solís y Totó la Momposina y creo, si el licor no me hace recordar mal, Tego Calderón.
Todo eso me gusta por separado. Pero no junto. Y menos en un karaoke que valga la pena.
Ajá. Soy un karaokero sofisticado. Que es otra forma de decir que soy un snob. Me acordé del hombre que nos habló en España de los camarones típicamente cubanos, que le encantaban, pero que vos, típicamente cubana (supongo), no habías probado en la vida. Todavía me estoy riendo de eso.
Qué loco y qué lindo lo que decís de tu amiga y del colombiano con nombre de alemán. En Antioquia, el deseo de ver el mar es un mal común. Con un agravante, que casi todo el departamento es territorio montañoso. Entonces el sueño de ver el mar algún día, me parece, es el sueño de ver el horizonte. Lo entendí la primera vez que estuve en Buenos Aires y me paré en una de esas calles amplísimas que no terminan en ninguna parte. Que se fugan por allá en un punto en el infinito.
Pero la montaña condiciona también la cabeza y a veces el corazón. Uno cree que quiere el horizonte, pero lo que pasa, por lo general, es que el horizonte abruma, asusta. Pienso en la postal que me mandaste adjunta a tu carta. En lo que decís ahí:
«En realidad, le tengo mucho miedo al mar». Si en una isla todos se desgajan hacia el mar, el derrumbe de la montaña solo produce más montaña. Escombros sobre escombros. La montaña se prolonga en el intento de moverse.
Por eso, quizá, cuando alguien sale de Medellín, no importa el lugar del planeta en el que se encuentre, no demora en buscar gastronomía típicamente antioqueña, aunque la gastronomía antioqueña sea más bien precaria. En la playa. En Europa. En China. «¿Dónde venderán bandeja paisa?». Y por eso, también, en Medellín habrá pegado tanto el tango, la salsa, la música romántica del siglo pasado (que acá llamamos música para planchar) y recientemente el reguetón, pero todo compartimentado, separadito, en bares temáticos, no tan al mismo tiempo, en panorama. Por ejemplo: «¿Qué hacés poniéndome en un karaoke a Amanda Miguel junto a Bad Bunny? ¿Estás loco?».
Por cierto, tenés que venir, tenemos que ir juntos a Melodía para dos, que es melodía para treinta, porque uno va allá con los amigos a cantar plancha a grito herido.
Como escribió el gran poeta mexicano de los últimos tiempos:
Cuando quieras tú, divertirte más
y bailar sin fin, yo sé de un lugar,
que te llevaré.
Besos.
DAINERYS MACHADO VENTO
Mi querido Jose, yo nunca he hecho eso. Lo del karaoke, quiero decir. Lo de besar muchachos y muchachas, sí. La vida es demasiado bella. Lo verdaderamente triste es que no todos podamos disfrutar a plenitud su belleza.
Hace unos días, el escritor español Daniel María leía en alguna calle de Tenerife su poema «Quiero». Yo estaba viendo los videos de la lectura y un verso suyo struck me like lightning: «Quiero que solo me lean las raras, las peligrosas, las degeneradas», decía Daniel. Yo pensé que era bonito que él quería que yo lo leyera, una rara, degenerada. No sé si peligrosa. Imagino que sí, peligrosa para los guardianes de las buenas costumbres. Ayer le pedí el poema a Daniel, para enviártelo y que lo leyeras, pero me dijo que Con una alita rota —que es el libro donde lo incluyó —no sale hasta dentro de algunas semanas. Me he preguntado mucho por qué amo tanto ese verso. Y creo que es porque me develó una de esas verdades que uno tiene dando vueltas en la cabeza, pero que no golpean el piso, they just don’t hit the ground hasta que alguien más te la devela: Soy una rara en toda la acepción de esa palabra. (Y hablando de rarezas mira qué rara palabra es acepción. Nunca la había visto escrita).
Fíjate lo que me pasa cuando estoy agotada, como hoy. Se me mezclan el inglés y el español, divago, presto atención a tonterías. Mucha gente piensa que ser bilingüe es conocer a la perfección dos idiomas diferentes, vivir vidas separadas en cada lengua. Pero ser bilingüe es también esta mezcla de idiomas en la cabeza y, sobre todo, en los afectos. Para mí hay expresiones que solo tienen sentido en inglés; deportes y libros que solo disfruto en inglés; sentimientos que solo me saben bien en español.
Quizás te debería estar contando mejor de mis gustos musicales. Pero ya ves, nunca he ido a un karaoke, y en mi lista de música en Spotify salto de Benjamin Clementine a Shakira como si nada estuviese pasando, de las Ibeyi a San Juan Gabriel, según el ánimo dicte. Siempre he sido una mala fanática. Cuando me preguntan por mi autora favorita, por mi libro favorito, por mi música favorita, siempre respondo cualquier tontería. ¿Cómo explicar que todos esos gustos cambian con la dirección de mi espíritu?
Sí debo recomendarte que no te emborraches solo escuchando a Chavela Vargas. Mejor nunca te emborraches solo. Pero si llega el momento, no la escuches. Lo he hecho, sin querer, un par de veces, y me toma un mes salir de hoyo de su voz triste.
Escribo poco hoy. He interrumpido esta carta un par de veces. Como te dije, estoy agotada. Solo decirte que acepto esa invitación al Melodía para dos o para treinta y decirte que, cuando alguien me pregunte qué es ser cubana, sacaré de mi bolsa tu carta anterior y le leeré aquello de que la montaña solo produce más montaña.
Gracias por toda la música de tus letras. Un beso, Daine
Pero ser bilingüe es también esta mezcla de idiomas en la cabeza y, sobre todo, en los afectos. Para mí hay expresiones que solo tienen sentido en inglés; deportes y libros que solo disfruto en inglés; sentimientos que solo me saben bien en español
JOSÉ ARDILA
Querida Daine (ya te voy a llamar así el resto de la vida): Saco un tiempo en las noches para escribir estas cartas y eso quiere decir, casi siempre, que estoy cansado. O más cansado de lo habitual. Es algo de lo que he hablado (me he quejado) con amigos y extraños últimamente, porque todos sufrimos de lo mismo: de cansancio. Me preguntan: ¿Cómo estás? Y respondo: Cansado. Y no es raro que me digan: Yo también. Y que nos quedemos en silencio, mirando el piso, como a punto de soltar un suspiro. A punto. Porque con qué alientos suspira uno en estos días de aire tan escaso.
Un amigo escritor se incapacitó buena parte del año pasado. Estaba enfermo. Le mandaron exámenes de todo. De la cabeza. Del corazón. De las hormonas… De todo. Y cada vez que volvía al médico con uno de esos resultados y el médico le decía que probablemente lo que tenía era cansancio crónico, mi amigo insistía en que le mandaran más exámenes porque le parecía inaudito estar tan mal, y tan permanentemente, solo por cansancio.
¿Qué cansancio no se quita después de una semana de no hacer nada?
Este.
Es un cansancio que no conocíamos hasta hace un par de años. Excede el cuerpo, los músculos. Se adueña de la mente o el espíritu. Es que somos demasiado ambiciosos. Nos toca mirar cómo sobrevivir decentemente y, como si eso fuera poco, se nos ocurre que debemos escribir. Imaginate. Debemos. Pero el cuerpo no aguanta tanta fatiga y ya no somos tan jóvenes para estos trotes. Sacar un tiempo en el margen de la vida diaria para escribir cualquier cosa. ¿Qué tiempo?
Me alegra leerte, sin embargo. Me alegra escribirte a estas horas de la noche, con las últimas energías del día. El cansancio me ayuda a decirte lo importante, supongo. Algo muy importante: acato tu recomendación de no oír a Chavela solo y borracho. Pero haceme el favor y no me dejés olvidar la próxima vez que nos veamos que debemos cantar juntos, al menos, «La canción de las simples cosas».
Quiero decirte más y los ojos me pesan, no me dejan. Un último asunto importante: yo también soy bilingüe. Hablo dos españoles. El costeño y el montañero. A veces se me vienen palabras de un tercero, que no domino tanto: el español del Atrato. O sea que te entiendo, querida. Qué enredo. Y qué belleza. Y qué bonito que te suenan las dos lenguas mezcladas buena o malamente. Ojalá malamente.
Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El País, The Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés.
Dainerys Machado Vento. Es escritora, periodista e investigadora literaria. Tiene una Maestría en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis A.C., México, y está culminando su Doctorado en Estudios Lingüísticos y Culturales en la Universidad de Miami, ciudad donde radica desde 2016. Es autora del libro de cuentos Las noventa Habanas y de la investigación literaria El estruendo de Ciclón. La nueva revista cubana (1955-1959), ambos publicados por Katakana Editores en 2019 y 2022, respectivamente. Ha colaborado en medios como Letras Libres, Literal Magazine, Emisférica, Yahoo Noticias, entre otros de Estados Unidos, México, Argentina, España, Uruguay y Cuba. En 2021, la revista Granta en español la incluyó en su segunda lista de los mejores narradores jóvenes de la lengua.
José Ardila. Escritor y editor colombiano. Escribió y dirigió las obras de teatro Variaciones azules sobre un padre ausente y La cuarta pata de la ye. Tiene dos libros de cuentos publicados: Divagaciones en el interior de una ballena (Instituto de Cultura de Antioquia, 2012) y Libro del tedio (Angosta Editores, 2017). En 2019, fundó con dos amigos Querida, una productora de cine. Desde entonces ha escrito los cortometrajes La herencia, Los enemigos y Lo anunciaron en la radio. También es guionista de la película en desarrollo La cábala del pez. Textos suyos han aparecido en medios como Universo Centro, El Malpensante, El Espectador y El País. En 2021, la revista Granta lo incluyó en su lista de las 25 voces más prometedoras de la literatura en español. Actualmente, prepara la publicación de su primera novela.