POR MARC CAELLAS
Así se publicó en 1968 este texto del artista conceptual Peralta Ramos. Las obras que nos marcan son aquellas que nos hacen perder pie, las que cuestionan nuestras certezas, ese hachazo, en palabras de Kafka, que rompe un mar de hielo; en definitiva, las que nos llevan a caer sin pena ni miedo. Federico Manuel Peralta Ramos fue una de esas obras. Su propia vida porque, como le dijo a un amigo, «hay otra vida, pero es carísima».
Para ese empeño imposible de contar esa vida, cualquier vida, Esteban Feune de Colombi escribió una biografía coral después de entrevistar a unas cincuenta personas que lo conocieron en vida. La tituló Del infinito al bife, en referencia a la división que hacía Federico entre la gente infinito –el espíritu– y la gente bife –la materia–. Armó una gran conversación en la que nadie se pone de acuerdo en casi nada. A fin de cuentas, haya buena o mala fe, todo testigo es de alguna manera no fiable. Aun el más recto, el más escrupuloso, termina por contaminar su versión con su propia carga emocional, sus filias y fobias, o sencillamente por el ángulo en que se sitúe ante el hecho sobre el que debe rendir su testimonio.
¿Compró de verdad Peralta Ramos un toro en una subasta en la Rural y lo paseó alrededor del obelisco? ¿Era en realidad una vaca y luego se hizo un asado con los amigos? Leemos a varios supuestos testimonios que cuentan la historia según la recuerdan, o según se la contaron, y en todas ellas hay un halo de verdad. Que hubo un toro, lo hubo, aunque nadie lo toreó.
Lo que es absolutamente cierto es que Peralta Ramos pensó, o hizo, muchas cosas antes que otros. Lo cual es siempre peligroso porque, o bien te toman por loco, o bien te arruinas siendo visionario. Unos años después del momento toro un artista expuso un toro en la Bienal de Venecia y unas décadas más tarde Marina Abramovic la rompió en el MOMA con «The Artist Is Present», que era una suerte de remake (aunque ella probablemente no fuera consciente de ello) de una de las múltiples performances de Federico que él llamó «La salita del gordo», y que consistía en una mesa con dos sillas, en las que el gordo, o sea Federico, recibía a los espectadores, que charlaban y tomaban mate con él. Claro, es mucho más cool titular una pieza «The Artist Is Present» que «La salita del gordo», pero la idea era la misma… El tema del tamaño lo acompañó hasta la tumba. Con los años Federico fue engordando, por eso muchos le llamaban «el gordo». Así, cuando trajeron el cajón para enterrarlo, su cuerpo no entraba. Quizás porque no tuvieron en cuenta que Federico Manuel Peralta Ramos se había convertido en un pedazo de atmósfera.
Cuando le preguntaban a Peralta Ramos cuántos años tenía solía responder: «mis planes abarcan siglos». Quizás a eso se refería Pavese cuando hablaba de la mirada olímpica.
Peralta Ramos también fue precursor del arte escrito en servilletas. Muchos años antes que Carles Rexach firmara el primer contrato de Messi, Peralta Ramos escribió aforismos o poemas en las servilletas del Florida o la Biela, que sus amigos guardaron para la posteridad. Recordemos algunos:
El arte es transmisión de vida.
El arte es hacerse cargo del dolor y la alegría de una época.
El arte es caminar por la calle con vos.
El arte es andar con plata en el bolsillo.
El arte es dar vida metafísica a un mundo superfísico.
El arte es emerger de un viejo desorden y construir un nuevo orden.
El arte es hacer reír y pensar a la gente.
El arte es tener talento para vivir una vida maravillosa.
Como Alberto Greco, otro artista «raro», Federico Manuel era un artista incansable desde que se levantaba hasta que se acostaba. Peralta Ramos no ejercía de transgresor, sino que era la transgresión. Si le preguntaban a él en qué andaba respondía: «trabajo de hijo». Sus gestos sucedían en ese momento que siempre se pierde, o como dijo Carlos Alvárez Insúa, él era la profecía del presente. Y como cantó Calamaro, que le escribió una canción, «el presente es duro, se presenta con su chicle de menta, pero algo se inventa». En ese presente que es lo único que cuenta Peralta Ramos aspiraba a convertir los espacios que transitaba, como el Florida Garden, una histórica cafetería del microcentro porteño, en templos de ternura donde todos se quisieran.
Hay dos asuntos sobre los que Federico Manuel Peralta Ramos es un misterio, y no de economía precisamente. El primero es sobre su intimidad, que de tan expuesta terminó siendo secreta: no es posible tener una idea definitiva de su condición psíquica ni de sus preferencias sexuales. Decía que era psicodiferente. El otro misterio es su valor como artista. Para muchos fue un visionario, un adelantado a su época particular, e incluso, según Carlos Álvarez Insúa, Peralta Ramos fue ¡un precursor de la web! En esta línea de pensamiento, la comisaria de arte Chus Martínez impartió una conferencia TED en La Habana en la que sostuvo que Peralta Ramos predijo la web con un huevo: el famoso huevo que hizo construir en 1965 y al que llamó Nosotros afuera, y que puso al lado de una mandarina cósmica. El mismo huevo que hizo pedazos el día de la inauguración al constatar que se estaba descascarando, como si fuera a nacer de dentro un dinosaurio. Federico procedió entonces a destrozarlo a martillazos, dejando en nada el trabajo de sus asistentes e impidiendo que se viera el techo del escultor Luis Wells. Federico, como siempre en la vida, rompiendo los huevos.
Pero su momento cumbre como artista fue al recibir la beca Guggenheim. Se gastó el dinero de la beca en una cena para sus amigos, en unos trajes a medida, y en comprarle varias obras a otros artistas. «Si Leonardo pintó una cena, yo la di», dijo. Cuando desde Estados Unidos le reclamaron que devolviera el importe de la beca les respondió con una misiva en la que se preguntaba cómo era posible que una organización de un país que había llegado a la Luna tuviera una estrechez de miras que le impidiera comprender y valorar su gesto creador. Desconcertado y asombrado les reiteraba su negativa a devolver el dinero. No hay registro fotográfico, pero aseguran que la carta de Peralta Ramos luce enmarcada en la sede de la Fundación Guggenheim. Desde ese día, la Guggenheim no pide cuentas a ningún artista sobre en qué y cómo se gasta los fondos de sus becas.
Peralta Ramos fue un equilibrista de la sensibilidad, que trató de vivir por y para la belleza. Un raro iluminado que nos dejó gestos inolvidables y frases que repetimos como mantras cuando nos damos cuenta de que tenemos un algo dentro que se llama «el coso».