POR CYNTHIA RIMSKY

«La realidad y la memoria» es un poema de Enrique Lihn que aparece en su libro A partir de Manhattan, de 1979. Como el intelectual mordaz que supo ser, se puede proyectar que Lihn piensa crítica y anticipadamente los caminos (y peligros) que se le presentarán a la literatura chilena después de la dictadura, con respecto a la realidad y a la memoria. 

«La realidad y la memoria» es un poema de Enrique Lihn que aparece en su libro A partir de Manhattan, de 1979. Como el intelectual mordaz que supo ser, se puede proyectar que Lihn piensa crítica y anticipadamente los caminos (y peligros) que se le presentarán a la literatura chilena después de la dictadura, con respecto a la realidad y a la memoria. 

La imagen que tengo de Lihn es la de alguien que escribe con los pies en el barro. Como muchos de mi generación, desalentados de madrugada por las calles vacías de Santiago con el olor de los militares pisándonos los talones, repetí en voz alta: «Nunca salí del horroroso Chile». Este poema de Lihn debe ser el más citado en revistas, libros, panfletos, marchas, de la historia del país.

Escojo al alzar un retrato suyo de alguien no cercano. «Hombre nocturno, humor fino y negro, ironía mordaz o lúdica. Estaba en todas partes. En el Venecia, en el Galindo, en la Caja negra. Siempre mirando y actuando. Un gran grupo se fue tejiendo a su alrededor. Admiraban su obra, gozaban con su voz ronca y cavernosa, con su risa atronadora, con ese hombre profundo y sarcástico, que siempre desafió lo que los otros no se atrevieron».

Lihn tiene 43 años en 1972. Es el último año del gobierno de la Unidad Popular. Junto a Nicanor Parra y Cristián Huneeus se atrinchera en la Facultad de Ingeniería, y logran que se apruebe -nadie sabe cómo- la creación de un Departamento de Estudios Humanísticos en el que confluirán proyectos como El Quebrantahuesos y la revista Manuscritos. Ronald Kay, Alejandro Jodorowsky, Patricio Marchant, Catalina Parra, y, paralelamente, el cine de la época chilena de Raúl Ruiz. 

Desde ese lugar de libertad y experimentación, medio a trasmano, fuera del control administrativo, esta vanguardia lee la tradición literaria chilena que nace en 1842 con el discurso de incorporación de Victorino Lastarria a la Sociedad de literatura de Santiago. Dice así: «La literatura es la expresión de la sociedad, es el resorte que revela de una manera la más explícita de las necesidades morales e intelectuales de los pueblos, es el cuadro en que están consignados las ideas y pasiones, los gustos y opiniones, la religión y las preocupaciones de toda una generación… Nosotros (los escritores) debemos pensar en sacrificarnos por la utilidad de la patria. Hemos tenido la fortuna de recibir una mediana ilustración, pues bien, sirvamos al pueblo, alumbrémosle en la marcha social para que nuestros hijos le vean un día feliz, libre y poderoso».

En 1978, un año antes de que Lihn publique el poema «La realidad y la memoria», Cristián Huneeus entrevista a Nicanor Parra acerca del modernismo en América Latina. El antipoeta piensa que los ismos no son una respuesta que ayude a esta literatura a cumplir con el mandato de hacerse cargo del problema social, es decir, del problema de la injusticia en el país. Nombra como ejemplo de escritura comprometida al poeta Pezoa Véliz, que logra, a través de la concientización (y no de la hipnosis buscada por el modernismo), aunar en su escritura el compromiso personal y el social. Lástima que se muere tan joven, ironiza Parra. Para el antipoeta los dos problemas tienen derecho a la vida. La obra maestra ideal será aquella en la que ambos se integren de acuerdo con el pensamiento taoísta. Y cita como modelo el Martín Fierro de José Hernández. «Me parece que es la solución total. Es una literatura comprometida y al mismo tiempo es una literatura trascendente. Ese tipo canta, está feliz, y al mismo tiempo se están diciendo las cosas pertinentes». 

Curiosamente es la vanguardia argentina la que relee y reelabora el Martín Fierro. Pasan por ahí Borges, César Aira, Pablo Katchadjian, Gabriela Cabezón Cámara, Leopoldo Lugones, etc En la literatura chilena ocurre lo opuesto; cuando la vanguardia relee la tradición de compromiso social, como hacen Juan Emar, María Luisa Bombal, Marta Brunet, el grupo detrás de Manuscrito y el Quebrantahuesos, y, posteriormente, Guadalupe Santa Cruz, Diamela Eltit, Mauricio Wacquez, Antonio Gil, Carlos Droguett, Germán Marín, el campo literario de la época los barre bajo la alfombra. 

A propósito de la edición de un libro de conversaciones entre el crítico Pedro Lastra y Enrique Lihn, donde se omiten las preguntas del primero y solo se consignan las respuestas del poeta, Álvaro Bisama escribe: «Esa ausencia determina el libro y determina cierta historia de la crítica literaria chilena. El silencio de Lastra hace que el lector piense que Lihn le está hablando a la pared, que ningún eco viene de vuelta para abrazarlo. Chile queda demasiado lejos. Nunca nadie sale de acá. Porque Lihn es alguien que escribe en el vacío, que habla en el aire. Nadie contesta porque no hay nadie ahí afuera».

A partir de Manhattan se pública en 1977. Chile lleva cuatro años en dictadura. Nada se sabe de los 1.120 desaparecidos. Al releer el poema desde hoy parece como si, a contrapelo de su época, Enrique Lihn tomara el sentido literal con el que se lee en ese momento memoria y realidad, y cubriera a ambas con el poncho de la duda. 

Este poema trae un recado, como diría Gabriela Mistral. Un recado para los que leemos desde un tiempo en el que se multiplican los concursos de escritura de la memoria, investigaciones sobre la memoria, becas, congresos, cátedras de literatura y memoria; concursos de crónicas, escuelas de escritura de crónica, líneas de investigación de lo real, becas, congresos, cátedras de realismo… 

«El realismo y la memoria»:

«El simulacro de profundidad que presta la memoria a todas las cosas/porque ella es por definición lo profundo/ esa profundidad consustancial a las cosas en la memoria, razón/ por la cual se sustraen al reconocimiento/ deslizándose en sí mismas constantemente hacia un atrás/ aparente./ En la memoria/ no nos encontraremos nunca delante de las cosas que vimos alguna vez ni en realidad ante nada/ Pero en lo real -donde ocurre exactamente lo contrario-/ las cosas son pura superficie/ que nos cierra al conocimiento de las mismas/ cosas de las que ergo nada puede decirse en realidad»

Vaciada la gran promesa de la memoria: como profundidad, autoridad y apariencia de pasado, queda el puro simulacro. Desde el barro en el que posa los pies, Lihn piensa en una literatura que lleve al encuentro de las cosas. Ante la pregunta de cómo la literatura encuentra a las cosas, responde negativamente: ni por la vía de la memoria, que no es capaz de ponernos ante lo que vimos (ni ante nada), ni a través de la realidad, que muestra de las cosas solo la superficie. 

La literatura no es expresión de la sociedad, tampoco tiene que hacerse cargo de concientizar respecto al problema social, es decir, al problema de la injusticia en Chile. «No hago una literatura conformista, pero tampoco comprometida: pretendo liberarla de las ilusiones del realismo, desentramparla de la máquina ideológica, devoradora de escrituras. En otras palabras, como escritor me va mal. Lo cual me ha suscitado —hasta ahora— un resentimiento productivo, positivo a lo menos para mí: cada cual tiene sus ilusiones». 

Lihn postula una literatura «situada». Una expresión que, como dice Parra, está cerca del taoísmo. Ana María Risco, autora del libro de ensayo Crítica situada. La escritura de Enrique Lihn sobre artes visuales, cree que con «situada», Lihn se refiere a una experiencia no estándar. Una que se debe a «sus condiciones de enunciación». Y por lo tanto a lo que ocurre en un momento y en un lugar no intercambiable con otro espacio cultural u otro tiempo histórico. Situarse sería reconocer siempre el aquí y ahora de la experiencia, y por lo tanto su irreductible singularidad.

Habrá que preguntarse entonces cuánto de estándar, cuánto de momento y lugar no intercambiable, cuánto de aquí y ahora y cuánto de irreductible singularidad, tienen la memoria y la realidad. Y si es a través de esa fórmula como se aúna literatura comprometida y literatura trascendente, si con ella los y las escritoras cantan, están felices, y al mismo tiempo se están diciendo las cosas pertinentes. O si es puro andar arrastrando el poncho. En mi opinión, prefiero las escrituras que se fugan de la memoria y de lo real, que huyen lejos de las representaciones miméticas, directas, ordenaditas, cumplidoras, llenas de buenos sentimientos y de iluminar supuestas verdades ocultas. Prefiero las escrituras que se arrancan con los tarros, que entre ponerle y no ponerle, más vale ponerle, y avivar la cueca. Una literatura que privilegia la duda y desarrolla la pregunta por la verdad y la deja con temor y temblor en la página. No vaya a ser que pase el diablo arrastrando el poncho y nos lleve a todos y todas por publicidad engañosa.