Coordinado por Valerie Miles

Fotografía de Nina Subin y fotografías cedidas por los autores

VALERIE MILES

Juan, Fernanda, los dos sois poetas además de novelistas y trabajáis en varios medios artísticos: Fernanda en el teatro, Juan en el cine, entre otros. Estas experiencias intermediales imbuyen en vuestras poéticas una narrativa de lo inestable. Empleáis formas retóricas que constantemente atentan contra una realidad determinada: intersticios, superimposiciones, cronocismos, fractales; lo fugaz que revolotea justo en los bordes del entendimiento, o que se adentra en las oscuras regiones abisales del yo. Juan, acabas de volver de Buenos Aires, de participar en la Residencia de Escritores del Museo MALBA y no habrás eludido alguna conversación cometida entre «lo real» y «lo fantástico». Fernanda, siendo uno de los ejes argentino-españoles, debe ser una conversación también reiterada. Abundemos en ello sin caer en las obviedades de siempre.


JUAN VICO

6/9/2022

Querida Fernanda:

He vuelto hace poco de Buenos Aires, como sabes, y al placer de charlar contigo se suma el aún más egoísta de paliar mi nostalgia argentina. Así me siento esta mañana mientras te escribo mi carta: prologando gozosamente las muchas conversaciones que mantuve por allí. Resulta curioso que, tanto en esos diálogos con amigas y amigos como en las entrevistas promocionales que di a un puñado de medios locales, acabara surgiendo a menudo la cuestión del Realismo (perdón por la mayúscula) en relación con la literatura española y la tradición, digamos, latinoamericana (perdón por la etiqueta demasiado vaga), un tema que sin duda te interesará, aunque haya que esforzarse bastante para evitar sus lugares comunes. 

Leyéndote, me siento confortado por la aparición de una dimensión de la realidad que nos han acostumbrado a confinar a los márgenes de lo irreal, pero que en mi opinión forma parte ineludible de ella. Podemos utilizar mil palabras distintas para referirnos a esa región incierta y siempre móvil, pero te propongo ponernos junguianos y recalar en el campo semántico de lo sombrío, que es afín a ambos. Nos toparemos enseguida con la evidencia de que vivimos una época en que la realidad ya no es lo que era, como diría un físico cuántico, y llegaremos así a la pregunta del millón: ¿tiene sentido seguir narrando en términos naturalistas (otro adjetivo insuficiente) un mundo donde lo virtual y lo material, lo tangible y lo imaginario, tienden a confundirse? Puede que este debate, que en España ni siquiera ocupa un primer plano, esté más que superado en Argentina y en otros países de lengua castellana que conocerás mejor que yo.

En términos literarios, diría que asumo el trato con la realidad desde una postura estética con consecuencias éticas, antes que al contrario; es decir, sospecho que son las ganas irreprimibles de jugar con la estructura de la narración, con el tejido de las voces, de retorcer y tensar el estilo las que me llevaron en primer término a cuestionarme el realismo, a agrietarlo como forma de expandirlo. No sé si te ocurre lo mismo o si al leer estas líneas estás arqueando las cejas y pensando que soy un sujeto despreciablemente superficial…

FERNANDA GARCÍA LAO

Barcelona 7/9/, interior del día

Querido Juan:

Me temo que la realidad es una categoría extinguida. Los absolutos han ido cayendo en desgracia. O más bien, cuando nacimos ya no estaban. Lo insólito es que ese desequilibrio no se traslade a la página. A veces leo mundos que parecen cristalizados y me pregunto cómo se sostienen. ¿Será que hay autores cansados? 

Vos sabés que vengo de un país inexplicable y lo que duele a nivel social se convierte en potencia a la hora de crear, o eso anhelamos. Sin herida parece difícil escribir. Es inútil sustraerse de la muerte. Entonces, lo oscuro se nos filtra. Pero suelo decir en mis clases que con sufrir no alcanza, hay que saber organizarse. 

¿Tiene sentido seguir narrando en términos naturalistas (otro adjetivo insuficiente) un mundo donde lo virtual y lo material, lo tangible y lo imaginario, tienden a confundirse?

Por otro lado, me pregunto si la ética y la estética son complementarias o se excluyen. Hay textos que tensan esa cuerda. Desde Dostoievski para acá, la pregunta sobre los límites de lo narrable o la indisciplina moral de los personajes puede ser leída con el riesgo del juicio disciplinario, de las buenas costumbres y no desde el permiso de la indecencia. 

Escribir sin grandes alocuciones ni moralismos revela mejor las sombras. No hacen falta ni muchas páginas ni un gran despliegue argumental. Lo border, lo despreciado por los contemporáneos, suele vivir más allá de su tiempo. ¿No te parece?

Desde mi lugar, lo biográfico no tiene ancla. Por eso me resulta imposible imaginar un texto fiel a la tradición. Crecí mezclando, no sólo continentes sino textos. Y te soy sincera, los fieles a cualquier género me aburren. Prefiero un mal texto experimental que un cover eficiente. En eso, me temo, soy muy argentina. Queriendo traicionar soy parte.

Escribir es una oportunidad de repensar el mundo. El mundo puede ser una miniatura que se copia a sí misma o que se pervierte en el traslado. La maqueta cae al suelo y, desarmada, revela otra cosa. Prefiero esta opción. 

Armemos un reloj que no funcione como tal.

La seguimos.

JUAN VICO

7/9/2022, entre el primer y el segundo café

Querida Fernanda:

Lo estético y lo ético son inseparables, supongo. Pero una cosa es una ética asociada a la relación íntima que sostenemos con nuestra escritura y otra bien distinta la losa de los imperativos externos, como bien sugieres. Hay en nuestros días un insoportable moralismo asociado a la escritura que no detecto tanto en otros campos creativos. ¿No puede uno hacer literatura «auténtica» empujado por premisas que no requieran justificación en el mundo civil? Parece mentira tener que insistir a estas alturas en algo tan evidente.

Mencionas la herida como germen. Por supuesto. Una herida que es formal y fisiológica a la vez: ensayar una voz supurándola. Reverenciar la técnica para luego despreciarla; de esa mezcla de amor y odio nace la creatividad que me importa. Es un proceso sucio, animal, iluminador y sombrío al mismo tiempo. Si la escritura está cristalizada, un buen martillazo y a seguir. A(r)mar y desa(r)mar. No hay mucho más. Aunque tampoco hace falta dejar el suelo perdido de cristales: basta con que el armazón se resquebraje. A través de esa herida mineral es posible vislumbrar aquello que necesitamos para seguir escribiendo. Me gusta la palabra intersticio para convocar todo esto, tan resbaladizo y difícil de teorizar. 

Qué sería de nuestras teorías sin nuestros alumnos, por cierto; es en las clases donde se airean y se ponen mejor a prueba, ¿no te parece? Ahí va una de mis frases de profesor plasta favoritas: «la elipsis, esa gran desconocida…». Porque la elipsis constituye, por descontado, una de las variantes más seductoras de la resquebrajadura. Estoy convencido de que el texto no solo ha de aprender, resignado u orgulloso, a transitar los márgenes ajenos, sino también a producir sus propios márgenes. De ahí que me atraigan tanto las novelas breves, condensadas, fibrosas, la estética del fragmento, las narraciones que funcionan más por resonancias que por nexos ultrarracionales. Hay una ambigüedad barata, hija de la inoperancia y de la falta de ambición, y una ambigüedad fértil, que es la que uno admira. Más que jibarizar el argumento novelesco, lo apasionante es sortearlo, bailar con él, perderlo y reencontrarlo como por azar, igual que un amante trastornado.

Quizás, al fin, solo se trate de jugar. Por medio del juego también podemos hurgar en la herida. Puede que no haya nada más serio que el juego, por mucho que nuestra época, tan pendiente de proclamas y de fórmulas neoliberales disfrazadas de terapéuticas, se empeñe en confundirlo con la trivialidad. En literatura, la casa gana casi siempre y la mayoría acabamos perdiendo sin remedio; pero de eso se trata. El juego es, seguramente, la forma más creativa y apasionante de fracaso literario. 

FERNANDA GARCÍA LAO

Miércoles 7/9, es decir, ahora. 

Estimado:

Fracasamos a lo grande, sí. Somos escritores, es decir, sombrereros. Gente en extinción. Qué fauna extravagante. Aunque, desde el encierro, además de vacunas, han proliferado los aspirantes al fracaso. Se lee poco, pero qué manera de escribir. Coincidirás conmigo en que hablar del fracaso es tentador: enseguida parecemos beckettianos. Tal vez, lo que ha fracasado es el silencio. 

Lo que abunda es cierta necesidad de trascendencia apurada. Y no lo digo por quienes roban horas a la vida para escribir. Sino por el hecho de escribir para ocupar un espacio que, vos y yo sabemos, no existe. Nadie aguarda el texto ajeno, andamos atrás de nuestras miserias travestidas de señuelo. Usando, como diría Clarice Lispector, la palabra como carnada.

Pero hablemos del hurto, si te parece. No del tiempo que dejamos de vivir para cranear una frase. Tampoco de la figura del plagio. Sino de los homenajes encubiertos. Plagiar es un modo de amar lo ajeno, que incluye el deseo y la ingenuidad. Pero la simulación es fría. 

Seguro que habrás observado cómo basta que un texto funcione en alguna de las coordenadas de validación (critica, académica o mercantil) para que aparezca una saga a su alrededor. No de manera espontánea, como parte de un logos común, sino alentada por editores hábiles con tendencia a la repetición y por autores que reproducen lo que tuvo eco o se auto imitan. Hay mucha pólvora mojada, ¿no te parece? 

Entiendo que la situación económica que atravesamos tienda a favorecer aquello que se presume vendible, pero esa pescadilla mordida resulta escasa. Vacía de sentido y de riesgo. La herida y el riesgo, entonces, imprescindibles en este juego.

En cuanto a lo que mencionás como literatura auténtica, no termino de entender hacia dónde se dirige la idea. ¿Tiene que ver con lo que acabo de señalar?

En un mundo donde los objetos sin enchufe tienden a desaparecer, el libro sigue conservando cierto aire de grandeza. Nadie puede sustraerse a la tentación de verse publicado en ese formato. El cuerpo del libro da existencia a las palabras. Andan sino sueltas por ahí, fantasmáticas. Por pantallas inasibles que no tienen olor.

JUAN VICO

8 de septiembre, mecido por una ligera resaca

Querida amiga:

Palabra a menudo odiosa, auténtica, por eso la entrecomillé, y aun así… ¿Escritura sincera? Tampoco sirve: las buenas intenciones no tienen mucho que ver. ¿Meditada, autoconsciente? ¿Arriesgada, suicida? Qué se yo. Los motivos para escribir son lo de menos, y en cuanto a los resultados, que es lo que nos importa como lectores, nunca deberían supeditarse ya no a los eternos criterios comerciales, sino siquiera a la mayoría de exigencias extraliterarias.

 Ahora bien, y dándole la vuelta al sombrero, ¿existe lo extraliterario, para los que nos dedicamos a la literatura? Ningún romanticismo fatalista en mi pregunta, escribir es una manía, más que un destino. Y ahí entraría una de las cuestiones que comentas, la de la trascendencia fast food. Me sorprende que en un momento en el que, en general, se exige tan poca excelencia literaria a la literatura, se le pidan tantas prestaciones sociales, políticas, espirituales, identitarias. ¿Por qué hay que buscarle rendimiento a una novela y no a una sonata? Cuestión vieja que asoma cíclicamente. Esoterismo puro maquillado de mercadotecnia. 

Creo que la realidad viene conmovida de fábrica, el tema es cómo la mudamos sin solemnidad a nuestra página. Porque hay mucha autoconciencia. Hay quien imagina que viene a salvar a la literatura de su parálisis, hay quien se postula a vanguardista, están los contadores de historias en relación directa con su propio ombligo o los moralistas disfrazados de auténticos

La literatura no creo que nos salve de nada. La literatura apenas tiene sentido práctico. Pero esa es al mismo tiempo su mayor utilidad: la de ofrecer una apertura continua hacia algo que nos estimula porque nos incomoda. Sería lo opuesto a una receta, aquí no hay dosis medidas ni promesas de resultados. Uno puede echar toda la miseria o el gozo personal que desee en la zanja sin fondo de la literatura, por supuesto, pero no dejará de ser un acto privado, coyuntural y bastante aburrido para los demás. 

Que no se entienda el anterior párrafo, un tanto enfático, como una huida de la realidad o una proclama esteticista, por favor; al revés: me interesa ante todo partir de la realidad y conmoverla, deformarla para recuperarla literariamente. No me parece demasiado relevante, así, que practiquemos narrativa de molde clásico o de aires rupturistas, que chapoteemos en los géneros o los evitemos como la peste, que ansiemos la ligereza o aspiremos a la densidad. El desafío se encuentra en otro nivel, lejos de las clasificaciones convencionales. Cada día estoy más convencido, por cierto, de que cualquier escritura es autobiográfica, incluso las fantasías más desbordadas. Sé que suena maximalista, pero es una idea que me sirve para combatir la mitología del escritor sufriente y la de su insoportable réplica contemporánea, el escritor terapeuta. 

Y el hurto, sí. El eco fértil. La resonancia, permíteme que me repita. Vernos a nosotros mismos como una simple pieza, encajada o suelta, más o menos prescindible, no solo nos libera de un culto excesivo y supersticioso al presente, sino que suma matices muy seductores a la siempre legítima búsqueda de originalidad. El secreto está en eludir la imitación del último éxito editorial (estrategia también muy antigua, por cierto) para divertirnos rapiñando en lugares alejados del foco, más atrás, más abajo, más al lado. 

Sin embargo, Fernanda, tengo igualmente la sospecha de que las teorías se construyen a posteriori. Nos inventamos grandes frases, flirteamos con la paradoja y el silogismo, vociferamos y secreteamos, nos indignamos ante tal postura o nos adherimos a tal otra para darle un sostén programático a narraciones que hemos escrito sin ser a veces muy conscientes de hacia dónde nos iban a conducir. Por fortuna, quizás. Permitámonos el lujo, entonces, de contradecirnos pasado mañana: somos novelistas, no académicos. La incerteza, eso sí que me parece fundamental. 

Te envío un abrazo grande y nada teórico.

FERNANDA GARCÍA LAO

Barcelona, sin mayores precisiones temporales.

Juan: 

La resaca le ha hecho bien a tu carta. Y no quiero sugerirte la embriaguez. Pero, recordé Los paraísos artificiales y pienso que, si cada época se dejara leer por las drogas ingeridas, esta será recordada por la automedicación. Quizás la literatura contemporánea nos resulte un poco adormecida, ¿no te parece? Salvo inquietantes excepciones, claro. La gente mal dormida, al fin y al cabo, sostiene el mundo.

Como intuirás, mi estado no es el mejor. También anduve entre tinieblas hasta muy tarde. Por eso voy a ser milimétrica. De tus palabras, resalto el uso de rapiña, tan denostada. A la que tengo un aprecio particular. Y pongo en remojo a mercadotecnia, que me tienta tan poco. Aunque me provoque risa. Es que suena a pirotecnia: desea una explosión y al instante no hay nada. El ruido es pariente del olvido.

Coincido en esto: a priori no sabemos nada, me temo que a posteriori tampoco. Nos piden definiciones, que es un modo de ubicarnos en lo que ya existe. Y no porque una tenga pretensiones de inauguración, sino por desconfianza en torno a las categorías. Aunque recordando a mi analista, esquivar las categorías por sistema es ingresar en otra categoría. La de quienes renegamos de ella.

De las preguntas trilladas que hay que responder a diario, mi favorita es cómo nació un texto. Como si fuéramos conscientes del minuto uno en el que comenzó la ignición, de qué restos se alimentó el asunto. Qué mecanismo se desató en la frase primera y cómo contagió al resto. Asociar y perturbar, podría ser el título provisorio de un ensayo sobre cómo se forma el tejido. Es verdad que no somos ingenuos, hay un intento de manipulación de lo que aparece. Pero debiera ser en dosis homeopáticas. Que, si la cabeza devora la carne, sólo nos quedaría la razón. Y con ella, sólo frases viejas, bien peinadas. 

Creo que la realidad viene conmovida de fábrica, el tema es cómo la mudamos sin solemnidad a nuestra página. Porque hay mucha autoconciencia. Hay quien imagina que viene a salvar a la literatura de su parálisis, hay quien se postula a vanguardista, están los contadores de historias en relación directa con su propio ombligo o los moralistas disfrazados de auténticos. 

Yo te digo lo que le pido a mi escritura: que no sea mía. Huyo para ponerme en duda. Si todo es autobiográfico, coincido, que no sea literal. Y si lo es, que me perturbe. 

Sobre el papel, somos pobre gente intentando un giro, una rotación, que no parezca que una línea está muerta. Insuflándole una respiración artificial – hola, Piglia- a un presente que se alimenta de angustia o de rabia. La literatura es una forma privada de la utopía, escribió en Prisión perpetua, donde ensaya lo íntimo y lo apócrifo. Y yo digo, qué tipo inteligente. Aunque sus libros sean poco literarios, si se me permite la expresión. 

Pero, qué es literatura. ¿Un acto inesperado que se escribe a sí mismo? En el sentido de que ha de pensar en sí y no en quien lo ejecuta, tampoco en quien lo lee. Hay una idea preciosa de Mary Ruefle: si no fuera por la intervención del poema, entre el primer y último verso no habría conversación, cito de memoria. 

He disfrutado mucho de este intercambio, que cierro con una frase. La encontré en un cuadernito que sobrevivió a mi última mudanza: No me acuerdo por qué, temiéndole a la oscuridad, me escondía en el ropero.

Que la inquietud no se termine.


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Juan Vico. (Badalona, 1975) es autor de la novelas El animal más triste (Seix Barral, 2019), Los bosques imantados (Seix Barral, 2016), El teatro de la luz (Gadir, 2013; Premio Fundación MonteLeón) y Hobo (La Isla de Siltolá, 2012). Ha publicado también el libro de relatos El Claustro Rojo (Sloper, 2014) y varios poemarios: Condición de los amantes (La Isla de Siltolá, 2021), La balada de Molly Sinclair (Origami, 2014), Still Life (UAB, 2011), Víspera de ayer (Pre-Textos, 2005; Premio Internacional Arcipreste de Hita). En 2018 recibió la Beca Montserrat Roig del Ayuntamiento de Barcelona/Unesco, y en 2022 participó en la Residencia de Escritores Malba (Buenos Aires). Ha colaborado con diversos medios de comunicación, ha sido redactor jefe de la revista literaria Quimera y en la actualidad es profesor en la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés. Su libro más reciente es el ensayo La fábrica de espectros (WunderKammer, 2022).

Fernanda García Lao. (Mendoza, Argentina, 1966) tiene una larga trayectoria como narradora, poeta y directora escénica. Vivió en España, donde tuvo su etapa formativa entre 1976 y 1993, debido al exilio de su familia. Ha escrito y dirigido piezas teatrales que le valieron, entre otros, el premio Antorchas. Publicó las novelas Muerta de hambre, primer premio del Fondo Nacional de las Artes; La perfecta otra cosa, La piel dura, Vagabundas, Fuera de la jaula, Nación Vacuna y Sulfuro, los libros de cuentos Cómo usar un cuchillo y El tormento más puro, los poemarios Carnívora, Dolorosa y Autobiografía con objetos. En colaboración con Guillermo Saccomanno escribió la novela epistolar Amor invertido y el libro de relatos Los que vienen de la noche. Ha sido traducida al inglés, al francés y al italiano. Su obra se ha publicado en América Latina, España, Francia, Italia y Estados Unidos. Desde 2010, coordina talleres de escritura y colabora para distintas publicaciones literarias. En la actualidad, reside en Barcelona. 

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