POR  GIOCONDA BELLI

La literatura a menudo regala privilegios especiales a quienes la trabajamos. El 29 de abril llegué a Granada para ser parte, con los escritores, Sergio Ramírez, Luis García Montero y Daniel Rodríguez Moya, de una charla sobre Literatura y Compromiso en el acto de clausura del Festival de Poesía de Granada.

Antes del evento en el patio central del Palacio de Carlos V, la directora de la Alhambra, Rocío Díaz, nos ofreció llevarnos al Patio de los Arrayanes. «Iremos por la Escalera del Tiempo», me dijo, sonriendo. Ir por semejante escalera me pareció mágico y le pregunté si acaso nos mudaríamos a otro siglo. Me explicó que el Palacio de Carlos V se comunicaba con la Alhambra por una escalera. Los reyes, Carlos e Isabel de Portugal, querían poder pasar de su palacio renacentista a los Palacios Nazaríes y la hicieron construir. 

La escalera del tiempo es oscura y agreste, con escalones sin refinamiento. Imagino que el plan habrá sido de hacerlas más dignas del rey y la reina, pero el palacio de Carlos V no llegó jamás a terminarse. Bajamos pues, a paso lento y desembocamos sin más en el patio de los Arrayanes, que es una maravilla de contemplar: un rectángulo de agua, bordeado de mirtos, con canales de agua que corren por los lados, y una fuente circular en un extremo, con siete arcos bajo la Torre de Comares donde se dice que Boabdil firmó el acuerdo de entregarle Granada a los Reyes Católicos. La piscina rectangular refleja como un espejo la torre y los arcos. Nos habla de un artista moro que supo que la belleza del patio se duplicaría en el agua. 

El viaje en el tiempo continuó en el Palacio de Carlos V, porque esa noche de clausura del Festival, ante un público que llenaba el espacio circular que hace del palacio una construcción única del mejor estilo renacentista adelantado a Palladium y al manierismo, se habló de exilios y de la guerra de Ucrania.

Luego de la conversación en la que Sergio Ramírez, Luis, Daniel y yo lamentamos el fin trágico de la revolución sandinista al desembocar en la tiranía de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, le tocó el turno, para clausurar el festival, a Svetlana Alexiévich, la Premio Nobel. Nacida en Bielorusia y autora de varios libros que redefinen la crónica periodística y la sitúan al nivel de una literatura digna del premio Nobel, Alexiévich conversó con la directora del Festival Dra. Remedios Sánchez García. Escucharla fue cruzar otra Escalera del Tiempo.

De sus libros había leído El fin del homus soviético donde a través de entrevistas ella nos introduce con un finísimo estilete en la mentalidad del pueblo ruso después del fin de la Unión Soviética. Confesó que, en ese momento, ella pensó que la perestroika había significado el fin de ese personaje y de la esclavitud intelectual de aquella época. Ahora piensa, reflexionó, que ese personaje está en el centro de lo que ha pasado recientemente con Putin y la invasión de Ucrania. Me estremeció oirle decir cómo ella fue llegando a la conclusión de que es imposible pasar tanto tiempo en la cárcel y conservarse libre. La falta de libertad se queda dentro. De nada sirve, dijo, botar estatuas. Eso no es la libertad. Un hombre soviético, un hombre no libre como Putin, solo podía construir lo que ya conocía. El «homus soviético» no tiene memoria de la libertad. Más bien, según ella misma ha observado, es capaz de hacer romance de la esclavitud en que vivió, sentir nostalgia por el «país fuerte» al que antes tanta gente temía, volver a colgar retratos de Stalin. «Para que haya un país libre debe haber personas libres». Ella quisiera escribir, añadió, sobre el ser humano que aún no existe; ese que no quiera morir por la patria. «Hay que ayudar a Ucrania a vencer para que Putin despierte».

La idea de que un largo régimen represivo conduzca a la pérdida íntima de la libertad; la noción de que las personas, al interiorizar el sometimiento pierden la capacidad de ser libres, me sacudió. Reconocí en ella ecos de la experiencia de otros países. Por insólito que parezca podría explicar cómo es que la historia puede repetirse y convertirse en una sucesión de tiranías. Significa que un modus vivendi políticamente opresivo puede condicionar a las personas a desear el retorno al status quo que les era conocido y por tanto manejable. Sería semejante al caso de una persona mal tratada que aprende a aceptarlo y desconfía de quien le ofrece una situación diferente. Me recordó a mi pobre cacatúa amarilla que pensé triste y decidí liberar. Por más que le abrí la puerta de la jaula y la animé a salir no logré que lo hiciera. 

Pensé en la metáfora de la escalera del tiempo. ¿Cómo se podrá desmontar esa que nos lleva una y otra vez al pasado? 

Total
191
Shares