Hervás publicó dos obras sobre la educación de los sordomudos: Escuela española de sordomudos o arte para enseñarles a escribir y hablar el idioma español (1795) y el complementario y práctico Catecismo de Doctrina cristiana para instrucción de los sordomudos (1796). La primera, tuvo versión francesa en París y en Brujas. Estuvo precedida del ensayo de Juan Andrés, publicado originalmente en italiano, Dell’origine e delle vicende dell’arte d’insegnar a parlar ai sordi e muti, traducido al español por su hermano Carlos al año siguiente. En su Historia universal de las letras y las ciencias (volúmenes i y iii) Andrés ya daba noticia de la precedencia y originalidad de Pedro Ponce de León, a mediados del siglo xvi, y la escuela española.

Hervás se propone ilustrar la llamada «escuela española» de instrucción de los mudos, iniciada por Ponce de León y reconstruida por Andrés, pero no plantea una simple revisión de esta historia sino que efectúa una sustancial contribución teórica y metodológica a la misma mediante un estudio gramatical y un repertorio de signos para uso docente, a fin de hacer «escribir y hablar el idioma español» a los mudos. Clasifica para ello los tipos de idiomas a fin de enmarcar la lengua de signos.

En la primera parte de la obra, Hervás ofrece «una variedad de discursos útiles al político, al físico, al filósofo y al teólogo». Reflexiona sobre varios argumentos: la necesidad de educar a los sordomudos, las causas de la mudez, las ideas morales, civiles y gramaticales de los sordomudos instruidos, la taxonomía de los gestos usados naturalmente por los sordomudos, la función de los sentidos en el aprendizaje de una lengua. Dedica pues un largo espacio a las ideas gramaticales que ha descubierto en los sordos y a la clasificación de los tipos de idiomas posibles. La segunda parte es una «historia del principio y de los progresos del arte de enseñar a los sordomudos el habla y la escritura de un idioma». Hervás plantea aquí una defensa de la escuela española de sordomudos fundada por Ponce de León. El método de Ponce de León tenía como finalidad «desmutizar» al sordomudo, por lo que la escuela española es fundamentalmente «oralista», frente a la escuela francesa, dominante en el siglo xviii, la cual proponía un método de aprendizaje que empleaba una serie de signos arbitrarios. Juan Pablo Bonet, autor de una Reducción de las letras y arte para enseñar a hablar a los mudos (1620), es el siguiente eslabón de esta historia, que reitera pues la intención primaria de la escuela española: alfabetizar a los mudos a través de una articulación que se basa también en la letra. El arte de desmutizar se consiguió mediante la dactilología («el arte de hablar con la mano») y mediante la reducción de las letras a su articulación. Bonet consiguió notables avances en el estudio articulatorio de las lenguas, razón por la cual ha sido considerado entre los precursores de los estudios de fonética articulatoria.

La tercera parte, la más metodológica, se titula «Arte de enseñar por escrito a los sordomudos el idioma español». Estudia las «letras manuales» y su formación y el método con el que se enseñan los elementos gramaticales a los sordomudos. Las observaciones de Hervás se basan, en primer lugar, en la revisión de la bibliografía específica escrita hasta entonces, reparando, sobre todo, en los métodos usados por el abad l’Épée y Tommaso Silvestri, director de un importante colegio romano para sordomudos al que Hervás solía acudir para sus estudios. La penúltima parte, más específicamente técnica, constituye un «método práctico de enseñar el habla a los sordomudos». Ilustra la articulación fonética silábica y el modo mediante el cual enseñarla al alumno. También se insertan algunas consideraciones acerca de la ortografía española y el «acento y artificio gramatical de la lengua portuguesa» y de la italiana.

La Escuela española de sordomudos concluye sobre la «instrucción civil, moral y cristiana de los sordomudos», que es parte fundamental de la teoría pedagógica de Hervás. La educación del sordomudo no ha de limitarse simplemente al aprendizaje de un eficiente medio comunicativo, sino que ha de ser completa: recuperada la «humanidad» a través de la «desmutización», el sordomudo ha de acceder a las nociones civiles y morales propias del hombre de bien. Esta parte consiste fundamentalmente en un catecismo de la doctrina cristiana, que ampliado publicaría Hervás un año más tarde.

La obra de Hervás no es simplemente un método práctico de alfabetizar a sordomudos, sino que se sustenta en conocimientos e interpretaciones estrictamente lingüísticos. Mediante riguroso método comparatista, Hervás descubre la gramática de la lengua manual como resultado del contraste de lo que ya había estudiado en las gramáticas de las lenguas orales, así como de la misma comparación de las lenguas verbales con esa lengua realizada con las manos. Esta «gramática mental» del sordomudo cobra especial importancia epistemológica a fin de definir una idea misma de gramática. También son significativas las observaciones sobre la existencia de una posible lengua universal visual, gestual, un asunto muy debatido en la época y que tenía antecedentes en Wilkins, Dalgarno o Leibniz. A esta cuestión iba asociada otra, la relativa al origen del lenguaje humano, si fue el lenguaje manual el primer medio de comunicación humana. Para Hervás, el idioma natural de señas, supuestamente anterior a la intervención divina, adquiere carácter de lengua universal, y es útil a fin de «descubrir mejor el estado de los idiomas en la infancia del linaje humano».

La lengua de los sordos presentaba para Hervás un interés teórico añadido, el de ilustrar la relación entre naturaleza y lenguaje, ofreciéndose aquélla como lenguaje natural. Las páginas que Hervás dedica a la descripción del lenguaje natural son de gran vivacidad incluso estilística. Entiende que el lenguaje verbal es fundamentalmente fruto de convención, mientras que el de señas presenta esa naturalidad perdida ya en el convencionalismo y arbitrariedad de la lengua verbalmente articulada. Y define la seña como «toda señal exterior que se haga por cualquiera de los cinco sentidos» y el idioma de las señas como «el que la naturaleza sugiere o inspira a los hombres, y el único que estos hablarían si Dios no les hubiera infundido las lenguas». Si la gramática de los sordomudos es totalmente mental (que es decir completamente natural), la nuestra es verbal y mental (es decir, natural y artificial).

En este campo, el gran hallazgo de Hervás consiste en que se adelantó no en el reconocimiento, obra sobre todo de l’Épée, de que la lengua de signos es una verdadera lengua, sino que es congruente y por tanto no inferior a las lenguas orales, y epistemológicamente fundamental para entender el lenguaje humano, así que «la verdadera valoración de este libro de Hervás, de lo que aún esconde, no puede venir sino de la lingüística».

En cuanto al aspecto más pragmático y humanitarista de la obra, en la dedicatoria inicial a Joaquín Lorenzo Ponce de León, descendiente del fundador Ponce de León, Hervás escribe que «el arte de enseñar a los sordomudos el habla y la escritura […] es el de conquistar su espíritu y hacerlos útiles temporal y espiritualmente a la religión y a la sociedad». Y esta intención surge por el hecho de que el sordomudo es, para Hervás, un sujeto responsable y digno de ser educado, un sujeto que pasó de ser tratado simplemente como un «bobo», como alguien carente de lenguaje, a ser sujeto de conocimiento y de lenguaje. Los sordomudos «desde las primeras lecciones muestran con la mayor ansiedad que su alma desea romper unas cadenas que los tienen como aprisionados y ponerse en libertad».

En la segunda mitad del siglo xviii se habían cumplido ya pasos significativos en la educación de las personas afectadas por minusvalía, sobre todo en el caso de los sordomudos. En esta dirección, el abad l’Épée fundó el Instituto Nacional de Sordomudos de París en 1771, luego dirigido por Roch Ambroise Sicard. Cabe recordar que ya Diderot, en 1751, se ocupó de la educación de los sordomudos en su Lettre sur les Sourds et Muets à l’usage de ceux qui entendent et qui parlent. En España, José Navarrete fue profesor del primer centro para sordos, el Colegio Escolapio (1795), que cerraría en 1802 por falta de apoyo económico. Es de 1805 la fundación del Real Colegio de Sordomudos, de cuya dirección se encargaría, a partir de 1808, José Miguel Alea. Francisco Fernández Villabrille, futuro director de la institución, se ocuparía de rescatar, en parte, el magisterio pedagógico hervasiano.

En Roma Hervás había entrado en contacto con la Escuela de Sordomudos de Tommaso Silvestri (fallecido en 1789) y Camillo Mariani, quienes explicaban el método educativo francés. En la escuela romana de Silvestri, que Hervás frecuentaba asiduamente, conoció a su principal informante, Ignacio Puppi, niño sordomudo de trece años. Hervás estudió empíricamente la lengua de signos de primera mano. Ahora bien, Hervás publica su Escuela española de sordomudos en una época, la última década del siglo xviii, ya marcada por una concepción de la educación entendida no como exclusiva sublimación y trasmisión de valores tradicionales, sino en cuanto redescubrimiento del hombre como sujeto y principio de educación.

Los nuevos planteamientos científicos y metodológicos conceptualizados por el empirismo y el racionalismo dieciochescos se traducen también en un nuevo método pedagógico que hacía descansar todo progreso personal y cultural en la fuerza dinámica de la experimentación. El aprendizaje toma pues un sesgo empírico de gran importancia para la gestación, nacimiento y desarrollo de la educación que luego llamaríamos «especial». Es de notar que con el naturalismo resultó devaluada la cultura y la pedagogía de la fe, el dogma, la autoridad y los valores tradicionales. El hombre y su experiencia se convertían en los principios validadores de la realidad, nuevos demiurgos del universo. La educación ya no sería entendida tanto como la asunción de valores externos: potenciándose la individualidad y personalidad del sujeto, se toman la sensación y la experimentación como principios irreductibles de la acción pedagógica. La paulatina pero progresiva secularización de la educación, así como la sustitución de un paradigma pedagógico tradicional por otro más moderno fundado también en el aprendizaje sensorial y empírico, conforman el contexto cultural en el que Hervás defiende su metodología para la educación del sordomudo, una propuesta que es eslabón importante en la historia de la educación especial.