Resulta de lo más oportuno que Cuadernos Hispanoamericanos encargue un artículo acerca de las nuevas voces de la narrativa española justo en 2024, un año cuyo primer semestre se ha visto marcado por la publicación de dos novelas extensas de autores jóvenes que han acaparado buena parte de la conversación en redes sociales, suplementos y librerías. Hablo de Los escorpiones, de Sara Barquinero (Lumen), y La península de las casas vacías, de David Uclés (Siruela). Aunque no podrían parecerse menos, ambos libros coinciden en desmarcarse de tendencias generacionales que parecían innegociables, como la autorreferencialidad (que no es necesariamente autobiografía), ofreciendo a cambio vastas panorámicas para tratar los asuntos que las protagonizan y una fe en las hechuras de la novela-novela de toda la vida que quizás tenga algo de conservador, estéticamente hablando. Fíjense, si no, en el planteamiento de Uclés, que acude sin ningún giro irónico al universo simbólico del «realismo mágico» para recontar la Guerra Civil, convertida en un tapiz cuyo colorido no disgustaría a Gabriel García Márquez. O en el de Barquinero, cuya aproximación a las heridas mentales de nuestra época (depresión, adicción, paranoia, suicidio…) se sirve de las lecciones del posmodernismo americano, marinado con recursos de thriller y terror y un talento lúdico para reconfigurar los tópicos de otras corrientes más coyunturales, como la novela rural.
Cuando digo que la comunidad lectora ha «conversado» en torno a estos títulos, no utilizo palabras vanas: la crítica se ha dividido (sobre todo, con Barquinero y su estilo), los ideólogos se han hecho preguntas (sobre todo, a propósito de Uclés, por la posible, y a mi juicio inexistente, banalización de la Guerra que supondría contarla en clave «mágica»), etc. Si quieren mi opinión, se trata de dos magníficas novelas que amplían el campo de batalla de la narrativa de su generación, precisa y paradójicamente al reclamar el derecho a trabajar con herramientas heredadas, y eso que soy el primero en tener muchísimas prevenciones (de tipo estético) ante la idea de relanzar eso del realismo mágico a estas alturas; sin embargo, cuando se hace con tanta convicción, cuesta no rendirse al resultado. En cuanto a Barquinero, y sin obviar que el éxito de Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez (Anagrama) ha provocado una ola que juega a favor de Los escorpiones, me parece que su capacidad para ensamblar un montón de elementos de apariencia dispersa la convierte en un ejemplo que podría ser muy fértil en los próximos años para la narrativa española.
Ahora, retrocedamos un poco en el tiempo. En 2021, la revista Granta da a conocer su influyente selección de ‘Los mejores narradores jóvenes en español’, siendo jóvenes el equivalente a «menores de treinta y cinco años». Los españoles que aparecen en ella son todos interesantes, aunque no sé si esta clase de jerarquías tienen sentido (y, si la tuvieran, la lista no sería la mía). Además, a estas alturas, dado el timing de sus trayectorias y la publicidad y la consagración que supone haber sido escogidos por un prescriptor tan poderoso, no sé si corresponde incorporarlos a un texto como este. Al menos, citémoslos: David Aliaga, Irene Reyes-Noguerol, Alejandro Morellón, Cristina Morales (sin duda, la más reconocida internacionalmente, ya muy lejos de ser una nueva voz se mire por donde se mire). La lista se completa con otros dos nombres en los que sí querría detenerme por un momento. El primero es Munir Hachemi, que con El árbol viene (Periférica, 2023) lograba una obra mayúscula, inteligentísima, perturbadora. La novela juega a ser un informe antropológico o un libro genesíaco para hablar de la relación del hombre con la ecología a través de una indagación lingüística: así como suena, casi nada.
El otro nombre es el de Andrea Abreu, cuyo debut Panza de burro (Barrett, 2020) fue un éxito absolutamente inesperado que permite múltiples abordajes e interpretaciones. Abreu cuenta la sencilla historia del coming of age de dos amigas, casi niñas que de pronto se descubren deseándose y amándose. La inmediata viralización del libro nos habla, sobre todo, del modo en que las lectoras españolas construyen comunidad y vínculos en redes sociales mucho más allá de las estrategias que diseñan los transatlánticos del mercado editorial, y son esas comunidades las que convirtieron Panza de burro en un fenómeno sociológico. La novela es ágil, vital y desacomplejada, y está escrita en un castellano tomado al asalto por los rasgos coloquiales del habla en las Canarias, rasgo que sin duda explica el desembarco de Abreu en la lista de Granta, no en vano su editora, Valerie Miles, le concedió una especial importancia al criterio de localizar obras que supiesen evocar los distintos registros geográficos de la lengua. Pero, sin ánimo de comparar, asimilar o poner a competir entre sí dos novelas que no presentan mayor conexión, si se trata de valorar este último factor, es imposible obviar la divertidísima y desobediente Solo quería bailar, de Greta García (Tránsito, 2023), protagonizada por una bailarina presidiaria que escribe en andaluz y suelta una perla tras otra, convirtiéndose en una especie de voz anarquista del pueblo a cóctel molotov por página (o por pirouette). Maravillosa.
Por lo demás, los nombres masculinos de Uclés, Aliaga, Morellón y Hachemi (y no serán los últimos que mencione, claro) contribuyen a equilibrar una realidad a tener en cuenta: la renovación literaria corre a cargo de mujeres. O quizás sería más exacto abrir el abanico y aclarar que la protagonizan mujeres y personas que pertenecen de un modo u otro al colectivo lgtbi+. No se me escapan las aristas de hacer este tipo de planteamiento (para empezar: esas circunstancias identitarias son importantes, desde luego, pero no son todo el individuo). Hace poco ya deslicé esta observación estadística en redes sociales, y alguien se preguntó si de verdad hacía falta «sexar» la literatura. Entendí la prevención, pero lo cierto es que el hecho (porque es un hecho, bien fácil de contrastar) trae aparejada información sobre quiénes leen hoy; qué historias interesan más al mercado, sí, pero también a los lectores más estimulados; cuáles son los balances ideológicos en el campo literario actual; etc.
Por otra parte, hay otra tendencia, menos obvia y más difícil de interpretar, que me resulta muy llamativa, y es la gran cantidad de narradoras que se han formado en primer lugar como actrices, dramaturgas, coreógrafas, directoras de escena… Es el caso de las mencionadas Cristina Morales y Greta García, a quienes se añaden otras autoras recomendables como Carla Nyman con Tener la carne (Reservoir Books, 2023), Yaiza Berrocal con Curling (H&O, 2022), la inédita Rocío Collins (cuyo debut narrativo, Éxtasis en una noche de verano, está previsto en octubre), Violeta Gil con Llego con tres heridas (Caballo de Troya, 2023), Elisabeth Duval (volveré a ella enseguida)…
¿Qué significa esto, si es que significa algo? Reproduzco algunas hipótesis que ya ofrecí en otro lugar hace un año: «la representación escénica equivale a las instalaciones temporales que predominan en el arte: fugacidad en época de aceleración, obra en flujo cuando la posteridad ha devenido promesa inverosímil, ridícula. Pero, sobre todo, el arcaico escenario se ha convertido por sorpresa en sinónimo de cuerpo, carne presente en movimiento, réplica tangible a la sobreexposición virtual sin renunciar a la palabra, plataforma donde interrogar los límites del género y del sexo. El cuerpo, en concreto el cuerpo femenino en primera persona, ha sido el tema literario decisivo de las últimas décadas, un territorio que pronto se reveló poco y mal explorado. Pensar ese cuerpo exige pensarlo en el espacio. Visto así, volver al teatro como paso previo a la renovación narrativa podría considerarse la continuación natural de búsquedas precedentes, una muestra de lealtad expansiva al legado de las maestras, y un énfasis carnal».
A partir de lo anterior pueden reseguirse dos pistas. La primera nos conduce a la aparición de los cuerpos y las vidas trans, no como materia narrativa, puesto que en ese sentido ya habían sido tratadas antes, pero sí como materia narrativa central, con un entorno dispuesto al fin a escuchar y sentirse apelado. La novela-fenómeno en esta categoría ha sido La mala costumbre, de Alana S. Portero (Seix Barral, 2023); la tapada, Solo los valientes, de Alejandro Albán (Círculo de Tiza, 2022); y la más sorprendente, Reina, de Elisabeth Duval (Caballo de Troya, 2020). Ninguna es perfecta, a decir verdad; pero las tres aparecen en este texto porque concretan propuestas literarias convincentes que apuntan en direcciones valiosas. En todo caso, dije que Duval aportó la obra más inesperada porque Reina, una especie de diario ficcionado que retrata la vida de una estudiante de filosofía trans en París, desprendía una felicidad juvenil desdramatizadora y hasta glamourosa que, aunque irritaría a alguien, también contribuía a darle la vuelta a nuestras expectativas. Ahora bien, la autora sí logró una novela breve muy completa e inapelable con su segunda incursión en el género, Madrid será la tumba (Caballo de troya, 2021), que indaga en el mundo de la extrema derecha madrileña sin olvidarse de los dilemas de identidad sexual.
En cuanto a la segunda pista que nos ofrecía aquel párrafo, está relacionada con el registro de los sellos o colecciones editoriales que se han especializado en dar oportunidades a firmas debutantes. Algunas pertenecen a entramados empresariales enormes. Así, Reservoir Books y Caballo de Troya forman parte de Penguin; la segunda funciona mediante una fórmula original, que consiste en tener un editor invitado durante un ciclo que al principio duraba un año y ahora se ha extendido a dos. La última residente, ya a punto de cerrar su etapa, ha sido Sabina Urraca (por cierto: aunque imposible de encajar en la categoría de nueva voz, no quiero dejar de apuntar que Urraca es una excelente candidata a novelista española más en forma del momento, como demuestra El celo, publicada por Alfaguara este 2024). Eso sí, Reservoir tiene una calidad de producción y una distribución que revelan una apuesta mucho más decidida por ella que las de Caballo de Troya. En la primera han aparecido las dos novelas de Sara Torres, Lo que hay (2022) y La seducción (2024), suerte de exposiciones de caso al servicio de un discurso entre divulgativo y especulativo, de muchísimo éxito pese a que la autora es mejor poeta que narradora (en todo caso, eso sí, una inteligencia); en la segunda, destacaría, desde parámetros de gusto personal, la elegancia clínica de Alejandro Simón-Partal en La parcela (2021); Se te oscurece el pelo de María José Hasta (2023), las ya mencionadas Llego con tres heridas y Reina; Listas, guapas, limpias de Anna Pacheco (2019); y Cambiar de idea, de Aixa de la Cruz (2019; aunque la autora tenía otros libros relevantes antes de su paso por la colección, y debutó en el lejano 2007). En todo caso, bucear por su catálogo es un ejercicio muy útil.
Ahora bien, el papel de las editoriales independientes tiene un peso al menos igual de significativo, aunque no siempre logren la repercusión merecida. Es imposible (además de que nadie me lo ha solicitado) que yo dibuje aquí el mapa de ese territorio editorial disperso, a menudo precario y casi siempre desatendido por los grandes suplementos, magazines y grandes cadenas libreras. Más aún si descendemos al detalle de los sellos más pequeños, que es donde la mayoría de las vocaciones literarias debutan hoy. Hablo de proyectos como Mrs. Danvers, Niños gratis (infalible), Cántico o Dieci6, por poner solo cuatro ejemplos, y no los pongo porque sí: en la última casa pudimos leer las puestas de largo de dos autores a seguir, Adrián Fauro con Mare meua (2023), volumen de cuentos que es un buen ejemplo de la pulsión memorialista de su generación y que registra inquietudes urgentes en la sociedad española, como el turismo o la tensión lingüística que se vive en nuestros territorios bilingües; y Millanes Rivas con Tan jóvenes y la pena (2021), no menos autorreferencial. La segunda novela de Rivas (que, por cierto, es otro ejemplo de narrador forjado previamente en el teatro), Paisaje nacional, ha aparecido este mismo 2024 en Alianza.
Por último, debería quedar claro que las tan traídas y llevadas nuevas voces no tienen por qué ser veinteañeras. Rosario Villajos tenía cuarenta años cuando debutó, y se ha consolidado como una especie de heredera hardcore de Elvira Lindo con La muela (Aristas Martínez, 2021) y La educación física (Seix Barral, 2023, Premio Biblioteca Breve), más por la posición que está en camino de ocupar que por un parecido profundo de sus respectivas literaturas; Begoña Méndez se ha convertido en una autora de culto instantáneo con su escritura apabullante que casi siempre cae del lado del ensayismo pero se confunde fácilmente con lo lírico y lo narrativo, y que con Autocienciaficción para el fin de la especie (H&O, 2022) logró, no sabría decir si su mejor libro, pero sí el más novelesco y por lo tanto el que tiene mejor acomodo en este artículo, un derroche de ideas, detonaciones, desgarros y metamorfosis identitarias que está entre lo más contemporáneo que se ha escrito en España en los últimos diez años; Mar García Puig consiguió darle un giro renovador a una temática que agonizaba entre reiteraciones, la maternidad, con La historia de los vertebrados (Random House, 2023), su primer libro; con El mar indemostrable (La navaja suiza, 2020), el traductor Ce Santiago armó una ola de cadencia casi bíblica para conformar una historia llena de dolor en torno a la desolación de un padre y un hijo; etc.
El espacio se acaba y me gustaría cerrar con una aclaración bastante anticlimática, lo admito, pero que me parece necesaria. Como es lógico, una panorámica como la que ofrezco aquí está destinada a ser incompleta, eso ya lo sabíamos ustedes y yo de antemano. Ni cabe todo lo relevante en dos mil quinientas palabras, ni mi cabeza y mis notas lo recuerdan todo. Sin embargo, a esas limitaciones se les añade un potencial malentendido: ¿qué entendemos realmente por nuevas voces, ese tópico dichoso? ¿No es un concepto demasiado abierto? En mi caso, he optado por pensar en nombres que hayan aparecido en el circuito editorial de 2020 en adelante, o en 2019 como mucho, descartando a quienes tienen un recorrido anterior, incluso si sus primeros títulos apenas se distribuyeron, andan desaparecidos o no alcanzaron a definir sus constantes posteriores. La decisión ha implicado dejar fuera una larga nómina de autoras y autores que una parte de la comunidad lectora latinoamericana (no toda, por fortuna) quizá no conozca todavía y que, por lo tanto, habría identificado como novedad. Qué se le va a hacer. Me consuela saber que esto solo es un juego. Por lo demás, ni Granta, ni las listas de lo mejor del año, ni yo, ni la agente literaria que alguien está contratando en este mismo instante podemos intuir qué quedará en pie dentro de diez años.