Coordinado por Valerie Miles

Fotografía de Nina Subin, fotografía cedida por la autora y fotografía de Isabel Wagemann

VALERIE MILES

Entre las múltiples maneras de ejercer y vivir la literatura, la figura de la escritora comprometida con la vida pública ha adquirido excepcional relevancia en los últimos años: con la comunidad y contra las opresiones de la sociedad en todo el mundo desde las redes de la solidaridad implícitas y explícitas. Socorro, Brenda, las dos sois escritoras mexicanas reconocidas internacionalmente y admiradas por una legión de lectores, pero también ejercéis un papel clave en proyectos colectivos para visibilizar y recuperar la obra de escritoras: #EnjambreLiterario o Ellas Cuidan en el caso de Brenda, o el proyecto y libro que quiere recuperar también la obra de quienes han sido desplazadas del canon, Vindictas, que edita Socorro. El Festival Hispanoamericano de Escritores nos reunió bajo el volcán recientemente en la isla de La Palma y exploramos las graves circunstancias de la realidad mexicana. Ahora que ya no estamos juntas, seguimos correspondiendo porque quedaron muchos asuntos por tratar:


BRENDA NAVARRO

Mira cómo son las coincidencias, llevaba varios días queriendo escribirte y aquí estamos, narrándonos. El otro día mencioné tu trabajo en la colección Vindictas y dicho sea de paso, lo bien que lo pasamos en el Festival Hispanoamericano de escritores en La Palma. Tengo especial cariño por La Palma porque esas conversaciones que pudimos tener entre mesas y entremesas, me hicieron recordar lo mucho que hemos tenido que trabajar –por nuestra cuenta, luego en conjunto, y después en muchas bifurcaciones que nos unen de alguna otra manera– para que las escritoras sean parte del espacio público y no solo una moda.

Y esto es justamente lo que hablaba con mis interlocutoras españolas interesadas en conocer más literatura latinoamericana: Existen tantas historias contadas y por contarse, que nos resulta increíble que todavía tengamos que estar justificando el trabajo de redes por el que nos hemos recomendado las unas a las otras en donde no existan intermediarios que ralenticen o invisibilicen esto. ¡No se pueden creer que existan otras formas de habitar la literatura!

¿Sabes qué me está rondando la cabeza en estos días con todo lo que pasa en el mundo? Que lograr que haya canales institucionales, no institucionales, underground y casi silenciosos en donde exista literatura escrita por mujeres, es una de las cosas que hemos aprendido justo por ser mujeres. Y este conocimiento aprendido y compartido es lo que más molesta al canon que lo quiere todo inamovible, estable, sin fisuras. ¡Qué bueno que nuestras conversaciones sean parte de esto que molesta! Qué buena la incomodidad que nos hace movernos y mover al mundo.

SOCORRO VENEGAS

¡Me encantó que nos encontráramos en La Palma! La isla con sus regiones petrificadas por la lava y con su gente tan viva, cercana, amable. Recuerdo nuestras conversaciones sobre este movimiento telúrico, también volcánico, de escritoras exhumando escritoras –y aquí uso una expresión de mi querida María Fernanda Ampuero. ¿Hasta dónde es necesario un proyecto como Vindictas? ¿Será más preciso preguntar hasta cuándo? Hace poco una escritora muy admirada me dijo que la ONU ha calculado que en 200 años ya habrá igualdad.

Sinceramente, quisiera creerlo. Pensemos que sí. De todos modos, para alcanzar esa orilla hoy necesitamos generar en la memoria lectora el recuerdo de estas autoras que el canon dejó fuera. No por darles voz: la tienen, ahí está en sus libros. No por alimentar un falso boom, fíjate qué idea más pobre: como el boom latinoamericano no incluyó escritoras ahora ellas generan el suyo. Como si de eso se tratara, de alcanzar por codicia unos reflectores. Necesitamos lectores más que reflectores; personas que quieran fijarse en que se ha perdido de la literatura escrita por la mitad de la humanidad, algo que implica un trabajo inteligente y amoroso.

En La Palma también pude conocer otras reacciones hacia los proyectos que buscan visibilizar a las escritoras de otros tiempos; un escritor me explicó por qué los editores no las publican y en consecuencia por qué ya nadie las lee: es porque ya están muertas.

Me parece muy bien incomodar. Creo que es un gran verbo-lugar para crear, para disentir, para recordar y resguardar. Me pronuncio por que sigamos resultando muy incómodas allá donde vayamos.

Te escribo mientras escucho las campanas de la iglesia del pueblo de Ocotepec, hoy las calles están llenas de puestos que venden flores de cempasúchil, veladoras, pan de muerto, y preparamos el umbral de la noche en que vendrán a visitarnos nuestros muertos. Pensemos en libros que sean portales siempre abiertos para ellas, las escritoras inmortales: María Luisa Bombal, María Virginia Estenssoro, Marta Brunet, Nelly Campobello, Alaíde Foppa…

No por alimentar un falso boom, fíjate qué idea más pobre: como el boom latinoamericano no incluyó escritoras ahora ellas generan el suyo. Como si de eso se tratara, de alcanzar por codicia unos reflectores. Necesitamos lectores más que reflectores; personas que quieran fijarse en que se ha perdido de la literatura escrita por la mitad de la humanidad, algo que implica un trabajo inteligente y amoroso

BRENDA NAVARRO

1 de noviembre de 2022

Me dices campanas, me hablas de Ocotepec y de Cempasúchil y yo te leo con esa sensación de extrañar más lo que se extraña siempre. Así que compenso esa ausencia –la de les nuestres, pero incluso la mía en México, en donde estás tú– con pan de muerto de cuatro euros que venden en la Mallorca y me lo como mientras bebo una taza de té moruno que venden debajo de casa.

Fíjate que me hablas de libros como portales y me remites a la idea de puentes y de pasadizos que nos permiten encontrar lugares que no hemos habitado pero que, mediante los libros, estamos invitadas a entrar, sentarnos y escuchar. Esa idea de entrar a una casa y conocer la intimidad que nos muestra la condición humana como tal, es mi idea de literatura.

¿Cómo le explicas eso a los escritores que ven muertas a las escritoras, aunque están más vivas que nunca y además nos dejan entrar a su casa? Todavía apelo a las conversaciones con quienes no piensan como yo, porque como dices, no somos una moda, no hay un boom, y, sin embargo, sí que noto esta necesidad de quienes se dicen próceres de la «verdadera» literatura, de reconocerse solo en su verdad. Ha de ser complicado creer que dominas al mundo y que luego la vida te muestre que esa es la mejor ficción que has construido.

Y pienso en Agota Kristof por la forma en la que decidió habitar el mundo. Fue una persona tan crítica con sus decisiones, con su entorno, y especialmente con los «grandes temas» que, con las minucias de las rutinas, logró dimensionar aquel exilio que tuvo que vivir y que con el paso de los años le pareció una tontería. Con el exilio, decía, dejé mi vida y mi historia, y al haberme quedado, lo único que hubiera perdido era un esposo.

La distancia y la incomodidad siempre van de la mano y me pregunto ¿qué tanto han dejado las escritoras a su paso, qué exilios literarios las han obligado a vivir?

SOCORRO VENEGAS

1 de noviembre de 2022

Brenda querida, ¡cuatro euros por un pan de muerto! Lo que cuesta la nostalgia. Acabo de poner una ofrenda y me ayudó Marcelo, mi hijo, del que te hablé tanto. Son pasadas las nueve de la noche y me pregunto si no habrá venido ya el alma a la que le dedico este sencillo altar, qué tal si vino buscando su mezcal y aun no estaba listo el camino de pétalos para guiarla, ay, me angustié. Te mando una foto del altarcito, es muy sencillo, ¡si vieras lo que hacen aquí en Ocotepec!

Pienso en eso que decía Borges sobre dedicar un libro como el modo más sensible de pronunciar un nombre. También lo es dedicar una ofrenda en Día de Muertos.

Hoy visité a Sylvia Marcos, esa gran pensadora feminista. Hablar de género fluido es algo que permea sus reflexiones hace tiempo, y muy muy lentamente se va abarcando esa inteligencia. Hablamos de los muxes, las personas del istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, que rompen con el binarismo de género. Le conté a Sylvia de mi reciente lectura de Muxitán, el poemario de Elvis Guerra, poeta muxe que escribe en didxazá (zapoteco) y en español. Él habla de una identidad indígena queer y sus poemas van de la experiencia homoerótica, de la soledad, «del dolor atroz de la felicidad» (este verso se me quedó). Sylvia me contó que es un honor para los padres tener un hije al que en otros espacios estigmatizarían. ¿Sabías que en didxazá no hay géneros gramaticales, no necesitan distinguir hombre de mujer? Me pregunto si podemos aprender de esas experiencias aparentemente periféricas, aparentemente minoritarias, para comprendernos mejor. Sylvia habla de un «racismo espontáneo», del que a veces la gente ni siquiera se da cuenta. Tal vez también hay un machismo espontáneo, ¿no? La creencia de que ellas no podían escribir tan bien como ellos.

Otra gran enseñanza recibí de Ruperta Bautista, poeta tsotsil de Chiapas. La invitamos a presentar su nuevo libro en la FIL Guadalajara y su respuesta fue que no podía ir porque primero tenía que presentarlo en su comunidad. Es otra forma de pensar y actuar, es tener el corazón en donde están los más tuyos y considerarlos parte de todo aquello que produces, y es descolonizarse para decirlo rápido.

Me conmueve mucho saber que en México hay estas otras maneras de pensar, crear y vivir la literatura.

BRENDA NAVARRO

Estuve caminando desde la Torre del Oro del río Guadalquivir hasta el hotel en el que me hospedo en el barrio de Triana y no dejo de maravillarme que sea justo este río el que conectaba a Madrid con la Nueva España. Estoy aquí, ahora, y hace tanto ya de los barcos cargados de oro que llegaban a esta ciudad, y, sin embargo, siguen tantas heridas abiertas y tantas preguntas por responder.

Cuando me preguntan qué es lo que me conforma como escritora y se empeñan en nombrarme como una escritora con apellido (etiquetas como latinoamericana, escritura salvaje, feroz, mordaz, etc.) tengo que respirar profundamente y explicar que justo ese racismo estructural hace que las escritoras –sí, las escritoras– pasemos la mayoría de nuestro tiempo en el espacio público justificando nuestra presencia, nuestra historia y nuestros motivos para escribir. Y no sabes las ganas que tengo de que tú y yo, y nuestras colegas, hablemos de literatura, de lo que nos gusta, de lo que nos interesa y nos emociona y nos inquieta en el mundo y que buscamos canalizar mediante la escritura. No como una expiación o una sanación, sino como una problematización del mundo.

No dejo de preguntarme qué es lo que deseo hacer como escritora, hacia dónde quiero caminar y con qué ritmo y constancia quiero escribir. Y todos los caminos me llevan a las heridas de la infancia, es decir, de México. De eso que presencié de pequeña, eso que absorbí, que introyecté para ubicarme en el mundo y formar mi identidad. Y no sabes, querida Socorro, el alivio que me da verlo, no solo con la distancia de los años, sino con la distancia geográfica. Porque entonces juego con ello, me narro de distinta forma lo que me interpela y dejo que la memoria, pero especialmente la construcción de la memoria colectiva sea la que me guíe.

Te cuento del Guadalquivir y de la torre porque no creo que haya algo más hermoso, al menos esta noche, que reiterar, que todo está conectado: presente, pasado, futuro y que vale la pena narrarlo. Futuro, querida Socorro, qué hermosa palabra para definir la literatura que nos une de distintas formas.

Te mando un abrazo deseando que un día podamos tomar agua de Sevilla juntas, frente a un tablao.

Y no sabes las ganas que tengo de que tú y yo, y nuestras colegas, hablemos de literatura, de lo que nos gusta, de lo que nos interesa y nos emociona y nos inquieta en el mundo y que buscamos canalizar mediante la escritura. No como una expiación o una sanación, sino como una problematización del mundo

SOCORRO VENEGAS

Esa necesidad impuesta de justificarnos qué dura es. La justificación más difícil sería la que me enfrenta a una borradura vital. Perdí una lengua y todo lo que en ella hay de entrañable, misterioso y gozoso. Podría llamarla mi lengua materna porque ese es su origen.

Leo estos días la autobiografía de Jeanette Winterson. Como hija adoptiva tuvo el problema de conciliar eso que pudo ser con aquello en lo que se convirtió. Si hubiera crecido junto a la madre que la engendró no habría tenido educación ni libros. Se pregunta cómo ser justa, cómo no menospreciar ese otro mundo, y al mismo tiempo se siente agradecida (¿aliviada?) por haber encontrado un destino en la literatura junto a la madre adoptiva, que no era una perita en dulce, sino una tremenda adversaria, de la que dice algo así como: es un monstruo, pero es mi monstruo.

Sándor Marái dijo que no hay deseo más doloroso que el de ser alguien diferente. Pienso que no es menos difícil comprender que se pudo ser alguien distinto. Descubrir una ausencia, un hiato alrededor del cual se configura la vida.

Yo tenía 7 u 8 años cuando supe que mi madre era ella y alguien más. La oí hablar en una lengua que nunca había escuchado. Y tampoco sabía que su interlocutora, la abuela, hablaba ese idioma extraño. Me di cuenta que más gente se comunicaba así en las calles de ese pueblo de Morelos donde estábamos de visita. Me cansé de preguntar qué decían, a veces me contestaban, a veces era un estorbo en la fluidez de sus charlas. No me enseñaron a hablar en náhuatl. Aunque no quedó dicho nunca, mi madre dejó en claro que su lengua era su secreto. Y era uno cuya preservación tenía el sentido de proteger a sus hijos del racismo doloroso que padeció en carne propia: en la escuela el castigo era cargar piedras bajo el sol si no se dirigían en español a los demás. Hace pocos años escuché decir a Alfredo Pérez, un gran promotor de lectura y maestro normalista en una comunidad de Chiapas, que cuando era niño el maestro lo dejaba orinarse encima si no pedía permiso para ir al baño en español. Él solo hablaba chol.

Mi mamá me cuenta que Emiliano Zapata hablaba en náhuatl con la gente, a ella se lo describió así su abuelo, que combatió junto a él. El lema de esa Revolución tendría que haber sido Tierra, Libertad y Lengua, algo así, ¿no crees? Pienso en pueblos enteros que enterraron el idioma que mamaron de sus madres para sobrevivir. Esas lenguas son ríos subterráneos en un país que sigue siendo profundamente racista y clasista.

Sin ánimo de justificarme, pero sí de comprenderme, siento que, al buscar la literatura, al escribir, también hallé mi lengua secreta. ¡Qué ganas de probar esa agua de Sevilla contigo! Te mando un Guadalquivir de abrazos.

BRENDA NAVARRO

No sabes lo que me encanta hablar sobre el papel de la lengua materna en la configuración de nuestra identidad. Especialmente ahora que veo a mis hijas desprenderse de lo que yo pensaba que las configuraba por el simple hecho de escucharme.

¿Has visto esos videos donde sientan a un bebé solo dentro de una habitación y muestran su reacción cuando ve que la persona que estaba a su lado se va y comienza a llorar hasta que escucha el sonido de los latidos del corazón y entonces se calma y se queda atento escuchando? La explicación científica es que los bebés reconocen ese latido que escuchan desde el vientre de la madre y lo relacionan con ella, así que para un bebé es como estar en casa. Por mucho tiempo creí que esas referencias infantiles harían que mi hija mayor siguiera configurándose a través de nuestro mexicano practicado en casa. No es así, al cerrar la puerta de su habitación, escucho en ella un acento que ya no me pertenece, sino que le pertenece a ella y a la ciudad que habita.

Algo similar pasa con mi hija menor. Me aferro todos los días a que comparte mis códigos, mis fonemas, mis sonidos, pero no es así. Hay en ella una forma de estar en el mundo que la distancia irremediablemente de lo que yo fui. Soy una extraña para ella en ese sentido –esa otra que tú reconociste en tu madre– porque, aunque parece que hablamos el mismo idioma, si hay algo que me separa de mi hija es que no habitamos del mismo modo las palabras.

El último duelo interno que tuve fue cuando mi pareja y yo bromeamos con mi hija mayor y le dijimos que si iba a una fiesta tendría que traer itacate. ¿Itacate? Me preguntó asombrada. ¿Qué es eso? Y aunque desde ese día trato de incorporar más palabras de mi lengua materna a su lenguaje, sé que mi estar en el lenguaje morirá conmigo.

Pero, por favor no me malinterpretes, no seré yo la que quiera usar su experiencia personal de hablar español mexicano y castellano como un acto de tristeza cuando justo tú y yo sabemos lo mucho que importa que esos tantos idiomas que persisten a pesar de todos en México, es justamente por la memoria colectiva y la búsqueda de la justicia social. Es aquí donde más que sentirme agraviada, me siento agravante de la situación: cómo, al tener la oportunidad de trabajar con las palabras de manera profesional puedo hacer que mi lengua materna sea parte de mi entorno, pero también del mundo. ¿Qué herramientas me hacen falta para mantenerla viva? Me conformo, querida Socorro, con tus palabras, me digo ahora mismo, mientras estoy entre Sevilla, Badajoz y Madrid, que me basta por ahora pensar que seguimos siendo caudales de los ríos subterráneos que alimentan las lenguas secretas.

Gracias por pensar conmigo en estos días de tránsito donde todos los días me he estado preguntando cuándo es que volveré a casa y ya no sé si hablo de Madrid, de mi gente o de México. ¡Qué lío!

SOCORRO VENEGAS

Tal vez sea inevitable que en algún momento terminemos siendo extrañas para nuestros hijos. Es como si ellas y ellos estuvieran construyendo un idioma para separarse, para contrastar sus mundos sociales y afectivos con los nuestros. Y aunque puede ser doloroso, para mí no hay nada más fascinante que ver eso en otro ser humano, cómo se transforma y singulariza ante nuestros ojos, que se vuelva otro. Otro, diría Sylvia Marcos. Aunque mi hijo y yo compartimos nuestro español mexicano, de verdad a veces siento que me habla en otra lengua. Más de una vez me ha desarmado con la claridad de sus argumentos. No conozco su biblioteca porque prácticamente solo lee en digital. Sé que comprendes cuánto me gustaría husmear por ahí. Ahora, ¿sabes dónde están todos esos libros que leí con él cuando era niño? Pues los conserva celosamente. No se deshace de ninguno.

Trabajamos con el lenguaje y buscamos en él nuestras preguntas porque ya sabemos que las respuestas no son tan divertidas; necesitamos la esperanza que en muchos momentos nos ha dado nuestro oficio. Muchas gracias por esta correspondencia entrañable y por dejarme acompañarte en esos viajes que te llevan a muchos lugares, pero también a casa.


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Brenda Navarro. Ha sido coordinadora de programas literarios, redactora, guionista, reportera y editora. Casas vacías, su primera novela, publicada en Sexto Piso, fue premiada con el XLII Premio Tigre Juan y publicada en 7 idiomas. Su segunda novela Ceniza en la boca se publicó en 2022.

 

Berta García Faet. Es escritora y editora mexicana. Entre sus libros están las novelas La noche será negra y blanca y Vestido de novia; los libros de cuentos La memoria donde ardía, Todas las islas, La muerte más blanca y La risa de las azucenas. Sus cuentos se han traducido al inglés y al francés, y han sido recogidos en varias antologías. Fue escritora residente en el Writers Room de Nueva York, becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Centro Mexicano de Escritores. Ha dirigido proyectos editoriales en el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Nacional Autónoma de México, donde creó la colección de novela y memoria Vindictas, que recupera la obra de escritoras latinoamericanas marginalizadas por el canon del siglo XX. 

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