Sara Mesa
Un amor
Anagrama, Barcelona, 2020
185 páginas
POR MARÍA CABRERA

En contraste con su anterior producción, esta novela (la séptima de la autora) tiene un sesgo más realista que imprime, quizás, un cambio en su escritura; esta se adelgaza hacia lo esencial, ganando terreno lo poético y lo teatral. Aparecen en ella temas recurrentes en su obra: la precariedad, la dualidad fuerte/débil, individuo/grupo, las relaciones que se establecen en comunidades cerradas, un ambiente opresivo. En este contexto se desarrolla la historia de Nat, una mujer joven que llega a una pedanía, alquila una casa, adopta un perro y trata de traducir un libro. Con esta premisa (la introducción de un elemento nuevo en un conjunto uniforme) el equilibrio se rompe. Surgen las preguntas. Si lo que está buscando es tranquilidad en su huida, enseguida tiene que enfrentarse con un casero que entra en su casa sin pedir permiso (esa y otras violencias), vérselas con un perro que no es como esperaba o establecer vínculos, en mayor o menor medida, con los habitantes de La Escapa. 

El hecho de empezar de cero en un lugar implica haber tomado antes esa decisión. A pesar de su aparente falta de voluntad, Nat cuestiona y valora, casi de un modo obsesivo, las posibilidades con las que cuenta. Es una persona que busca (¿viene de ahí la palabra buscona?). Por su profesión de traductora, Nat se abisma en los significados de las palabras. ¿Qué le puede pasar a una mujer sola? ¿Que se le acerque un hombre?

En Un amor, tanto la escenografía como la psicología de los personajes son una abstracción (la novela ha sido comparada con la película Dogville). El perro de Nat, al que nombra Sieso por su carácter huraño, esquivo e indomable, funciona de la misma manera. De nuevo toda expectativa cae cuando la protagonista se encuentra con un amor barato que no tiene que alimentar (porque él solo se busca la comida) ni cuidar (Sieso rehúye todo contacto). Es, pues, un amor engañoso, falso, frente a la idea de este animal como símbolo del amor sin reservas. Las relaciones, del tipo que sean, que aparecen en los libros de Sara Mesa son a menudo así: precarias, ínfimas. En este caso, el vínculo que establece Nat con el alemán recuerda por momentos al que mantiene con Sieso, el perro. Y, en menor medida, también con el casero y con Píter, el único amigo que hace allí, y con el resto de lugareños. El funcionamiento de las cosas se rige según la lógica de unas normas que ella desconoce, pero si ha llegado a La Escapa buscando o esperando algo, ahora no puede decir que no lo quiere. Fue ella la que pidió un perro, le espeta el casero. Sin embargo, Píter le ofrece otro, si quiere; uno mejor que Sieso. Uno hay que querer.

Lo que no se dice también está en juego. La mayoría de las veces es así como funciona, con silencios, subtexto, frases entredichas, pensamientos no hilados. Pero, ¿qué ocurre cuando alguien muestra abiertamente sus intenciones y una lo acepta? Nat comprende enseguida que su presencia en ese lugar implica cosas, decisiones, riesgos. La pertenencia al grupo, como le dice Píter, le hace ver cuáles son sus opciones. ¿Entonces hay engaño posible? El alemán va de frente mientras Píter lo hace dando rodeos. Tampoco está de más recordar lo obvio; que casi nunca se elige en libertad porque la libertad total no existe. 

Un amor fue considerado el mejor libro de 2020 según destacados medios. A más de un año de su publicación me interesa ahondar en él a riesgo de desvelar algunos detalles que no merman, en mi opinión, una experiencia lectora vívida más allá de la trama. 

La escritura de una obsesión, la de Nat por el alemán, es arriesgada por lo que pueda tener de incomprensible o inadmisible para algunos lectores; por las circunstancias que provocan los hechos en esta historia, porque tal vez solo quien lo ha sentido así conoce el amor (el deseo, el dolor) de la manera en que lo plantea el libro. ¿Qué es el amor? ¿Qué palabras lo definen, cuáles lo abarcan? Tal vez esa capacidad del alemán (hombre de campo, rudo, pobre infeliz) de nombrarlo de un modo directo, parco y brusco (despojado de palabrería como la propia escritura de la autora), pero al mismo tiempo franco e incluso amable es lo que seduce a Nat, para la que las palabras son el modo de ganarse la vida y que, sin embargo, no logra dar con aquellas que necesita. 

Al mismo tiempo, la necesidad de aceptación, de encajar en la norma hace que quede atrapada en una relación (un entorno, unas amistades) que probablemente no quiera. Todos sabemos que ceder no es desear. Andreas, el alemán, le propone un trueque. ¿Cuánto hay de necesidad y cuánto de deseo? ¿Qué es aquello que matiza un amor? ¿Se puede dar, proponer, pedir como quien pide permiso para entrar en una casa ajena? Sin duda, podemos pedirlo, pero en ese territorio desconocido de los límites de cada cual en el que Sara Mesa se desenvuelve casi nunca ocurre lo esperado. 

En esta historia se produce una seducción muy particular, puesto que el alemán no es un hombre que se maneje bien en esos términos, digamos, intelectuales, de la lengua y, sin embargo, ocurre. Como lectores puede sorprendernos, pero si nos detenemos a mirarlo de cerca, con lupa (como le gusta decir a su autora), la realidad no se deforma, solo se amplía para alcanzar a ver los detalles y admitir que, tal vez, en alguna ocasión, también a nosotros nos haya pasado algo parecido, esa extraña seducción (también de las palabras) que no sabemos a qué responde, de dónde viene, que es impulsiva y alejada de todo lo que creíamos nuestro gusto. Tal vez reconozcamos algo ahí que no queríamos mirar, pero que existe, de una naturaleza tan salvaje que es capaz de echarlo todo abajo y hacernos perder pie, como le sucede a la protagonista del libro.

La amenaza de un casero que irrumpe en la intimidad de Nat sin ser llamado, razón de las pesadillas que sufre, la amabilidad y favores que exigen sometimiento (y dan miedo), la hostilidad, casi cinematográfica, del terreno (la presencia constante de un monte vigilante y pesado, los prejuicios sociales…), la comunicación que se establece desde el primer encuentro con el alemán, hacia qué lado oscila el poder. 

¿Qué implica acostarse con alguien, tener una relación, practicar sexo, entrar ahí aunque sea un rato? Más allá del logro formal que consigue la autora en esta novela (probablemente la mejor de cuantas ha escrito), deduzco que la fascinación que ha supuesto se debe a que faltan todavía muchos relatos en los que las mujeres sean sujetos de deseo. De cómo viven en sus carnes eso que llamamos amor. Algo que Sara Mesa plantea también de un modo crítico. El poder femenino que se nos otorga a las mujeres cuando somos jóvenes, que hemos aprendido y utilizamos con alegría, más aún sobre los hombres mayores (el alemán tiene doce años más que ella), al mismo tiempo nos oprime. 

El libro reivindica el deseo femenino desde el lugar (otorgado, hostil) en el que se encuentra esta mujer joven. Frente a todos los caseros, guardianes, amigos bienintencionados, imposiciones sociales y morales, asumiendo todas las violencias que supone un intercambio como este, los matices expuestos, las condiciones dadas, la obsesión y el sufrimiento consecuentes, Nat acepta que ese sea el viaje, interior e íntimo, a emprender, uno que pasa por conquistar el placer. Por perseguir, sin descanso, las palabras con que entenderlo.