Guadalupe Nettel
Los divagantes
Anagrama
168 páginas
POR CARMEN G. DE LA CUEVA

Escribió Anaïs Nin que no vemos las cosas como son, las vemos como somos nosotros. Ese filtro personal y único es el que atraviesa la experiencia misma de la vida, la cotidianidad, los afectos, hasta el último confín. La cita sirve para ponernos en alerta antes de comenzar la lectura de Los divagantes (Anagrama, 2023), el último libro de la escritora Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973), una colección de ocho cuentos que divaga, precisamente, con precisión a propósito de todo aquello que tiene que ver con la familia y con el lugar que ocupan los vínculos en un mundo cada vez más roto y fragmentado. Leer a Nettel siempre es un placer que produce curiosidad y, sobre todo, extrañeza. La escritora mexicana tiene cierto gusto por los seres que se sitúan en los márgenes, aquellos que, a pesar de vivir una existencia aparentemente normal y ordenada, guardan dentro de sí sombras y contradicciones que perfilan una identidad secreta, el deseo de una vida distinta. La familia es un tema que a Nettel le interesa y que explora desde distintos lugares, ya lo hizo en El huésped (Anagrama, 2006), en su última novela, La hija única (Anagrama, 2020), y hasta en El matrimonio de los peces rojos (Páginas de espuma, 2013), un libro memorable sobre familias y animales. Pasarán muchos años y seguiré recordando el cuento sobre el niño y las cucarachas. Los divagantes es un libro que bebe también de las obsesiones de sus personajes, de sus manías y de todas las tiranteces que les produce vivir. Esos temas están presentes también en otro de sus libros anteriores, Pétalos y otras historias incómodas (Anagrama, 2008). La voz de Nettel es muy íntima, es una voz literaria original y única en el panorama de la narrativa contemporánea.

El cuento que da nombre al volumen «Los divagantes» es, además, un relato muy político que convoca el desarraigo no solo personal de estar en un mundo que sentimos como ajeno y extraño, que ha perdido la orientación, sino el que viene producido por los vacíos y huecos en la identidad del exiliado. Los albatros son pájaros de vuelo impecable, capaces de seguir las oscilaciones del viento sin dificultad alguna, pero cuando uno se pierde, cuando algo tuerce su trayectoria, puede que no vuelva a encontrar el camino de vuelta nunca, y se verá irremediablemente avocado a una existencia en permanente tránsito. Así, como si fuera un albatros extraviado, describe la protagonista de este cuento a su mejor amigo de la infancia, Camilo, que conoció con apenas cinco años cuando llegó desde Uruguay con su familia, exiliada por la dictadura, para vivir precariamente en la Villa Olímpica, epicentro del exilio latinoamericano, un complejo residencial construido para los atletas de las Olimpiadas de 1968, que llegó a albergar a 3.000 expatriados argentinos, chilenos, uruguayos en sus 29 torres y más de 900 apartamentos. «Hay veces en que los marinos se encuentran con una de estas aves en lugares totalmente inusitados (…) Los llaman “albatros perdidos” o “albatros divagantes”», escribe Nettel.

Cada uno de los protagonistas de estos ocho cuentos viven encerrados de alguna manera en una realidad que sienten completamente ajena y que puede resultar verosímil y fantástica al mismo tiempo: una madre que se cuestiona su maternidad, una muchacha que revive un abuso sexual, un actor frustrado que se empeña en vivir la vida que piensa que le corresponde vivir, un hombre que cumple la fantasía de cambiar su vida a su antojo y, aun así, nunca le satisface ese otro universo posible, esa vida tras el espejo. Me pregunto si este libro podría haber sido escrito así, tal y como está, si no hubiéramos pasado por una pandemia, por un feroz confinamiento, si el mundo que nos ha tocado no estuviera amenazado por un cúmulo de tragedias —pandemias, calentamiento global, una epidemia de ansiedad y depresión, la infelicidad que arrastramos, el consumismo, todo producto de un sistema económico voraz—, si Nettel hubiera imaginado estos cuentos, es decir, todas esas vidas si no estuviéramos tan al borde del colapso. Me pregunto si la escritura no es aquí, acaso, la única salida posible, una manera de salvar el desarraigo como la protagonista del relato «Sopor» siente que el único camino posible para intentar la felicidad es lanzarse al bosque como un zorro: «Tendría que irme sola, es algo que ya he asumido. Solo es cuestión de decidirlo. Si lo hago, ¿qué pasará con mi familia? Seguramente se olvidarán de mí como se olvidan de todo y terminarán acostumbrándose a mi ausencia. Quizás incluso lleguen a creer que me conocieron en un sueño».