Luis de León Barga
Narcisistas contemporáneos. Groupies, Playboys y nocturnidades
Editorial Fórcola
236 páginas
POR JOSÉ MARÍA HERRERA

En septiembre de 2021 vieron a la luz en español dos libros íntimamente relacionados: El hombre de la bata roja, de Julian Barnes, y Narcisistas contemporáneos, de Luis de León. Muy diferentes en planteamiento y ejecución, abordan ambos el estudio del mismo modelo humano: el individuo enamorado de su propia imagen. La obra del inglés, publicada hace un par de años en su idioma, se centra en un grupo de dandis de la belle époque; la de nuestro compatriota, en sus epígonos o sucedáneos actuales. 

Los dandis aparecieron en Europa durante la revolución industrial y, en gran medida, como reacción a ella. Enemigos de la vulgaridad burguesa y amantes de la belleza, último vestigio de un orden superior en el que estaba dejando de creerse, soñaban con desviar el curso de la historia armados solo con los recursos del arte y la poesía. Conscientes de la improbabilidad de lograrlo, apostaron por convertir su seguro fracaso en triunfo obrando en todo momento con despectiva y sublime elegancia. 

Uno de esos dandis, el más fecundo de todos, Oscar Wilde, escribió que el dandismo era en el fondo una táctica defensiva. A fin de eludir los sufrimientos de la vida, el dandi se transforma en mero espectador de la suya. Barnes menciona en su libro esta idea y no la rechaza, aunque cree que el verdadero motor del dandi es su deseo de sobresalir y ser original. Esto lo acerca al narcisista del que se ocupa Luis de Leon.

El hombre de la bata roja al que alude el autor británico se llamaba Samuel Pozzi, célebre médico parisino al que la historia recuerda sobre todo por el retrato que le hizo Sargent. Barnes centra su atención en él y su círculo, en particular el conde Robert de Montesquieu, personaje que sirvió de inspiración a Huysmans y Proust para crear dos de los grandes dandis de la literatura: Des Esseintes y el barón Charlus. 

La Gran Guerra, preludio del mundo actual, dio al traste con la sociedad donde este tipo de espíritus fueron posibles. El último de ellos -Luis de León lo considera dandi a medias- es Drieu La Rochelle. La sociedad de masas no tolera la prepotencia estética ni la apelación a ideales en los que no se cree. El futuro del dandismo, futuro indigno quizá, pero como la URSS de Marx, fue el narcisismo contemporáneo. 

El término «narcisista» no es nada fácil de explicar. Luis de León no acaba de hacerlo. Ni la alusión a Freud, quien usó el vocablo para designar el impulso sexual dirigido hacia uno mismo, ni la constatación de que el concepto ha ido evolucionando en direcciones ligadas al problema de la identidad personal, bastan para saber con claridad de qué estamos hablando. Por suerte, cuando se define a alguien como «narcisista» sigue vigente el mito griego del que proviene la idea y la palabra. Narciso, el tipo enamorado de su propia imagen, incapaz de trascenderse y, por tanto, de encontrar al otro como otro. Luis de León sugiere que «narcisismo» y «narcosis» comparten raíz etimológica. Yo no lo sé, y aunque admito que la hipótesis de que el narcisismo constituye una especie de adormecimiento, de estupefacción, me resulta muy atractiva, no logro verla reflejada en el libro.

Las modalidades principales del narcisismo contemporáneo son, para el autor, las groupies y los playboys, figuras que comparten la inclinación a regodearse en sí mismos a través de la imagen reflejada en los otros. El espejo de Narciso ha cambiado en nuestra época: ahora no es el agua transparente del arroyo, sino la pupila de alguien que mira una revista o una pantalla. Nada más opuesto a la actitud narcisista que este verso de Machado: «El ojo que ve no es ojo porque tu lo veas; es ojo porque te ve».

Si el mundo del dandi estaba marcado por el recuerdo de un pretérito idealizado, el mundo del narcisista contemporáneo depende exclusivamente del instante fugaz. Ni el pasado ni el futuro importan, solo el instante glorioso. Las groupies, idólatras de las estrellas del rock, buscaban con entusiasmo esos momentos, de los que muchas llevaban estricta contabilidad, igual que el criado de don Juan de sus conquistas. En vez de una libreta de autógrafos, una lista de músicos con los que se habían acostado y otra con los que les faltaba. El coleccionismo llegó al extremo de las Plaster Caster, dos chicas de Chicago especializadas en sacar moldes de escayola de los penes de las estrellas del rock, pretexto con el que consiguieron saltarse a menudo la fila de muchachas que solía hacer cola a la puerta de sus habitaciones para acostarse con ellos. Estos líos darían hoy tarea a los tribunales. Un me too retrospectivo resultaría catastrófico para los viejos rockeros. En la canción que dedicó King Crimson al asunto (Ladies on the road), se habla de las groupies como «manzanas robadas».

Como representantes de un estilo de vida caracterizado por negarse a aplazar nada, las groupies encarnaron un límite. Luis de Leon subraya el efecto que tuvo esa actitud, por ejemplo, en el cambio de las costumbres sexuales femeninas. Cuidadosamente, evitando en todo momento esa estrategia tan extendida de simplificar las cosas para condenarlas más fácilmente, aborda con amenidad e inteligencia cuestiones como la relación entre sexualidad narcisista y perversión, las drogas, la prepotencia machista de las estrellas, etc.

El fenómeno narcisista alcanza mayor nitidez en la «pareja narcisista»: Dalí y Gala, Warhol y Sedgwick, Mick Jagger y Marianne Faithfull. Las páginas dedicadas a ellas son meritorias. Solo los comentarios deslizados acerca de cómo se pasó de emplear ciertas drogas para abrir la mente -esta era la excusa- al uso de poderosos narcóticos dirigidos a apagar momentáneamente el dolor o borrar el propio yo (las drogas fueron la puerta trasera por la que muchos dejaron un mundo que no les satisfacía, aunque Luís de Leon sabe que el consumo masivo no se debió exclusivamente al desencanto ligado al descrédito de la tradición, sino a las clásicas demandas emocionales de la juventud: inseguridad, dificultad para canalizar el deseo sexual, ansiedad por pertenecer a un grupo, etc.) bien valen la lectura del libro. Estoy seguro de que muchos agradecerán ir viendo con ejemplos sacados de la realidad y no de ninguna irrefutable ideología los cambios acaecidos en la mentalidad occidental durante aquellas décadas, por ejemplo, en el papel y la consideración social de la mujer. En este sentido, no es casual que la pérdida de relevancia pública de las groupies coincidiera con la aparición de las primeras estrellas femeninas del rock, Janis Joplin, Pati Smith o Chrissie Hyde. De esta, por cierto, dice Luis de León que fue la primera que contó con groupies masculinos.

La historia del narcisismo femenino no es tan larga como la del narcisismo masculino. Ya hemos hablado del dandi, el sujeto entregado al culto de sí mismo (y del buen gusto que encarna). El arquetipo de narcisismo masculino de la segunda mitad del siglo XX es, según Luis de León, el playboy. Entre el dandi y el playboy hay, cómo no, notables diferencias. Mientras que el primero «se dejaba adorar, por lo que su actitud era pasiva», el segundo es un cazador «dispuesto a disparar cuando se presente la ocasión». En el mundo del dandi hay siempre algo morboso, un gusto por lo impío y aberrante. En cambio, el playboy, hijo de un tiempo ateo y secularizado, lo halla todo aceptable, no distingue entre perversión y orden, entre sagrado y profano. Lo único que de veras le importa en su placer, placer que solo es completo y verdadero si tiene repercusión pública. Dos son los nombres que sirven al autor para caracterizar a esta figura: Porfirio Rubirosa y Gunter Sachs. 

En la sociedad de masas el culto a la belleza se sustituye por el culto a la fama, el esfuerzo por forjarse a sí mismo por la autocomplacencia, la poesía y el arte por el hedonismo. El narcisista contemporáneo no es alguien que posea nobles ideales ni delicada sensibilidad, al contrario, entre ellos abundan los fatuos y engreídos, los impostores, los neuróticos. Quizás en el pasado este tipo de personas encontrara impedimentos para aflorar públicamente, pero no hoy, cuando cualquiera puede abandonarse enteramente a sí mismo a la vista de todos sin impostura, con una franqueza animal. La necesidad de ser admirado parece incluso haberse desatado gracias a internet y las «redes sociales». Lady Gaga es el ejemplo elegido en el libro para ilustrar brillantemente todo esto. 

Narcisistas contemporáneos concluye con un capítulo dedicado a los diversos espacios de representación que necesitan estos para hacerse ver: los cafés-restaurantes, el club nocturno, la discoteca. El autor nos lleva de unos a otros describiendo sus costumbres. Hay algo caótico en la narración, como la hay en todo el libro, pero el lector apenas se da cuenta de ello porque la gracia del relato lo arrastra de un lado a otro sin violentarlo. Algunos verán en esto un defecto, otros una virtud. En lo que todos coincidirán, seguro, es que es un libro que ayuda a comprender el mundo de que venimos.