José María Merino
A través del Quijote
Reino de Cordelia, Madrid, 2019
408 páginas, 28.50 €
POR SANTOS SANZ VILLANUEVA

 

No es cosa de rastrear la antigua y múltiple admiración de José María Merino por el Quijote. Sólo a partir de un gran fervor puede llegarse a escribir un libro tan penetrante, amén de devoto, como A través del Quijote, obra sin género que lee, analiza y llega a reescribir la magna invención cervantina. El propio autor reconoce en una «nota previa» que es el resultado de un proyecto antiguo y advierte que era sin duda preciso para afrontarlo haber llegado a «esta edad» en que —añado por mi parte— cuenta con un extraordinario bagaje literario como lector, ensayista y fabulador.

Al igual que el propio Quijote, A través del Quijote es varias cosas simultáneas: una novela de novelas, glosa cervantina personal, crítica literaria y pura invención. El título tiene un valor denotativo: el libro ofrece, en su primera y más externa instancia, un recorrido a través de la novela de Cervantes, de todos los capítulos y paratextos de sus dos grandes partes de 1605 y 1615, así como del apócrifo de Avellaneda. Merino lleva a cabo un viaje literal por la discutida geografía por la cual discurren las andanzas del hidalgo manchego; por el texto, resumido con concisa exactitud, y por lo que del texto han dicho un buen número de exégetas.

El viaje por la geografía quijotesca lo realizan Eduardo Souto, Full profesor en Miskatonic University (Arkham, Massachusetts), y su compañera la catedrática complutense Celina Vallejo («mi Sancho», «Quijota mía», se piropean). Las andanzas veristas de la pareja con estancias en los lugares cervantinos (constancia se deja de las polémicas que han suscitado) se alternan con un curso impartido por el exilado Sabino Ordás en la Universidad Menéndez Pelayo. El lector común no tiene por qué estar al cabo de la calle de estos nombres, que bien puede tomar por imaginarios, al hallarlos en una obra narrativa —no me atrevo a llamarla novela a secas—, o por reales, por los datos que los presentan como acreditados estudiosos académicos. Sépase, sin detrimento del sabroso juego del relato, que ambos, Souto y Ordás, son apócrifos; que en Souto ha descargado con anterioridad Merino la misión de asumir reflexiones culturales y artísticas y que Ordás, reconocido como el Maestro de Ardón, autor del ensayo Las cenizas del Fénix, lo engendraron Merino y sus fraternos Luis Mateo Díez y Juan Pedro Aparicio en los años setenta para proponer salidas a las decaídas y confusas letras españolas de los amenes franquistas.

El narrador del relato se identifica con el mismo Merino, a quien su mujer, Mari Carmen, le hace algunas puntualizaciones acerca del original del libro. Comparece asimismo el propio editor, Jesús Egido, quien le pone pegas al desarrollo de la obra. Todo ello, como se ve, radicalmente cervantino al formar una polifonía de voces que intervienen en la narración: la cadena de puntos de vista se constituye en secuela y homenaje del perspectivismo del Quijote, donde al autor cristiano se le suma el arábigo Cide Hamete Benengeli y hasta el traductor cuestiona la fiabilidad de ciertos sucesos.

No acaba aquí el cervantismo de A través del Quijote. Encontramos varios hispanistas. La profesora HW le encarga a Merino un artículo —incluido en el libro— para una revista académica y, enviado, se lo rechaza por insatisfactorio. Comparece otra hispanista norteamericana, Helen Zwin, cuyas tesis no han convencido a la mayoría de los especialistas y ha rebatido el erudito alemán Otto Kümmerlich en un ensayo de trescientas páginas. Amplía la galería un hispanista «posmoderno», Arthur Yuma. Vemos además en acción a un tal doctor Francis Pauper, experto en Avellaneda, quien cubre el frente del Quijote apócrifo. Y Martín de Riquer y Miguel Delibes cumplen una benemérita misión histórica. El erudito catalán ideó un falso Quijote del que el novelista vallisoletano hizo una copia manuscrita con el fin de incitar a Cervantes a proseguir las aventuras del auténtico Quijote. El festival de voces que no acaba aquí como iremos viendo.

Tanto la línea narrativa presidida por Souto y Celina como la centrada en el curso santanderino de Sabino Ordás se amplían con narraciones añadidas. En ambos casos se sigue un procedimiento semejante. Un profesor, acaso ya jubilado, Tuñón, que acaricia el propósito de reescribir el Quijote por medio de microrrelatos, le suele enviar a Souto algunas de sus piezas breves y este las incorpora al libro en el momento oportuno de la excursión con Celina. Los asistentes al curso de Ordás también escriben minicuentos que suponen versiones peculiares de pasajes quijotiles y don Sabino ilustra con ellas las clases. Entre los asistentes imaginarios al encuentro figuran personas reales, un discutidor Merino y el narrador asturiano ya fallecido José Avello. Nuevamente A través del Quijote se configura como mesa de trucos, por decirlo con la frase hecha con que Cervantes se refería a las Ejemplares.

Este riquísimo despliegue imaginativo y esta construcción narrativa a la manera —tan quijotil, por otra parte— de muñecas rusas abarca una considerable variedad de contenidos y motivos. Un primer lugar lo ocupa, al menos cuantitativamente, el ejercicio entusiasta de la narratividad en sus formas más breves, subgénero que en el narrador Merino tiene notable importancia porque lo ha cultivado con asiduidad, interés y convicción; lo ha hecho en parte por afición experimental —un deseo de tentar los límites del viejísimo arte de contar que constituye para él un rasgo antropológico—, y no por seguir la corriente a la moda. Aun con el pie forzado de la materia quijotil, revelan esas decenas de mini relatos —debidos a Merino o a otros personajes— adosados al gran relato general destreza narrativa e ingenio y refuerzan el sentido lúdico de A través del Quijote. Además, esas piezas breves ofrecen un modo de leer el Quijote desde la invención, de completar o rectificar el texto cervantino, de analizarlo en busca de sentidos y alcances sugestivos.

Por eso enlazan con otro componente fundamental del libro, una aproximación analítica al Quijote, en cierto modo un estudio o ensayo camuflado bajo una escritura inventiva. Merino establece un diálogo con intérpretes académicos y literarios cervantinos de referencia, con los «Riquetes y Ricotes», según los engloba en leyenda humorística. No siempre para bendecir las cosas que se han dicho, pues «hay demasiados merluzos entre los estudiosos», pero sí como reconocimiento de una tradición crítica ineludible. Este peaje inevitable, puntualmente advertido, no obsta para lecturas puntuales de Merino con las que echa su apreciable cuarto a espadas a la infinita glosa de la asendereada obra cervantina.

Merino, por sí mismo o mediante sus heterónimos, presenta una lista apreciable de contribuciones al canon crítico quijotesco. Sobre todo por su flanco más reivindicativo. Me refiero a su apreciación de hallazgos cervantinos en el retrato íntimo de los personajes («un esmero psicológico que parece propio de los grandes escritores del siglo xix», según Ordás) y a su valoración de la técnica del contrapunto como un recurso pionero. También figuran con idéntico alcance interpretativo otras apreciaciones: fijar «la alucinación» como la materia sustantiva del libro (así lo sostiene Souto), refutar algún reproche a Cervantes (no le parece que sea un descuido, sino que está muy bien pensada, la interrupción del ritmo narrativo al comienzo de la cuarta parte) y justificar la abundante crueldad en la novela, que achaca a la hipocresía de quienes así lo predican. Aportación ha de considerarse, aunque el asunto sea menor, la cálida glosa del amor de Sancho por su asno. Y si no aportación, sí supone meter baza en un debate frecuente la postura tajante acerca de que el Quijote no es lectura apropiada para niños ni adolescentes. Da esta muy sugestiva razón: antes de entrar en las caballerías quijotiles hay que conocer la melancolía. Como toma de partido personal puede tenerse, no por la tesis en sí misma sino por la vehemencia con que se explaya, el ataque cerrado contra el Quijote apócrifo recreándose en sus presuntas deficiencias y torpezas literarias. Para mí tengo que la devoción cervantina de Merino le ha llevado a extremar las sentencias adversas. No es tan malo el autor tordesillesco como lo supone su fustigador actual.

Preocupaciones muy características de Merino se deslizan asimismo en A través del Quijote con sobrada causa porque el relato cervantino da pie a ello y lo pide. Dos motivos fundamentales del escritor leonés (aunque gallego de cuna) se abordan en este viaje por el mundo imaginario de don Miguel: la cuestión del doble (se habla de un doble del Quijote verdadero) y la frontera inquietante entre vida y sueño, tema tan español que Souto (o séase, Merino) advierte que le interesa «muchísimo». Para Souto (sígase leyendo Merino) «la realidad es impenetrable, sólo el sueño, o la ficción, nos permiten reconciliarnos con ella». «Eso que llamamos realidad», alecciona a una reticente Celina, «es el resultado de infinitas, inverosímiles coincidencias azarosas. Considerarla una especie de sueño nos permite justificar su inverosimilitud». En otra ocasión más proclama Souto esta enigmática visión del mundo que atraviesa toda la narrativa de su alter ego real: «la realidad es rara en sí misma y no necesita ser verosímil». Desde ahí resulta natural la disidencia Souto/Merino con Menéndez Pidal y la impugnación de un supuesto sobre el que ha pivotado durante décadas una cierta idea esencial de nuestras letras. No estuvo muy acertado el sabio filólogo al predicar «la parquedad en lo maravilloso y fantástico», asegura el Full profesor. Los libros de caballerías y otros textos que aduce lo atestiguan.

La puntual travesía quijotesca de Merino revela con su juego metaliterario que la ficción cervantina conserva viva la virtud que acredita a las obras clásicas: una actualidad que estimula nuevas relecturas. Don Quijote es un libro inagotable. De ello se ha aprovechado nuestro autor actual para fabricar un artefacto narrativo repleto de alicientes. No se trata —sobra aclararlo a estas alturas de la reseña— de un libro de amena y vaga literatura, como se decía antiguamente, sino de una obra culta pensada para un lector curtido en las letras. Este destinatario le sacará abundante jugo por sus ideas y gozará con la sabiduría del autor para devanar con perspicacia, gracia y humor los hilos de la compleja materia artística que ovilla. Tendrá, además, un motivo disfrute complementario: un libro hecho con amor y gusto, mimado en sus detalles, desde la limpia tipografía al sedoso papel y la sólida encuadernación, que nos regala la vista con un centenar de grabados, dibujos y pinturas de artistas de ayer y de hoy.