Matías Celedón
Autor material
Banda Propia editoras
120 páginas
POR JESÚS CANO REYES

El proyecto narrativo de Matías Celedón (Santiago de Chile, 1981) parte de la idea de que la literatura debe establecer un compromiso con la exploración y con el riesgo. Un buen ejemplo para entender la importancia de la experimentación formal en su obra es un artefacto como La filial (2012), donde lo críptico de la trama –unos trabajadores atrapados en una oficina durante un prolongado corte de luz– no era tan importante como la idea: cada página estaba construida con unas pocas palabras estampadas mediante un sello de caucho, de modo que la narración se asimilaba al trabajo burocrático de sus personajes y el lector compartía con ellos su alienación y su incertidumbre. Del mismo modo, en El clan Braniff (2018) se contaba una historia de espionaje en la dictadura de Pinochet a partir del hallazgo de quince diapositivas que ponían en marcha el procedimiento de fabulación.

Se podría decir que en Autor material (2023), la novela más reciente de Celedón, confluyen lo artesanal, lo documental y lo político como vertientes que provenían de sus libros anteriores. Publicada a cincuenta años del golpe de estado en Chile, el planteamiento de la obra es impresionante: Carlos Herrera Jiménez, exagente de la Central Nacional de Informaciones, cumple pena de prisión por su papel en los homicidios del dirigente sindical Tucapel Jiménez y del carpintero Juan Alegría; ya en la cárcel, a finales de los noventa, Herrera Jiménez se dedicó a grabar un variado abanico de audiolibros (como la novela Doña Bárbara, del escritor venezolano Rómulo Gallegos, o Ha llegado el águila, del británico Jack Higgins) y su voz quedó registrada en decenas de casetes que fueron a parar a la Biblioteca Central para Ciegos. Buceando en el archivo, Celedón ha recortado y ordenado fragmentos de esos libros para contar una historia con las palabras de los otros y con la voz del asesino. La apropiación, el montaje y la recontextualización son, ya lo sabemos, procedimientos tan creativos como la inventiva y aquí evidencian su potencial. Por otra parte, si hasta la fecha resultaba nuclear la dimensión visual en la obra de Celedón (sus piezas requerían ser miradas, además de leídas), en Autor material es el sentido auditivo el que cobra un papel determinante, pues en la novela se incluye un código QR que remite a la grabación y permite al lector que sea el criminal quien le dicte en voz alta el libro de Celedón. Además, las fotografías de textos en braille al comienzo y al final del libro, que son ilegibles porque carecen de relieve, ponen en tensión el concepto de lectura, como ya hiciera la escritora mexicana Verónica Gerber en Tercera persona (2015). Por último, las distintas capas de polisemia en torno al concepto de «autor material» en el libro relacionan íntimamente al asesino con el propio escritor.

La historia que se cuenta es elusiva, aunque el paisaje de cementerios, torturas y pesadillas resulta al mismo tiempo un elocuente correlato de la dictadura y del papel de Carlos Herrera en esos años infames. Es posible que en algunas partes la diégesis del relato fluya con alguna dificultad y se perciban las marcas de la ensambladura, pero que el libro sea más interesante conceptual que narrativamente no es un demérito, sino todo lo contrario, una declaración de intenciones en torno a la necesidad de pensar la escritura con audacia. El artista británico Brion Gysin dijo en torno a 1960 que la literatura llevaba cincuenta años de retraso respecto a la pintura y sesenta años más tarde podemos seguir pensando algo parecido: a diferencia de lo que ocurre en las artes plásticas, donde las búsquedas más arriesgadas ocupan el centro de la discusión, la literatura de afán vanguardista parece seguir arrinconada en un reducto marginal, el lugar de las excentricidades, de las rarezas para raros. Por suerte, actualmente existen en la literatura latinoamericana voces como la de Matías Celedón que desafían las inercias de la industria y recorren caminos fuera de los mapas. Que la literatura sea también y todavía el lugar de los experimentos, y no el hábito gastado de una comunidad crepuscular, es en todo caso una magnífica noticia.