Renato Cisneros
La distancia que nos separa
Alfaguara
384 páginas
Renato Cisneros se enfrenta en este libro a uno de los mayores desafíos a los que un escritor se puede arriesgar: resucitar a un muerto. Complicada aspiración la de darle vida a alguien que ya no está en el mundo, a quien se ha conocido solo superficialmente. Mucho más aún si se trata del propio padre y este es, además, un militar hispanoamericano, conocido por su protagonismo represor en su país. Lo habitual, lo adolescente y hasta lo ‘progre’, en estos casos, no es resucitarlo sino volver a matarlo, incluso ajusticiarlo, en la estela de tantos libros en los que el narrador de turno se encarga de liquidar al padre. Cisneros no ha caído en la trampa y ha realizado un ejercicio ejemplar. El resultado es un relato soberbio por equilibrado porque, sin ocultar las contradicciones y claroscuros paternos, nos revela su auténtico perfil íntimo. El hijo empatiza con el padre y, más aún, termina por reconocerse y conocerse en el espejo paterno. Teniendo en cuenta que el autor remaba contra corriente, hay que subrayar que ha salido airoso de este reto.
Renato Cisneros (Lima, 1976), periodista y escritor peruano, publicó este libro en su país en 2015 en la editorial Planeta, y ahora aparece en España de la mano de Alfaguara. Tuvo allí buena acogida de crítica y lectores, pero su recepción resultó por fuerza controvertida, con notables reservas de la prensa de izquierda. La edición francesa e inglesa fueron igualmente reconocidas por la crítica de estos dos países, resultando finalista del Médicis, prestigioso premio galo. En nuestro país debería tener otra acogida, distinta a la que le dispensaron sus paisanos, porque, aun siendo una historia peruana inserta en la Historia reciente del Perú, su mensaje tiene alcance universal.
El libro contiene dos historias diferentes que resultan entrelazadas con coherencia y acierto. La distancia que nos separa hace la crónica política del Perú del siglo XX a través del derrotero vital del general de división y ministro del Interior y de la Guerra en los gobiernos de los presidentes Belaunde y Morales Bermúdez, entre los años 1976 y 1983: Luis Federico Cisneros Vizquerra (Buenos Aires, 1926 – Lima, 1995), conocido como «el Gaucho» por su nacimiento en la capital argentina. La formación militar en su país natal resultaría decisiva, porque en la academia militar coincidiría con los Videla, Galtieri, Viola y otros que con el paso del tiempo llegarían a ser destacados golpistas de 1976, de los que sería amigo de juventud y colaborador en los años más duros de la represión. Al mismo tiempo, es decir, fusionándola con la crónica y sin poder separarse de esta, Cisneros emprende una exhaustiva pesquisa para saber quién fue de verdad su padre, que no es otro que el Gaucho. Y de paso también para saber quién es o quién quiere llegar a ser él mismo.
Cisneros nació cuando su padre tenía 50 años, y este moriría cuando él tenía solo dieciocho. Tenía por tanto del padre un recuerdo escaso y muy mediatizado por la adolescencia. Un recuerdo hecho a partes iguales de admiración y rechazo, de curiosidad y morbo por conocer al padre, por saber quién había detrás del general y ministro que de niño veía en el televisor. No resultó sencillo para el autor reconstruir el pasado paterno, tuvo que viajar a los países en los que el padre vivió, visitar las casas que habitó, buscar sus raíces genealógicas, entrevistar a los amigos y camaradas de armas, indagar en las relaciones femeninas, conocer las mujeres que amó y a los hermanos de la primera familia de su padre, incluida su esposa legítima, pues su madre sería una pareja fuera del matrimonio… Cisneros comenzó la pesquisa como una forma de contrarrestar la orfandad en que le dejaba su desaparición. Durante casi 20 años esta búsqueda se convertiría en una necesidad y en una obsesión en la que le iba mucho. Al final conseguiría descifrar casi por completo el jeroglífico paterno, cuando comprendió que, bajo la vehemencia y fortaleza del militar, había una persona de carne y hueso, un hombre emotivo, sensible, cariñoso e incluso tierno, con una blandura que le hacía propicio al llanto.
No fue una investigación fácil en lo documental ni en lo literario, sabido es que nunca se puede restituir el modelo original. Pero la mayor dificultad residiría sobre todo en lo emocional, porque, del mismo modo que un padre nunca está preparado para enterrar a un hijo, tampoco, dice Cisneros, un hijo lo está para desenterrar a un padre, mucho menos si se trata de un militar represor. Para la mayoría de los huérfanos, también para el común de los mortales, les parece un sacrilegio, remover una tumba, y escribir una biografía un acto innoble o una traición. «Se olvidan –se defiende Cisneros— esos huérfanos de que los vivos también merecemos cierta paz, una paz que a veces solo puede conseguirse a expensas de la paz de los muertos». Al mismo tiempo que descifraba el misterio del padre, el hijo indagó en sí mismo, comparándose inevitablemente con él. Sin darse cuenta buscaba, en el padre, explicación a sus propios misterios. Comprender las limitaciones del padre en las suyas propias. Escribir al padre le franqueó el conocimiento de sí: «Mi padre era un seductor selectivo, un cazador paciente … […]…pero también era errático y sentimental. Si yo hubiese sabido eso, si alguna vez hubiésemos hablado de sus decepciones y de las mías, quizá me habría dolido menos esa vocación por el desbarrancamiento que surgía en mí cada vez que una mujer comenzaba a importarme».
Como es sabido «lo biográfico» experimentó un notable desarrollo literario en los años ochenta del siglo pasado, pero su ola perdura y avanza hasta hoy. A partir del maridaje de autoficción, novela sin ficción, crónica y biografía, se desarrollaría el nuevo registro de la «bioficción», a la que no le faltarían precedentes en periodos anteriores (v. Alberca, Maestras de vida. Biografías y bioficciones, Pálido Fuego, 2021). Teniendo en cuenta esta referencia, me atrevo a decir que La distancia que nos separa se puede considerar una bioficción. Las bioficciones son una variante biográfica en la que el biógrafo, además de focalizar la vida de un personaje real, indaga en sí mismo a través de su personaje. Cisneros no vacila en reinventar la figura del padre con la que se siente ligado de manera estrecha. O al menos no sabe o no puede evitar construirla sino subjetivamente. La biografización de la literatura estaría propiciada por el convencimiento de que en las vidas ajenas se puede conocer la plural identidad del sujeto, que incluye un complemento imaginario o de ficción. Cisneros no ha necesitado de esta teoría tal vez para escribir este magnífico libro sobre la figura de su padre, pero su intuición y buen sentido literario le ha llevado por este camino.
Con la singularidad ya señalada, este libro –novela lo llama el autor—forma parte de la familia de los llamados relatos de filiación, que han demostrado un auge creciente en las dos últimas décadas, siendo su origen lejano, como lo es casi siempre todo lo humano en literatura. No deja de ser paradójico que justamente cuando la familia tradicional se rompe por sus costuras y demuestra no obstante su pervivencia en un equilibrio inestable, las relaciones familiares y en particular las paterno-filiales gocen de tanto predicamento literario. No es menos cierto que se canta todo lo que se pierde y no es menos veraz que la familia en crisis permanente parece amenazada por una buenísima mala salud.
¿Por qué este auge? Hay muchas razones para explicar la vigencia de esta literatura de filiación y ninguna puede considerarse ni única ni predominante: todas juntas y de manera parcial nos explican este éxito. No en vano el ser humano está casi siempre instado a conocer sus orígenes, que la familia es la primera plataforma social en la que nos insertamos al nacer, y no menos cierto que su virtud, falta o limitaciones influyen en nuestras vidas. Y, sobre todo, porque cada familia desgraciada encierra una novela particular y un misterio por desvelar. Cisneros acomete con lucidez y rigor la investigación, y en verdad que lo consigue. Su búsqueda es también la nuestra y su historia nos ayuda a abrir la cerradura de nuestros arcanos familiares.