María Elena Morán
Volver a cuándo
Siruela
244 páginas
POR MEY ZAMORA

Hay realidades de las que tenemos conocimiento pero que se diluyen cuando la noticia desaparece de la pantalla del informativo. Pasan a otro plano. Son realidades que se viven lejos pero que ocupan los días, las semanas y los años de quienes las habitan. La escritura tiene la capacidad de exponerlas de forma persistente y fijarlas en nuestra memoria, incluso, en nuestra retina. Y entonces es imposible no dolerse con los personajes que encarnan tantas existencias vividas en precariedad, víctimas de promesas salvadoras.

María Elena Morán (Maracaibo, 1985) ha escrito un libro lleno de su Venezuela natal aunque lo haya redactado en Brasil donde vive en la actualidad. Su obra, galardonada con el Premio de Novela Café de Gijón 2022, nos presenta a una familia donde tres mujeres –abuela, madre e hija- afrontan las pérdidas personales y las miserias de un país cuyos dirigentes no han respondido a su entrega y militancia.

La abuela Graciela ha perdido a su marido y vive con su nieta Elisa. Su hija, Nina, se ha ido a la ciudad brasileña de Porto Alegre («era mejor recomenzar en una ciudad donde los venezolanos todavía no fueran una peste») cuando la situación en su país se ha hecho insostenible. Busca ganarse la vida y poder ayudar a los suyos. Nina está separada de Camilo, un hombre que apostó por el chavismo desde el salvavidas de unos orígenes acomodados.

Las tres mujeres viven sus penas de la forma más racional posible pero la narración está cargada de emoción con la descripción de escenas conmovedoras como la del vecindario sacando los colchones a la calle para dormir cuando el clima es asfixiante y la falta de electricidad se perpetúa o la conversación entre susurros entre la madre escondida en un cuarto trastero del campus universitario donde se ha instalado clandestinamente y su hija de doce años, que habla desde el piso bien acondicionado del padre.

Volver a cuándo es una obra política que disecciona un país donde las cosas solo pueden ir a peor: «toda mala noticia es o será cierta». Una obra donde se alzan varias voces, todas bien definidas, todas creíbles, incluso la de los muertos, como el abuelo Raúl. Esa presencia se cuela en varios episodios de esta historia con naturalidad a pesar del componente mágico que aporta; porque hay personas que continúan dialogando con los que se fueron. Siguen muy vivas en los espacios que ocuparon y en las palabras que pronunciaron. Una forma de convivencia que no hace falta explicar.

La trama evoluciona en un tono dramático sostenido donde los lectores vamos descubriendo el pasado de los personajes y las historias de unión y distancia entre ellos mientras se intensifica la situación de supervivencia (las pertenencias en una mochila salvada del fuego, la suerte de encontrar un lugar donde comer a bajo precio la que será la única ingesta del día…).

En cuanto a los hombres de esta obra, el abuelo Raúl actúa como bálsamo mientras que Camilo aparece como el hombre engullido por la ideología y su causa, aquel que necesita el espaldarazo como sea («Despertaste hecho un héroe y te gustó, aunque solo tuvieras un ojo para ver tu victoria»). De su mano el relato vira en las últimas páginas hacia el género de suspense intensificando la acción pero diluyendo en parte la carga social que arrastraba el relato.

El «éramos gente chévere» que expresa Graciela cuando conversa con su marido fallecido pasa a un demoledor «nos volvimos nada». La vida se ha puesto del revés para ellos, que se devoran las cutículas de las manos hasta sangrar. Este es un libro epidérmico, que el lector siente en la piel. Es la historia de venezolanos que han echado raíces fuera de su tierra, en países de esa «América desquiciada, revolucionada en promesas y esperas». Morán, como también ha hecho con la escritura su compatriota Karina Sainz Borgo, se erige en esta novela en cronista de un país acuciado por la crisis económica y moral de sus dirigentes. Combina el tono del buen reportaje periodístico de interés humano con la escritura literaria.