Julián Herbert
Ahora imagino cosas
Penguin Random House
168 páginas
Julián Herbert (Acapulco, 1971) lo tenía todo para haber acabado muy mal. Hijo de una prostituta que vivía a salto de mata, podía haberse sumido en los bajos fondos mexicanos y haber terminado al servicio de uno de los cárteles de la droga, sicario o delincuente por cuenta propia. Podría haber empleado sus dotes literarias como letrista de narcocorridos. Y es cierto que se hundió en el pozo del alcoholismo, que consumió sustancias estupefacientes. Pero salió de eso, resucitó si se puede decir quitándose de un manotazo de voluntad lo que era casi título de novela: crónica de una muerte (física, moral) anunciada. Antes y después de ese golpe de timón ha sido, es, uno de los más destacados escritores mexicanos de su generación.
No fue excepción en el mundo de los escritores, y mucho menos en los de su país. La literatura mexicana ha dado muchos alcohólicos y no pocos acabaron tan mal como el padre de Octavio Paz, «atado al potro del alcohol». Incluso algún mexicano de adopción fue notorio ebrio que legó esa propensión al protagonista de su libro más conocido. Me refiero a Malcolm Lowry y al cónsul Geoffrey Firmin de Bajo el volcán. Otros han conseguido zafarse del mentado potro, y como el crítico Christopher Domínguez Michael o el poeta y traductor David Huerta, fallecido el año pasado, son o han sido, no alcohólicos anónimos, sino ex alcohólicos ilustres dentro de ese país que parece estar, como un alacrán borracho, metido en una botella de mezcal.
Es autor, Herbert, de Un mundo infiel (2004), Cocaína (Manual de usuario) (2006) y el premiado y estremecedor Canción de tumba (2011), donde recrea la historia de su infancia y de su madre, además de otros libros que incluyen, junto a la novela, poesía y cuento. Ahora imagino cosas es una colección de ocho crónicas (él las llama así) variopintas: algunas de ellos remiten a épocas anteriores a la resurrección, y alguna es inmediatamente posterior. La inteligencia y las dotes narrativas están presentes en todas. Quizá sería más exacto calificarlas de narraciones a secas.
Mencioné antes a Lowry. Fue camino de Acapulco cuando al novelista se le ocurrió la trama de Bajo el volcán. Una de las mejores piezas de la colección de Herbert trata de esta ciudad costera del estado de Guerrero, de la que él mismo es nativo, que en tiempos fue lugar idílico (Luis Cernuda iba allí con su amor de principios de los años cincuenta) y hoy es poco recomendable o, en todo caso, un entorno muy deteriorado, como el alcohol adulterado (y en ocasiones mortal) que el narrador y su novia ansían beber al comienzo de «Acapulco Timeless» (lo de «atemporal» solo puede ser ironía referido a un sitio que tanto ha sufrido el paso del tiempo). El cronista se entrevista con lugareños, incluido algún policía. Recibe de boca de otros lo que él ya sabe: la extensión de la corrupción, los tentáculos larguísimos de la delincuencia, la falta de futuro que como una costra cubre gran parte de México, donde suceden cosas que resultan inverosímiles en otras latitudes. El cronista más de una vez dice que no puede revelar el nombre de su interlocutor, ya personaje en letra impresa, para preservar su seguridad.
País de extremos México, el narrador visita en Acapulco el Polígono D: «distópicas barriadas posrurales cortadas a tajo por el bulevar Vicente Guerrero, la avenida por la que circula el Acabús, un moderno transporte público que atraviesa el maxitúnel no sólo para llegar más rápido desde la periferia lumpen hasta la zona hotelera, también para pasar debajo de la carne humana en descomposición sin tener que mirarla».
Ese contraste se produce también en el choque entre lo más sórdido, tantas veces aireado por otros, no sin sensacionalismo, y el Acapulco sensual que todavía resiste y, sobre todo, el de antaño: «Siento que algo recóndito quedará del Acapulco arruinado y sin embargo glamoroso y romántico que atisbé en mi niñez. Quiero encontrarlo». Le sirve para ello un tal Virgilio (¿nombre también ficticio?) que, como el autor de la Eneida guía a Dante en su Comedia, hace lo propio con Herbert en este recorrido simultáneo del Paraíso, el Purgatorio y el Infierno que es este Acapulco, «un lujo derritiéndose al sol». No solo refleja lo que ve, también apunta causas, y sin exculpar al narco aduce explicaciones sociológicas e históricas.
Si uno deseara solo un reportaje, la intromisión del narrador podría resultar fastidiosa. Pero Herbert ha pasado hace tiempo la raya de ser un escritor reconocido y admirado, de modo que esa presencia suya en estas páginas (y casi todas) es bienvenida. Es un valor añadido y, si se quiere, tenemos aquí un puñado de capítulos parciales de unas memorias. «No soy lo que llaman un periodista puro: yo sólo soy un escritor que va de paso, por eso sé cómo decir sin decir un secreto», guarda sus espaldas Herbert.
El fútbol y el sexo, con las juergas en las que corre el licor y la droga, son el telón de fondo de la pieza que da título al libro. No faltan los homenajes literarios, como el de la celebración del Bloomsday en 2015 (aquí, a los excesos se suma el whiskey irlandés y los riñones «como lo ameritaba St. James Joyce»). Una enfermedad en Shanghái seguida del reencuentro con el hermano del autor, que vive en Japón, proporciona un emocionante encuentro tantos años después en un contexto aparentemente inopinado para dos mexicanos.
El recuerdo de sus inicios literarios es paralelo a los musicales, pues el importe de un primer premio se lo gastó en sufragar un disco de su banda, y otra de las crónicas de este libro es de una gira con el grupo, un catálogo de demasías, de demasiadas demasías. El final de esta pieza, «Radio Desierto», es explícito: «Ahora todo es distinto. Tengo cuarenta y siete años. Hace poco me interné en una clínica prepsiquiátrica para el tratamiento de las adicciones».
Mazatlán, en Sinaloa, es puerto de muy buen pescado y marisco pero aquejado en los últimos lustros de esa otra producción, droga y muerte, que tiene su capital en Culiacán, patria de El Chapo Guzmán pero también de uno de los autores que mejor ha contado el ambiente del narco: Élmer Mendoza. Mazatlán no es manca tampoco: en ella nació el cantante y actor Pedro Infante. Y en ella han trabajado en los fogones dos importantes chefs. Este texto, «El camino hacia Mazatlán», está narrado en el presente histórico tan apropiado para la crónica y, quizá el relato más luminoso del conjunto, irradia cierto optimismo alentado por un turismo aún no en manos de las grandes cadenas y que conserva lo que se puede llamar una proporción humana. «Bajan» se desarrolla en Baja California Sur, en Los Cabos. Allí Herbert cuenta cómo, al enfrentarse a la idea de que, absorto en el bourbon y la cocaína, deja desamparado a su hijo, toca fondo y decide cambiar de forma de vida. «Esto es como respirar oxígeno y gasolina al mismo tiempo», dice por teléfono a su ex mujer, pidiéndole ayuda.
No es México, con China, el único escenario de Ahora imagino cosas: «Ñoquis con entraña» se desarrolla en Talca (Chile), a cuya universidad el narrador ha acudido a intervenir en un congreso académico. Pero congreso e intervención quedan eclipsados por el asesinato de una muchacha. La crónica se convierte así en la reconstrucción de ese crimen, a lo Truman Capote en A sangre fría. Herbert administra muy bien las dosis de información, las idas y venidas en la estructura del relato.
Más crímenes, más violencia aborda el último texto del libro, «La leyenda del Fiscal de Hierro», sobre las guerras del narcotráfico en el noreste de México, en Tamaulipas, con un protagonista de ellas. «La trama oculta de este relato […] no cabría en una peli o en una crónica», escribe Herbert. Pero lo que cuenta en la suya ya es una narración poderosa que cubre muchos años aunque seleccionando sus momentos álgidos o, como el autor dice, sus highlights.
Literatura de viajes en la que pasan cosas es esta, testimonios de primera mano y reconstrucciones a partir de documentación proporcionada por otros peinada con el fin de articular una narración, episodios autobiográficos que transitan las ambiguas sendas de lo confesional y la autoficción. Varias de estas piezas se publicaron originalmente en Letras Libres, El País Semanal, Gatopardo o en Aire, la revista de Aeroméxico. Cuatro de ellas (la mitad) permanecían inéditas. Una primera edición apareció en 2019 en la filial mexicana, antes de volver a ver la luz en España en 2022. «La crónica, ornitorrinco de la prosa», escribió Juan Villoro tratando de mostrar el carácter híbrido del género. Ahora mismo imagino cosas es, bajo ese análisis zoológico, un pasaporte por el cual entendemos que Herbert no reside en Saltillo, Cohauila, México, sino en la Australia de la literatura.