Guillermo Sucre
La máscara, la transparencia.
Ensayos sobre poesía hispanoamericana
El Estilete, Caracas, 2016
597 páginas, 54.00 €
POR JUAN CARLOS CHIRINOS

En la literatura que reflexiona acerca de la creación y la palabra, hay una selecta lista de títulos que conforma una biblioteca que, a causa de sus incontestables méritos y desvelamientos, ningún lector debe dejar de leer al menos una vez en la vida. Los raros (Rubén Darío), Los nuestros (Luis Harss), La experiencia literaria (Alfonso Reyes), Este mar narrativo (José Balza), El arco y la lira (Octavio Paz) o la Historia de los heterodoxos españoles (Menéndez y Pelayo) son algunos de esos libros que han acompañado –y perfilado– la creación literaria en español, y con sus descubrimientos han influido en lo que se ha escrito a continuación. La máscara, la transparencia, del venezolano Guillermo Sucre (Tumeremo, Venezuela, 1933), pertenece, sin ningún género de duda, a esa lista inestimable.

Poeta, ensayista, docente y crítico literario, Sucre fundó el primer postgrado en Literatura Latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar, y en 2009 su alma máter, la Universidad Central de Venezuela, le otorgó el doctorado honoris causa. De vasta trayectoria intelectual, sus libros de crítica, Borges, el poeta y este que comentamos, son referencia para los estudios de poesía hispanoamericana, y por La máscara, la transparencia recibió, en 1976, el Premio Nacional de Literatura. El crítico Juan Liscano, en su Panorama de la literatura venezolana actual, dice de él: «Humanista a su modo, es decir, sin tolerancia pero también sin tomar partido […], su ensayo sobre Borges da la medida de cómo entiende Sucre la aproximación a un tema y a un escritor. Más que “estudio”, “interpretación” o “apología”, hay trato íntimo, convivencia con los textos leídos, clarificación y, posiblemente, identificación», comentario que da buenas claves para comprender el tono con que aborda a los poetas estudiados en sus ensayos. Por su parte, José Balza, en Sobre Guillermo Sucre, considera que este texto constituye una «lectura erótica del idioma poético, un zigzag que descubre la realidad escrita como transparencia y como máscara de cierta unidad espiritual: todos esos polos y encuentros se resumen aquí, en este ensayo que bien merece ser concebido como el estudio más extraordinario sobre poesía, en nuestra historia y en nuestra lengua».

En efecto, desde que apareciera su edición original de 1975, en Monte Ávila Editores, no ha dejado de cosechar admiración, lectores y comentaristas. En 1985 el Fondo de Cultura Económica lanzó una segunda edición, corregida y aumentada por el autor, que también circuló por todo el mundo, incluido el ámbito del hispanoamericanismo anglosajón. La máscara, la transparencia se ha convertido en un libro de culto que consultan –y saquean– poetas, estudiosos y aficionados por igual. ¿A qué se debe esto?

«Confieso que, ya escrito, este libro me parece un exceso y a la vez una carencia». Esta frase bastaría para avivar la curiosidad menos avisada porque emana de un espíritu crítico que no se conforma ni siquiera cuando el reconocimiento general le ha dado validez a sus palabras. ¿Y no debe ser esa la actitud perenne del crítico? ¿La del que revisa y lee y corrige y vuelve a revisar –y aun así no termina de convencerse–?

Pero siendo más prosaicos que el escritor, habría que señalar que, en principio, el interés de este ensayo (y su condición de estudio indispensable) se debe a los autores tratados, que dan un panorama bastante aproximado de lo que ha sido la poesía en el siglo xx hispanoamericano: empezando con una aproximación a la obra de Darío, Sucre reflexiona sobre los poemas de Vicente Huidobro, José Antonio Ramos Sucre, César Vallejo, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, Octavio Paz, Roberto Juarroz…, astros de una constelación hispanoamericana que, si no abarca todo el mapa –tarea imposible en un continente desmesurado como aquel–, al menos arroja luz suficiente como para que, por igual, el especialista y el lego tengan una idea bastante nítida del desarrollo poético en el español de esa región. Semejante a cómo hace Alex Ross en The Rest Is Noise, que recorre la música occidental del siglo xx afincando la mirada sobre algunos compositores que constituyen piedras angulares de sus respectivos movimientos, Sucre ha establecido en su libro unas poderosas, tal vez definitivas, coordenadas para leer la poesía de América Latina que permitan darle el lugar que le corresponde en la historia de la literatura universal.

En segundo término, la feroz (pero también feraz) pasión con que Sucre se aproxima a la obra de cada poeta convierte la lectura en un viaje en el que se discute, se celebra y se medita: todo lo que un ensayo debe hacer con un lector. Sucre, en el prólogo a esta nueva edición, es meridianamente claro: «Desde un principio dije que yo no estaba haciendo una Historia de la poesía hispanoamericana, sino un ensayo como lector de ella». Pues él es un lector que lee con el sentimiento que brama y reclama. Sin embargo, no dejan de asomar cuáles han sido sus claves metodológicas (quizá lezamianas), que parecen ceñirse a la actitud que señala Liscano y que hemos citado más arriba, «sin tolerancia pero también sin tomar partido»: «He seguido más a los textos que a los autores. Por ello, pienso, me decidí por el título: la máscara, la transparencia. ¿No tiene también algo misterioso? Lezama Lima, de quien lo tomo, ve en estos dos términos la alternativa que se le presenta al poeta para hacerse invisible y dejar que su obra hable por él».

¿Qué es lo que busca, de esta manera, Sucre? Muy pronto el lector se dará cuenta de que la estación de destino de este libro, que es la de la poesía, tiene un nombre, el que sostiene la literatura porque constituye la masa de sus partículas elementales: las palabras:

 «Toda poesía adquiere sentido a partir de su lenguaje y de la conciencia que el poeta tiene de él. Esa conciencia nace, entre nosotros, con los poetas modernistas: hicieron del idioma poético un cuerpo realmente sensible, liberándolo del roñoso conceptualismo; al mismo tiempo prepararon una actitud crítica frente a todo poder verbal. Una y otra cosa se han intensificado en nuestra poesía contemporánea. Seguir las aventuras de esa doble conciencia frente al lenguaje: quizá este ha sido el método de mi libro».

 

Luego, La máscara, la transparencia es además el testimonio de una persecución. También por esto su lectura resulta tan atractiva, pero también porque a cada página asoman ideas con las que el lector puede frotar su propio imaginario y sus convicciones para, desde luego, refutarlas, masticarlas, asimilarlas o desecharlas. Una de ellas es para qué se representa: «El hecho es que la concepción de lo representativo ha estado ligada, además, entre nosotros, a una teoría de la originalidad americana. […] Somos originales en la medida en que tal vez todo el mundo lo es: tenemos una experiencia concreta del mundo». Lejos de mundonovismos y razas cósmicas, Sucre intenta en este libro colocar la poesía del continente en el lugar que le corresponde, que no es otro que junto al lenguaje que despliega: «La realidad en que participamos reside en la mirada, en el lenguaje. El verdadero realismo, o quizá el único posible, es el de la imaginación. Y el primer poder de esta, en literatura es, sabemos, verbal».

Para suerte de los nuevos lectores, esta edición –que aparece en una Caracas sedienta aún de libros, eso hay que celebrarlo– incluye el famoso y muy esperado ensayo sobre Neruda que el autor no había querido incluir en las ediciones anteriores: «En 1998 escribí un texto sobre la poesía de Pablo Neruda que ha permanecido inédito y que ahora incorporo a esta nueva edición. La relectura de este texto me llevó de nuevo a confrontar mi admiración y mi rechazo de Neruda».

No oculta Sucre, ni mucho menos, sus diferencias ideológicas con Neruda, y si a veces sus juicios parecen algo arbitrarios –y atrabiliarios– no es sino porque el que lee, cuando lee, está también pensando. Y ¿cómo ser buen lector sin capacidad crítica?:

«Decir de cualquier poeta que es desigual, quizá no sea nada decisivo porque todo poeta, de algún modo, lo es. Aun los más grandes o los más auténticos han sido desiguales. Pero ello no afecta lo esencial de sus obras. Es como una ley inherente a la creación misma y tiene que ver también con el gusto estético. Pero decir que la poesía de Pablo Neruda sea desigual resulta, para cierta crítica, como una especie de herejía».

 

En cuarenta y seis (gozosas) páginas, Sucre se aproxima con toda la pasión de que es capaz a la obra –y a la vida, siempre tan imbricada– del nobel chileno, y quizá no merezca un lector, un comentarista, de menor altura, aunque esté dispuesto a «denunciar» las contradicciones entre su poesía, su pensamiento y su vida. Un gran poeta –y los incluidos en este libro lo son, de pleno derecho– nunca crece ni brilla en los ojos del lector memo o las palabras del crítico genuflexo; es el que protesta, el que pregunta, el que desvela, el mejor aliado de los genios, aunque estos aliados sean de voz iracunda y, mejor, irónica: «Quien decía que su poesía no devoraba libros sino apasionados acontecimientos, casi siempre estuvo a la zaga de los acontecimientos. O cuando en un periodo más auténtico invocaba lo “profético” que había en él, luego perdió la más sencilla capacidad de inteligibilidad o de discernimiento. Parecía escribir entonces para lectores que eran más ortodoxos, o más fanáticos, o más lerdos que él mismo. Era ya difícil siquiera tolerar su discurso lleno de injurias, de simplezas o de burdas manipulaciones. Y, por supuesto, de metáforas».

La máscara, la transparencia depara en sus páginas momentos de gran lucidez, pero, al lector familiarizado con la obra, este ensayo de Neruda recién incorporado –tal vez más «ruidoso» que el resto de la obra, pero no menos vivo ni perspicaz– le ofrecerá una nueva oportunidad para confrontar el pensamiento afilado de Sucre y para arrojar nuevas luces a la obra del autor de Residencia en la tierra. Sucre cierra el capítulo nerudiano de manera casi melancólica pero afirmativa: «En uno de sus poemas, donde se refiere al fin de la época estalinista, la equipara con la muerte de la verdad, ¿quién la mató?, ¿nuestros enemigos o nosotros? “Ahora ya no ha nada que hacer / todos perdimos la batalla”. […] En cierto modo, revela el punto de inflexión al que había llegado Neruda: una mayor amplitud». En definitiva, no habrá lector que no desee tomar partido en estas páginas, pues lo mejor que le puede pasar a un ensayo es que se llene de subrayados, exclamaciones y marginalia. Entonces habrá cumplido su cometido. Este lo cumple, y con creces.