La idea de Weil de basar la educación en la atención fue anticipada fugazmente por William James. Para James (1950, pp. 402-403), la atención no es una facultad del espíritu, sino una fuente de virtudes y constitutiva de la experiencia de realidad: «Millones de cosas de orden externo se presentan a mis sentidos, pero nunca realmente entran a mi experiencia. ¿Por qué? Porque no me generan interés. Mi experiencia es aquello a lo que decido poner atención. Solo aquellas cosas que noto moldean mi mente –sin interés selectivo, mi experiencia es un caos total–. Solo el interés acentúa y enfatiza –luz y sombra, fondo y figura–, en una palabra, perspectiva inteligible».[5] Asimismo, para Weil (2002, p. 174), la atención es lo que determina las cualidades de la experiencia de realidad: «La atención es lo que aprehende la realidad, de tal manera que entre más atento el pensamiento, más pleno de realidad es el objeto».[6] La atención se manifiesta como una fuerza mediadora que combina elementos activos y pasivos: «La realidad nunca es dada. Aquello que es dado no es real. Aquello real no es dado. Sin embargo, aquello que yo fabrico tampoco es real. Lo real es aquello que tiene una cierta relación con lo que es dado» (Weil, 1997, p. 69).[7] Esa relación es la «necesidad» que es alcanzada a percibir en ciertos estados elevados de atención. Para Weil, la atención elevada no es un estado que pueda forzarse a través de la voluntad, pero hay en su pensamiento una tensión. La atención no está sujeta a la voluntad pero sí al deseo, que a su vez está vinculado con la gracia, o con los estados puramente luminosos de la mente. Al mismo tiempo, el esfuerzo es indispensable, al menos en los estadios inferiores, para construir una cultura mental sobre la cual se puede encumbrar la práctica de la atención.

Seguimos con James (1950, p. 424), en quien también existe esta tensión entre la atención como gracia o esfuerzo:

Ya sea que la atención venga de la gracia del genio o por medio de la voluntad, entre más tiempo uno le dedique atención a un tema, mayor dominio conseguirá. La facultad de voluntariamente traer de regreso una atención errante, una y otra vez, es la verdadera raíz del juicio, el carácter y la voluntad. Nadie es compos sui si no la tiene. Una educación que pudiera mejorar esta facultad sería la educación por excelencia. Pero es más fácil de definir el ideal que dar direcciones prácticas para lograrlo. La única máxima pedagógica general que influye en la atención es que entre más interés previo tiene el niño, mejor atenderá.[8]

Y Weil (2009, p. 67) añade: «Aunque hoy en día parezca ignorarse este hecho, la formación de la facultad de atención es el objetivo verdadero y casi el único interés de los estudios».

James (1950, p. 423) considera que la educación de la atención sería «educación por excelencia» y acepta que la genialidad está relacionada con el poder de la atención. Sin embargo, pone en duda que la genialidad pueda ser resultado de la educación de la atención y sostiene que la atención en el genio es una cualidad pasiva («es su genio lo que los hace estar atentos no su atención»[9]). Weil es más entusiasta y considera que la atención es la vía de acceso al «el reino de la verdad reservada al genio», incluso en personas cuyas capacidades no son inicialmente «geniales». A través del cultivo de la atención, el ser humano coopera con lo que Weil llama lo «sobrenatural»,  de cierta forma prepara el terreno para que la gracia –el más alto genio– descienda.

 

 ATENCIÓN, MORAL Y ORACIÓN

Una interesante aplicación de las ideas de Weil se encuentra en Iris Murdoch. Murdoch se «convierte» al platonismo y basa su filosofía moral en el concepto de atención de Weil, secularizando su misticismo y su teología, reemplazando a Dios por el Bien. Murdoch rescata una idea importante: aquello a lo que atendemos nutre o drena nuestra energía. Weil había sugerido que este era un criterio para definir lo que es el bien, aplicando la teoría hindú de los guṇa a los objetos de la atención. «Simone Weil dijo que la moral es una cuestión de atención, no de voluntad. Hace falta un nuevo vocabulario de la atención» (Murdoch, 1997, p. 293).[10] Murdoch (2001, p. 33) se inspira en Weil para expresar su idea de «una mirada justa y amorosa dirigida hacia una realidad individual», la cual debe ser «el sello de un agente moral activo»[11]. Esta actitud moral, basada en la atención, requiere de «una reorientación que provea una energía de un carácter distinto, de otra fuente» (Murdoch, 2001, p. 54)[12]. Es la acción que no nace del interés propio la que accede a una fuente de energía incontaminada e ilimitada. Para conocer la realidad es necesario olvidar la preocupación del yo y sostener la atención desnuda sobre la realidad concreta. No obstante, las cosas que se presenten sean dolorosas o desagradables. La imaginación, dice Murdoch, debe usarse para unirse con la realidad, no para escapar de ella. Para poder mirar detenidamente las cosas son necesarias disciplina y discernimiento, es decir, una educación de la atención.

La oración está hecha de atención, de hecho, si es intensa y pura, es orientación a lo divino e incluso contacto. Ese vínculo lo recoge Weil de Malebranche (Traité de morale I, p. 5), que definió la atención como «la plegaria natural del alma»: un estado expectante y abierto, de quien se encuentra a la espera, como el flâneur de Benjamin, como el niño que no maquina o perpetra. La atención es, de hecho, el estado natural del niño, un estado que pronto se olvida por el ruido del mundo o la cháchara de los sistemas educativos. La atención, además, puede ejercitarse. Malebranche afirma que la atención se entrena y es la única forma de obtener «luz y entendimiento». Se entrena en la medida en la que se es capaz de hacer a un lado pasiones y datos sensibles. La atención «coopera» con la gracia en la percepción de lo divino.

Lo divino está presente en la medida en que la atención está presente. El estudio es otra de las formas de la atención (y, por tanto, de oración), siempre y cuando no quede eclipsado por el orgullo, que es falta de gracia. Weil (2002, p. 228) lee «la vía de ascensión en la República» platónica como una profundización en los grados de atención: elevación por inmersión, como en los estados meditativos del budismo (dhyāna). Conforme se profundiza, se descubren mundos, ámbitos de la existencia cada vez más elevados. Abajo es arriba.

Esto es posible porque la atención es en sí misma luz. Lo divino «es la fuente de luz». Por eso toda forma de contemplación es autocontemplación, reflexiva luminosidad de lo divino. El conocimiento que se conoce a sí mismo, que diría Śaṃkara. «Todos los tipos de atención son meras formas degradadas de la atención religiosa. Es solo en Dios que se puede pensar con la plenitud de la atención» (Weil, 202, p. 215).[13]

En los últimos cuadernos de Simone Weil presenciamos un misticismo de la atención. En  su doctrina de la atención convergen el camino del conocimiento, el camino de la acción y el camino de la devoción: «Prestar atención hasta el punto en el que ya no se tiene elección. Entonces uno encuentra su dharma» (Weil, 1997, p. 297).[14] La libertad consiste en anular la voluntad personal; el dharma es «la necesidad amada». El alma que ha «alcanzado la visión de la luz debe prestar su vista a Dios para que la vuelva hacia el mundo. Nuestro yo, habiendo desaparecido, debe convertirse en un espacio vacío a través del que Dios y la creación se contemplan» (Weil, 1950, p. 232).[15] Sus ojos son nuestros ojos, por eso conoce la huella de los pájaros en el aire. En esta idea están Patañjali, Eckhart y Goethe. Para el primero, la atención consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible y vacío para que sea atravesado por la corriente de la conciencia. La mente deja de buscar, se hace diáfana, a la espera de la verdad desnuda. El segundo dice: «El ojo con el que veo a Dios es el mismo ojo con el que Dios me ve» (Sermón XII). También Berkeley: la percepción es el engarce con lo divino. El tercero hace de la percepción una «imaginación exacta» que acompaña el devenir de los fenómenos, que participa y se incorpora a la corriente divina. Y afirma, siguiendo a Plotino: «El ojo debe ser como el Sol, de otra manera no percibiríamos la luz; el poder de Dios debe estar en nosotros, ¿de qué otra forma podrían las cosas divinas deleitarnos?» (Goethe, Zahme Xenien III).[16]

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