Weil (2014, p. 201) cree que la ciencia debe retomar el pensamiento analógico, la captación de relaciones necesarias, «una red invisible, impalpable e inalterable de orden y armonía». El orden cósmico tiene muchos nombres: ṛta, dharma, logos, providencia o necesidad, todos ellos son sinónimos en la mente analógica de Weil. El fruto de la atención es que se iluminan las «conexiones necesarias», se hacen manifiestos campos saturados de sentido, centellean los puntos de unión de la gran rejilla cósmica. En sus últimos cuadernos abundan pasajes donde aplica un «método basado en la analogía», exégesis de textos sagrados y especulaciones sobre energías sutiles, signaturas y correspondencias que evocan la «ciencia hermética» de los alquimistas.

Lo que debemos de obedecer son estas correspondencias armoniosas (rapport) y no la gravedad de las cosas. La gravedad es aquello que nos aleja de la divinidad, afirmando la realidad de las criaturas, que están sujetas meramente a fuerzas mecánicas y que actúan únicamente para obtener recompensas. Weil encuentra la frase clave en Tucídides (en Weil, 2007, p. 61): «Cualquier ser ejerce siempre, por un requisito natural, todo el poder de que dispone».[37] Hay que ir en contra de la urgencia de la fuerza natural y de nuestras tendencias latentes (como diría el budismo), no desear llenar «el silencio eterno de los espacios infinitos» que aterró a Pascal. Si obedecemos a la gravedad estaremos llenando el vacío, con lo que Weil llama la «imaginación colmadora», esto es, las etiquetas que colgamos sobre las cosas, las cuales impiden una auténtica relación, y los subterfugios y proyecciones con los que defendemos la falsa soberanía del yo. Pero si «suspendemos la acción de la imaginación colmadora y fijamos la atención en las relaciones de las cosas, una necesidad aparece, que uno no puede dejar de obedecer» (Weil, 1997, p. 200).[38] Lo que aparece cuando soportamos el vacío es lo real «porque Dios colma el vacío». Esta es una de la intuiciones esenciales de Weil: es posible de cierta forma provocar la gracia, deseando sin esperar recompensa en el vacío. Algo ocurre; una especie de corriente de aire, un relámpago, un desgarre del velo: «El hombre solo escapa a las leyes de este mundo por espacio de una centella. Instantes de detenimiento, de contemplación, de intuición pura, de vacío mental, de aceptación del vacío moral. En instantes así es capaz de lo sobrenatural» (Weil, 2007, p. 62). Lo sobrenatural se experimenta como una forma de necesidad o mandamiento divino. Es la necesidad gratuita e ingrávida que experimenta el amante de satisfacer el deseo de su amado. Paradójicamente, solo obedeciendo esta necesidad se encuentra la libertad.

 

 ACTION NON-AGISSANTE

 El deseo es lo divino, participa en lo infinito. Pero en el mundo todo es finito. Si se adhiere a cosas finitas, la fuerza creadora del deseo produce hechizos que se toman como verdaderos y  empujan al alma hacia abajo, atándola a cosas terrenales y a las leyes de retribución. La forma de proceder es renunciar. Reorientar la atención hacia lo alto. Weil cree que al retirar el deseo de lo mundano y sacrificar el yo en el altar de fuego (de la contemplación pura) o en la cruz (aceptando el sufrimiento sin amargura), es posible arraigarse en una fuente ilimitada, que es lo que actúa cuando uno deja de actuar voluntariamente. Llama a esta energía «sobrenatural», «vegetativa» o simplemente «luz» (energía radiante). Esta es la energía que se activa a causa de la ausencia de la volición –atravesando las «noche oscuras»–, en el estado de inmovilidad que combina intensa atención y total disposición o espera. En ese estado de suspensión el alma se vuelve como una planta que se alimenta solo de sol. Como una planta, pone atención con todo su organismo a la luz y crece hacia el cielo sin actuar. La atención, vacía del sí mismo, es condición para la action non-agissante (acción no actuante).

Weil toma prestado su concepto de action non-agissante de la Bhagavadgītā y del taoísmo. Lee también a René Guénon (en Weil, 1997, p. 588), quien, en su obra L’homme et son devenir selon le Vedanta, define la «actividad principal del puruṣa como activité non agissante sobre la prkṛti». La «acción no actuante», para Weil, no es solo dominio del espíritu (puruṣa). La respuesta de la naturaleza (prkṛti) a la acción puramente contemplativa del espíritu es también un hacer sin hacer, dejándose llevar, guiar y, en última instancia, elevar por una especie de magnetismo (que no es distinto al amor y a la imitación de Dios). Esta es la prototípica unión que el misticismo describe con lenguaje erótico y florido. Todo el cosmos es el tálamo de una boda sagrada que, para Weil, ocurre también en el interior del hombre, cuando las partes inferiores del alma obedecen a las partes superiores del alma.

Weil (1950, p. 197) cita una bella analogía: «Orígenes. Celso, comentando a Homero, dice que los discursos de Zeus a Hera son los discursos de Dios a la materia, en forma de enigmas (i.e. símbolos)».[39] A través de estos discursos Dios ordena la materia, la hace justa y proporcionada. La materia obedece encarnando los arquetipos que revelan la presencia divina. Para Weil (1997, p. 123), un ejemplo de la virtud suprema se encuentra en la materia que obedece a la necesidad, sin ninguna interferencia: «Actuar no por un objeto sino a través de una necesidad. Yo no puedo hacer otra cosa. No es una acción, sino un tipo de pasividad. Acción no actuante. En cierto sentido el esclavo es un modelo. […] La materia es un modelo».[40] Otro modelo es la novia, que dice sí sin tener que hacer ningún esfuerzo y espera atenta. El caso del ser humano es único en tanto que tiene la posibilidad de decir sí al movimiento de atracción de la divinidad no solo con los procesos automáticos del cuerpo, sino con el consentimiento de las partes superiores del alma. El consentimiento debe ser genuino y sin esfuerzo, pues, como dice Esquilo (en Weil, 2009, p. 119): «Lo divino es ajeno al esfuerzo». La forma de imitar al mundo que responde a las órdenes de la divinidad es a través de esta «acción no actuante». Weil entiende que la action non-agissante es equivalente a la renuncia del fruto del acto, al desapego. Además de la Gītā, san Juan de la Cruz se vuelve una de sus fuentes. No importa si el hilo es «grueso o delgado», el más mínimo apego impide el vuelo del ave. Ese mismo hilo, delgado o grueso, es también el hilo de los guṇa, de la filosofía sāṁkhya, que mantienen al alma atada al saṃsāra. Cortar todos los hilos (o apegos) es, en la mística de san Juan de la Cruz, como quedarse a solas con Dios: «En soledad la guía / a solas su querido». Es entonces cuando Dios «guía y mueve y levanta» al alma. Simone Weil medita sobre este pasaje del Cántico espiritual: «Luego que el alma desembaraza estas potencias, y las vacía de todo lo inferior y de la propiedad de lo superior, dejándolas a solas sin ello, inmediatamente se las emplea Dios en lo invisible y divino» (de la Cruz, Weil, 1997, p. 311).[41] Cuando el alma está «vacía de otras imaginaciones y fantasías», «libre de otras afecciones», desembarazada de todo otro deseo que no es la luz divina, inmediatamente, Dios emplea su vida. El alma es movida por el «Espíritu de Dios». Acción no actuante.

 

SALVACIÓN POR LA MIRADA

«Solo lo universal es verdad –dice Weil (2005, p. 222)– y el hombre no puede llevar su atención más que hacia lo particular. Esta dificultad es el origen de la idolatría».[42] De ahí la necesidad de crear imágenes y símbolos universales, artísticos y religiosos, que puedan servir de objetos de contemplación, puentes numinosos (metaxis). El ejemplo preferido de Weil es la serpiente de bronce de la que se sirve Moisés en el desierto, por orden de Dios, para sanar al pueblo de Israel. En la historia bíblica, todo aquel que mira la serpiente se llena de vida. La serpiente es la vida misma, la energía ascendente, en la exégesis de Weil. Nunca como en nuestro tiempo están tan en peligro las almas, nos dice una Weil (2009, p. 45) profética: «Hay que elevar de nuevo la serpiente de bronce para que cualquiera que levante hacia ella su mirada se salve». «Lo que salva es la mirada». La serpiente de bronce es el símbolo de un objeto que se puede contemplar «a lo largo de todo el día»; todos deberíamos ser capaces de fijar la atención en cosas que nos elevan. «La ciencia debería estar enteramente compuesta de ese tipo de símbolos» (Weil, 2005, p. 271).[43]

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