DESEO, JUSTICIA Y HERMENÉUTICA

El deseo puede ser desatento, ciego, pesado. Pero es el deseo el que propicia el descenso de lo divino y puede transformarse en energía ascendente: «Para que haya deseo es preciso que haya placer y alegría. La inteligencia crece y proporciona sus frutos solamente en la alegría. La alegría de aprender es tan indispensable para el estudio como la respiración para el atleta» (Weil, 2009, p. 70).

El deseo es el componente esencial de la vida mental y la vida de la mente tiene una dimensión política. Para Weil (1950, p. 323), la responsabilidad comienza en la orientación que le damos a nuestro deseo y en la consistencia de atención que le adherimos:

El primero de los problemas políticos es la manera en la que los hombres de poder pasan sus días. Si viven de un modo que hace materialmente imposible un esfuerzo sostenido de la atención (a un alto nivel y por un tiempo prolongado), no es posible que haya justicia. Hemos intentado confiar la justicia a ciertos mecanismos para que no sea necesaria la atención. No podemos hacer esto. La providencia divina se opone. Solo la atención humana ejerce legítimamente la función judicial.[17]

Claramente para Weil, al igual que para su maestro Platón, el problema de la justicia está ligado a la virtudes de la moderación, la valentía y la sabiduría. La moderación es una discriminación y orientación del deseo hacia la luz del bien. La valentía es una cualidad de la atención que no separa la mirada del rostro que sufre. La sabiduría es el resultado de todas la virtudes, idéntica a la atención más elevada, que es una forma de oración y amor que no busca ser retribuido.

La teoría de la atención de Weil es también una forma de lectura e incluye un método para comprender las imágenes y los símbolos. Según ella misma lo define: «No tratar de interpretarlos, simplemente mirarlos hasta que brote de ellos la luz. En líneas generales, un método para el ejercicio de la inteligencia, que consiste en mirar» (Weil, 2007, p. 156).

El método de lectura de Weil pretende dejar que la luz sapiencial que encierran ciertos textos sea transmitida y el lector pueda de alguna manera nutrirse de su fuente, como un árbol obtiene nutrientes de sus raíces. Es esencial no caer en una actitud reduccionista o cínica y establecer un diálogo y un vaivén entre la letra y el espíritu, debemos ser cautos y no disminuir la realidad de lo simbólico:

Como si uno dice que la batalla de la Bhagavadgītā no fue un hecho histórico. Es mejor arriesgarse a tomarlo literalmente. Primero la tomamos de un modo completamente literal y la contemplamos así durante un buen rato. Luego lo hacemos de una manera menos literal y así sucesivamente por grados. Regresamos a la manera completamente literal. Y bebemos la luz, cualquiera que sea, que emana de estas contemplaciones. (La fuente que mana de la roca) (Weil, 1997, p. 459).[18]

Su método de lectura abarca también la percepción (la forma en la que leemos el mundo con los sentidos) y ofrece una estrategia para discriminar lo real de lo ilusorio: «Dentro de la percepción sensible, si no estamos seguros de lo que estamos viendo, nos desplazamos mirando, y aparece lo real. Dentro de la vida interior, el tiempo ocupa el lugar del espacio. Con el tiempo quedamos modificados y, si, a través de las modificaciones, conservamos la mirada orientada siempre hacia lo mismo, al final lo engañoso se esfuma y acaba apareciendo lo real. La condición es que la atención ha de ser una mirada y no un apego» (Weil, 2007, p. 156).

Weil no es una pensadora sistemática y a veces parece contradecirse. Pues si bien es posible «amar la apariencia desnuda sin interpretación. Eso que uno ama entonces es verdaderamente Dios» (Weil, 1997, p. 381);[19] en otra parte dice: «El fundamento de los mitos es que el universo es metáfora de las verdades divinas» (Weil, 1950, p. 150).[20] La metáfora exige interpretación. Nos presenta una paradoja: «Hemos vivido la muerte de los dioses y los dioses vivirán nuestra muerte. ¿Quién es metáfora de quién? Es necesario redescubrir la noción de la metáfora real»» (Weil, 1950, p. 163).[21] «La creación es una ficción divina» (Weil, 1950, p. 177),[22] pero detrás de este universo tiene que haber una buena historia. El mecanicismo ciego y azaroso de la evolución oficial no está a la altura. La historia que Weil sigue es la del dios que se sacrifica en la fundación y exige un sacrificio recíproco. Es un acto circular, este instante es la eternidad, el principio y el final del mundo, en el que ocurren un asesinato (o un suicidio) y una boda.

Su hermenéutica, aplicada a la lectura del mundo material, es también una crítica a la ciencia y a la filosofía. El sabio debe atender a la verdad, esperar, ejercer un «empirismo delicado», basado en el asombro y la admiración de la naturaleza. No violentar su objeto de estudio para que entregue sus «secretos». Se trata de un método del conocimiento pasivo que busca establecer vínculos de significado, una resonancia con los signos y las vibraciones de las cosas.

Weil (1950, p. 305) sigue: «El quehacer de la filosofía consiste en concebir problemas insolubles en su insolubilidad, contemplarlos sin más, incansablemente, durante años, esperando sin esperanza. El paso a lo trascendente se produce cuando las facultades humanas –la inteligencia, la voluntad, el amor– se enfrentan a un límite y el ser humano permanece en este umbral, más allá del cual no puede avanzar, sin alejarse de él y sin saber qué es lo que desea, esperando intensamente».[23]

 

LA LLAMADA DE LA BELLEZA

Vimos ya que la teoría de la atención de Weil está estrechamente ligada a su ética. Lo mismo ocurre con su estética. Define lo bello como aquello «que se puede contemplar. Una estatua, un cuadro que podemos estar mirando durante horas. Lo bello es algo a lo que se puede prestar atención» (Weil, 2007, p. 181). La belleza favorece la práctica de la atención y a la vez una cierta mirada contemplativa permite que la belleza se manifieste: «La mirada y la espera representan la actitud que se corresponde con lo bello» (Weil, 2007, p. 182). Al igual que la atención, la belleza no puede ser coaccionada por la voluntad: «El arte es espera (attente). La inspiración es espera. Fructifica con la espera» (Weil, 1950, p. 91).[24] La espera es tanto el deseo expectante como la inmovilidad de la mente, concentrada en su único objeto. Hay que esperar como las cosas esperan la luz al alba. El tiempo mismo es la espera paciente de la luz (Weil, 1997, p. 85).[25] Espera, atención, aceptación, paciencia, humildad y obediencia son los diferentes nombres de esta actividad propia del genio y del santo.

El símbolo de la obediencia es el agua, que sigue el curso que le marca el paisaje. Tales dijo que «todo es agua» al principio de la filosofía griega; Weil (1950, p. 309) lo lee diciendo «todo es obediencia»[26]. La creatividad no tiene que ver con producir algo nuevo, sino con un proceso de integración y armonización con lo existente. El artista es el que obedece y, en ese sentido, imita a la naturaleza. Debemos entonarnos y adherirnos a los ciclos de la naturaleza para obtener energía: «Asociar el ritmo de la vida del cuerpo con el ritmo del mundo, sentir constantemente esa asociación […]» (Weil, 2007, p. 174). Weil regresa a los largo de sus Cahiers a la idea del «agua de los taoístas». Copia muchos de los versos del Tao te ching y los comenta brevemente. Encuentra allí la imagen de algo vacío pero inagotable, que se mueve por necesidad y sin esfuerzo: «La alta virtud es como al agua. Agua y virtud extienden sus beneficios a todos los seres y actúan sin lucha. Ambos se sitúan en los lugares que el hombre desprecia. Es así que son como el Tao. Como lugar, la virtud ama la Tierra. En el corazón de los hombres la virtud ama el vacío» (Lao-Tse, en Weil, p. 516-517).[27] El agua es infinitamente dúctil y dócil, el mar es un «espejo de obediencia / que recibe dulcemente y nos regresa claridad», las olas están «encadenadas» pero en ello hay dulzura –«douce et docile mer» (Weil, 1997, p. 296)–[28] y poder. El agua se mueve imparcialmente por los lugares bajos que el hombre desprecia. La teoría de la atención de Weil insiste en ese aspecto: extender la compasión a los desdichados, en un estado libre de contenido, ofreciendo una mirada que no juzga, que solo acepta las penas, como el agua, llevándolas al mar.

Esta misma actitud de espera y resonancia con el objeto es esencial en la percepción de la belleza: «El órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor. De ahí que belleza y realidad sean idénticas. De ahí que el gozo y la sensación de realidad sean lo mismo» (Weil, 2007, p. 174). Normalmente producimos «la realidad del mundo a través del apego». El aferramiento es una forma de gravedad que hace a las cosas pesadas y opacas. Lo que experimentamos –este mundo ciego y duro– son nuestras propias proyecciones. La realidad solo se «percibe por el desapego total». Hay que dejar de juzgar e imitar a Zeus que lleva su balanza de oro. Dios no juzga: somos nosotros los que nos juzgamos. De esta manera podremos acceder al orden de lo real: «Lo bello: la realidad sin apego» (Weil, 1997, p. 334).[29] La historia del arte es la historia de esos momentos de atención pura, radiante, sin apego. «El poeta produce lo bello con la atención fija en lo real, como en un acto de amor» (Weil, 2007, p. 155). Un poema, una estatua o una pintura son luz de atención cristalizada en tiempo,  momentos que se vuelven contagiosos: podemos acceder a ellos en proporción a la calidad de nuestra atención.

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