Carme López Mercader
Duelo sin brújula
Reino de Redonda
128 páginas
POR MANUEL ALBERCA

Javier Marías murió el 11 de septiembre de 2022, justo nueve días antes del que iba a ser su septuagésimo primer cumpleaños. Dos años después, su viuda, Carme López Mercader, acaba de publicar Duelo sin brújula, cuyo título adelanta ya la deuda con el escritor, al tiempo que le rinde homenaje, porque, como es sabido, a Marías le gustaba definirse novelista con brújula, pero sin mapa. Lo que el lector se va a encontrar en realidad, y la autora lo advierte en la «Nota previa»: «No es ni siquiera un libro, sino una reflexión sobre el duelo y especialmente mi duelo por Javier». Pero es un libro auto/biográfico sobresaliente de una mujer a la deriva, perdida en el duelo.

Autobiográfico, porque López Mercader cuenta con sobriedad y eficacia literaria un pasaje doloroso de su vida: la muerte y duelo de su marido. Y biográfico, en la medida que hace una semblanza íntima de Javier Marías y de su vida en pareja. En este sentido, es también un libro informativo y, hasta cierto punto, sorprendente, porque a Marías, después del relativo fracaso de Negra espalda del tiempo, le había dejado de interesar la biografía propia como materia literaria. De hecho, dejó dicho que no escribiría su autobiografía. Y lo cumplió. Una pena que algunos lamentaremos siempre. Aunque su obra esté salpicada de argumentos y hechos biográficos, personales y de su familia, de modo que se puede leer el conjunto de sus libros como una suerte de autobiografía diseminada o autorretrato del autor, le molestaba que otros metieran la nariz o la pluma en sus cosas… Nada que objetar. Estaba en su derecho. Como nos recuerda su mujer en un pasaje del libro: «La intimidad es sagrada».

Sin embargo, creo que el libro de su viuda le gustaría. Tal vez por razones íntimas que se nos pueden escapar a los extraños. Pero otras son evidentes: la autora ha escrito un emotivo recuerdo de su marido muerto, que reivindica de paso su lado más humano. Nos regala una impagable imagen privada y familiar del escritor en algunos pasajes entrañables. Nos lo presenta en la intimidad como un hombre cariñoso, generoso y divertido, frente a la imagen pública, que lo pintaba como vanidoso, distante y cascarrabias.

Como anticipa en la «Nota previa», la autora desmenuza todas las facetas y circunstancias de su dolor y analiza su duelo sin consuelo. Hace la crónica de este periodo interminable con una sinceridad que emociona, cuando confiesa que no puede ni sabe salir del desfondamiento en el que se encuentra desde la desaparición del amado. El interés humano y la calidad literaria del relato vienen, por tanto, de la mano de la verdad y la valentía con las que escribe. El valor de su prosa se acrecienta por la ausencia de la retórica sentimental al uso, regateando las soluciones sentimentales estereotipadas que este tipo de escritos han gastado hasta el adocenamiento.

La literatura del duelo ha existido en todas las épocas y ha dado lugar a una variedad de registros que abarcan, en diferentes grados de intensidad, desde el lamento elegiaco inconsolable al ajuste de cuentas rencoroso, extremos que evita radicalmente este memorial. Por tanto, no es nuevo este tema en la historia literaria. Lo singular de nuestra época es que esta clase de escritos crece ahora de manera exponencial. Parece contradictorio, en principio, que estemos preocupados por la muerte, cuando vivimos en un constante y acelerado carpe diem, en un despreocupado mañana, frivolizándolo aparentemente todo. Sin embargo, posiblemente no sea tan contradictorio el desarrollo de esta clase de escritos, porque, desposeídos como estamos de las creencias religiosas y de las liturgias que obraban efectos balsámicos en los dolientes, estas escrituras cumplen una función similar a la del consuelo religioso. Es tan áspero e irreductible el dolor por el ausente, que lo que se pretende, como sucede en Duelo sin brújula, es tratar de comprender y pasar el duelo. De alguna manera, inconscientemente, confiamos en que la escritura sirva para aliviar la pena y, como parece deducirse de este texto, nos ayude a soportarla.

Ocurre que la muerte introduce de golpe lo real en este modelo de vida virtual, banal e impaciente que hemos construido. Irrumpe y trastoca violentamente nuestros frágiles principios y, ante esto, nuestro modelo se tambalea. Por esta razón, evitamos mirar de frente la muerte, nos obstinamos en esconderla y diluirla hasta hacerla desaparecer de nuestro imaginario. Los rituales que se han impuesto en torno a la muerte así lo confirman: son cada vez más asépticos y escondidos. Sin embargo, la muerte sigue estando aquí, por más que queramos negarla y ocultarla. Paradójicamente estamos más indefensos ante ella y, por lo mismo, necesitados del consuelo balsámico que nos provee la literatura.

En sintonía con esto, Carme López Mercader describe el desierto que dejó tras de sí la muerte de su esposo. Lo hace, como casi todos los afligidos por la muerte de un ser querido, con la tácita esperanza de encontrar consuelo. El golpe recibido es aún más rotundo en la medida que el mundo que habían creado y compartido juntos se derrumbó de pronto con la muerte. Todo lo que les había unido y sido motivo de exaltación y goce, pierde interés y sabor. Incluso los recuerdos, objetos e imágenes del ausente no sirven más que para aumentar el sufrimiento y la desolación.

Analizando cada una de las celdillas del duelo, López Mercader trata de comprender las pulsiones nefastas, que se apoderaron de ella en la muerte de Javier Marías. El relato del estado de postración y agotamiento, en que la enfermedad y la muerte la dejaron, quiere ser un estímulo para salir del socavón sentimental, en que la pérdida la ha sumido, pero los esfuerzos se demuestran vanos. No hay consuelo para una carga tan pesada que no se puede compartir desgraciadamente con nadie. En su desolación la doliente preferiría ser ignorada. No ser ni aconsejada ni consolada ni acompañada, porque, como clama con impotencia y desesperanza: «…hay gente que te quita soledad sin darte compañía».

En definitiva, para la viuda de Javier Marías, el duelo no tiene nada bueno. Es intrínsecamente perverso. El padecimiento es absoluto e inhumano. Además, como queda apuntado arriba, el dolor no es divisible ni puede ser compartido. A la doliente le gustaría incluso negar su duelo o en su defecto volverse invisible, para que la dejen en paz. Los que pretenden ayudarla, comprenderla o protegerla quieren de hecho –viene a decir— hacer desaparecer la realidad de su duelo al conminarla a que pase página… En definitiva, la doliente tiene y quiere soportar su pena en soledad.

En algunas de los cuentos y novelas de Javier Marías, los muertos ocupan un lugar destacado en el mundo de los vivos, su presencia activa o sus apariciones fantasmales corroboran la creencia del narrador en una realidad extrasensorial o sobrenatural. Si creemos las propias declaraciones del novelista, así como el relato de su viuda, para Marías, todo esto no era solo un argumento literario de ficción o un divertido entretenimiento, sino que formaba parte también de su idiosincrasia o imaginario personal que creía firmemente que los fantasmas dejaban reconocibles vestigios y huellas continuas en la vida cotidiana de los vivos. Marías defendía y mantenía la conexión con el mundo de los muertos –dice la autora— y, aunque sin prisa por encontrarse con ellos, confiaba en ese encuentro. A este propósito recuerda la autora que una de las películas preferidas del escritor, como es sabido y él se encargó de comentar en diferentes ocasiones, fue El fantasma y la señora Muir, la celebrada película de Josep Mankiewicz. Frente a estas creencias de Javier Marías, su esposa confiesa que ella se mantuvo siempre incrédula y reticente; reacia a concederle la menor credibilidad a esta versión del más allá. Ni siquiera a la posibilidad de que Javier apareciese como fantasma le daba el menor crédito. Hasta que un día, un año y cuatro meses después de su muerte, tuvo un sueño en el que…

Me abstengo de resumir o de comentar este pasaje. No quiero destripar la historia ni destruir la emoción que yo mismo he experimentado en la lectura. Solo diré que las cinco últimas páginas del libro suponen una vuelta de tuerca en el relato y una quiebra del escepticismo racionalista de la narradora. Toda la tensión y la línea mantenidas hasta entonces toman aquí un derrotero imprevisto, de corte maravilloso en la línea de la mejor literatura fantástica, en este caso radicalmente real.

Para los lectores y admiradores de la obra del escritor, este libro estimulará sin duda su curiosidad, porque les abre una rendija por la que poder imaginar a Marías en su faceta más íntima. Pero el mérito y el valor de Duelo sin brújula residen en la sinceridad con que cuenta la travesía de su duelo sin remisión ni consuelo. Carme López Mercader ha escrito un texto ejemplar. Quedará como una referencia de la literatura española del duelo.