Paul B. Preciado
Dysphoria mundi
Anagrama
560 páginas
POR BEGOÑA MÉNDEZ

Dysphoria mundi es una moratoria a todas las violencias sobre los cuerpos vivos que el hombre blanco comete desde el siglo XVI en nombre del Humanismo. Y un tratado filosófico para el siglo XXII. Y una enciclopedia que ensaya qué significa vivir en el siglo XXI y transformar el presente. Es una obra que transita géneros literarios, que no entiende de fronteras, que hace de la desmesura su estilo mutante y entiende la poesía como agenciamiento político. La autobiografía es aquí un modo legítimo de filosofía documental: Preciado escribe desde su cuerpo diagnosticado como disfórico para contaminar al lector con su prosa disidente. Paul B. Preciado escribe desde su cuerpo aquejado de covid para contagiar al lector una pasión por el bien que es casi extraterrestre. Para dar cuenta de un mundo-cuerpo vulnerable, como lo es el suyo. Porque en 2020, afirma Preciado, con la pandemia covid, las vidas precarizadas se generalizaron y todos fuimos sometidos a un estricto sistema de vigilancia afectivo, social y farmacológico. Las prácticas de exclusión se extendieron a la población mundial. Convertido «en el nuevo sida de los normales, los blanquitos heterosexuales», la crisis covid contribuyó a comprender que el malestar de los cuerpos es político y sistémico. Y esa es la disforia mundi que defiende el autor y que yo comparto: no una patología, sino una inadecuación de los cuerpos sometidos al poder capitalista, que gestiona nuestras vidas y nuestras muertes.

La tesis de Preciado es que la pandemia hizo explícita la brecha entre dos sistemas de conocimiento: de un lado, el régimen capitalista patriarcal y colonial; del otro, el régimen disfórico de los cuerpos repudiados por el sistema. Porque la lógica que produce la diferencia sexual y de género es la misma técnica que justifica la exclusión del contagiado, la actividad extractiva, la destrucción ecológica o la violencia racial. Así, las categorías binarias marginan y deslegitiman los cuerpos marcados como molestos (putas, homosexuales, trans, discapacitados, migrantes o enfermos) y la explotación de los cuerpos considerados no-importantes (mujeres con útero, cerdos de macrogranjas, ecosistemas). La disforia del mundo indica una inadecuación respecto del capitalismo petrosexorracial, es decir, respecto de un régimen de conocimiento del mundo, dominado por la virilidad y el carbón, por la destrucción de la vida del planeta, por la violencia sexual y racial, por el consumo de energías fósiles y el carnivorismo industrial; en suma, por técnicas predadoras de muerte y de violencia.

El desacomodo disfórico, afirma Preciado, lleva dentro de sí la simiente de una potencia emancipadora; así, la disforia anuncia la posibilidad de un agenciamiento político de los cuerpos históricamente silenciados, más allá de las políticas identitarias que jerarquizan el mundo y nuestros cuerpos. Frente a las identidades fijadas por el poder (trans=enfermo, mujer=útero-gestante, ecosistema= objeto-explotable, animal=producto-cárnico), Preciado propone superar las políticas identitarias porque no hacen sino lanzar vidas a la cuneta. La lógica de la identidad, advierte, es la misma que levanta las fronteras de los Estados-Nación o la que sustenta los feminismos TERF. A las luchas identitarias, el autor opone la invención de prácticas de libertad desde la disforia, ahí donde los cuerpos encuentran su potencia emancipadora en el deseo de romper el silencio histórico, de vincularse con otros cuerpos políticos y apasionados.

El neoliberalismo contemporáneo ya no usa la opresión para ejercer el poder, sino que, como anunciara Borroughs, se despliega a través de dispositivos de adicción y de contagio. Internet, alerta Preciado, es nuestra heroína electrónica; perpetuamente hiperconectados, la comunicación en red se transmite en bucle y nos entra como un flujo contaminante. Pero la idea de lenguaje como virus contagioso le permite a Preciado pensar la escritura como una práctica que permite a los cuerpos desautorizados armarse como sujetos políticos capaces de contagiar la disforia mundi, de inocular el deseo de emancipación en otros cuerpos marginados y vivos. Hay que inventar nuevas gramáticas para habitar el mundo y las subjetividades que pongan en cuestión el sistema de antinomias que jerarquizan la realidad. Günther Anders, que comprendió que Hiroshima no solo era parte del Holocausto, sino que designaba el estado del mundo, defendió que la tarea del filósofo era detener la máquina de la violencia. Del mismo modo Preciado, tras la crisis covid, sabe que debemos concentrarnos «en inventar nuevas prácticas y nuevas formas de relación». Es preciso mirar sin miedo las ruinas de Notre Dame, dejarla tal como está y entender que es el emblema de un mundo que está ardiendo en el fuego de la disforia.