Javier Moreno
El hombre transparente
Akal
336 páginas
Javier Moreno ha conseguido, con El hombre transparente, realizar un análisis de nuestra sociedad que es exhaustivo, certero y, al mismo tiempo, literario, imaginativo y comprometido políticamente. Es inevitable pensar en nombres como Bauman, Zizek, Harari, Byung-Chul Han, Franco “Bifo” Berardi, Mark Fisher y otros filósofos contemporáneos que, como Javier Moreno, han desarrollado su obra con esa siempre arriesgada y necesaria ambición de pensar el presente desde el centro de sus constantes mutaciones.
Esa denominación con la que el autor define al hombre contemporáneo, el hombre transparente, rezuma, además, ese aroma de las etiquetas definitivas. Del mismo modo que Bauman definió la sociedad posmoderna como la sociedad líquida (y ese concepto de lo líquido se convirtió en imprescindible para cualquier análisis de la posmodernidad), me parece que la transparencia y el hombre transparente serán referencias inevitables siempre que alguien pretenda entrar en análisis sobre la psicología, la ideología y el pensamiento de la sociedad de las primeras décadas del siglo XXI.
Un vistazo al título (completo) nos puede servir para entender lo que me parece el gran acierto de este ensayo, y que consiste en poner al hombre («El hombre transparente») en centro de su análisis: describe sus (es decir, nuestros) sentimientos, contradicciones, miedos y esperanzas para, a continuación, pasar al análisis del posible origen de esos sentimientos de impotencia e incertidumbre que nos acosan; es decir, y aquí entra la importancia del subtítulo: «Cómo el mundo real acabó convertido en Big Data».
Este acercamiento al género ensayístico, que implica también una posición ética y humanista, tiene su reflejo en el estilo y en la estructura de los capítulos: la primera parte de los mismos es la que argumenta y documenta; la parte final siempre está dominada por la primera persona y por una apertura a lo imaginativo y literario: en estas codas, Javier Moreno (recordemos que, antes que ensayista, es narrador, poeta y dramaturgo) no rechaza nunca la metáfora, la imagen, el aforismo, el pensamiento especulativo.
Ahora bien, ¿qué elementos centrales son aquellos que nos convierten en hombres transparentes, según el autor?
En primer lugar, establece una relación inseparable entre aceleración y transparencia. Y, desde una perspectiva marxista, se remite a los cambios de modelo económico: así como el capitalismo productivo se alejó de lo material y mutó en capitalismo financiero, actualmente el capitalismo financiero ha sido desbancado por el tecnocapitalismo, que supone un paso más en ese proceso de desmaterialización que permite que el beneficio se acelere usando el modelo exponencial. Para esa aceleración exponencial del beneficio, son necesarios dos elementos: los datos como nueva materia prima virtualmente infinita, y una ingente mano de obra gratuita, es decir, el ciberproletariado (es decir, todos nosotros). La realidad adquiere así esa doble transparencia: aquella que convierte lo material en Big Data; y la transparencia del ciudadano que entrega su intimidad a esa datificación de la realidad a cambio de un salario emocional, de una dosis más de la dopamina con la que las redes sociales diseñan sus interfaces para provocar esa adicción que nos mantiene trabajando para que el flujo de datos no cese jamás.
Sería imposible un análisis detallado de todas las ideas que despliega Javier Moreno para definir la ontología (o fenomenología) del hombre transparente. No obstante, me parece necesario apuntar al menos algunos hallazgos especialmente interesantes en relación con la relación entre el hombre transparente y el futuro. El autor analiza esos sentimientos de impotencia y pasividad, de culpabilidad y hedonismo, de fatalismo y pensamiento distópico que caracterizan la psicología y la imaginación del ciudadano contemporáneo. Plantea la tesis de que el pensamiento utópico que se ha ido generando desde ese modelo económico tecnocapitalista es decididamente antihumanista. La ideología aceleracionista plantea la desaparición o la superación de lo humano a través de la utopía tecnológica, cuya máxima expresión sería el mito de La Gran Singularidad. Frente a esa ideología aceleracionista, para la que las ideas del humanismo ilustrado no son más que obstáculos que frenan la total liberación (ética, legislativa, etcétera) de la tecnología y el beneficio infinito, el hombre transparente solo es capaz de generar dos tipos de pensamiento: el nostálgico (donde el mundo era real e intenso y donde el hombre parecía tener el control de su destino) y el distópico, porque toda proyección de futuro excluye la idea de humanidad.
Javier Moreno no se limita a la descripción. Hay una postura ética del autor desde la que propone lo más sensato, desde un pensamiento todavía humanista: regulación, control ético, desde el poder político, de esa aceleración que plantea algo así como un todo para el hombre pero sin el hombre.