Alejandro Morellón
El peor escenario posible
Fulgencio Pimentel
168 páginas
POR DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR

Alejandro Morellón adorna cada una de sus colecciones de relatos con un galardón. Su anterior libro, El estado natural de las cosas, recibió (nada menos que) el Premio Internacional de Cuento Gabriel García Márquez; El peor escenario posible, su último libro de relatos, se ha editado bajo el paraguas del Premio Ignacio Aldecoa que, además de la dotación económica, implica la publicación en la siempre exquisita Fulgencio Pimentel. Paradójicamente, esto puede levantar ciertas suspicacias, pues todos sabemos que hay ciertos prejuicios críticos ante los «cuentos de premio». Esta etiqueta, utilizada despectivamente, señala un virtuosismo vacuo o un apego demasiado superficial a ciertas técnicas narrativas «de taller». Estos once relatos pueden parecer cuentos de premio, pero habría que eliminar todo mohín y condescendencia crítica al referirse a ellos, porque no caen en ninguna de las debilidades o vicios antes mencionados; aquí no solo hay oficio y técnica: hay un gran escritor, una prosa cuidadísima y, sobre todo, hay una voz que habla de cosas que importan, que interpela al lector, más allá, y más acá, de cuantos juegos y técnicas narrativas ponga en funcionamiento.

En El peor escenario posible, como sucedía en El estado natural de las cosas, Morellón recurre a la técnica de incorporar un acontecimiento o elemento fantástico dentro de una realidad cotidiana; que ese acontecimiento sea de carácter sobrenatural (como la montaña de heces de «La montaña mágica») o sea un simple accidente que altera la rutina de los personajes (como la infidelidad de «Algunas verdades del mundo que te ha tocado vivir) no tiene demasiada importancia en cuanto a la construcción y sentido de los relatos. En ambos casos hay una extrañeza, un desvío, que consigue revelar ciertos aspectos del ser humano y de la sociedad que suelen quedar invisibilizados o enmudecidos por la fuerza de la rutina y del sentido común.

Esta incorporación de lo fantástico en lo cotidiano puede recordar a Cortázar, por supuesto, pero también a Juan José Arreola, o a Quim Monzó. En cualquier caso, la personalidad de Morellón está por encima de los modelos que puedan haberle influido y reside, en mi opinión, en la magistral forma en que consigue que esas técnicas del relato fantástico sirvan para poner sobre la mesa cuestiones sociales y humanas que retratan toda una época y una sociedad.

Morellón capta a la perfección el ambiente pre-apocalíptico presente en la sociedad de principios del siglo XXI (hay dos relatos cuyo tema central es la extinción o el colapso, pero la idea de «desastre inminente» o «futuro incierto» está en muchos más) y, además, lo hace incluyendo también una mirada divertida y perpleja ante la naturaleza contradictoria del ser humano y de la sociedad contemporánea. El primer relato «Pájaros que cantan el futuro» es un perfecto ejemplo: una niña regala a su amigo un peluche (el furby que ilustra la portada) que profetiza el colapso de la sociedad y del planeta. En esa imagen, Morellón concentra esa contradicción entre la infantilización colorista de la mayoría de los discursos o productos que llenan la vida en las sociedades regidas por el capitalismo y el miedo soterrado que recorre nuestras vidas.

La contradicción, el absurdo, aquello que supera lo humano, entendido esto como lo conocido o lo lógico, es decir, como lo rutinario y previsible, es el otro gran eje temático que atraviesa todos los relatos. Y estas contradicciones las plantea, además, en perfecta consonancia con la técnica narrativa, como sucede por ejemplo en el relato «Por lo que sé de mi marido», donde una mujer sorprende a su esposo viendo unas imágenes de desnudos; la perspectiva de esa primera persona nos obliga a corregir continuamente las suposiciones que íbamos haciendo de esa situación, y nos fuerza finalmente a aceptar que el nuestro es un mundo extraño.

El mérito de El peor escenario posible es, también, el acierto continuo en todas sus decisiones técnicas y narrativas. Aunque predomina el narrador omnisciente focalizado en un personaje, encontramos también relatos en segunda persona, en primera, narradores objetivos y relatos completamente dialogados. Ese despliegue de técnicas parece siempre tocado por la gracia: en cada caso es capaz de extraer de ellas lo que el relato requiere para funcionar a la perfección, para mostrar con más fuerza esas contradicciones humanas o sociales, para provocar un humor oscuro o una reflexión sobre el mundo. Este es, en definitiva, un libro que cualquier jurado premiaría.