Pedro Mairal
Maniobras de evasión
Edición y selección de Leila Guerriero
Libros del Asteroide
272 páginas
POR ANTONIO RIVERO TARAVILLO

Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) es reconocido como uno de los grandes escritores actuales, no solo de Argentina. Dos hitos cimentaron esta consideración tan alta: el primero, la obtención en 1998 del Premio Clarín convocado por el diario argentino del mismo nombre, otorgado por un jurado compuesto por Augusto Roa Bastos, Adolfo Bioy Casares y Guillermo Cabrera Infante; el segundo, la inclusión en la lista de los mejores autores latinoamericanos por el Hay Festival de Bogotá 2007. Entre aquellos 39 de Bogotá (donde Mairal ha publicado bastante) se encuentran nombres como Guadalupe Nettel, Alejandro Zambra, Álvaro Enrigue, Andrés Neuman o Juan Gabriel Vásquez. Él no les va a la zaga. Además del eco internacional de su obra, Mairal alcanzó una gran difusión en España cuando en 2017 publicó La uruguaya (Premio Tigre Juan). El libro, una delicia narrativa, fue tan bien acogido que sumó en solo un año once ediciones. En la misma editorial, Libros del Asteroide, ha publicado Una noche con Sabrina Love (2018, la obra que le proporcionó el lujo de fotografiarse con Roa Bastos y Bioy) y más recientemente Salvatierra (2021), otra novela breve, originalmente de 2008, que narra la creación de una pintura inabarcable, del raro genio de su creador y de la búsqueda de una pieza, como de puzle, que a la postre revelará una realidad escondida. 

La primera edición de Maniobras de evasión fue publicada en 2015 por Ediciones Universidad Diego Portales (Chile). Si su compatriota Leila Guerriero se ocupó de la edición y selección de los textos que conforman el libro, Mairal ha prologado a su vez la selección de columnas de ella Teoría de la gravedad, también en Libros del Asteroide (2019). ¿Pero qué es Maniobras de evasión? Una colección de crónicas y piezas autobiográficas que transitan un terreno híbrido, narrativa de no ficción y ensayo libre (al modo que gustaba a Monterroso) en el que se mueven a su gusto los citados Zambra y Guerriero junto a nombres como Juan Villoro, Martín Caparrós, María Fernanda Ampuero o Daniel Saldaña, que acaba de publicar Aviones sobrevolando un monstruo (Anagrama), con varios puntos de coincidencia con el libro que nos ocupa: la autorreferencialidad; el exceso en el uso de opiáceos, que aquí es el del alcohol; las vicisitudes de la vida de escritor con sus viajes y encuentros, ferias, congresos.

La voz narrativa de Maniobras de evasión no difiere mucho de la de otros libros de Mairal: un hombre separado o divorciado que entra en la madurez, con un hijo pequeño varón, con zozobras. Hay más o menos un hilo cronológico, con textos que se sitúan en la infancia del autor, y los últimos pertenecen al ámbito de lo más reciente. Una constante, desde que Mairal se dedica a la escritura, es la del bloqueo, los periodos en los que, como confiesa en la segunda página del primer texto, sueña novelas, pero no se sienta a escribirlas. Enlaza con ello `La novela que no estoy escribiendo´, un capítulo de una única frase (siete líneas).

Es suyo un caso claro de vocación, un mundo alternativo al de la afición al fútbol, a la que es ajeno este singular argentino. En `La importancia del deporte´ leemos que “en este juego enorme de la adultez practico este otro juego paralelo, casi invisible, de la literatura, simulando que trabajo, simulando que sí, que soy un hombre con currículum que paga impuestos, pero soy torpe y no me creo nada y sé que están a punto de aplastarme y anticipo, esquivo, hago como que corro con todos, pero siempre me siento al margen, soñando otra cosa, nunca me creo la vida, ese juego tan raro que practican los demás”. 

Destacables son `Jardín de infantes´, la recuperación de un episodio de la infancia en un cuento de poco más de una página. Varios de los textos poseen un marcado carácter erótico (`Su vulva aterciopelada´, `Tocar a Gimena´, `Ensayo sobre las tetas´, `El culo de una arquitecta´). Sin embargo, no cae Mairal nunca en lo soez porque su escritura está llena de hallazgos, inventiva que, más que un ágape sexual, provoca un éxtasis lingüístico. Como capítulo de unas memorias es `Un ómnibus en el aire´, donde se reconstruye un accidente de autobús en el que el escritor estuvo a punto de perder la vida y que constituyó un punto de inflexión en esta, justificado por la frase `El que se salva es el que cuenta la historia´. `El sobrino de Bioy´, por su parte, rebobina la composición de su primera y exitosa novela, los problemas que acarrea la fama, el lanzamiento de una carrera literaria. Sobre esta se ocupa buena parte del libro. Por ejemplo, cuando en `La poesía del hombre invisible´ rememora: “En los años noventa yo estudiaba Letras en la universidad, pero me escapaba los jueves a la noche, con toda la felicidad del mundo, a un taller literario. Escribir y estudiar Letras, me decía, es como estar loco y estudiar psicología. Son dos cosas distintas”. También refiere cómo en su caso, que es bastante común, los plazos de entrega aguzan la inspiración y en ese ir contra el reloj se crece: “A medida que empecé a escribir para diarios y revistas, fui legando mi voluntad literaria, esa adrenalina de tener que terminar un texto antes del cierre”. Ante esa premura, “las frases y los párrafos encuentran su lugar”. Los encargos, incluso sobe temas desconocidos, son el acicate de buena parte de este libro: “Así, de a poco, fui llevando la escritura en direcciones nuevas. El periodismo te saca de tu zona cómoda y te lleva hacia temas sobre los que no sabés ni qué pensás”. Los problemas del escritor, la tendencia a perder el tiempo, quedan muy bien expuestos en `Detrás de Natalia´, texto del que no cabe dar muchas pistas sin desvelar el secreto que lo sustenta. “No sé qué tipo de escritor soy. Depende qué esté escribiendo. Prefiero que el libro me solicite su método, que me reclame una forma de escribir, de trabajar”, revela quien también es poeta. Y viene a continuación algo que es aplicable a la génesis de Maniobras de evasión: “Hay libros que escribí sin darme cuenta, distraído, sumando textos que después formaron un volumen”.

Una consecuencia del bloqueo, de la desgana, es pensar: si uno no logra escribir, que lo hagan otros. Pero otros que pueden ser uno mismo, y entonces los escritos de Mairal los firman otros. En `Un mail´ anota: “A veces siento que no tengo un centro gravitacional, que no tengo unidad. No existo. Y me gusta no existir. Me gusta haberme atomizado en seudónimos”.

Se suman la crónica de una muy breve estancia en un monasterio trapense, o la de un largo viaje en camión; también, la del deterioro neurológico de la madre mientras pierde la facultad del habla, en paralelo con el crecimiento de su hijo: “Parecía como si el lenguaje se trasvasara de mamá a su nieto”. Mairal lo expresa en unas líneas memorables: “Ella perdía ya la cordura y mi hijo estaba todavía en su locura de los cinco años”. `La catalana´ ofrece un llamativo paralelismo con La uruguaya, y no solo por el gentilicio del título (en este caso el narrador no cruza a Montevideo sino que da el salto a Barcelona).

Tal vez las mejores páginas de Maniobras de evasión, siendo estas muchas, correspondan a las finas evocaciones de infancia y juventud, o a las crónicas escritas como al desgaire, con la premura de entregar a tiempo. Acaso las partes dedicadas al escritor itinerante que se atasca, al padre separado metido en un pequeño apartamento-estudio, resulten reiteradas y cansinas. Pero siempre hay una frase certera, audaz, en este excelente libro.