«Hoy en día la Ciudad de México es una meca para las minorías sexuales del país y de Latinoamérica. En los setenta, no había un solo bar “de ambiente” y los gays vivían en perpetuo temor de la policía, que detenía indiscriminadamente a los muchachos por la calle para golpearlos, extorsionarlos o simplemente humillarlos»

POR RUBÉN GALLO

Fotografía del escritor mexicano Luis Zapata (1951-2020).

«¡puta madre! ¿contarte mi vida? Y ¿para qué?
¿a quién le puede interesar? además yo
tengo muy mala memoria estoy seguro de que se
me olvidarían un chingo de detalles importantes
o bueno no importantes porque en realidad no creo
que me haya pasado nunca algo deveras importante como
a todas las gentes que les pasan cosas que se repente cambian
sus vidas que se sacan la lotería o se casan o les llega una
herencia o desde niños tocan el piano y de grandes van a ser
grandes pianistas», El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata

Así arranca El vampiro de la Colonia Roma, la novela de culto, publicada en 1979, en que Luis Zapata narra las aventuras y desventuras de Adonis García, un muchacho de clase trabajadora que llega a vivir a la Ciudad de México a los diecisiete años y termina viviendo del «talón», como se le llamaba en ese entonces, en el argot defeño, a la prostitución masculina: es vampiro porque vive de noche y también porque necesita seducir a otros hombres para poder ganarse la vida. El texto está escrito en un estilo curioso, sin mayúsculas, con puntuación mínima, y con sendos espacios entre frases y palabras que marcan una pausa en el relato, que intenta reproducir fielmente el ritmo y los giros lingüísticos del habla popular.

Adonis es un gran narrador y sabe reírse de sus aventuras y desventuras, que cuenta en ese lenguaje maravilloso que fue el de las calles de la Ciudad de México en los años setenta. En las páginas de la novela aparece otro mundo, lleno de colores y de chispa, anterior al Internet, a las computadoras, a los teléfonos y a las redes sociales. Un mundo en donde la gente salía a la calle a ligar, se miraba a los ojos, y usaba el lenguaje para seducir. Y también anterior al surgimiento de la cultura gay. Hoy en día la Ciudad de México es una meca para las minorías sexuales del país y de Latinoamérica: hay cientos de bares, cafés y restaurantes LGBTI+ y el matrimonio igualitario se aprobó, hace más de una década, en 2009. En los setenta, no había un solo bar «de ambiente» y los gays vivían en perpetuo temor de la policía, que detenía indiscriminadamente a los muchachos por la calle para golpearlos, extorsionarlos o simplemente humillarlos.

En aquella época, ni siquiera existía el concepto de «gay». Los hombres que aparecen en El vampiro son descritos como bugas, putos, locas, gayos o simplemente «de ambiente». Además de su importancia literaria, el libro tiene un gran valor sociológico y lingüístico porque rescata un habla —y una manera de percibir y ordenar el mundo— que desapareció hace muchos años.

En aquel lenguaje callejero «talonear» significa prostituirse. «Tostonear», cobrar cincuenta pesos (un tostón era una moneda de cincuenta centavos). Los hombres que se prostituyen son «chichifos». Resulta curiosos que mientas las mujeres que se prostituyen son llamadas universalmente simplemente «putas», los hombres reciben un apelativo completamente distinto en cada país: chichifos en México, prepagos en Colombia, chaperos en España, pingueros en Cuba y —quizá el término más representativo de cómo funciona la profesión— taxiboys en Argentina.

A pesar de vivir en un medio hostil, Adonis vive intensamente: pasa sus días y sus noches en la calle, taloneando o ligando por placer, recorriendo la geografía del deseo de la ciudad: la Zona Rosa, el Sanborns de Insurgentes, los alrededores del Ángel de la Independencia. Al relatar sus aventuras, pinta un mundo alegre, estrafalario y maravillosamente humano.

En aquel mundo anterior a los bares gay, el ligue se hacía al aire libre con la mirada y con el lenguaje. Adonis cuenta, como dando instrucciones, cómo funcionaba aquella semiología del deseo:

«ya te platiqué cómo te ligan los cuates de coche se te quedan viendo dan una vuelta te vuelven a ver y si les das jalón te hacen una seña desde el coche para que te acerques … te llevan a su departamento o a su casa y en el camino te van más o menos cachondeando o haciéndote preguntas pendejas».

Aquella ciudad — tan distinta de la CDMX globalizada de nuestros días — era oscura y violenta, pero generó un lenguaje lleno de vida y de imaginación, cargado de picardía y de humor negro. El vampiro de la colonia Roma es, entre otras cosas, el registro de un argot que surgió de las calles y que desapareció sin dejar rastro. Y de ese humor defeño, marcado por el albur y el doble sentido: «hay que ser como santo tomás», dice Adonis, «hasta no ver no coger». Y en otro momento, narra con lujo de detalle las posiciones que ensayó con un cliente en la cama, usando imágenes desbordantes (y que no podían ser más distintas de las categorías grises y burocráticas que usamos hoy en día):

«[lo hicimos] que de a gatasque de a pasito de ángel que de cabrito al precipicio y que ora de pollito rostizado y me seguía picando para un lado y para el otro total que me dio la cogida de mi vida»

En sus relatos, Adonis retrata uno de los aspectos más sorprendentes del ligue setentero: la calle era un espacio democrático y allí se cruzaban hombres de todas las profesiones y clases sociales. Adonis no tiene un peso — durante gran parte de la novela no tiene siquiera un cuarto en donde dormir — pero en la calle liga hombres con coche, políticos, diplomáticos de carrera y hasta policías. En los setenta las clases sociales eran cerradas como castas, pero Adonis y los muchachos como él tienen el privilegio de circular entre mundos muy distintos, como ocurre cuando conoce a un millonario que lo lleva a vivir a su casa:

«¿ya te dije que zabaleta vivía en una casa de tres mil pisos con elevadores y satélites giratorios por allá por las lomas?… ¿te dije cómo era la casa? ¿qué después de la reja había un bulevar como de diez kilómetros para llegar a la entrada principal? ¿y que ahí había como noventaiocho columnas y pisos de mármol y estatuas griegas estatuas griegas de a deveras? ¿y que por dentro estaba llena de porcelanas y tapetes persas y candiles? Y que eso sí no te lo conté ¿verdad? tenía como trescientos cuartos cado uno adornado de manera diferente

…[había uno] supermoderno en el que apretaba botones y brotaban así brotaban cosas del suelo y de las paredes y del techo televisiones música olores proyecciones de vistas camas giratorias albercas y canchas de tenis dentro del mismo cuarto ¿verdad?»

El mundo de Adonis es hiperbólico, tanto en el lenguaje como en sexualidad. Haciendo el balance de su vida sexual, concluye:

«figúrate yo creo que he cogido dentro del talón sin contar las veces que lo he hecho por placer ¿verdad? como unas tres mil quinientas veces así es que ya si no me daba gonorrea es porque yo soy san martín de porres ¿no?»

La hipérbole, la calle, el humor hacen de El vampiro una novela picaresca, pero muy del siglo veinte: los siete capítulos llevan como título «Cinta primera», «Cinta segunda» y así hasta el final, presentando la narración de Adonis como una conversación grabada en un bar. Al final de la «Cinta séptima», el muchacho le dice a su interlocutor — a quien el lector nunca escucha hablar — «ora si ya apágale, ¿no?» y con esas palabras concluye la novela.

A Adonis le pasan cosas buenas —millonarios que lo invitan a comer, a vivir en su casa, gente que le regala cientos de pesos, chavos jóvenes que se lo ligan por placer— pero también cosas malas. O cosas malas que terminan siendo buenas. Y a todo sabe darle la vuela y relatarlo en clave alegre. Cuenta, por ejemplo, cómo una noche, mientras iba por una avenida en un coche lleno de muchachos de ambiente, se aparece una patrulla con dos policías que los hacen bajar. Adonis se imagina lo peor —golpes, detenciones— pero lo que sucede es otra cosa:

«nomás te dio que los cuates esos se portaron a la altura mamaron vergas prestaron nalgas y picaron como nunca en su vida habían picado y fíjate todavía nos dejaron lana cuando se enteraron que éramos del talón y así fue como cogimos muy rico por cierto con dos dignos representantes de la ley».

Hay otra anécdota que parece tomada de El Lazarillo de Tormes: un día, a bordo de un autobús, un limosnero ciego empieza a toquetear a René, un muchacho «con nalgas de pera». Adonis queda maravillado y le dice a su amigo:

«chin mano deveras que México es un país superalivianado hasta los ciegos son putos y se atreven a cachondear en los camiones nos sentíamos llenos de fervor patriótico contentísimos hasta que el ciego quién sabe cómo empezó a testerear la parte delantera de rené … y empezó a gritar no vayas a creer que orgasmeado sino al contrario alarmadísimo y encabronado como si le hubieran metido la verga más dura del ejido y sin ponerle saliva gritando “¡es hombre! ¡es puto! ¡tiene voz de mujer pero es puto!”».

Así transcurren los días y las noches de Adonis, ligando sin parar por las calles de la Ciudad. Hay una esquina que llama «mágica» —la de Insurgentes y Baja California, hoy ocupada por una tienda de accesorios para teléfonos celulares— porque «cualquiera que se pare ahí liga»:

«ya si no ligas es porque estás muy feo o porque de a tiro eres muy pendejo o las dos cosas pero por lo general siempre ligas».

El vampiro es una novela única: no hay nada parecido en la literatura mexicana de los últimos cien años. Y es también una obra singular en la bibliografía de Luis Zapata, que ha publicado más de diez libros desde entonces — entre ellos La hermana secreta de Angélica María (1989) y Autobiografía póstuma (2013) —, pero que nunca más ha logrado un relato tan lleno de vida, de verdad y de humor como ese monólogo de Adonis García. Una curiosidad: el libro está dedicado a Olivier Debroise, el crítico de arte francés que llegó a México en los años setenta, fue pareja de Luis Zapata, y pasó a ser una figura importante del mundo del arte de la Ciudad de México en las décadas de los ochenta y noventa.

Publicado en 1979, El vampiro es uno de los primeros libros en el canon de la literatura gay que surgió en las últimas décadas del siglo XX y que incluye, entre otras obras, Cobra (1972) de Severo Sarduy, El beso de la mujer araña (1976) de Manuel Puig, Antes que anochezca (1992) de Reinaldo Arenas, La virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo y Tengo miedo torero (2001) de Pedro Lemebel. De entre todas estas novelas, El vampiro es la más callejera y la más pícara. Y la que mejor retrata un submundo y un instante de una gran ciudad.

Releer El vampiro en 2023 es un ejercicio necesario. Nuestra época, tan marcada por los discursos identitarios, y por la obsesión de definir, clasificar, distinguir y categorizar géneros y sexualidades, necesita recordar que existe otra manera de vivir en nuestros cuerpos, más allá de las etiquetas, en donde lo que importa es el deseo. Y el humor. ¡Qué apagado resulta nuestro lenguaje y qué aburrido nuestro mundo cuando lo comparamos con la ciudad deslumbrante que habita Adonis García, el vampiro de la Colonia Roma!

Total
191
Shares