Camila Fabbri
Estamos a salvo
Temas de hoy
176 páginas
«Viajo en colectivo y cuando estamos por encima de la vía del tren, nos detenemos (…). El motor da un último respiro. Entendemos lo que pasa. Oímos también la bocina del ferrocarril que nos avisa que ahí viene». Estamos a salvo concluye con un microrrelato que viene a apostillar la sensación de inminencia de peligro que cose los dieciséis cuentos anteriores con los que la escritora argentina Camila Fabbri regresa a la distancia breve después de haber publicado la novela —aún inédita en España— El día que apagaron la luz (2020). Sus protagonistas son un conjunto de personas anónimas en la situación de verse arrolladas cuando se encuentran inmersas en su cotidianidad, yendo a la escuela o a la facultad, al trabajo, regresando de la oficina o de visitar a la abuela. Un destripe: se salvan de chiripa. Y así uno no puede evitar leer esa narración no solo como la conclusión que anuda el conjunto de ficciones que acaban de estremecerlo, sino que lo hace también como una sencilla y expresiva alegoría de este momento social que nos es dado vivir y en el que cada pocos meses nos salvamos de ser atropellados por pura casualidad —o es que ya estamos acostumbrados a correr, a esquivar las balas.
Los cuentos que leemos hasta llegar a esa pieza que comparte título con el volumen representan las múltiples formas que puede adquirir el borde del precipicio. «Buscando casa» narra la desazón que produce la condición de nómada a quien no puede permitirse un hogar en propiedad; «Triste reino animal» nos expone al resquebrajamiento y al deseo de pervivencia de una actriz en sus cincuenta y tantos; «Sobras», que probablemente sea uno de los cuentos más inquietantes del volumen —y que recuerda por la ambigüedad y la sombra que proyecta sobre uno de sus protagonistas a aquel «Un hombre sin suerte» de la también argentina Samanta Schweblin— insinúa apetitos lesivos en la escena de la joven protagonista metiendo la mano en la jaula de un caimán. En ninguno asistimos al desenlace fatal, pero en todos ellos se expresa lo que Fabbri ha definido como una «imantación con la catástrofe inminente».
Leyéndola casi un año después, he podido comprender mejor una conversación que mantuvimos en Guadalajara. O, al revés, tal vez sea aquel ratito lo que ha condicionado mi lectura. Compartíamos mesa con distintos autores y apenas habíamos hablado cuando Fabbri se dirigió a mí por primera vez después de que yo relatase cómo había conocido a mi esposa durante la adolescencia y la admiración y el amor que seguía sintiendo por ella tantos años después. Fabbri repuso que le había parecido tierna la manera en que me había expresado, y también una rareza entre quienes pertenecemos a una generación que puede escoger —por fortuna— formas menos estructuradas de encauzar sus afectos. Tal vez, pienso ahora, su enternecimiento provenía de la intuición de un derrumbe que debió figurársele inevitable, porque justamente en su obra trasluce cierta forma de ternura por esos personajes suyos —esa forma de inteligencia tan humana que le admiramos a Zweig—, obstinados en intentarlo a pesar de los signos evidentes de derrota.
Esa tensión entre el deseo de una vida y el hecho de que al hacerlo sus protagonistas se dirijan hacia la fatalidad, la escritora la explora mediante un habilísimo manejo de la elipsis, la originalidad en la construcción de motivos simbólicos… y una escritura que es una pugna entre la necesidad de adscribirse a los códigos consensuados y la voluntad de una prosa asilvestrada.
Y es que, más allá de la desazón que nos provocan las narraciones de Fabbri porque nos muestren con perfecta modulación del ritmo y la tensión a una chiquita poniéndose al alcance de las fauces de un yacaré, lo que ya en su primer libro (Los accidentes, 2015) resultaba especialmente fascinante es la forma que el español cobra cuando ella lo escribe. Es probable que ciertas particularidades de su prosa tengan que ver con la oralidad y procedan de su formación como dramaturga, de su desempeño en la composición de «voces tridimensionales». Pero no se trata solamente de un trasvase. El singular trabajo que lleva a cabo con la sintaxis —buscando originales usos expresivos a la yuxtaposición o la parataxis— evidencia la voluntad de armar una prosa «deforme, o con movimiento» que contribuye a construir una poderosa experiencia de la ficción desde el propio idioma.
Estamos a salvo es la constatación de que Camila Fabbri es una escritora radicalmente asombrosa, como asombro produce que sus cuentos lleven tantos meses pasando desapercibidos a los lectores españoles.