A pesar de su admiración por el comunismo y la idea de revolución hasta avanzados los setenta (con las reservas más o menos ambiguas y confusas que un análisis riguroso de su biografía quiera reconocerle), su poesía no se puso al servicio, ni desde la poética ni desde los contenidos, de ningún dictamen ideológico. El mejor Neruda no conduce sus palabras, se conduce en ellas; y lo mismo se puede decir de Rojas, sólo que, en su caso, la fidelidad a los murmullos del lenguaje, a sus abismos y aperturas hacia espacios inéditos, fue constante. De ahí, creo, su apartamiento del poeta con un tema, tan exaltado por la forma soneto, cuya estructura silogística parece exigir esa coherencia lógica. En la poesía de Gonzalo Rojas asistimos en muchas ocasiones a la experiencia formativa de lo poético en la lectura misma del poema. Rojas escucha lo que le dicen las palabras, no trata de decirle a las palabras lo que tienen que decir. Se entregó a su daimón, cono vate incardinado en lo más lúcido del surrealismo. Los poemas de Rojas suponen una concepción del poema que se abre hacia dentro, o más exactamente: significa una tarea de escritura en la que ir hacia adentro es la manera de hacer el afuera. Podría ser que en esto se inspirara en los tiempos en que estuvo cerca de las minas. El poema es una obra, en el sentido de realidad hecha y cerrada, pero toda la poesía de Gonzalo Rojas habla de lo inacabado. No me refiero a que esté deshilachada o que esté carente de trabajo, ni siquiera la producción de sus años últimos, donde a veces observamos una mayor espontaneidad tal vez apresurada. Inacabado aquí significa que se da en el poema mismo la conciencia de que no hay poema sino poemas, de ahí su apelación a la metamorfosis de una unicidad implícita a la que sólo se accede por la expresión de todos sus contrarios. No hay una poética esencialista en él, de ahí que accedamos al amor en ocasiones a través de la prostitución, de que el cuerpo aparezca en su compleja animalidad, no idealizado, de que el deseo sea fundamentalmente hambre («Hambre es la fosa, hasta / la respiración es hambre, hasta / el amor es hambre» [«Conjuro»]).
El poeta que se desprende de la obra de Rojas, de ese río que es un árbol, mina y astro a un tiempo, denominada Íntegra, es un visionario. No trata de inventar una realidad autónoma, sino que al escribir actúa sobre una realidad que a su vez es un acto. Ser de deseo y por el deseo, también es una criatura «cortada y arrojada», uniendo aquí cristianismo (caída) y la filosofía de Heidegger que conceptúa al hombre como un ser arrojado a la existencia. Se podría decir, por su tendencia hacia lo originario y primitivo, y al tiempo por estar lanzado hacia el futuro, fiel hasta el delirio al mundo del presente, que es un poeta retroprogresivo, por utilizar la acertada expresión de Salvador Pániker. Somos hombres en la medida en que no terminamos de nacer, quizás por esto afirma que «el tiempo es todavía; / la rosa es todavía y aunque pase el verano, y las estrellas / de todos los veranos, el hombre es todavía». Ese adverbio de tiempo también fascinó, y creo que por las mismas razones, a Antonio Machado. De formación clásica y por lo tanto filológica, Rojas está, sin embargo, muy lejos de los eruditos y de los letrados en la formación del espíritu histórico, porque la historia, nos dice, es la «musa de la muerte». Nada de fosilizaciones: la palabra poética, siempre dicha en voz alta, respirada y tartamudeada, es tiempo que se comparte, aunque sólo sea a veces con ese otro interno que oye lo que decimos. La poesía no es lo dado, aunque la veamos escrita, porque su fundamento es «un aire que se gana».
Gonzalo Rojas fue, además de poeta, profesor, y ejerció en puestos diplomáticos; también anduvo en sus últimos años, para mi gusto, y creo que, a pesar de todo, para el suyo, demasiado agitado entre celebraciones y premios. Por fortuna, siguió siendo poeta hasta el final. Hay varias imágenes de su obra que me parecen relevantes para ver a mi vez al poeta que fue Gonzalo Rojas. Una de ellas podría hallarse en el poema «¿Qué se ama cuando se ama?» y la otra, que quiero citar hoy aquí, para cerrar estos apuntes sobre su obra, son unos versos escritos contra mentirosos y cobardes petrificadores de la vida y de la poesía. Creo que es un retrato conradiano, de alguien que lucha entre dos mundos, y lo imagino saliendo de esa niebla, donde tal vez no ha identificado aún al «quién», pero se vuelve hacia nosotros con un tesoro de semillas recién rescatadas a lo oscuro:
Lo prostituyen todo
con su ánimo gastado en circunloquios.
Lo explican todo. Monologan
como máquinas llenas de aceite.
Lo manchan todo con su baba metafísica.
Yo los quisiera ver en los mares del sur
una noche de viento real, con la cabeza
vaciada en frío, oliendo
la soledad del mundo,
sin luna,
sin explicación posible,
fumando en el terror del desamparo.
«Los cobardes», 1948
Nota: todos los poemas están citados por Íntegra. Obra poética completa, 961 páginas. Edición de Fabienne Bradu, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 2012.
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