DE LA AUTONOMÍA LETRADA AL DESENGAÑO DE LA MODERNIDAD

Tampoco habría manera de ahondar en la poética del Sucre ensayista sin detenernos en la cuestión de cómo concibe la subjetividad literaria. Por una parte, ya lo hemos visto, porque es una respuesta a su circunstancia histórica y la tradición en la que se ha formado: no reclama el tipo particular de poder propio del «médico», el «guía» o el «maestro» de las masas ―lo que no implica, ciertamente, que los círculos letrados dejen de ver en él un maestro, como ha sucediendo desde hace mucho tiempo, sugiriendo el buen funcionamiento, en términos de Pierre Bourdieu, de la economía simbólica del «mundo al revés» cultural, donde la negación de un poder tangible en otros ámbitos sociales se recompensa con el poder del prestigio (p. 90)―. Por otra parte, porque los dilemas del sujeto y la expresión han sido prominentes inquietudes sucreanas.

La máscara, la transparencia, desde luego, es el libro donde se abordan más acuciosamente, y allí encontraremos pasajes que condensan elementos comunes a quienes rompen con el ensayo telúrico y su veneración por los centros, en particular el ser humano. La coyuntura es el examen de cambios de Weltanschauung entre los primeros románticos alemanes, afianzados después entre simbolistas y precursores de las vanguardias:

La descentralización del hombre (y del poeta) en el universo tiene […] innumerables consecuencias, que se resumen en una: el fin del arte «humanista» […]. Todo lo que en ese arte parecía sustantivo y eterno, ahora lo vemos desquiciado y trastocado. Que el hombre haya dejado de ser el centro del universo equivale a decir que ya no hay centro [o que] el universo es una esfera cuyo centro está en todas partes y en ninguna, en la singular metáfora secular que Borges ha reinventado sin duda para darnos la visión más exacta de nuestro tiempo (p. 115).[5]

 

El proceso madurará en plena efervescencia del surrealismo y el ensayista concluye que deriva en una estética en la cual «el texto no sólo absorbe al autor, sino que, además, éste hace todo lo posible por liberarlo y hacerlo autónomo» (p. 116). Esa lucha por la autonomía es inseparable de la obtención de una «conciencia» y el ejercicio de la «crítica» ―vocablos perseverantes, seguramente inspirados por la concepción de lo moderno de Octavio Paz: «el arte moderno no sólo es el hijo de la edad crítica, sino que también es el crítico de sí mismo» (Los hijos del limo, p. 20)—.[6] Según Sucre, la autonomía textual, aunque se perfecciona en tiempos posteriores, surge en Hispanoamérica con un movimiento específico, fundador:

Toda poesía adquiere sentido a partir de su lenguaje y de la conciencia que el poeta tiene de él. Esa conciencia nace, entre nosotros, con los poetas modernistas: hicieron del idioma poético un cuerpo realmente sensible, liberándolo del roñoso conceptualismo; al mismo tiempo prepararon una actitud crítica frente a todo poder verbal. Una y otra cosa se han intensificado en nuestra poesía contemporánea. Seguir las aventuras de esa doble conciencia frente al lenguaje: quizá éste ha sido el método de mi libro (La máscara p. 13).

 

No creo accidental que, justo con el modernismo, la autonomía textual reconocida por Sucre corra paralela a la idealización por primera vez en Venezuela, como he apuntado en renglones anteriores, de la autonomía del campo literario ―siquiera fuese, para Coll, con la melancolía de un deseo casi irrealizable―. Que la tradición propuesta por La máscara, la transparencia tenga dichas raíces se explica no sólo por la línea razonante del libro y el tipo de vínculos que establece entre diversos autores o épocas; también lo hace porque su ensayismo, negando los principios telúricos, recupera lo que éstos a su vez habían negado: recordemos que el ensayo nacionalista dominante luego del modernismo emerge de la crítica sistemática de las preferencias «esteticistas». Lo que está ocurriendo en el objeto de interés del ensayista ―la persecución de la autonomía― ocurre simultáneamente en estratos más profundos de su expresión, en la lógica histórica del género en el que su voz y sus ideas se despliegan.

«Si», como dice Paz ―vuelvo a citarlo, por ser una influencia poderosa en Sucre―, «todo objeto es parte del sujeto cognoscente […], ¿qué decir del lenguaje?[:] la palabra es el hombre mismo[;] estamos hechos de palabras» (El arco p. 30), no me parece desacertado reclamar hasta cierto punto para Sucre en su faceta de ensayista lo que él reclama para la poesía. En su prosa tenemos un caso, como él mismo diría, de «aparición del lenguaje» (La máscara p. 13). Y sus críticos de una u otra manera suelen recalcarlo: Antonio López Ortega, por ejemplo, describe La máscara, la transparencia como «lectura hondamente poética de un corpus» (p. 12).

Cabría, en efecto, observar que Sucre se esfuerza en delinear planos materiales e inmateriales en el quehacer del escritor, estando las diferencias entre el poema lírico y el ensayo más cerca de los primeros que de los segundos y reservándonos los segundos discretos modos de trascendencia. Rodríguez Ortiz habla de una «moral de las formas» característica del mejor ensayismo de la segunda mitad del siglo xx (Ensayistas p.1:22), estimulado, tal vez, por La máscara, la transparencia, donde se insinúa una contraposición nada desdeñable: «Toda obra que se funda en el rigor del lenguaje supone una ética de la escritura; subrayo: de la escritura y no simplemente del estilo» (La máscara p. 397).

Sería necesario ocuparnos ahora de un aspecto del ensayismo de Sucre avizorado en estos renglones, aunque no analizado con el detalle que merece: su deuda con los Essais, libro que ―no se olvide― creó a su autor tanto como éste lo creó a él.

Ha de resaltarse el énfasis que los subtítulos ponen en el marcador genérico: Borges, el poeta y La máscara, la transparencia se identifican, respectivamente, como Ensayo y Ensayos sobre poesía Hispanoamericana. No menos, ha de advertirse la lección montaigniana del uso de escritos liminares para destacar el papel de la subjetividad en la producción del conocimiento. El «Prefacio» a la segunda edición de Borges, el poeta es tajante: «Debo aclarar, finalmente, aunque comenzando, que éste no es un trabajo de erudición. Quise, sobre todo, fundarme en mi experiencia personal con la poesía borgiana» (p. 10). Otro tanto hace el «Prefacio» original a La máscara, la transparencia:

Al dar a este libro el subtítulo de «ensayos sobre poesía hispanoamericana», opté por el plural y deliberadamente eliminé el artículo la, para evitar cualquier posible equívoco. Nunca he pensado en hacer un estudio sistemático («concienzudo», «exhaustivo», «penetrante», «riguroso») de toda nuestra poesía (p. 11).

 

Y algún otro pasaje de la edición de 2016: «me interesa advertir que no me propongo hacer un estudio […]. Para ello requeriría […] una erudición que no tengo» (p. 310). La cualidad discontinua, fragmentaria, reacia a la totalidad del ensayo, para Sucre ―como para Borges, Paz u otros grandes cultivadores del género en el mundo hispánico (Gomes pp. 32-38)―, se opone a los afanes gremiales del estudio ―denominado tratado, si es extenso― y, por eso, no deben sorprendernos las ironías espetadas a quienes principalmente lo practican, los scholars (La máscara p. 17). Nada de esto hay que no pueda rastrearse hasta Montaigne.[7]

Otros elementos del modelo renacentista se localizan en la obra de Sucre. Si bien las apariciones del yo son escasas en Borges, el poeta y en el volumen domina un nosotros que oscila entre la modestia del crítico y la comunidad de éste y su público, las estrategias dialogales que Montaigne estableció en su «Au lecteur», haciendo explícito el tú, se traducen en figuras retóricas muy habituales como el erotema y la dubitatio:

Guillermo de Torre cree que el ultraísmo imprimió su sello indeleble en Borges […]. Cita este ejemplo: «Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas». ¿Prueba ello una continuación ultraísta? Intuimos que la intención de Borges al escribir esa frase es la negación misma del ultraísmo (p. 34).

Borges tiende a desrealizar el universo, a aniquilar la personalidad […]. Si ello es así, ¿cómo puede ―es la pregunta inevitable― haber una unidad en su obra? […]. El Buenos Aires que canta en sus poemas es también […] tan irreal como las Babilonias […] de sus relatos. ¿Los poemas de Borges no serán igualmente ficciones? Ya veremos que sí (p. 64).

 

En La máscara, la transparencia esas conductas se aproximan a un éxtasis de la duda, donde el lector se ve arrastrado, para compartirlas, hacia el remolino de las infatigables cogitaciones de la voz ensayística:

¿No es para quedarse perplejo: un exabrupto o una inconsecuencia producto de la vertiginosidad misma del pensamiento de Paz? ¿Y si se tratara […] de una perfecta consecuencia con su utopía de la Presencia […]? ¿O es un rechazo tardío del fundamento de toda poesía moderna […]? ¿Y si se tratara, por el contrario, de llevar hasta sus últimas implicaciones el intento de toda poesía por salvar la arbitrariedad del signo lingüístico […]? (pp. 580-581).

 

En ninguna oportunidad se vislumbra con mayor precisión la impronta de Montaigne ―incluso con menciones explícitas (p. 9)― que en la tercera edición de La máscara, la transparencia. Y debemos tener en cuenta que podría considerarse, desde muchos puntos de vista, un libro casi distinto del que conocíamos. Francisco Rivera había asegurado que el objetivo de las versiones de 1975 y 1985 era realizar una «lectura antinerudiana de la producción poética de Latinoamérica» (p. 11).[8] Su antinerudismo, podemos colegir, las anclaba todavía más en la historia del ensayo venezolano tal como la hemos revisitado aquí: la censura del adanismo archivológico del Neruda maduro ―cuyo exponente máximo sería el Canto general, obviando algunas secciones― no se disocia de la reprobación de los telurismos locales, pese que estos rara vez vinieran acompañados de estalinismo. La falta de un capítulo dedicado al poeta chileno se sentía como correlato formal o estructural de tal iniciativa e insuflaba la energía de la provocación a las dos primeras ediciones. Ya entre la primera y la segunda las divergencias resultaban rotundas: supresiones, añadidos numerosos; la ausencia de Neruda, sin embargo, impedía que intentáramos ver en ambas proyectos independientes. El «Prefacio» de 1975 hablaba de un vacío textual que habría de llenarse en el futuro (1ª ed. p. 13);[9] la «Nota» de 1985 reiteraba el anuncio de dicha ausencia, lo que la volvía omnipresente (2ª ed. p. 7).[10] Pues bien, cuando en 2016 se inserta un capítulo acerca de Neruda (pp. 303-349) no sólo se descarta el expresivo silencio, sino que el tono se altera y el hablante, protagónico, se erige en matière de son livre. La mesura, el comedimiento general contrastan con el apasionamiento del agregado y La máscara, la transparencia muda de cariz. Sus semblanzas, por ejemplo, no carecen de ímpetu: Neruda era «más astuto que sagaz, más ególatra que realmente amplio y universal» (p. 303); el ensayista da rienda suelta a la imaginación para describir lo que Stalin podría sentir leyendo, en Canto general, «Los poetas celestes»: «se relamería los bigotes: al fin había un gran poeta que lo comprendía» (p. 306); y prosigue: «A este menjurje de estulticia panfletaria y de patetismo populista ¿se le puede llamar poesía? Sólo una mente retorcida y vengativa, que busca escarnecer, puede escribir estas estrofas estrafalarias» (p. 306).

Tal vez sea nuestro turno de acudir al erotema: ¿por qué la serenidad de 1975 y 1985 se ha trocado en combate y ardor? ¿Acaso porque en la Venezuela de las postrimerías del siglo xx resucitaban las vetustas ortodoxias que movilizaron al Canto general? Según el prólogo a la edición de 2016, el texto sobre Neruda se escribió en 1998, año crucial, que coincide con la oficialización del chavismo tras su paulatina articulación desde los golpes de Estado fallidos de 1992. De ser cierto esto, la tercera entrega de La máscara, la transparencia, con su directa reacción política ya poco en deuda con los antiguos ideales autonómicos, cargada de inquietudes testimoniales y de compromiso con la democracia, estaría en sincronía absoluta con la nueva era del ensayo venezolano, puesto que no cuesta ver que el paradigma postelúrico fue agotándose en la década de los noventa y los ensayistas de entre milenios han mostrado un interés sostenido ―aunque sin las rancias tentaciones proféticas o magisteriales― en los avatares de una nación donde la modernidad parece haber sucumbido a sus inconsistencias. No otra cosa podría decirse de títulos como La ciudad velada (2001) o Desagravio del mal (2005) de Miguel Ángel Campos; Venezuela: el país que siempre nace (2007) y Ni tan chéveres ni tan iguales (2014) de Gisela Kozak; La herencia de la tribu (2009) de Ana Teresa Torres; La gran regresión (2017) de Antonio López Ortega; o Venezuela: biografía de un suicidio (2017) de Juan Carlos Chirinos.

Si mis hipótesis son correctas, la relevancia histórica de La máscara, la transparencia se acrecienta: por si no bastaran sus numerosas y celebradas contribuciones, la reciente metamorfosis del libro ilustraría un tránsito de poéticas. Ha de repararse en que en la Venezuela actual el fracaso del desarrollismo afecta con su polarización de actitudes a todos los géneros literarios, abriéndolos a lo heteronómico. Disipada o, al menos, debilitada la fe en la autonomía, bien puede estarse afianzando lo que Jacques Rancière define como «régimen estético», cuyas señales despuntaron en la comunión de lo artístico y lo político ansiada por el Romanticismo alemán (Le Partage pp. 40-41). Lo «estético», si se entiende con Rancière, hace de la vida social una condición sine qua non en la cual el arte se nutre de lo cotidiano mientras lo cuestiona. La atención del ensayo venezolano de hoy a lo nacional o su adopción no eufemística de lo político me parecen indicadores de ello.

 

BIBLIOGRAFÍA

· Antzus Ramos, Ioannis. La última claridad. El pensamiento literario de Guillermo Sucre. Tesis doctoral. Salamanca: USAL, 2014.

· Bourdieu, Pierre. Les Règles de l’art. Genèse et structure du champ littéraire. Paris: Seuil, 1992.

· Coll, Pedro Emilio. «Notas de estética». El Cojo Ilustrado. Vol/núm. VII-162, 15/9/1898, pp.639-642.

· Gallegos, Rómulo. «A manera de prólogo». Doña Bárbara. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1977, pp.3-6.

–. Vida y literatura. Buenos Aires: Embajada de Venezuela, 1977.

· Gomes, Miguel. La realidad y el valor estético: configuraciones del poder en el ensayo hispanoamericano. Caracas: Equinoccio, 2009.

· López Ortega, Antonio. «Guillermo Sucre o las escamas del tiempo», presentación de La segunda versión (poesía reunida) de G. Sucre. A. López Ortega, ed. Madrid: Pre-Textos, 2019.

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–. El arco y la lira. 1ª ed. 1956. México: FCE, 1981.

–. Los hijos del limo. 1ª ed. 1974. Barcelona: Seix-Barral, 1981.

· Picón Salas, Mariano. Obras selectas. Madrid-Caracas: Edime, 1962.

· Ramos, Julio. Desencuentros de la modernidad en América Latina. Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2003.

· Rancière, Jacques. Le Partage du sensible. Paris: La Fabrique, 2000.

· Rivera, Francisco. «Guillermo Sucre y la poesía latinoamericana». Inscripciones. Caracas: Fundarte, 1981. Pp. 11-33.

· Rodríguez Ortiz, Oscar, ed. Ensayistas venezolanos del siglo xx: una antología. 2 vols. Caracas: Contraloría General, 1989.

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· Sucre, Guillermo. Borges, el poeta. Ensayo. 2ª ed. Caracas: Monte Ávila, 1974.

–. La máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía hispanoamericana. 1ª ed. Caracas: Monte Ávila, 1975; 2ª ed. México: FCE, 1985; 3ª ed. Caracas: El Estilete, 2016.

–. «Prólogo» a Mariano Picón Salas, Viejos y nuevos mundos. G. Sucre, ed. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1983, pp. IX-XLI

· Uslar Pietri, Arturo. Veinticinco ensayos. Caracas: Monte Ávila, 1969.

 

 

[1] Consúltese la hemerografía de Anztus Ramos (pp. 427-436).

[2] «Para nosotros el arte es una función natural del alma[,] nunca un cómodo sistema de acaparar monedas. El literato suele ser entre nosotros un hombre que, como cualquier otro, va a su taller o calcula sobre los libros comerciales, dedicando algunos ratos a cantar sus esperanzas […], y que termina sus días en un consulado o en un almacén, después de saborear la gloria de ser leído por media docena de amigos en la sección recreativa de un periódico» (Coll p. 642).

[3] Subrayo una elocuente frase de Gallegos al meditar sobre sus novelas: “necesitaba elegir mis personajes entre las criaturas reales que fuesen causas o hechuras del infortunio de mi país, porque algo además de un simple literato ha habido siempre en mí» («A manera», p. 6).

[4] Picón Salas, antes de evocar la «inconfundible personalidad de Montaigne como patrono de todos los ensayistas» (Obras, p. 996), apunta que el francés describe «en sí mismo la suma confusión de la época» (subrayo; p. 995).

[5] Excepto cuando se indique, las citas procederán de la edición de 2016.

[6] Y Los hijos del limo es un libro citado en La máscara, la transparencia (p. 580).

[7] [J]e vois, mieux que tout autre, que ce ne sont ici que rêveries d’homme qui n’a goûté des sciences que la croûte première en son enfance, et n’en a retenu qu’un général et informe visage (Essais I, XXVI).

[8] En 1986 Rivera incluyó en Entre el silencio y la palabra (Caracas: Monte Ávila, 1986, pp. 13-29) su trabajo de 1981 sobre La máscara, la transparencia mencionando la edición del FCE.

[9] En su reproducción en la tercera edición se titula erróneamente «Prefacio a la edición de 1985».

[10] Texto que no se reproduce en 2016.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]