POR ALBERTO GARRANDÉS
- El silencio fue lo primero y después la reunión frente al monolito. La peregrinación hacia el monolito como un hormigueo instintivo donde la semántica de los ideogramas era lo que contaba. Dicen que en las escrituras semasiográficas un signo A se junta con un signo B y esa mera vecindad produce un signo C, que es otro «ardor de sentido». Adyacencias, indicios, emblemas. Los ardores de sentido son efables hasta cierto punto. Pueden escribirse si escribir es una noción que se mantiene. Si escribir tiene que ver con aquello que no puede decirse y que hay que intentar decir, de acuerdo con el pensar de María Zambrano.
- A riesgo de circunvalar un sentimentalismo de la peor especie, mas sin ánimo de someter el sentimiento a la tonta suspicacia de quienes creen estar siempre de regreso, un creador puede decir que el mundo de hoy, lleno de sueños rotos y paraísos por venir –los sueños donde la utopía resbala sobre sus imperfecciones y supercherías, los paraísos democráticos que titilan en la lejanía–, es lo suficientemente dúctil y proteico como para que jamás, a pesar de todo, dejemos de amarlo, o dejemos de entenderlo como una dádiva marcada por lo bello. En 1820, un año antes de morir, John Keats aseguró en un poema célebre que la verdad es bella y que la belleza es intrínsecamente verdadera. Advirtió, incluso, que eso es todo lo que sabemos y subrayó, para colmo, que tal saber es suficiente en sí mismo.
- Desde esa Cuba secreta entrevista como realidad firme y ensueño práctico por María Zambrano, lo racional queda superado por una especie de amabilidad filosófica que no hace más que regresar a sus orígenes arcaicos. La razón se hace poética y hunde sus raíces nuevas en una poiesis de tipo universalista. Y, como Zambrano bebe de la mística –el ápice y el humus de la religiosidad–, de los saberes poéticos adjudicados por la metáfora a lo largo de milenios y de la filosofía, lo que queda es el paisaje de lo humano en su vínculo con la finitud, la vida inmediata, lo sagrado y lo divino. Aquí, al no dudar, aparece una suerte de «masa crítica». Los peregrinos encontraron la suya.
- Esa sobrearticulación de Keats con el mundo de hoy –o, más bien, con la idea que nos hacemos de él– pasa, es obvio, por el lenguaje. Y los creadores, que intentan apresar las realidades invisibles de la existencia y las singularidades de la vida en tanto prácticas efables, son receptores de estos procesos e inventores gozosos del magma en que se asientan. Las palabras sostienen la inteligibilidad del mundo y este sobrevive, por así expresarnos, en sus interlocuciones. Más allá de esa mirada abarcadora y que invita a generalizar sin perdernos en el bosque negro de la cultura donde el sol se adentra por donde puede –es decir, por los claros del bosque–, se encuentran los peregrinos ante el monolito. Cuba, creación, libertad, cultura. ¿Por qué debería la creación inventar o hallar, y hasta resolver, sus andaduras cargando a hombros una idea fija de país, y hasta de nación, que se confunde con la idea de una revolución que se confunde, a su vez, con la idea de una utopía en crisis?
- María Zambrano alude a una dignidad de lo humano como hacerse continuo en la poesía. Creo que, en ese sentido, ni siquiera habla de ejercicios poéticos, sino de algo que trasciende al lenguaje, aunque regrese al lenguaje, porque se refiere, en rigor, a un potens –muy en los meandros de José Lezama Lima, por supuesto– en el que la poiesis se reúne con el poema o va produciéndolo. Uno puede oír o no ese poema: un texto, un tejido. Zambrano indica, además, la presencia del campo de la posibilidad, de una aurora, de un nacimiento perenne no solo en el ámbito de la meditación, sino en el del mismo ser. Un ser, digámoslo sin irnos por las ramas, que se padece a sí mismo porque se examina o debería examinarse de continuo y que alcanza a cumplirse a sí mismo en sí mismo mientras germina, vive y existe y es.
- Estos presupuestos buscan y promueven un logos de cuya existencia los peregrinos ante el monolito acaso no eran conscientes. Los hombres y mujeres del 27N en La Habana, creadores-interrogadores frente a los dogmas de la razón, se parecieron mucho, por un momento, a la criatura humana de Kafka frente a la ley, en ese espacio que disfunciona en la vida y solo existe en las mentes de quienes lo enuncian. Pero ese momento pasó y llegó el examen y la contrastación: el rizoma activo de la poiesis le habla a lo sagrado por muy material que aquella sea –el yo, por ejemplo, deviene sagrado cuando se aferra al misterio transitorio de la existencia, como sugiere pensar Zambrano–. El señorío de la poiesis interpela al poder. Se trata de una potestad móvil, corpórea o incorpórea, que renuncia, a causa de su propia naturaleza, a esas autotelias estériles que se sumergen y mueren ahogadas por su falta de empatía. No hay que definir ahora lo sagrado. Tan solo entender por qué es lo que es bajo el resplandor de la libertad y la belleza, que tienen un sentido útil, muy horaciano, en su asociación inexorable con la vida.
- No pasa un día sin que pongamos a prueba la lasitud y la resistencia de nuestras escrituras de arte –los pintores, los artistas visuales, los cineastas, los músicos, los escritores, los dramaturgos– en relación con la vida o el mundo. Y cuando hablo de escrituras me refiero sobre todo a las fluencias pretextuales que habitan dentro de nosotros como incoaciones o pulsiones destinadas a brotar, alguna vez, entre el deseo y la espera, entre la intelección y la predicación. Keats escribió su poema «Oda a una urna griega» en medio de un incipiente romantic milieu, y, sin embargo, aun cuando se trata de una oda y una urna –griega por demás–, su declaración se libra del emplazamiento histórico del Romanticismo para inscribirse en un movimiento lógico de la sensibilidad, ese ir y venir transhistórico donde se refundan la universalidad del espíritu y el «saber sobre el alma».
- Los peregrinos ante el monolito no eran románticos del tipo quejumbroso, donde hay, ¡lástima!, una tipología del «dejarse aplastar» por la melancolía y sus lugares comunes. Más bien eran románticos de la luna y adoradores paganos del sol. Si alguien sonriera, despectivamente, ante la mansedumbre de esta lucubración, respondería aludiendo a un fenómeno cultural innegable: el Romanticismo es el movimiento transhistórico por excelencia, y ellos, ante el monolito, ejercían un derecho milenario a la revelación y el enjuiciamiento desde perspectivas muy contemporáneas y con la mirada puesta en el porvenir.
- La martirización es el umbral terrible de la testificación. Voy a la raíz griega de ese concepto. Lo que ha pasado después de la peregrinación, en términos de amenaza y castigo, no hace más que oponerse persistentemente a un «saber sobre el alma». Y, evocando a María Zambrano, ¿qué saber poético, desde la poiesis, está detrás de lo que en los jóvenes creadores e intelectuales se vive hoy en Cuba? Respuesta posible: un saber sobre el yo, sobre el otro y sobre el ofrecimiento –de revelación y enjuiciamiento, enfatizo– que le hace el arte al cuerpo de la sociedad. Una sociedad impaciente, efusiva, atrevida, compleja, vital y vivaz. Si la refundación no es un proceso que se aleja de la continuidad y del inmovilismo, no habrá poesía, o habrá, sí, pero en un orbe del deseo infinito. «Aquel que desea y no obra engendra pestilencia» (William Blake). Si un dogma no acaba de morir y la aurora no acaba de presentarse, se produce una crisis.
- Lo que vendría después del 27N sería, de acuerdo con Zambrano, una revulsión poética, una revolución desde la poiesis. Lenguaje visible e invisible, legado de la alianza de lo muy vital con lo sagrado, pues solo en condiciones de creación incesante lo sagrado alcanza su sacralidad. ¿Ser auroral? Sí, por supuesto. ¿Estamos acaso tan lejos de Zambrano que no podemos juzgarla nuestra coetánea espléndida, aleccionadora, matricial? Dice en Claros del bosque: «[…] El que inaugura su libertad como suya, su profundidad, puede vislumbrar y ver y sentir. Y esto, ver y sentir, percibir, le vuelve al amor preexistente». Toda búsqueda de libertad es una curación, una reparación, un intento de regresar al estado óptimo de la creación, allí donde los dogmas se hacen precisamente más fieros.
- Los discursos del arte y la literatura se constituyen en escritura fonocéntrica y no fonocéntrica, aunque el lenguaje, como también sugiere Zambrano, sea al mismo tiempo inicio y destino, pulsión, viaje y ceniza. Y observa en una de sus lecciones, con esa dosis de misterio o de respeto por el carácter abstruso de lo efable: «Hay cosas que no pueden decirse, y es cierto. Pero lo que se tiene que escribir es lo que no se puede decir». Aquí alude, creo, a la inefabilidad y sus paradojas. Y, de cualquier forma, también se refiere a la exclusividad del logos de la poesía, que expresa aquello que no podrían expresar ni la filosofía, ni la escritura de la historia, ni el mero periodismo, ni los testimonios.
- En condiciones de crisis el dogma se aferra a sus emblemas, pero podría desentenderse de los peligros que ve en esa exclusividad a que me refiero. Sin embargo, si la persona del creador entra en el ruedo civil blandiendo explícitamente la libertad de su poiesis, el dogma se siente amenazado. Y entonces recurre al ejercicio del poder material. Tras publicar Cómo es, a Samuel Beckett le preguntaron: «¿Qué quiso usted decir con su novela?». Y respondió: «Exactamente lo que he escrito».
- El sentido de la libertad creativa solo deviene legítimo y esplendente si supera con naturalidad, luego de los discernimientos de qué es transitorio y qué es imperecedero, todas las regulaciones y normas que a un poder le urge decretar como si tal cosa en nombre de la libertad misma o en nombre de una tradición secretamente dañada por una lectura que se avecina a lo sórdido. Si nuestro compromiso es con la belleza y la verdad, entonces tal vez deberíamos entenderlo como la expresión de determinados «actos de lenguaje» –actos, en definitiva, forzosamente específicos– por medio de los cuales la vida se hace más comprensible y transformable en la medida en que gana –o pierde– sus entresijos. De nada sirve sacarnos de adentro una obra que anhele adscribirse al credo de una cultura de lo humano y de la vida si, al cabo, esa obra no celebra, mínimamente, su propia existencia como epifanía, o acaso como una victoria íntimamente sacramental.
- Traeré al presente esta proposición de Zambrano: «[…] La realidad sostenida por la libertad y con la palabra en vías de decirse, de tomar cuerpo». En relación con sus más perentorias ideas, no es algo nuevo sentir con cuánto énfasis subraya otra vez, en relecturas dispersas que uno alcanza a hacer, el imperativo racional y poético de un «nacer siendo» que ocurre cuando el yo se sabe «deudor perenne del otro», en el sentido de que el yo se sostiene incluso como algo único en su vínculo, a menudo inconsciente, con el otro. Zambrano indica incluso de qué manera casi epifánica el yo existe cuando espejea en el otro, o en otros, como re-nacimiento y como re-configuración de la identidad fuera de sí. Y pensando en las ramificaciones que en el hoy cubano se observan como descubiertas desde la perspectiva de una nueva «Cuba secreta», casi sería imposible negar que existe una articulación entre algunas de sus ideas y lo que subyace en ese peregrinar desafiante –meditativamente retador, diríamos– frente al monolito, entre una fe espuria y una fe visceral.
- Keats, belleza, verdad y una racionalidad que vive emancipada e insubordinada –e infidente con respecto al poder– dentro de la poiesis. Enfrentadas en un espacio que busca no ser abstracto, belleza y verdad convocan o reactivan una ética de la articulación de significados bajo la cual yace la vida misma y la experiencia del creador despierto. La escritura, fonocéntrica y no fonocéntrica, es eso que se desliza con mayor o menor suavidad –con mayor o menor rispidez– por encima de un análogo de nuestra piel, o por encima de otro análogo: el espejo donde solemos contemplarnos, ese documento en estado de insurrección en el que anhelamos convertir «lo ajeno» después de una debida apropiación. Allí pervive una emulsión de cultura y experiencia vital, un tipo de materia que habita y subsiste, por así fantasear, en la sangre del creador despierto, pero que se asimila a su cuerpo entero, a la totalidad de su pensamiento.
- Los hechos del peregrinar hacia el monolito no tendrán aún un testificador impávido y sereno que sepa extraer las interioridades, de aurora y emancipación, que los peregrinos han suscitado y avivado. Todavía no existe una narrativa de los hechos textualizada en disímiles puntos de vista. Contar es diferir, es aplazar. Pero contar también se asienta y emplaza en el acto de alumbrar lo insólito. Los hechos de esa nueva Cuba secreta están a la mano, pero sin interpretaciones lo suficientemente conexas y densas que reproduzcan o produzcan ese tejido esencial que no se ve porque es tejido naciente o por nacer.
- Reflexionar sobre la libertad de creación en la Cuba de ahora mismo es un acto de irreverencia punible tras el cual podría aparecer, como de hecho lo hace, la figura de José Martí, el hombre solar que también estuvo, más allá de la contemporaneidad poética y sus tendencias, en quienes dieron vida a esa Cuba secreta de María Zambrano. Martí se renueva como aurora y es hoy el sublevado, el levantisco, el sedicioso mayor. Es, precisamente, el hombre que estuvo al frente de una guerra por la libertad, pero que también se opuso al racionalismo pernicioso, ese que no deja ver los claroscuros del alma y el espíritu. Como se aprecia en Zambrano, ¿de veras sobrevive aquí una ratio de la pasión y la intuición puesta al servicio de un logos incorporativo de lo humano? Efectivamente. Y la humildad de la audacia. Y la audacia de la humildad.
- Desde la perspectiva de la libertad, María Zambrano realiza una distinción que haría pensar al poder, a cualquier poder que anhele regular la creatividad en busca de un consenso con respecto a sus maneras de ver lo real y la creación. En Claros del bosque asegura Zambrano: «La casa, la modesta casa a imagen del corazón que deja circular y que pide ser recorrida, es ya solo por ello lugar de libertad, de recogimiento y no de encierro». La diferencia entre recogimiento y encierro es reveladora. Implica la presencia de la voluntad en libertad, de la razón liberada de sí misma. Pensar así, y suponer e imaginar una Cuba de todos los cubanos, no solo deviene una agresión al poder, sino un concepto cuya puesta en práctica resulta incompatible con la idea de la cultura que el poder enarbola.
- Estas cuestiones son hoy puntos de polémica y piedras de escándalo. Tantos años de fijar pautas y adecuar posiciones dentro de la mecánica básica de eso que suele llamarse «cultura revolucionaria» han desaguado en un territorio de desbande, de escape, de dispersión. Y no me refiero a un territorio físico –aunque también lo es, por supuesto–, sino a un espacio mental. ¿Arte y literatura no revolucionarios? ¿Arte y literatura contrarios a la Revolución? ¿Arte y literatura de y con la Revolución? No hay ni que precisar. Ya sabemos que la casa de recogimiento a la que se refiere Zambrano es la de un tipo de expresión que rebasa esas mezquinas etiquetas. Y también es así porque Zambrano siempre regresa a las formas más augustas e íntimas de la libertad, que ella insiste en clarificar una y otra vez, incluida la libertad de interpelación de lo indecible.
- La ideología cultural de la Revolución ha optado, me parece, por metamorfosearse, anclada a sus espejismos, para sobrevivir dentro de sus propios esquemas. Esa ideología parece que habla del sueño, del amor, de lo romántico y de la libertad, pero en privado solo acepta un racionalismo práctico inmediato que exige beneplácito y fe permanentes. Los peregrinos del monolito enuncian, sin embargo, algo nuevo: la verdadera discrepancia en favor, ahora sí, del sueño, del amor, de lo romántico y de la libertad. Si no hubiera allí un manifiesto, tampoco habría necesidad de escribirlo o revelarlo. Los peregrinos hablan, con Zambrano, de una praxis auroral para los tiempos de Facebook, Telegram y WhatsApp. O, al menos, la vislumbran y la advierten. La ven venir. Y todo porque, mutatis mutandi, unen dentro de sí, sin saberlo casi, lo mismo que unió dentro de sí en articulación dinámica la autora de Delirio y destino: racionalidad, poesía e historia. Y lo sagrado de la libertad junto con la creación incesante de la persona desde el yo múltiple y abierto.
- Frente a un Wittgenstein que, con cierta razón, vacila ante el acto de pensar lo que no se puede pensar a partir de la lógica del lenguaje y sus límites –porque lo real es su lenguaje más su no lenguaje–, María Zambrano se atreve a pensar lo impensable. Dice Wittgenstein: «Todo aquello que puede ser dicho puede decirse con claridad: y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse». Y ella, en la iluminación y la metáfora, no se calla. Sabe que la metáfora y la poesía no se constituyen, como suele rumiarse, en contemplación descriptiva o exploración sin actuar, sino más bien en acción pura que espera encarnarse precisamente en condiciones de libertad.
- Pensemos en esta declaración, tan cabal, escrupulosa y tal vez irresoluta, cuando Zambrano escribe sobre «[…] los instantes privilegiados, los éxtasis dados a todos los mortales, en el dolor sin límites, y en la plenitud de la vida en que los contrarios, o al menos divergentes, amor y libertad, razón y pasión, se unifican». Pensemos en eso que no implica andar por los aires, sino vivir con la paz del ardor en lo inmediato. Y en cuanto al arquetipo –símbolo de la llegada, del arribo y del destino de un saber íntimo y plural– formado por el «claro del bosque», ¿acaso la poesía, lejos de las formas del poema, no se nos presenta allí, además, como una poiesis del pensamiento sobre la libertad donde las palabras invitan a construir un umbral lejos del autoritarismo?
- La lógica de una recepción en la Cuba inmediata de la isla de ciertas ideas de Zambrano es, obviamente, una lógica del enjuiciamiento en tanto médula de la crisis. La vida ha de ser examinada. Si no lo fuera, no valdría la pena vivirse. Esta idea platónica –que una vida sin examen no es vida– viene, sin embargo, de ese Platón que glosa y describe cierta alocución de Sócrates ante sus jueces. Platón nos cuenta cómo Sócrates defiende su derecho al examen, al juicio, al discurso, incluso en las condiciones del destierro o de la inminencia de la muerte. Y, en la intimidad de los detalles, lo que defiende es un logos que necesita tan solo de la metáfora y la poesía para crear una expansión renovadora del alma. Si la vida se examina también se vive y se proyecta y se hace otra. Y si la vida se presenta en condiciones de libertad creadora, las cosas se hacen ígneas, incluso en presencia de los magistrados, los árbitros, los prefectos.
- La vida es intransferible y es una oportunidad única, extraordinariamente única, y en el fondo de todas las filosofías lo que se advierte es la conciencia de la finitud, como sugiere pensar Cornel West. Ese resplandor trágico implica el hacerse constante del yo creador en libertad. Zambrano vive allí, en el deseo que le planta cara a la muerte y a los frágiles experimentos democráticos. Tan cerca ella del pensamiento de san Juan de la Cruz, casi habría que hablar de esa noción de «pego» sagrado que Zambrano subraya en «La Cuba secreta». Sentir a Cuba poéticamente, no como explican esos jenízaros de la cultura cuando se refieren al mercenarismo. «¿Será que Cuba no haya nacido todavía y viva a solas tendida en su pura realidad solitaria?», pregunta Zambrano en aquel memorable ensayo publicado en 1948 en el número de invierno de la revista Orígenes. Es una interrogación desafiante. Y añade: «En medio de la vida de Cuba tan despierta, la Cuba secreta aún yace en su silencio». Y sigue: «Cuando una generación es fiel a su destino, apura hasta lo último la fidelidad a la situación que le ha tocado en suerte». Zambrano también explora la «contra-angustia», y cabría decir hoy que en su noche inaugural los peregrinos representaron justo eso: el ir contra la angustia desde y con la poesía. Y agrega: «La poesía no es contemplativa primariamente, puesto que es acción antes que conocimiento». Aquí también habla María Zambrano de la conversión de la nostalgia en esperanza. Y cierra: «[…] Surge la libertad del canto, la fiesta. Poesía coral que roza por momentos el himno».
- Hay una memoria de María Zambrano en Cuba –memoria de la libertad y memoria de la sinceridad a pesar del miedo–, y regresar a ella es un gesto compendiador. Regresar por un camino en un viaje –creación en libertad– que implica una meta, pero sobre todo una manera de viajar: un methodos. «El pensamiento rebelde no puede prescindir de la memoria», observa Albert Camus. Por su lealtad a la existencia, a la vida inmediata, es que uno agradece a la poesía, porque ella es la única actividad humana donde esa fidelidad se manifiesta de veras plenamente: poesía más allá del lenguaje. Entendidas así las cosas para la poesía y la libertad, no hay duda, pues, de que la conciencia de la libertad y del destino es el único logro verdaderamente milagroso de lo humano.
En La Habana de la oración apotropaica, 2020-2021