Javier Gomá Lanzón
Dignidad
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2019
211 páginas, 18.00 €
POR ISABEL DE ARMAS

 

No es un tema que el autor trate por primera vez. Ya lo hizo de manera destacada en su Tetralogía de la ejemplaridad y, anteriormente, en distintos artículos periodísticos y conferencias. Sin embargo, a Javier Gomá no le parecía suficiente y decidió dedicarle a la dignidad un trabajo monográfico. El resultado ha sido este libro que divide en tres partes o «apartados temáticos» que es como él los denomina. El primer apartado se ocupa de la historia y esencia de la dignidad tanto en su dimensión ética y jurídica como en la ontológica y existencial. El apartado segundo se adentra en los dominios de la cultura y el último apartado se traslada a la esfera pública. Finalmente, casi a modo de apéndice, esboza una filosofía de la historia de España comprendida como un proceso de dignificación colectiva.

Ya en las primeras páginas de su trabajo, al autor le sorprende la poca importancia que la filosofía ha dado a cuestión tan importante como es la dignidad, que considera que es el concepto más revolucionario del siglo xx, «dotado de tal fuerza transformadora —escribe— que su mera invocación, como si de una palabra mágica se tratara, ha servido para remover pesados obstáculos que frenaban el progreso moral de la humanidad dando impulso a su formidable avance en le última etapa». Una finalidad importante de este libro es animar a ejercer una militancia a favor de la dignidad. «Y se contribuye a su victoria —insiste Gomá—o al menos a su resistencia invitando al lector a conocer su dignidad, llamando su atención sobre su alto valor y despertándolo al sentimiento de su propia excelencia». En consecuencia, procede a ofrecernos una resumida historia de la dignidad, destacando algunos nombres esenciales —Cicerón, Mirandola, Kant—, e inserta esta historia en un contexto más amplio, el debate entre la miseria y la dignidad, que atraviesa la tradición cultural europea hasta el Renacimiento. Observa con claridad que en dicho debate hay tres posiciones: quienes creen que en este mundo sólo reina la miseria sin ningún tipo de dignidad; en segundo lugar, quienes reconocen que hay miseria pero también dignidad; y por último, quienes sólo miran la excelencia como la dignidad del hombre y se desentienden del resto. En el primer grupo protagonizan los nombres de Séneca y Plutarco y su género literario las consolationes, que sirve para expresar su pesimismo. El segundo grupo lo inaugura Cicerón y su meditación filosófica, que camina hacia el rescate de la dignidad. Petrarca pertenece también a este grupo. Finalmente, al tercer grupo pertenecen aquellos autores que, como se afirma en estas páginas, «elogian la dignidad del hombre sin prestar atención alguna a su miseria, como si no existiera». Aquí sobresalen los nombres de Giannozzo Manetti y de Giovanni Pico della Mirandola.

Siguiendo esta línea, Gomá dedica un apartado específico a la dignidad kantiana, y el autor llega a la conclusión de que en la obra de Kant el concepto de dignidad sigue conservando «resabios aristocráticos por cuanto, en congruencia con sus presupuestos, la dignidad plena pertenece, no a todos los hombres y mujeres, sino sólo a los mejores moralmente». En la tradición premoderna, la dignidad plena estaba todavía reservada a quienes la merecían. Tenemos que llegar al siglo xx para comprobar que la dignidad democrática se recibe por nacimiento y otorga a su titular derechos sin mérito moral alguno por su parte, «válidos incluso —insiste el autor— aunque desmienta esa dignidad de origen con una odiosa indignidad de vida». Es única, universal, anónima y abstracta. Esta dignidad igualitaria también se ha calificado de inviolable y, «sin embargo —nos recuerda este libro—, es sabido que, de hecho se sigue violando mil veces al día». Pero hay una gran diferencia entre las violaciones del pasado y las del presente, y es que en la actualidad se podrá violar la dignidad de una persona, pero ya nadie podrá hacerlo sin «envilecerse». «El asco ante la indignidad —concluye— indica a la humanidad el camino de su progreso moral».

La cultura, la obra de arte en todas sus expresiones —obras de literatura, de música, artísticas, filosóficas o científicas—, ocupa un destacado espacio en este ensayo sobre la dignidad, aquí se valora de forma especial lo que hay en ella de vocación, que es el fenómeno de absorción total del autor por la amorosa gestación de esta clase de obra. «Se siente el autor llamado —escribe Gomá— a aplicar la totalidad de sus energías creadoras a generar una obra original y nueva movido por una fascinación hacia la dignidad que intuye en ella, sin que en su intuición esté, en primer lugar, el cálculo del precio que quizá algún día reciba a cambio». La obra de arte es presentada como la hora de la dignidad pura, no contaminada por la utilidad o el cálculo en la intención primera del artista. La obra artística resultante despierta en quien la contempla el sentimiento de la alta dignidad de aquello que es amado por sí mismo.

Este libro dedica todo un capítulo a estudiar esa forma artística que, en el ámbito de la literatura, se ha llamado estilo elevado, que en la prosa castellana lo fundó fray Luis de León a partir de una obra juvenil de 1561. El autor se pregunta: «¿Qué es, en definitiva, el estilo elevado en la prosa? Una prosa sujeta a las reglas del arte. Conforme, pero ¿qué arte? El arte retórico». Como el verso se ajusta a los preceptos del arte poético, así la prosa artística se sujeta a la preceptiva del arte retórico. La retórica es, por tanto, el arte que pone las reglas a una prosa elocuente, y el estilo elevado mantiene por norma la doble obediencia a la fuente popular y a la artística, sin traicionar ninguna. Durante el reinado de Felipe II, se alzará el castellano a una altura estilística tal que llevó a decir a Menéndez Pidal que en esa época consigue «su edad adulta como lengua española de todo el país» y «la lengua escrita del siglo xvi produce la modalidad sin duda más hermosa que jamás se escribió en España».

De la prosa de fray Luis de León, Javier Gomá destaca: estilo, ornato y ritmo, que fueron las principales reglas retóricas que aprendió de los antiguos y aplicó a su estilo para ennoblecerlo con una dignidad y belleza desconocidas antes de él y posiblemente después. «Si fue el Horacio de la poesía castellana —escribe—, como suele repetirse, con igual fundamento cabe sentar que fue también el Cicerón de su prosa». Concluye sus páginas dedicadas al que considera un gran personaje, reafirmándose en que «obró con indeclinable dignidad en todos los pasos de su vida, incluido el negro episodio de la cárcel, de la que salió escarmentado por sus enemigos y envejecido, pero limpio de corazón.

En la penúltima etapa de su ensayo, el autor se ocupa de lo que él titula «República de la amistad», donde tantea cómo concertar la dignidad de un individuo con la del otro, «ambas absolutas —escribe— pero llamadas a conjugarse y limitarse, para propiciar una ciudadanía y una comunidad política basadas en el respeto mutuo». Finalmente, se manifiesta convencido, como Montaigne y otros, de que «la amistad, libre del deseo de posesión, plural y respetuosa con el principio de la realidad, cuenta con el tiempo como aliado, el cual, lejos de erosionarla, la aquilata, y de ahí que el mejor amigo sea siempre el viejo amigo». De la amistad, vivida y analizada por otros, Gomá recoge que se trata de una relación «suntuaria y lujosa, sin finalidad biológica manifiesta, pues podemos crecer y desarrollarnos sin conocerla». Sus reflexiones desembocan en un ideal: «República de amigos», es decir, «una ola de amistad que extendiese su ley a la comunidad política en su conjunto y crease una costumbre general entre todos los ciudadanos».

El último capítulo de este ensayo está dedicado a la modernización y la variante española que el autor titula: «Tarde pero bien». «La España que nace en la Transición —escribe— y se consolida en los años siguientes culmina definitivamente nuestro larguísimo, interrumpido y sinuoso proceso de modernización». Nos recuerda que la Transición marca la mayoría de edad de España como país moderno, y que también España, por fin, ha llegado a esa posición en la que se parece al resto de las naciones occidentales y habita cómodamente la casa común de la modernidad. Considera que esta semejanza recién adquirida «constituye de por sí el más trascendental de nuestros bienes colectivos». Es más, Gomá considera que la democracia instituida por la Transición es todavía más positiva si se tiene presente «lo azaroso de nuestro proceso de modernización a lo largo de la historia, las circunstancias en ocasiones dramáticas de la variante española, así como la forma genuinamente moderna —pacífica, consensual, colaborativa— en que, durante la última etapa, culminó su problemático desarrollo». Este libro no olvida que el proceso de la Transición tuvo imperfecciones y errores, hasta muy considerables errores, pero visto con perspectiva y con suficiente visión histórica, salta a la vista la evidencia de que cuanto aconteció en aquellos años fue, en balance general, nítidamente bueno para España.

Aquí se califica a la llamada «variante española» de tardía y serpenteante. Para demostrar que, efectivamente, así fue, el autor lleva a cabo un resumido repaso a nuestra historia, desde los antiguos imperios, griego y romano, hasta llegar al siglo xx, viendo que si, en torno a 1900, las condiciones eran propicias para la definitiva entrada de España en la modernidad europea, «¿qué encadenamiento de circunstancias —se pregunta— hubo de darse para que su camino volviera a torcerse y se precipitara en caída libre a los infiernos de una guerra civil y una dictadura militar?». Su respuesta es que las tres figuras del burgués, el ciudadano y el sujeto moderno no acabaron de perfilarse en nuestro suelo, que en altas proporciones siguió siendo hasta muy tarde un país premoderno, tradicional agrario y analfabeto. Lo cierto es que llegamos al siglo xx sin haber completado el ciclo de revoluciones liberales, industriales y obreras. En definitiva, nos faltó una revolución burguesa, y sufrimos así las consecuencias de carecer de una clase media educada, pragmática, pactista, «templada en sus juicios y actitudes —concluye Gomá— y promotora de una tupida trama de costumbres cívicas». Esta realidad nos llevó a una radicalización, un golpe militar, una guerra civil y una larga dictadura, que trajo consigo un creciente aislamiento internacional y la condena a la minoría de edad de un pueblo en su conjunto.

En noviembre de 1975, muere Francisco Franco. Conforme a las «previsiones sucesorias», Juan Carlos de Borbón lo sustituye en la jefatura del Estado. En 1978, una inmensa mayoría de los españoles aprueba en referéndum la vigente Constitución. Gomá resume así lo que ocurrió en aquel corto periodo de tiempo de tres años: «Una inspiración colectiva, inducida por el rey preconstitucional, supo inventar, oscilando entre el plan meditado y la improvisación, la virguería conceptual de una revolución jurídica con efectos emancipatorios en que consistió la Transición, a resultas de la cual España adquirió su mayoría de edad como país moderno».

Pero últimamente ha ocurrido que las reglas del juego político de la pretendida «idílica» Transición no eran tan idílicas ni democráticas como parecían, pero de esto ya no nos habla Javier Gomá en su trabajo. En los últimos tiempos ha habido graves errores, abusos de poder y corrupciones de los dos grandes partidos nacionales de la Transición, PSOE y PP. La consecuencia ha sido la entrada en la escena española de los nuevos populismos de Podemos y Vox, que son descendientes directos de los abusos y errores del felipismo y el aznarismo.

Hoy es preciso un nuevo acuerdo democrático y constitucional que emane de una refundación, en el PSOE y el PP, de los grandes pactos de la reconciliación nacional, de la convivencia pacífica y del solidario pacto del bienestar que iluminaron el arranque de la Transición, corrigiendo los errores y desvaríos autocráticos que últimamente han desvirtuado su objetivo fundacional. Es fundamental que esto ocurra para seguir avanzando en dignidad.