Alan Pauls
La mitad fantasma
Literatura Random House
320 páginas
POR FLORENCIA DEL CAMPO

¿Quién es el Otro? La pregunta imposible. La X que no se puede despejar. El juego amoroso despliega esta ecuación. El amante accede al Otro o por el goce o por la palabra. Y en ambos casos es un acceso difícil, como una carretera secundaria y averiada. Ambas cosas. Y querríamos que fuera la principal y estuviera asfaltada. Pero es el Otro. En la sociedad digital, el misterio del Otro parece intensificarse. Cuerpo y palabra se afantasman. La pregunta ya no es solo quién es el Otro sino si hay alguien ahí, sea quien sea ese alguien.

Savoy es un hombre de mediana edad. Visita casas en alquiler que no va a alquilar, ni siquiera va a mudarse; las visita con la excusa de buscarles casas a amigos o conocidos, pero lo que hace es acceder a la dimensión desconocida, a ver lo que hay del otro lado. En las visitas, no pone el foco en las casas, mira a los otros: ¿por qué se mudan?, ¿qué conflictos familiares desatan la ruptura del hogar y la necesidad de poner en alquiler la casa?, ¿cómo habitan los otros una casa?, ¿qué comen, a qué huele, qué miran en la televisión? Esta especie de pasatiempo que encuentra Savoy responde a su deseo de estar como un fantasma, pero estar en carne y hueso, habitando lo ajeno. Acceder al Otro. Savoy es el protagonista de La mitad fantasma, la última novela de Alan Pauls publicada por Literatura Random House.

Después de la trilogía de la «historia del…» (Historia del llanto, Historia del pelo, Historia del dinero), Pauls vuelve a la narrativa con una novela que nos habla de lo ajeno, del Otro, del fantasma. Si a la pregunta, que de alguna manera se puede extraer de la trama, «qué hay del otro lado» podemos responder «otro», la siguiente pregunta ya sería si hay alguien allí. Porque quizá el mundo se haya convertido en una historia de fantasmas. Si ya no hay sujetos sino usuarios, si ya no hay personas sino perfiles, quizá ya no haya palabras sino emojis, quizá ya no haya cuerpos sino fantasmas.

Además de meterse en las casas en alquiler que jamás va a alquilar, Savoy encuentra otro modo de colarse en las vidas ajenas. A través de una plataforma de comercio electrónico que vende «lo que se te ocurra», comienza a comprar compulsivamente cosas que no necesita -y ante las cuales es difícil hasta imaginar a un Otro que pueda necesitarlas- solo para acceder a la ajenidad y no al producto. ¿Quién está detrás de ese shampú, de ese taladro, de esa lámpara de pie, de esas baratijas? ¿Hay alguien ahí? El fantasma que antes se paseaba en el mundo analógico de las casas, ahora surfea en el mundo virtual de Internet. Alquileres, compras… la transacción económica siempre posibilitando acceder a un intercambio en el mundo. ¿Pero qué se lleva Savoy de esas compras además de una postal o una viñeta de la vida ajena? Un alivio. Un pretexto para aplacar la ansiedad con la compulsión. Una regulación a su economía libidinal. La oportunidad de salvar algo del vacío, del fantasma, en la transacción.

Volvamos al juego amoroso. Hagamos memoria. En el mundo analógico conocíamos a alguien en un bar, por ejemplo. Todo dependía de una buena conexión, de que hubiera onda. Esto no nos garantizaba el acceso al Otro -siempre hay que lidiar con el cuerpo y con las palabras; siempre el amor pero también el estrago- pero nos garantizaba estar con el Otro en el mismo tiempo y espacio. Su hemisferio era el nuestro, su horario también: ambos en verano o en invierno, en ese bar, a tal hora. Era un mundo tridimensional. En ese mundo, Savoy, que va a ver un piso en su rol fantasmagórico -el disfraz del anonimato solo para pasar de puntillas por vidas ajenas que también son anónimas- conoce a una mujer en uno de esos «juegos» y se enamora. Duermen juntos varias noches, se establece una relación. Pero ella va a dejar de estar, ella misma será el fantasma. Un día se va porque se dedica al house sitting, es decir, a moverse por el mundo habitando casas ajenas que quedan vacías cuando sus dueños salen de viaje, para cuidar a las mascotas, las plantas, o hacer algún otro tipo de tarea de mantenimiento o cuidado. Savoy, de pronto, se ve inmerso en una relación amorosa que pasa de esa tridimensionalidad a la dimensión de una pantalla plana. La conexión tridimensional de ellos que comienza en una casa ajena para ambos continúa por Skype, en un plano bidimensional que también depende de la buena conexión (a Internet) que se da a través de las ondas (viajeras, como Carla). Si Savoy entraba a las vidas ajenas para llevarse una imagen, una postal, una viñeta, Carla entra en la vida de Savoy para convertir el encuentro en un recuadro o rectángulo similar: los límites de la pantalla. Lo que queda fuera está en un fuera de campo que solo sabe hacer enloquecer. ¿Cómo va a acceder él a ella cuando ya no haya cuerpo ni tridimensionalidad? ¿Qué posibilidad de comunicación, de palabras, da Skype? ¿Qué posibilidad de satisfacción? ¿Es eso suficiente en el amor? ¿Alivia el encuentro virtual, o enloquece? ¿Tranquiliza o produce ansiedad? ¿Quién es ella? ¿Hay un perfil en Internet donde poder espiarla? ¿Qué relación hay entre los perfiles de Carla en Internet y la Carla que durmió con él? ¿Quién hacía el amor, quién hace el estrago? ¿Hay alguien ahí?

Carla modifica la vida de Savoy, lo atraviesa. Le hace regalos materiales y uno de ellos, el primero, como un don, es un kit de piscina para que él vaya a nadar. El segundo regalo también es sumergible, para usar en la piscina. De hecho, Savoy empieza a practicar ese deporte con mucha constancia. Se consigna el precio que Carla paga por todos los productos (en pesos argentinos, que es donde ambos conviven y de donde es Savoy). Lo primero que compra él en el comercio electrónico es un champú para el pelo; lo que le llama la atención de Carla, cada vez que se conectan en Skype, es por qué ella siempre parece tener el pelo mojado; lo que encuentra un día pegado en los azules del vestuario de la pileta es «un chorizo de pelo humano de unos diez centímetros de largo»: Piscina/Pileta-Pelos-Plata/Pesos. Tres elementos de la vida de Savoy que nos recuerdan a la trilogía ya mencionada (en Historia del llanto el narrador cuenta su infancia en las piscinas con su padre, en Historia del pelo el argumento se trenza alrededor de él, en Historia del dinero el elemento a través del cual se retrata una época y una familia es la plata y los pesos argentinos). Carla es mucho más joven que él, entiende el amor con los códigos propios de su generación. Sabe pasar de la dimensión real a la virtual con la velocidad de los nuevos tiempos. Mientras del lado de Carla está todo el dinamismo y la movilidad de lo jovial, del lado de Savoy queda la quietud y el arraigo, como si se tratara de una pared, de una cuarta pared ante la cual transcurre la escena de la vida digital. Carla no echa raíces, Carla va suelta de equipaje. Savoy, que necesitaba ubicar al Otro, ahora lo tiene difícil con Carla. 

El neo-anglicismo ghosting se refiere a una nueva modalidad de acabar una relación amorosa. Hacer ghosting es desaparecer abruptamente de la vida del Otro, sin dar explicaciones ni señales de vida. Donde antes había un Otro ahora hay un vacío. Nunca más responderle una llamada o un mensaje, incluso bloquearlo de redes sociales… es hacerse fantasma, afantasmarse. Si el desamor siempre fue un duelo, cabría preguntarse si en el duelo de una relación amorosa que transcurría mayoritariamente en lo virtual no nos preguntamos quién se murió. ¿O esa pregunta ha estado siempre?

La mitad fantasma, esta última novela de Alan Pauls, cuestiona este mundo virtual, las relaciones de pareja, la media naranja y la otra mitad fuera de campo, la otredad, la ajenidad y hasta la extranjeridad (el Otro siempre es extranjero). La pregunta de quién es el o la que está ahí, si es que hay alguien.