Arash Arjomandi
Gozar la vida por medio de actos bellos. La actitud ética como atajo hacia la felicidad
Pre-Textos, Valencia, 2017
228 páginas, 20.00 €
POR JULIO SERRANO 

De intriga filosófica calificó Pablo D’Ors el ensayo de Arash Arjomandi (Teherán, 1970) La alquimia filosofal. Este subgénero, que persigue mediante pistas racionales la demostración de una intuición a la manera de una intriga detectivesca, es el eje de Gozar la vida por medio de actos bellos, un libro que propone una sugestiva fórmula para la felicidad que no dependa de factores externos y que al mismo tiempo sea intensa y gozosa. Y es convincente, pese al rechazo inicial que pueda producirnos cualquier «descubrimiento» de atajos para la dicha. Victoria Camps lo definió como «un precioso ensayo con una trama de intriga detectivesca, pero muy profundo y optimista». Se enmarca en lo que D’Ors y otros estudiosos denominan mentalidad fronteriza, es decir aquella forma de mirar el mundo y la vida que desarrolló Eugenio Trías, de quien Arjomandi, su discípulo, aprendió el modus operandi. Bajo el imperativo categórico: «aprende a ser fronterizo» invitó a asumir la condición intersticial de habitantes de la frontera en una suerte de humanismo en el que las ideas mueven el mundo de forma lenta y discreta. Sobre esta base sustenta su teoría el pensador iraní afincado en España, salpimentándola de un sabroso sincretismo que aúna filosofía, ética y neurociencia.

Arjomandi plantea en su ensayo, ayudándose de constataciones científicas, un ejercicio de moral de la vida cotidiana, que, ejercido desinteresadamente, revierte en placer y satisfacción duradera para el individuo, así como contribuye positivamente a la evolución del ser humano como especie. Una ética que tiene que ver con la acción desinteresada de aquellos actos que van más allá del sujeto, que tienen una impronta o dejan una huella que trasciende el momento y la persona que las realiza, sin que tengan por qué ser grandiosos o reseñables. Actos filantrópicos y ejemplarizantes que nos proporcionan gozo y bienestar por el hecho mismo de saberlos actos filantrópicos y que dejan una impronta perdurable, puesto que las acciones se repiten una y otra vez, bajo otros nombres y formas, en la continuidad de nuestra especie.

La neurociencia ha constatado cómo los actos de generosidad conllevan la liberación de hormonas, específicamente de endorfinas, que reducen el estrés, promueven el bienestar y fortalecen el sistema inmune. Las acciones recompensadas o remuneradas no activan los mismos mecanismos de gozo. Mucho tiempo atrás ya lo dijo Krishna a Arjuna cuando en el Bhagavad Gita le alertó de que «lo que te concierne es la acción tan sólo, pero no el fruto (de la acción). No sea el fruto tu motivo (para la acción), ni te permitas la inclinación a la inacción».

La acción altruista va más allá del gozo sensorial o estético —es menos efímero su placer— ya que produce deleite instantáneo, como los placeres sensoriales, pero también satisfacción con uno mismo. No obstante, Arjomandi da un paso más allá, nunca mejor dicho, porque vincula la acción y su repercusión con lo perdurable. Considera que nuestras acciones se repiten cíclicamente en el tiempo, si bien no de manera exacta, sí en cuanto a género, especie o tipología. «Lo que se repiten son las clases de acciones, no las acciones mismas». La esencia de la acción realizada por uno —un gesto desinteresado con un amigo, por ejemplo— volverá a repetirse con los matices propios del siguiente individuo, tiempo y el lugar en que se dé. Coherentemente con esta creencia propone que, puesto que estamos influidos por lo que nos precede y rodea hasta extremos insospechados, pongamos en el foco de nuestra atención diaria en cada acto de nuestra vida buscando la ejemplaridad: «cada acto predispone a que ese acto se repita». Puesto que de ese modo las predisposiciones e inercias se van formando, nuestra acción no es insignificante. Lo que se nos ha trasmitido modula nuestras acciones, lo que trasmitimos también influye en otros. Formamos una red de ejemplos, un espeso tejido de influencias mutuas y «todo ejemplo constituye un caso potencialmente universalizable» nos dice Arjomandi.

Bajo esta premisa da un sabio consejo de índole opuesta a la máxima de Steve Jobs «vive cada día como si fuese el último», que es: «realiza sólo las acciones que sean consecuencia de tu deseo de prolongarlas en el futuro», proponiendo una dicha de tipo moral, en la que se privilegie altruistamente en cada momento la acción cuyo impacto sobre otros sea más beneficiosa, pese a que el resultado de la acción no sea predecible y su marcha sea libre y casual. El futuro de la acción no es pronosticable, ni su beneficio directo, pero elegir la mejor acción dentro de las posibles contribuye al tejido cultural, social y moral de nuestra especie al tiempo que otorga satisfacción y goce personal.

Sobre esta hipótesis en la que cada acto que realizamos no surge de la nada sino que tiene un precedente moral, propio o ajeno, y que, en esa medida, somos ejemplos para los demás así como los demás lo son para nosotros, nos dibuja nuestro mundo como una extensa red de influencias mutuas. «Son las actitudes y los hechos de otros sujetos, ya sea en contextos lejanos que se nos han trasmitido narradamente, o bien en los espacios actuales donde convivimos, lo que va creando progresivamente, nuestras inercias de conducta». Propone contrarrestar nuestras inercias de proceder a través de una conciencia de esta rueda de concatenación de acciones y efectos e incluso revertir la incompatibilidad entre el deseo y la satisfacción continuada, puesto que actuar de este modo nos sitúa más allá de nuestros límites temporales, nos reconcilia con la muerte al implicarnos activamente en lo que nos sucederá (en cuanto a especie). Esta hipótesis cíclica implica que nuestra desaparición no es total, algo de nosotros pervive, las improntas del obrar que dejan semillas aquí y allá. «La creencia de que todo lo que haga y realice retornará se funda, pues, en mi anhelo de hacer reversible el paso del tiempo a través de los ciclos periódicos que este dibuja».

Arjomandi nos dibuja un ecosistema ético en el que las extensiones intangibles de la persona, aun después de haber desaparecido, tienen cabida. Alejado de concepciones como la de ganarse el cielo del mundo cristiano, propone un actuar en el hoy con conciencia e impronta de infinito. Es una invitación asimismo a modificar en uno aquellas actitudes que no deseamos que se repliquen en comportamientos del mañana.

Para la filosofía oriental, la existencia es un hecho cíclico, en donde cada acto, cada instante y acontecimiento se repetirán eternamente. En contraposición con la filosofía occidental, en el pensamiento oriental, el eterno retorno llevará a la perfección del universo, pues en cada reinicio se pulirá cada hecho, hasta ser perfecto. Arjomandi, pese a su optimismo, no implica en este retorno un perfeccionamiento per se, sino una suerte de interacción simbiótica en la que la concatenación de comportamientos espejo se repiten, en su esencia, una y otra vez, afectando por igual al comportamiento noble o al mezquino. Lo que propone por tanto es una moral activa —puesto que no cree en una deriva que tienda necesariamente hacia la mejora del individuo—, sino en la capacidad del individuo para influir en lo que está por acontecer por medio de lo que hace hoy. Apela a un actuar consciente, electivo y no abandonado a las inercias del proceder que son tantas veces ecos de mecánicas heredadas y no cuestionadas ni revisadas. Apela por tanto a una libertad de acción mayor, por ser el comportamiento revisado y despojado en la medida de lo posible de inercias que son ecos de ecos, a veces alejados del yo que desearíamos ser. La acción ejemplar, elegida por uno en base a una filantropía instantánea y con proyecciones futuras, resultaría de una empatía con nosotros en cuanto a género, que por ende resulta, al olvidarnos de su motivación filantrópica, placentera y positiva en nuestro ahora.

Arjomandi pertenece a la corriente religiosa bahá’í —surgida en la Persia del siglo xix—que aspira a ser reconocida como cuarta religión revelada del tronco de Abraham —después del judaísmo, el cristianismo y el islam—, y que dice ser síntesis y actualización de las religiones monoteístas, aunque integra asimismo aspectos del hinduismo, zoroastrismo y budismo. Perseguida en Irán por el régimen de los ayatolás, Arjomandi llegó con ocho años a Barcelona desde Irán, huyendo con su familia de la persecución religiosa al ser considerados herejes, apóstatas del islam. Él define su religiosidad de misticismo racionalista.

Gozar la vida por medio de actos bellos proclama que la felicidad está al alcance de todos por medio de una ética que nos permite ir más allá de nuestra condición finita para entrar en contacto con lo ilimitado asomándonos a través de esos espacios de frontera de los que hablaba Eugenio Trías. Nuestros actos morales, nos dice, pueden ayudarnos a trascender «nuestra estrechez de ámbito y rendir servicio, sin espera de contrapartidas, a cualesquiera de los infinitos seres del mundo, que desconocemos, en cualquier región del universo o momento temporal». Una experiencia de lo sublime en la vida cotidiana planteada casi como un libro de autoayuda, pero no desde un perfil psicológico, sino filosófico, práctico y discretamente detectivesco.