POR ENRIQUETA VILA

Voy a centrarme en dos de sus grandes temas americanistas, cada uno de los cuales son suficientes para ocupar toda la vida de cualquier historiador diligente y bien preparado: me refiero a la conquista de México y a la trata de esclavos, sin dejar de mencionar su última trilogía sobre el Imperio español, que bascula perfectamente entre los dos continentes. Pero esta ingente obra no puede comprenderse sin tener en cuenta que su sólida y variada formación excede a la de un mero historiador. Formado en Cambridge y la Sorbona, fue funcionario del Foreign Office, delegado del Reino Unido en Naciones Unidas, asesor en política exterior de la primera ministra Margaret Thatcher y profesor de Historia en una academia militar y en la Universidad de Reading hasta 1977, entre otras actividades. Y, si es verdad que poseía una sólida formación, también lo es que los temas que elegía eran siempre de una envergadura que asustaría a cualquiera no tan valiente como él. Cada uno de ellos cuenta en su haber con una ingente bibliografía de distinto signo, lo que inevitablemente crea polémicas, algunas de ellas seculares, como es el caso de Hernán Cortés. Enfrentarse a estos asuntos tan amplios es de por sí una hazaña, pero, si nos detenemos a examinar su contenido, la hazaña inicial se convierte en admiración y asombro. Toda la obra de Hugh Thomas se caracteriza, sobre todo, por la abundancia y calidad de la documentación en que se apoya, por su carácter globalizador, por el esfuerzo de investigación y sistematización, de forma que la amplitud y el rigor no anulan la ponderación y la claridad. Porque él poseía esa cualidad que desea todo historiador: saber narrar y conseguir plasmar todo un cúmulo de información, datos, documentos, bibliografía, etcétera, que en muchos momentos llega a abrumarnos, en un lenguaje fácil y ameno.

Hugh Thomas vino a España por primera vez, según él mismo cuenta en la introducción de la versión castellana de su Guerra Civil española, en el invierno de 1955-1956, cuando trabajaba todavía para el Foreign Office. Fueron unas vacaciones en las que traía como libro de cabecera El laberinto español, de Gerald Brenan, y en las que según su propia confesión se enamoró de Andalucía. Al llegar a Inglaterra preguntó a un amigo suyo que por qué nadie había escrito aún un libro general sobre la Guerra Civil española, a lo que su amigo le preguntó a su vez: «¿Y por qué no lo escribes tú?». De esta manera se vio inmerso en una de las encrucijadas históricas más apasionantes de todos los tiempos y ya no pudo acometer trabajos que no supusieran una gran complicación. El libro, aparecido en 1961, se convirtió a partir de entonces en referente obligado para el tema y, aunque en Francia fue traducido muy pronto, la versión española no se publicó, por razones obvias, hasta 1976.

Su segundo gran tema de investigación se centra en la isla de Cuba y, diez años después de aparecer la obra anterior, en 1971, publica, primero en inglés y enseguida en castellano, su libro Cuba. La lucha por la libertad, en el que dedica ya unas lúcidas páginas a la trata de esclavos. En él se puede ver claramente lo que iba a ser una constante en todas sus obras: el esfuerzo para introducir el asunto central en el contexto de la historia universal y buscarle el máximo de conexiones posibles. A partir de entonces, Cuba es una cuestión recurrente en su producción, y en 1982 publica por separado la segunda parte de su obra anterior, con el título de Historia contemporánea de Cuba. De Batista a nuestros días. En 1984 escribe con otros autores La revolución cubana veinticinco años después.

Y precisamente Cuba le inspira su primera novela histórica —su mayor cualidad fue la de gran narrador—, en la que vuelca sus conocimientos sobre la sociedad británica y sobre la isla. Se titula La Habana, que aparece publicada en 1984.

Los que trabajamos en historia sabemos bien la dificultad que entraña pasar de una época a otra en nuestros estudios. Por eso quizá lo que más valoro de la obra del profesor Thomas es su capacidad de pasar de los complicados siglos xix y xx al no menos complicado mundo del siglo xvi, para abordar un tema tan polémico, tan amplio y tan estudiado como La conquista de México. Aparecido su libro en inglés en 1993 y traducido al castellano al año siguiente, ofrece en él una acertada imagen del Imperio azteca o mexica, como le gustaba llamarlo, a la llegada de Cortés, así como de la conquista y destrucción de este imperio a manos de un puñado de españoles. Su vena hispanista se pone a prueba en este intento y consigue salvar los prejuicios que, a favor y en contra de la figura de Cortés, aparecen en la amplísima literatura que ha generado. Admirador y seguidor de Prescott, se propuso cubrir las lagunas dejadas por el gran historiador norteamericano e incluso matizar y corregir algunas de sus afirmaciones. Para ello, como en todas sus obras, se documenta al máximo. Ha dedicado muchas horas a leer papeles conservados en distintos archivos españoles y europeos, así como a la numerosa colección de códices del mundo azteca. En el Archivo General de Indias pudo leer miles de páginas de letra endiablada que componen los juicios de residencia de Cortés, Alvarado o Velásquez, y que se guardan en una de las secciones más ricas y menos conocidas de este archivo: la de Justicia.

Como en todas sus obras, consigue llegar al fondo de la cuestión con interrogantes tanto de índole política como moral, al mismo tiempo que ofrece una narración fluida y atractiva. Este libro está dedicado a todos sus amigos de Sevilla y de México.

En 1995 una nueva y deliciosa novela histórica se desprende de su incursión en este tema con la publicación de Yo, Moctezuma. Emperador de los aztecas, en la que recrea un curioso documento llamado «Códice Moctezuma», que recoge la memoria que el propio Moctezuma dictó a Orteguilla, paje de Cortés que conocía el náhuatl. Y, posteriormente, ha publicado otro libro dedicado a los hombres que acompañaron a Cortés.

Poco después de que viera la luz La conquista de México, en 1998, nos sorprendía con su imponente libro sobre La trata de esclavos, uno de los asuntos históricos que, en la segunda mitad del siglo xx, más interés despertó y más literatura de todo tipo generó. Pues bien, en ese bosque bibliográfico se introdujo de nuevo con una valentía y diligencia digna de encomio. Plantea la trata de forma global y consigue introducirla de lleno, como debe ser, en todo el devenir de la historia. En realidad, lo que consiguió fue presentar una historia de la humanidad a través de la trata de esclavos y, a la vez, presentar un amplísimo panorama de la historia de las colonizaciones desde la más remota antigüedad hasta nuestros días. Porque, aunque modestamente, el autor acota los años 1440 a 1870, fechas que marcan el inicio de la trata atlántica y el final del proceso de abolición, arranca desde mucho antes y demuestra un conocimiento del Mundo Antiguo y un manejo de los clásicos que es difícil encontrar en una obra de carácter tan general.

El libro es un trabajo valiente y audaz y también maduro y clásico; y eso se adivina desde la introducción, donde el autor presenta una serie de interrogantes con los que consigue algo que resulta ser la primera obligación del historiador: situar el tema en el contexto que le corresponde. La obra es notable por la cantidad de datos que aporta y por la erudición de la que el autor hace alarde, arropado todo ello con un lenguaje sencillo y fácil de leer. Se manejan con envidiable soltura centenares de datos y nombres, en un discurso narrativo claro y conciso. Es un título que se lee de un tirón, o, más bien, de varios tirones, debido a su extensión, y reúne la difícil cualidad de ser un trabajo de investigación, a la par que un trabajo de síntesis que puede ir destinado tanto a especialistas como al gran público.

El conocimiento que estos dos últimos trabajos le proporcionaron sobre el mundo atlántico y americano, en los siglos xvi y xvii, hizo posible su gran y última empresa: la trilogía sobre el Imperio español, cuyo primer tomo apareció en 2003 y el último, hace muy pocos años. Sus títulos, El Imperio español. De Colón a Magallanes, El Imperio español de Carlos V y El Señor del Mundo. Felipe II y su imperio, dan una idea de la dimensión de la obra, en la que nos vuelve a regalar una visión general, amplia, comprensible, ponderada, documentada y muy bien escrita del siglo más rico y complicado de la historia de España, que, en esas fechas, fue la Historia del mundo.

Como verán, me he visto obligada a sintetizar mucho su vasta obra porque quiero dedicar aunque sólo sea un momento a su vinculación con Sevilla y su amor a la ciudad. Gran amigo del duque de Segorbe y de Gerarda de Orleáns y miembro del Patronato de la Fundación Medinaceli, iba a Sevilla con mucha frecuencia, allí pasaba largas temporadas alojado siempre en casa de sus amigos. El duque de Segorbe le tenía destinada una habitación, y se comportaba como un sevillano más.

Aunque había sido una gran lectora de sus obras, no tuve el gusto de conocerlo personalmente hasta 1996, en la puerta del Archivo General de Indias, donde me abordó para hacerme una pregunta sobre el tema que estaba preparando: la trata de esclavos. Pensé que estaba empezando la investigación, y ya se pueden imaginar mi sorpresa cuando me lo entregó dedicado en su primera versión en inglés con casi mil páginas un año más tarde. Como era un hombre entrañable, a partir de entonces nos volvimos a encontrar en muchas ocasiones; conocí a Vanessa, su bella e inteligente esposa, los acompañé a veces en Semana Santa y Feria, y sabía de su afición a perderse por las calles sevillanas. Por eso no me extrañó cuando ganó el XXII Premio Joaquín Romero Murube que cada año otorga ABC, al que el jurado considera el mejor artículo publicado sobre Sevilla, titulado «El mejor viaje de mi vida». Es un canto de admiración por la ciudad en el que expresa sus sentimientos en un itinerario «ideal», que él traza para caminar entre la judería y el archivo. Un premio muy merecido, no sólo por el trabajo en sí, sino por su largo y fiel amor a Sevilla.

Hoy, con el dolor de haber perdido al amigo, me consuela el haber podido participar en este merecido homenaje y haber podido hablar brevemente de su enorme obra.