Nuccio Ordine
Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal
Traducción de Jordi Bayod
Acantilado, Barcelona, 2017
192 páginas, 12.00 €
POR JULIO CÉSAR GALÁN 

Un buen ensayo debe ser la biografía del pensamiento; debe crear dudas, interrogantes y ganas de responderlos (aún más en un país como España, en el que se entiende, en gran parte, este género como estudio académico o una balda divulgativa). En las manos tenemos Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal, de Nuccio Ordine, y, al pasar las páginas, algunas palabras ensogan un par de reflexiones: ¿qué diferencia hallamos entre un clásico y un epígono?, ¿por qué se confunden en ocasiones? Trazos de hermenéutica y subrayados en nuestro campo de acción. En realidad, todo surge de las siguientes preguntas que autores, críticos y lectores se han hecho durante siglos: ¿por qué un texto literario resulta mejor que otro?, ¿cómo se forja el mérito de residir en el canon académico, educativo, social, etcétera? Y seguimos: ¿se puede demostrar que una obra sobresale de entre las demás? Y, si estamos en lo afirmativo, ¿cuáles son los mecanismos y los elementos que debemos delimitar para encontrar ese valor? El texto y el oráculo (¿diremos que la aportación mora en el límite perfilado entre el sentido literal y el oculto?). ¿Qué idea tenemos de un texto de calidad? ¿Cómo se hace bello, universal, clásico? Repetimos: ¿se puede determinar quién llega a la meta el primero, el segundo, el tercero? Alzamos algunas trallas contextuales: ¿cuáles son los discursos críticos basados en argumentos falsos e interesados?, ¿cómo hemos llegado a sustituir criterios de demostración por el de opinión y oportunidad? El fin perseguido y el sujeto opinador, ¿aquí está la crítica actual? La mera falacia, la broma infinita, jugar a ser crítico, el pasamanos arbitrario… ¿Debemos seguir soportando lo residual en cuanto a editores, instituciones, críticos, lectores y escritores?…

Todas estas preguntas, que ya habían surgido en algún momento de la vida literaria de uno, vuelven con la lectura de Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal. Más allá de estas cuestiones, Nuccio Ordine nos lleva a la patria de los libros, a la pasión de cultivarse (tan poco de moda en estos momentos), al poder de la literatura en la vida. Y, para ejemplificar este propósito, nos enseña su anaquel de clásicos. Antes de entrar de lleno en este ámbito, se establece un pórtico con título significativo: «Si no salvamos los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos». Desde el primer instante, se establece el gran problema actual: la rebaja de la importancia de la literatura en la educación y, por lo tanto, de la clasicidad como medio de enseñanza y aprendizaje; así como las causas y las soluciones de y para ese conflicto: «Garantizar que todo el escenario esté ocupado por los textos citados y no por los breves comentarios que los acompañan». Si añadimos a esa vía educativa del fragmento descontextualizado en los libros de texto, el yugo del examen sobre algo que apenas se ha tocado, asimilado o leído, tenemos el cóctel perfecto para que casi todo el alumnado mire con recelo, con desprecio o aburrimiento un hecho que debe ser placentero; y más allá, que un gran número de ciudadanos con pensamiento cerril piense en la inutilidad de la literatura. Así hemos visto como la materia literaria se convertía en un apéndice de la de lengua castellana y casi nadie protestaba. Así hemos visto como la figura del intelectual se reducía a la inexistencia o a un papel de figurón. Así, hemos llegado a este punto y, cuando uno se encuentra con libros como este de Ordine, que rezuma sencillez, amor y certezas, no queda otra senda que la de la resistencia. Y poco a poco vamos hacia el lado contrario, hacia las negaciones de aquello que nos intentan imponer: no hay que leer a los clásicos para aprobar los exámenes, nos dicen por ahí; mirad el mercado y así alcanzaréis el éxito, nos dicen por allí. Y, contra estos anzuelos para papamoscas, Ordine sabe dibujar un país de vida para sí mismo y para los demás.

A través de su experiencia en el campo docente y de una compilación de columnas que va desde septiembre de 2014 a agosto de 2015, se nos traslada hacia un escribir la lectura, hacia una relación texto-evocación, hacia el homenaje a los clásicos. En la citada introducción, comprobamos ese arte de vivir por medio de estos referentes, además de algunas cuestiones esenciales, como la figura del crítico en conexión con su quehacer y su posición, la cual se sitúa en la de George Steiner, para quien el intérprete textual debe asemejarse a la figura del cartero, un mensajero que escucha, que atiende a la obra no como pretexto para sus elucubraciones o sus intereses (o los de otros).

¿Y en los estantes de esta biblioteca ideal quiénes brillan? Pues se comienza con Antoine de Saint-Exupéry y Ciudadela, y, como todos los demás elegidos, se procede del mismo modo, mediante la glosa. Esta primera elección nos da la temperatura de aquello que se quiere transmitir: unos asideros para la existencia, una compañía que nunca defraudará, un código ético para no llenarse de negrura. A través de ese inicio con el autor francés, se pasa por diversas temáticas; en este primer punto, la del amor como sentido de vida y no como propiedad. Pero, antes de proseguir, hay que hacer un aviso, no se trata de un manual de ética, no se dan lecciones moralizantes, simplemente, se enseña a vivir o, al menos, a preparar un poco el camino. Y con ello se proponen modelos de calidad y de originalidad. Estas cuestiones no servirán como meros patrones de copia o de imitación, sino que se lleva al lector a ejercer la libertad de imaginación y de entendimiento con respecto a una ejemplaridad existencial. Aunque para lograr esa meta se sugiere que debemos disentir de lo habitual, de lo impuesto, de la inercia; y, en ese conflicto resultante, aparecerá el hallazgo personal, el alejamiento deliberado de los gravámenes sociales; en suma, una serie de invitaciones para llegar a sí mismo.

Como en todos los clásicos, las diferentes aportaciones están en consonancias con los diversos niveles lingüísticos, en cuanto a su progresión y su revalorización. Ese alejamiento, ese dar el salto, ese definir el propio rostro hacen que se sacuda lo gastado y pase a tomar brillo. Del tópico al motivo y del motivo a la atribución. Los tópicos se van quedando atrás porque se amplía el horizonte del mundo. Desde ese primer escalón de Antoine de Saint-Exupéry se prosigue con William Shakespeare y El mercader de Venecia, en este caso, se escoge el tema de la música para llevarnos hacia la exaltación del arte y el despojamiento de lo accesorio; para enseñarnos las esencias de la vida y completar, con sus destilaciones, aquello que nos hace humanos.

El recorrido por esta galería de la clasicidad resulta amplia y coherente con la introducción que acabamos de comentar. A partir de esos dos referentes iniciales, vamos pasando por Ariosto, Gracián, Rilke, Homero, Cervantes, Pessoa… sin seguir la cronología de la historia de la literatura y sin darse al comentario de texto. Quizás por esto resulte tan atractivo este libro. Si tomamos como referencia nuestros subrayados, anotaciones y dobleces de página, vemos aquí y allá diversos intereses temáticos unidos por un eje central: «Lo que importa es el viaje, no la meta». Cada clásico nos indica el despojamiento y el desapego para con aquellos lastres que consideramos compromisos, obediencias y préstamos. Asimilar a los clásicos es una de las veredas para ser lucidamente felices o, al menos, para llegar satisfechos y completos al final.

Volvemos al principio para finalizar: «Un conocimiento de mera antología no basta; como tampoco basta el estudio de la didáctica, que, en las últimas décadas, ha asumido una centralidad desproporcionada […]. Si no se domina esa literatura específica, ningún manual que enseñe a enseñar ayudará a preparar una buena clase». Y aquí está la clave de todo el retroceso que venimos sufriendo desde hace varias décadas. Ahora que parece que va a volver, con la fuerza de antaño, la materia de Filosofía a las aulas, convendría reclamar el espacio independiente que tuvo la literatura en el ámbito educativo. Parece una obviedad, pero hay recordarlo y demandarlo ya con contundencia: la lectura necesita tiempo para ser disfrutada y asimilada; y estos Clásicos para la vida nos recuerdan que debe ser así.