Juan Forn
Yo recordaré por ustedes
Seix Barral
376 páginas
POR JACOBO IGLESIAS

Ningún siglo nos ha mostrado el alma humana como lo hizo el siglo XX. Será difícil observar un siglo más artístico; difícil encontrar uno más cruel. Hecho a partes iguales de arte y de muerte, el siglo XX es irrepetible en sus dos condiciones. Solo el cine, el jazz y el surrealismo serían razones suficientes para auparlo al Olimpo de los tiempos. Pero sabemos que hay mucho más que eso; como también sabemos que si hay timidez para colocarle un marbete dorado es solo por su atroz segunda condición.

Tal vez sea esa dualidad la razón por la que muchos de sus protagonistas quedaron opacados bajo diferentes fórmulas. Rescatar algunas de esas historias olvidadas del siglo XX fue la labor que Juan Forn se impuso durante más de una década en las contraportadas del diario porteño Página/12. El desfile de personajes que pasaron por allí es, como el propio siglo XX, interminable. Yo recordaré por ustedes es una cuidada selección de esas contraportadas. En ellas nos encontramos con escritores y artistas a los que el siglo les dio la espalda, genios ensombrecidos o personajes anónimos; pero también al hijo de Kenzaburo Oé, los inicios de Danilo Kis, los paseos de Robert Walser, los desvaríos de Fellini, las excentricidades de Clarice Lispector o el rictus de Natalia Ginzburg. Y lo que tienen en común esas biografías condensadas en una hoja de periódico es que en todas ellas está cifrado algún recoveco del siglo XX.

En la antigüedad se creía que la memoria residía en el corazón. Era el corazón el que tenía la capacidad de albergar todos nuestros recuerdos. Por eso la etimología nos dice que recordar es pasar algo dos veces por el corazón (re-cordis). Pero «recordar» también tuvo en otros tiempos —y todavía hoy en algunos lugares— el significado de «despertar». Así, uno de los versos más célebres del idioma: «Recuerde el alma dormida»; o Borges, en uno de sus mejores relatos de la última época: «El jueves a la noche lo recordó un golpecito suave en la puerta…»

Y eso es lo que hace precisamente Juan Forn en sus contraportadas: despierta otro siglo XX para nosotros, y despierta nuestra curiosidad por todas esas historias olvidadas.

Nacido en Buenos Aires en una familia acomodada, la propia vida de Juan Forn terminó por parecerse a la de uno de esos artistas que por alguna razón se quedaron en los márgenes del siglo XX. Cuando estaba en su mejor momento como editor, escritor y periodista en Buenos Aires, le diagnosticaron una grave enfermedad que lo apartó de todo. Exiliado a la fuerza a un pueblo costero para guardar reposo y escapar de los excesos de la vida porteña, Juan Forn se sintió jubilado a los 40 años. Tal vez sin saberlo, Juan Forn fue la primera de sus contraportadas, el primer personaje de sus nuevas historias. Pero fue precisamente esa circunstancia —ese exilio— el que le permitió dar con la clave para escribir su mejor obra: los cuatro volúmenes de Los viernes que reúnen todas sus contraportadas para Página/12.

Anglófilo durante buena parte de su juventud por decisión propia e influencia familiar —su abuela era inglesa—, Juan Forn constató dos hechos a su llegada al pueblo de Villa Gesell: primero, que tenía una gran cantidad de libros pendientes de leer en su enorme biblioteca, y segundo, que debía «quitarse el anglo de encima». Durante la siguiente década en su casa a pie de playa confesó leer «toneladas de sangre judía, rusa, japonesa, mitteleuropea, italiana, latinoamericana, en forma de libros de todo tipo». De esas lecturas comenzaron a brotar las contraportadas que se editaban cada viernes en Página/12. Él mismo explicó el proceso de ese cambio en una entrevista: «Después de muchos años de escribir y leer ficción sentía que venía recorriendo un túnel en el que las paredes y el techo se hacían cada vez más estrechos. (…) Y fue como si aquel pasadizo desembocara de golpe en un salón enorme en el que convergían (y dialogaban) muchas cosas. Pude escribir dialogando mucho más fructíferamente con lo que estaba leyendo. Porque pasé de leer un 90 por ciento de narrativa y un 10 de no ficción a incrementar mis lecturas de biografías, ensayos y, especialmente, de esos textos indefinibles a los que solo se les puede llamar literatura: desde Masa y poder, de Canetti, a Habla, memoria, de Nabokov; desde Menos que uno, de Joseph Brodsky al Danubio, de Magris; desde Música para camaleones de Capote a la Excursión a los indios ranqueles de Mansilla. Los libros que más me gustan hoy son los imposibles de etiquetar, esos que saltan y toman de todos los géneros un poco».

Crónicas, artículos, columnas, miniaturas, biografías con sabor a cuento. Llámenlos como quieran pero no encajarán del todo en ninguna de esas categorías. Porque las contraportadas de Juan Forn crearon un género híbrido en sí mismo.

Antes hemos dicho que Yo recordaré por ustedes es una cuidada selección de esas contraportadas. Cabría matizar que el trabajo editorial —en el que participó el propio autor— ha ido mucho más allá de una mera selección. Ordenados por temáticas y yendo de lo general a lo particular, este gran trabajo convierte lo que hubiera sido una simple antología en un hermoso y unitario libro con el que el lector podrá dar la vuelta al mundo en 80 contraportadas o —como corregiría Cortázar— la vuelta a una contraportada en 80 mundos.

Cada uno de los textos de Juan Forn está tensado como un arco y esa tensión va encaminada desde el primer párrafo hasta el último a procurarnos un poso, una revelación final, esa indefinible sensación de haber comprendido algo del mundo que nos rodea. En ese sentido, los cuatro volúmenes de Los viernes funcionarían también como un gran manual de antropología.

Todavía más asombroso resulta comprobar que muchas de estas miniaturas contienen no solo una sino dos historias que se entrecruzan. Apenas cuatro folios le bastan a Forn para armar dos historias cruzadas que nos saben a biografía, tienen algo de ensayo, no desdeñan la crítica y nos dejan un poso de cuento.

Leídas de forma individual, estas contraportadas son una muestra del mejor periodismo cultural de nuestra idioma; leídas en su conjunto el proyecto se revela más ambicioso y funciona como una historia paralela del siglo XX, de personajes olvidados, de vidas esquizofrénicas, de suicidas, de curiosidades, de genios frustrados, de excéntricos. Sumados, todos ellos nos dan el alma de un siglo irrepetible; o mejor, su reverso, su contraportada: la espalda del siglo XX.

Para el que alguna vez haya trabajado con la urgencia de un plazo resulta casi angustioso pensar en Juan Forn eligiendo una historia para su próxima entrega, escogiendo un poso de entre sus lecturas, una borra del siglo XX para estudiarla e interpretarla a su manera.

Cuesta imaginar cómo llegar a tiempo cada viernes a una cita como esa que aúna muchas lecturas, investigación, tensión y, sobre todo, un poso —primero en el propio autor y después en el lector. El mismo Forn decía esto sobre su nuevo modo de trabajar: «La forma de escribir para Radar, la clase de libros que me obligó a leer y la manera en que he trabajado ese formato es haciendo un cruce de géneros, un mestizaje muy visible de biografía, ensayo, relato de ideas, crónica, confesión, cuento. (…) Hay un tempo en esa manera de escribir y pensar, muy afín con mi nueva vida, que consiste en estar gran parte del día frente a la computadora, o leyendo un libro, o caminando por la playa. Tener tiempo para dejar que una idea llegue, ver cómo rebota con otros ecos, de cosas que he leído, o visto o escuchado».

Además de escritor y periodista, Juan Forn fue un editor fundamental en la Argentina de los años 80 y 90. Sus colecciones Biblioteca del Sur y Espejo de la Argentina, o su dirección del suplemento cultural Radar fueron claves en esos años. Su última intuición, su canto del cisne editorial, fue ese milagro llamado Las malas, de Camila Sosa Villada, que él mismo prologó.

Como muchos de sus retratados, Juan Forn mereció mejor suerte. Y tal vez por eso supo meterse bien en la piel de todos ellos para erigir un articulismo inconfundible que el lector de Página/12 esperaba con ansiedad cada viernes. Porque las contraportadas de Juan Forn fueron para muchos lectores, como diría Borges, una de las formas de la felicidad.

Juan Forn murió el 20 de junio de 2021 de un infarto de miocardio cerca de su casa de Villa Gesell. Tenía 61 años. Por su corazón había pasado todo el siglo XX. El oficial, y ese otro paralelo que él fue construyendo cada semana para todos nosotros.