Manuel Arias Maldonado
Antropoceno. La política en la era humana
Taurus, Madrid, 2018
256 páginas, 18.90 € (ebook 9.99 €)
POR ANTONIO DIÉGUEZ LUCENA

 

Por mucho que estemos distraídos con otras mil cuestiones, no se puede escribir un libro sobre un tema más importante que éste. Dejando a un lado a los negacionistas —que, aunque presidan Gobiernos poderosos, y por mucho daño que puedan hacer, no son tomados en serio más que por otros negacionistas—, es cada vez más evidente para el público informado que el tiempo se nos ha echado encima, que ya no podremos evitar algunos de los efectos dañinos del cambio climático y que, si no nos tomamos en serio este asunto, el futuro de la civilización global peligra. Y no es sólo el cambio climático; es también la explotación insostenible de los recursos naturales, la superpoblación, particularmente, en determinadas zonas del planeta, la contaminación por plásticos y otras sustancias nocivas para los seres vivos, como el nitrógeno y el fósforo, la cada vez más angustiosa e injusta gestión del agua y el deterioro irreversible de muchos ecosistemas, con una gran pérdida de biodiversidad, provocada por la rápida extinción de numerosas especies biológicas.

Precisamente, la asunción clara de que el impacto de la actividad humana es ya detectable a escala planetaria fue la razón de que, en el año 2000, en un congreso científico en Cuernavaca (México), tuviera buena acogida la propuesta del premio Nobel de Química Paul Crutzen de considerar nuestra época como una nueva era geológica, el Antropoceno, con características diferenciales. El Antropoceno, como nos explica Manuel Arias Maldonado a lo largo de este excelente libro, pleno de reflexiones bien informadas y eficazmente orientadoras, es la época en la que la humanidad se constituye como una fuerza geológica global. Una época que sustituiría al Holoceno, y quizás no en el sentido de que va detrás (lo que dejaría al Holoceno con una extensión temporal muy corta), sino en el de que lo reemplaza por completo, si es que estamos dispuesto a situar el punto de inicio en el Neolítico, con el comienzo de la agricultura, como algunos sugieren. El asunto es controvertido, pero la tesis que más consenso suscita es la que sitúa su origen a mediados del siglo xx, con el rastro de isótopos radioactivos dejados por las explosiones nucleares. Aunque el término no está aún oficialmente aceptado por los geólogos, no puede negarse su éxito en los medios de comunicación. Sintetiza en un sólo concepto los temores y las esperanzas que los cambios tecnológicos generan, debido a las enormes transformaciones que han producido en nuestro entorno y en nuestras formas de vida, y recoge bien la mutación radical que se ha dado en la imagen que nos formamos de la propia naturaleza. Ésta es ya, irremediablemente, una naturaleza humanizada; lo que encontramos por todas partes, una hibridación entre lo natural y lo humano.

Conviene saber que este libro que ha publicado la editorial Taurus es fruto de veinte años de estudio sobre temas de política medioambiental por parte del autor, quien ya publicó en 2008 Sueño y mentira del ecologismo (Siglo XXI), y que acaba de tener un gran éxito editorial con La democracia sentimental, publicado en 2016 por Página Indómita. Su estilo es sumamente claro y ameno, como sabe el lector de las columnas, entradas de blogs y artículos de opinión que Arias Maldonado publica de forma frecuente en diversos medios españoles y extranjeros. Lo que no es obstáculo para que las cuestiones sean tratadas con el rigor necesario en un título que, sin ser un tratado académico al uso, tampoco es un ensayo. El lector interesado puede encontrar en él la información que busque sobre el tema e indicaciones de cómo ampliarla, ayudado por la abundante bibliografía que se cita en las notas situadas al final, de modo que no dificultan la lectura. Una virtud adicional del libro es la soltura con la que se maneja información procedente tanto de las ciencias naturales como de las ciencias humanas y sociales. Y esto —hay que decirlo— no es algo fácil de encontrar.

Arias Maldonado no se sitúa en una visión catastrofista ni derrotista, pero tampoco abiertamente optimista. Ofrece una descripción equilibrada de los problemas que se nos avecinan y que, sin duda, constituyen desafíos enormes para el futuro de nuestra especie. Tomando como antecedente la famosa apuesta de Pascal, cree que lo mejor es ponerse manos a la obra con la convicción de que queda mucho por hacer y de que no todo está perdido de antemano. Tenemos, en efecto, mucho margen para la acción moral y política. También para la tecnológica. Pero sin descuidar el hecho de que estamos ante un asunto político y no sólo técnico. ¿Todos somos responsables de igual manera de la situación creada? ¿Sobre quiénes han de recaer las cargas? ¿Quién es el nosotros al que los problemas afectan? Éstas son preguntas que reclaman respuestas políticas y que una visión tecnocrática deja inexcusablemente de lado.

No obstante, el hilo conductor del libro, y supongo que el asunto en el que el lector estará más interesado en encontrar orientación, es la cuestión de qué hacer, qué medidas tomar, cómo afrontar la situación. Y la cuestión es que ni siquiera estamos seguros de que podamos hacer algo realmente efectivo. Mientras que los transhumanistas presumen con insistencia de que el ser humano ya está en condiciones de tomar el control de su propia evolución biológica, e incluso de reconfigurar mediante la tecnología toda la biosfera, lo que percibimos cada día a través de los noticiarios es que el planeta está cambiando de forma descontrolada debido a nuestras acciones. La pregunta decisiva es, pues, si podremos tomar en verdad el control.

Aunque el autor no puede ofrecer seguridades al respecto, entre otras razones porque regirán en el futuro condiciones aún desconocidas, el mensaje, como antes dije, no es derrotista. El libro expone una variedad de propuestas para la acción, pero deja bien claro que ninguna de ellas despierta un consenso general ni hay varitas mágicas con las que resolver los problemas. Todas las proposiciones realizadas hasta el momento tienen ventajas e inconvenientes. Habrá, entonces, que apostar por las más realistas y más factibles. En particular, deberíamos inclinarnos por medidas que estén empíricamente informadas y que reconozcan el valor instrumental del mundo natural para el bienestar humano. Este último no puede ser eliminado de los objetivos. No tiene sentido cuidar la naturaleza y desentendernos de nuestra especie, lo que, por supuesto, no implica que debamos mantener el nivel de vida que llevamos en los países occidentales. Un nivel de vida que no es universalizable.

Hemos de ir aprendiendo, en esta cuestión como en tantas otras, a partir de la experiencia. Pero, en ese sentido, como señala el autor con una expresión sugerente, el Antropoceno es un «apocalipsis didáctico», y lo es porque las situaciones de riesgo son, precisamente, las que nos indican qué debemos corregir. Hans Jonas formuló hace tiempo una idea parecida cuando afirmó que sólo sabemos qué es lo que está en juego cuando sabemos que está en juego, aunque él le dio el nombre más prosaico de «heurística del miedo». Arias Maldonado apuesta con fuerza por el desarrollo de una «ilustración ecológica», pues de ella depende el futuro. Como concreción de la idea, los que tenemos un papel en la docencia, o algún acceso a los medios de comunicación, estamos ante una importante tarea de concienciación por delante.

Vengan de donde vengan las medidas para paliar la situación, nada podrá hacerse sin el auxilio de la ciencia y de la técnica. Pensar en lo contrario es «pastoralismo». La naturaleza no es un Edén perdido. Descartadas quedan, por tanto, las actitudes heideggerianas extremas que creen encontrar algún tipo de solución en una retirada individual (puesto que colectiva no parece posible) a la naturaleza y en un desasimiento de la técnica. Por el contrario, debemos mantener la confianza en el poder de las nuevas tecnologías: podemos incluso crear con ellas más naturaleza o mejorar la naturaleza que ahora tenemos. Por eso, hemos de pasar del conservacionismo a un interés directo por la «gestión ambiental y el diseño socioecológico». El avance de la ciencia y de la técnica es, en suma, uno de los mejores aliados para conseguir un Antropoceno sostenible.

No creo estar muy desencaminado si digo que este libro manifiesta, acertadamente, en mi opinión, una perspectiva de las relaciones entre el ser humano y la técnica con claras reminiscencias orteguianas. En especial, el autor defiende de forma más o menos expresa las siguientes tesis: 1) el ser humano es constitutivamente técnico y, mediante la técnica, construye su propio entorno (la «sobrenaturaleza», en terminología de Ortega); 2) ha transformado, por ello, la naturaleza desde sus comienzos mismos como especie, lo que implica que «el ser humano es natural y excepcional» (p. 134); y 3) constituye, pese a todo, una unidad con la naturaleza; no es ajeno a ella, pero tampoco es ella, dada la hibridación de lo social y lo natural.

La parte final del libro es la que plantea cuestiones políticas más directas y, por ello mismo, la que quizás le granjee más críticas. ¿Pasa cualquier intento de solución por desmontar el capitalismo, como mantienen los ecosocialistas? ¿Cuál es la mejor forma de compaginar la búsqueda de la sostenibilidad con la democracia? Arias Maldonado contesta a la primera cuestión afirmando que no necesariamente hay que acabar con el capitalismo para conseguir la salvación y que puede incluso que el intento de hacerlo sea contraproducente. En cuanto a la segunda, lo principal es evitar la tentación totalitaria. Un régimen totalitario mundial no garantizaría la solución, porque no podría contar con la cooperación de la gente ni permitiría la libre circulación de ideas. La democracia es mejor para encarar los problemas ecológicos, pero a través de un sistema de gobernanza global (representación política más conocimiento experto), no a través de una democracia fuerte a escala planetaria (algo que no parece, por otro lado, que sea fácil de conseguir a corto o medio plazo, no sólo por dificultades operativas, sino por diferencias axiológicas). Un Antropoceno sostenible es compatible con la democracia, aunque no con cualquiera, sino con una que tenga los adecuados sistemas de representación y de delegación en la toma de decisiones.