Carlos Goñi
Pico della Mirandola
Prólogo de Jaume de Casals
Arpa, Barcelona, 2021
205 páginas, 18.90 €
POR DANIEL B. BRO

 

 

Pico della Mirandola (1463-1494) vivió en lo que se suele conocer como el segundo periodo de humanismo. El Renacimiento italiano tuvo a sus figuras inaugurales en las letras en Dante y Petrarca. El segundo fue además un decidido hombre de letras. Un mundo ecléctico, en tensión entre el paganismo y el cristianismo cínico del papado y la curia, informa uno de los momentos más importantes de la cultura europea. No solo fue un redescubrimiento de los mundos griego y latino, sino una propuesta nueva, potenciada además por la novedad de la imprenta, que adquiere con Aldo Manuzio, ya a comienzos del XV y en Venecia, un momento de fijación y divulgación tanto de los textos clásicos como de la nueva erudición. Otro de los aspectos novedosos fue el lugar preponderante que adquirió la biografía –que tiene su correspondencia en el auge pictórico del retrato– no solo de papas y gente poderosa –o la muy conocida de los pintores, de Vasari–, sino de anónimos ciudadanos, de gente que encarnaba oficios: la importancia de las artesanías junto a la de los grandes arquitectos. Del mundo griego, lo que se sabía durante el Medievo hasta que se despertaron esta sagrada enfermedad filológica y la exaltación de la memoria histórica eran citas de fuentes latinas. Con el auge de los descubrimientos –y traducciones– en bibliotecas de abadías europeas, conventos y otros lugares de Centroeuropa y Grecia, uno de los temas centrales fue la disputa entre platónicos y aristotélicos e incluso, de manera más específica, entre los que procuraron hacer una lectura de Platón y los neoplatónicos. También fue el periodo de la creación de las academias –en el caso de Florencia, la Platónica– y de la mejora del estudio con la creación de las primeras bibliotecas públicas, gracias a esos grandes personajes que fueron Palla degli Strozzi y Cosimo de Medici. Pensemos que Pico della Mirandola fue contemporáneo de Marsilio Ficino, Cristoforo Landino, León Hebreo, Leonardo da Vinci, Erasmo de Róterdam, Maquiavelo y del joven Baltasar Castiglione, que se inspiraría en él para su célebre cortesano. Y sobre todo de Angelo Poliziano, su gran compañero.

Carlos Goñi nos presenta una visión muy detallada de las peripecias vitales de Pico della Mirandola y, sobre todo, de su obra, acompañando su estudio biográfico de la traducción anotada del «Discurso sobre la dignidad del hombre». Goñi comenta que, si bien se puede hablar de filosofía medieval, no podríamos decir lo mismo del Renacimiento. En esto parecen estar de acuerdo todos: fue una revolución cultural y, sobre todo, acentuadamente artística, pero no hubo un Agustín de Hipona o un Tomás de Aquino. Se pasó del teocentrismo al antropoteísmo, según Goñi; al antropocentrismo, según algunos que han visto en el Renacimiento un desprendimiento de la vieja teología. Se quiere centrar la importancia de Pico en que «acomete la primera definición del ser humano en términos de libertad», según nuestro autor, pero, en realidad, no es el primero y se puede rastrear esta idea desde el mundo clásico, además de su vínculo con la noción de libre albedrío. No obstante, hay algo radical en della Mirandola: nos sitúa ante un ser no acabado, cuya identidad ontológica depende de su hacer. Hasta cierto punto. Este joven lleno de talento, energía y curiosidad, un eterno adolescente que deslumbró a muchos y cuyos desafíos fueron más eruditos que provocadores, situó al hombre ante sí mismo como su propia posibilidad. Ciertamente, no en un vacío, como veremos enseguida. Además, encarna al nuevo hombre de letras, no sujeto a la curia: era un civil, y de ahí algunos roces con el papado. Asimismo, exaltó la filosofía como concordia, término caro a Carlos Goñi, que sin duda –como señala Jaume Casals en el prólogo– siente un verdadero entusiasmo por este gran personaje ilustrado renacentista; toda una toma de partido, como veremos.

Pico della Mirandola poseía una cultura ecléctica y trató de aprovechar no solo el platonismo y neoplatonismo emergentes, sino a Aristóteles, el averroísmo y la tradición talmúdica –en Padua–, no se detuvo ante las dificultades retóricas de Guillermo de Ockham y, por fortuna, se apartó de seguir sus retruécanos. De hecho, fiel a Cicerón, defendió la austeridad expresiva en la filosofía. También estudió en La Sorbona, que era entonces el lugar académico conocido con mayor libertad. Hombre rico, a pesar de que perdió a su padre a los cuatro años, poseyó una excelente biblioteca. Más: fue políglota, capaz de aprender un idioma en pocos meses. En cuanto a su vida amorosa –al aparecer, fue un hombre guapo y muy esbelto, además de lleno de encanto–, solo se le conoce una relación con una tal Margherita, a la que trató de raptar, quizas con su acuerdo. Una historia digna de Casanova. El resto es silencio o rumores, como los que lo vinculan amorosamente con su amigo Poliziano, que era homosexual.

En 1486, cuando contaba veintitrés años, Pico della Mirandola propuso a sus contemporáneos una disputa filosófica, teológica y cabalística con novecientas tesis que abarcaban todo el saber. Tal desafío no prosperó porque el papa Inocencio VIII, en febrero de 1487, lo suspendió. Pico acabó huyendo a París, dejando un rastro herético, y allí fueron bien acogidas sus tesis. A su vuelta a Florencia, defendió la importancia de la libre discusión de todas las tesis, centro de su Oratio de hominis dignitate.

La dignidad del hombre se apoya en su libertad. Veamos cómo, dando voz al creador, Pico define la naturaleza humana para que esa libertad tenga sentido: «No te hicimos ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que, casi libre y soberano, te moldees y te esculpas la forma que prefieras a ti mismo. Podrás degenerar en lo inferior, donde están los brutos; podrás regenerarte, por tu voluntad, en las cosas superiores, donde habita lo divino». Luego añade que Dios, a diferencia de en el resto de lo vivo, puso en el hombre «semillas de toda clase y gérmenes de todo género de vida» y, según la cultive, será esto o aquello. Goñi, apoyándose en Engelbert Monnerjahn, sostiene que el concepto de libertad de Pico supone la indeterminación de un ser de infinitas posibilidades, la capacidad del ser humano para elegir libremente y, finalmente, el carácter creador de su libertad. A ello atribuye Goñi la modernidad de Pico della Mirandola, al intuir «cierto divorcio entre naturaleza y libertad, propio de la filosofía moderna». Se apresura a decirnos Goñi que «esta doctrina, que podríamos llamar teoría de las posibilidades germinales, distancia a nuestro autor de un cierto existencialismo ateo al estilo sartriano». Ciertamente, Pico no era ateo. Es más, aunque situó la dignidad del hombre en su libertad, esta se da muy circunstanciada en una escala moral y ontológica. Esas semillas no pueden germinar de cualquier modo. Al fin y al cabo, no deja de estar muy influido por el platonismo cristiano, solo que hace de los arquetipos uno: el Bien, que coincide con Dios y en la escala moral y cognitiva está situado en la cumbre. Es verdad que la Oratio es un elogio de la filosofía y que señaló, con otras obras de su tiempo, el camino hacia la independencia del pensamiento, que luego encontraremos en el escéptico y epicúreo Montaigne y, sobre todo, un poco después, de manera metódica, en Descartes. Pero también es verdad que la libertad de Pico está marcada previamente por una filosofía moral que se apoya en una teología. El bien es previo, y solo puede ser Dios. No es tan cierto, como afirma Goñi, que Pico conciba la filosofía como un saber por sí mismo de manera radical y que el pensador solo se atenga a su conciencia. Fue abierto a todos los saberes, fue un ecléctico, pero las ideas de los caldeos, los misterios de los hebreos y el hermetismo de Trismegisto –en realidad, una creación tardía de textos griegos de los siglos II y III– confluyen en una verdad única encarnada en Dios. Ciertamente, fue un espíritu osado con una actitud filosófica y propuso una interpretación bastante libre de algunos aspectos de la Biblia. Y, en alguna medida, de manera nada belicosa es un adelantado a la Reforma. Como otros autores cristianos, Pico condena la magia de manera ambigua y, de forma contundente, con argumentos modernos, lúcidos, la astrología.

Para Pico della Mirandola, el hombre es un ser privilegiado porque tiene en sí la imagen de Dios. No sé por qué dice Jaume Casals –y también en alguna ocasión Goñi– que Pico no privilegia al hombre. Es evidente que sí. El hombre es un microcosmos, según Goñi, y es radicalmente libre porque posee en su naturaleza la chispa divina. El universo es un hombre en mayúsculas. A diferencia del Dios de Spinoza, el Dios de Pico no está en la naturaleza. Nuestra divinidad no es, pues, la de Dios, porque él está en las cosas sin ser naturaleza. Pero el hombre, si se conoce a sí mismo, siendo microcosmos, conocerá todo lo demás –valga decir que no hay ciencia–. Goñi lo sintetiza muy bien: «La filosofía busca la verdad, la teología la encuentra y la religión la posee. Es el resumen de su obra». Hay un movimiento primero de la curiosidad, del deseo de saber, que solo la epistemología teológica conduce y que, finalmente, encarna la fe –no hay religión si fe–. A pesar de lo que al final del libro Carlos Goñi pretende con un tono inesperadamente ingenuo, esto hace que ese gran personaje brillante y juvenil del Renacimiento no sea el pensador que abre la modernidad crítica. Termina Goñi el libro –muy informado pero, al cabo, muy interesado para ser objetivo– aleccionándonos: «El “filósofo” de nuestros días teme comprometerse con la verdad tal como hicieron Pico o Sócrates». Y añade: «Si nuestros “filósofos” –entrecomilla filósofos como si fueran otra categoría y no da ningún nombre, así que podemos imaginar que son todos los actuales; salvo los otros filósofos sin comillas, que serán de alguna orden sacerdotal, supongo– se empeñan en vivir de espaldas a la realidad, en los suntuosos salones de sus artificios teóricos; si no salen como Sócrates al mercado, a hablar con la gente de sus problemas, de sus angustias»… Muchas de las investigaciones y de las páginas precedentes no merecen un final tan ingenuo y, al tiempo, soberbio. Para Carlos Goñi, la libertad de pensar es pensar bien, es decir, teológicamente, porque el teólogo sabe dónde está la verdad: en la religión. Pues no, de ninguna manera.